Especial Vargas Llosa Cronopio

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Vargas Llosa

MARZOS VARGALLOSIANOS

Por Cristhian Ticona Coaguila*

PRIMERA PARTE

Marzo 25 de 2006. Los neumáticos chirriaron con la frenada y ese aullido agudo me arrancó bruscamente del profundo sueño que anuló mi bien entrenado sistema de alerta. Siempre me jacté de la precisión con que mi reloj biológico me despertaba hasta en las horas más insospechadas. Pero aquella vez quedé privado en la penúltima fila de asientos del autobús que abordé en la undécima cuadra de la avenida Sánchez Cerro, en Piura.
Corrí la cortina para echar un vistazo por la ventana y el fulgor de las luces en medio de la estéril oscuridad lastimó mis ojos aún dormitados. Por un instante me sentí abrumado, sin entender qué hacía sobre un ómnibus con destino a Tumbes, detenido en un grifo en medio del desierto. Y entonces lo recordé todo. ¡Hoy voy a conocer a Mario Vargas Llosa! me dije emocionado, mientras corría por el pasillo hacia la puerta.

—¡Bajo en Máncora, bajo en Máncora! —le grité al chulillo.
—Amigo, hace media hora que pasamos Máncora —me respondió mientras se secaba con el brazo el sudor de la frente.

Me quedé parado a un costado de la pista, con la mochila al hombro y sin saber qué hacer en la inhóspita lobreguez de la noche sin luna. Por el rumor de las olas supe que el mar estaba cerca. El aliento frío del océano me puso la piel de gallina. Lo más próximo a esa estación de servicios en Cancas, me dijo el grifero, era el pueblo de Punta Sal. Durante treinta minutos estiré el brazo a cuanto vehículo pasaba de regreso. Nadie se detuvo y no me sorprendió en absoluto. ¿Quién recoge a extraños en la carretera?

Morgana Vargas Llosa se casaba esa tarde con Stefan Reich en una playa de Máncora. Yo era corresponsal del diario La República en Piura y el editor responsable me encargó la cobertura periodística de aquel acontecimiento. Un corresponsal debe ser un todo terreno. Escribe, toma fotos, edita sus propios textos y despacha desde cualquier confín del mundo. La misión consistía en infiltrarme en la fiesta, hacer un registro fotográfico y escribir una crónica sobre la boda, lo que de alguna forma me convertía en un burdo paparazzi. Sin embargo me alentaba la ilusión de conocer en persona al autor de «La Casa Verde», «Los jefes» y «El desafío», novela y cuentos que Mario Vargas Llosa ambientó en Piura, la ciudad que durante poco más de un año me cobijó en su seno.

Por esos azares de la vida, meses después de haberme instalado en la ciudad de los algarrobos, en setiembre de 2005, la Redacción del diario se trasladó a la cuarta cuadra de la calle Libertad, a escasos metros de la Plaza Merino. Es en esa plazuela donde los estudiantes en huelga del colegio San Miguel esperaron al protagonista principal de «Los jefes», y a sus compinches Lu, Javier y Raygada, quienes habían entrado al plantel a conferenciar con el director Ferrufino. La protesta escolar ocurrió en la realidad, cuando en 1952 Mario cursaba el quinto de secundaria. El plantel funcionaba en una construcción contigua al parque. Ricardo Artadi, amigo de infancia y compañero de estudios de Vargas Llosa, recuerda que la protesta nació por una queja que hicieron los internos del colegio. Eran tiempos en que los alumnos de pueblos distantes como Chulucanas o Tambogrande, vivían en la escuela. Ellos denunciaron que el director Luis Marroquín Andía se gastaba el presupuesto de su alimentación. En el cuento, la revuelta fue motivada por la decisión de la autoridad escolar de no publicar el cronograma de exámenes.

A los piuranos les gusta decir que su ciudad es para Vargas Llosa lo que Aracataca (Macondo) es para García Márquez. Algo de razón tienen. Muchos de los escenarios, personajes y expresiones de su obra literaria pertenecen a Piura. Son ingredientes en estado puro que luego el escritor sazonó en la cocina de la imaginación. Son materias primas a las que fue dando nuevas formas, con la destreza de un artesano. Regionalismos como «churre» o «piajeno», por ejemplo, son citados en sus novelas para referirse a un niño o un jumento.

Frente al San Miguel quedaba el colegio Salesiano. Allí fue matriculado el niño Vargas Llosa en quinto de primaria, cuando llegó de Cochabamba en 1946, después que su abuelo Pedro fuera designado prefecto de la ciudad. Con los años, la escuela se mudó al distrito de Castilla y sus ambientes sirven ahora a la filial de la universidad Los Ángeles de Chimbote. El San Miguel también cambió de sede. En octubre de 1953 se trasladó a la nueva infraestructura que el gobierno de Manuel A. Odría mandó a edificar en el barrio de Buenos Aires.

El motociclista que me trasladaba de la urbanización Santa Isabel donde vivía, hasta la redacción del diario, pasaba a toda marcha por la calle que separa ambos lugares donde estudió Varguitas. En las tardes calurosas solía caminar por la Plaza Merino masticando un trozo de sandía helada, que compraba en una carreta de esquina, y a veces llegaba hasta el malecón Eguiguren donde un día su madre le dio la noticia que marcaría su vida para siempre.

—Tú ya lo sabes, por supuesto, que tu papá no estaba muerto.

Desde allí contemplaba el río seco en que sus personajes del cuento «El desafío», Justo y El Cojo, se enfrentaron en un duelo de navajas.

Eso no era todo. Todas las mañanas antes del medio día, padecí los vigorosos aromas que inundaban la sede del periódico. Esos olores estimulantes provenían del chifa Cantón, en la calle Tacna, ubicado justo a espaldas de nuestro local. Antes de ser un restaurante de comida china, fue la casa donde Mario Vargas Llosa vivió durante su residencia en Piura. Los fines de semana, con mi novia Silvana, nos desbandábamos allí hasta el empalago, con los sabores agridulces de su gastronomía.

El día que por fin conocería al creador de «La ciudad y los perros» me quedé dormido y el ómnibus me dejó varios kilómetros después de Máncora, el balneario piurano donde su hija Morgana fue desposada esa espléndida tarde de sábado. No pudo haber mejor telón de fondo para la boda que el sol cayendo en el ocaso y tiñendo de naranja el horizonte. Como nadie quiso echarme un aventón de vuelta, caminé unos metros hasta que hallé una patrulla de la Policía de Carreteras. Les expliqué mi situación sin ahondar en detalles y al cabo de unos minutos me embarcaron en un camión de carga al que pararon haciéndole señas con una linterna.

En Máncora busqué un hotelito y dormí hasta las nueve de la mañana. Al despertar eché a andar los planes. Primero intenté registrarme en el hotel Las Arenas, donde estaba hospedado el escribidor. No tuve éxito, por suerte. De haberlo conseguido no hubiese podido pagar la cuenta que equivalía a la de una suite presidencial en el mejor hotel de Lima. El lugar estaba desbordado por la familia Vargas Llosa y sus cerca de trescientos invitados, llegados de veintiún países. Puse en marcha el plan B. Me fui a echar un vistazo a la playa que da hacia el hotel y me encontré con que instalaban un altar a orillas del mar, donde más tarde, un emocionado «Varguitas» rememoraría frente a todos el nacimiento de su única hija mujer.

—Antes que verla nacer, yo la oí nacer. Al entrar a la sala de partos oí golpes de tambor, sincrónicos y alejados. El médico me dijo que ése era su corazón. Poco después vi asomar su cabeza, abrió los ojos como platos y echó una mirada alrededor como diciendo, aquí estoy y ahora qué.

Comprendí que no era necesario entrometerme en la fiesta de Morgana. La boda sería al aire libre, al borde del mar, y se pintaba sencillo presenciar la ceremonia de cerca. Así que mientras gastaba las horas, decidí refrescarme un poco en las tibias y cristalinas aguas que tenía a mi disposición. Pero esta historia en suelo piurano tiene también coincidencias sobre Arequipa: semanas antes de la boda, Mario Vargas Llosa había visitado su ciudad natal, para luego emprender viaje al cañón del Colca. El resultado fue un formidable artículo que El País publicó el domingo 26 de marzo, un día después de la boda de su hija y dos antes de su cumpleaños número setenta. Yo vivía en Arequipa antes de ser destacado a Piura. Y por si fuera poco, Stefan Reich, el novio de Morgana de ascendencia judía, a quien ella conoció en París, es un ciudadano arequipeño.

Esa tarde cuando el sol empezaba a caer, el escritor descendió de los jardines de palmeras hasta la playa. Caminó ceremonioso entre los invitados y dejó a Morgana en el altar donde la esperaba su prometido. Al final del protocolo tomó la palabra. Les recordó a los esposos que el matrimonio podía ser una lotería. Que para sobrevivir a las tempestades necesitaba perseverancia, amor y pasión. Y también bromeó un poco.

—Te aseguro que Morgana te acompañará en todas las aventuras que se te ocurran, pero no estoy seguro que te siga en todas las que se le ocurran a ella —le advirtió a Stefan.

No tuve el mínimo contacto con el escritor. Esa noche, mientras la fiesta llegaba a su clímax, despaché mi nota desde una cabina de Internet de Máncora. Después abordé un ómnibus de regreso a Piura, con el recuerdo vívido de Mario en la peana, entregando a su hija con la nostalgia de los padres que se resisten a aceptar que los niños crecieron, y la expresión inquisidora pero a la vez tierna de su mirada, el par de veces que cruzamos la vista, como diciendo ¿y de dónde salió este intruso?

Espere la segunda parte en la edición 22 de Revista Cronopio.

Mario Vargas Llosa presenta su libro “Sables y utopías” en el 2009. Cortesía de Radio Nederland (Servicio Español). Clic para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=z3G34Ea5c-c[/youtube]
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* Cristhian Ticona Coaguila es periodista y bloger peruano. Es jefe de informaciones del diario La República (Perú). Fue corresponsal y coordinador periodístico del mismo matutino en las ciudades de Puno y Piura. Fue reportero del diario El Pueblo y ha publicado crónicas en el semanario Vista Previa. Obtuvo premios de periodismo en tres oportunidades y fue becado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que dirige Gabriel García Márquez, para asistir al taller de crónicas con el periodista y escritor Alberto Salcedo Ramos.

Ha cubierto distintos conflictos sociales en el país y fue director fundador de la desaparecida revista Extremo Norte, una publicación de reportajes sobre turismo y deportes de aventura, en el norte peruano. Nacido en Omate (1982), departamento de Moquegua, es bachiller en Ciencias de la Comunicación, egresado de la Universidad Nacional de San Agustín. Estuvo a punto de ser sometido a linchamiento público cuando cubría información en Ilave, un pueblo del altiplano peruano. Su blog es https://lacomunidad.elpais.com/cortinadehumo

1 COMENTARIO

  1. Buena historia, desconocía mcuhas cosas de Vargas Llosa sobre todo que explora su lado de padre y sus lugares de inspiración en Perú.

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