FITO PÁEZ: LA BANDA SONORA DE NUESTRAS VIDAS
Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*
Tenía doce años recién cumplidos cuando escuché a Fito Paéz por primera vez y mi vida cambió para siempre.
Estaba un diciembre en una playa del caribe colombiano, en Coveñas, cerca del Golfo de Morrosquillo. No era la era del Internet, del Youtube y las redes sociales. Eran los tiempos colombianos del rock en español. Un año atrás habían asesinado al capo de la droga, Pablo Escobar, en el tejado de una casa, cercana al estadio Atanasio Girardot, en el Medellín de mis amores. Colombia estaba estremecida con la guerra de los narcos con el Estado. Eran los momentos de decepción con la Selección Colombia, comandada por el Pibe Valderrama, quien nos había regalado la ilusión de hacer un decoroso papel en la Copa Mundo USA 94, para luego decepcionarnos con su estrepitoso fracaso en esa competencia. Comenzaba el cuatrenio nefasto del presidente Samper Pizano, pocos meses antes de que se dieran a conocer sus vínculos con el Cartel de Cali, antes de estallar el boom del Proceso 8000.
Nuestros padres se quedaron en la cabaña y los muchachos decidimos prender una fogata al lado del mar. Yo era de los más pequeños del grupo. Éramos 12 jóvenes: el mayor llegaba a los 20 años y actuaba como líder. Yo apenas había terminado quinto de primaria en un colegio de Envigado. Prendimos una fogata. El líder activó un estéreo portátil gigante, tan descomunal que se parecía al Millenium Falcon piloteado por Han Solo en Star Wars.
Era diciembre de 1994. Eran los tiempos de su majestad el rock en español. Aún en ese entonces, los muchachos colombianos sentíamos sus aletazos y su poderío. Al calor del lento crepitar del fuego, escuchamos a Soda Stereo, a Charly García, a Los prisioneros y a Los enanitos verdes.
De repente, el líder apagó nuestro aparatoso Millenium Falcon, cuando todos cantábamos a viva voz los coros de Persiana Americana.
-Parceritos, disculpen la interrupción. Les voy a mostrar dos cositas que me regaló un amigo que viajó hace poco a Argentina- dijo, acompañado de fuertes ademanes entusiastas, mientras se alisaba los largos bucles negros que le tapaban su rostro.
-Hey, Andrés ¿cómo nos quistás así la voz de Cerati? ¿Qué te pasa, men?-atinó a decir uno de los muchachos.
-Parce, déjate de bobadas. Esperáte y verás.
Entonces, de una mochila tejida a mano por los arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta, nos dio a conocer dos cds.
-Les presento a Fito Paéz-exclamó.
No se me olvida nunca ese instante. Se trataba de El amor después del amor y del recién publicado y sacado del horno Circo beat. En la carátula del primero, un hombre muy delgado y de pelo largo miraba fijamente a todo aquel que osara mirar la carátula.
-Les presento a Fito. Es la sensación en el Cono Sur –sentenció el líder.
Sacó el cd de El amor después del amor del estuche y lo puso a sonar en la gigantesca nave milenaria de Han Solo.
De inmediato, yo quedé fascinado con la canción que abre el álbum y que le da el nombre a todo el trabajo discográfico. No comprendía su letra, pero me gustaron sus juegos de palabras. También había quedado hipnotizado con la voz de Fito, acompasada con los coros tipo Gospel que le hacía Fabiana Cantilo. Luego vinieron los aires circenses de Circo Beat y el piano en pleno de Mariposa Technicolor se apoderó de esa playa del caribe colombiano y nos puso alucinar sanamente, mientras los movimientos de las manos de Fito, tocando su piano, parecían acompañados por el lento crepitar de los leños al rojo vivo y de los largos brazos de las palmeras que no parecían moverse por los vientos provenientes de Cuba y de las antillas mayores y menores, sino por la magia que se desprendía de la nave manejada por Chewbacca y su viejo amigo Han, al son de Páez.
El amor después del amor, tal vez,
se parezca a este rayo de sol
y ahora que busqué
y ahora que encontré
el perfume que lleva al dolor
en la esencia de las almas
dice toda religión
para mí que es el amor
después del amor.
Cuando regresé a Medellín de mis vacaciones, de inmediato me compré a Tercer Mundo, El amor después del amor y a Circo Beat. Mi cuarto comenzó a llenarse con los decibeles de mi reproductor de cd, con los pianos de Fito, alternado con los Greatest Hits de Queen y el Album Blanco de The Beatles. Al principio a mis padres, les costó adaptarse a esta nueva revolución musical, que partía de mi habitación e inundaba toda la soberanía de nuestro apartamento, ubicado cerca de la Avenida de las Vegas, en la parte baja del barrio El Poblado.
Mis padres nacieron en los 50. Eran de esa generación que escuchó febrilmente a Leonardo Favio, Palito Ortega, Ana y Jaime, Enrique Guzmán, Leo Dan y a Facundo Cabral.
No entendían las letras de Fito, ni de Mercury, ni de Lennon y McCartney. No comprendían canciones alucinantes y geniales como Tumbas de la gloria, no apreciaban el arrevesado y loco lenguaje de Cadáver exquisito. No disfrutaban el sui generis piano de Un vestido y un amor. Me decían muchas veces que los vecinos se iban a quejar con esa música tan estridente que se desprendía de las ventanas de mi cuarto y que comenzaba apoderarse de los pasillos y corredores de todo el edificio de apartamentos.
Pero lo cierto, es que hice de la música de Fito Páez, algo mío. Junto a Serrat, The Beatles, Bob Dylan y Soda Stereo, las composiciones del cantautor de Rosario, me acompañaron durante toda mi escuela secundaria en el Colegio Colombo Británico. Fue mi compañero fiel, mientras a mis quince años, emprendía cansado todos los ejercicios algebraicos de la factorización, propuestos por Baldor, ese genio cubano de los números que fue el terror de muchos adolescentes colombianos de mi generación y también de mis padres cuando también estuvieron enfrascados en esos menesteres matemáticos en los años 60.
Tiempo después, a mis 17 años, el Euforia de Fito me acompañó mientras escribía ensayos sobre García Márquez, o mientras leía a Elsa Morante o cuando me horrorizaba con todas las cruentas torturas estalinistas, descritas por Aleksandr Solzhenitsyn en su Primer círculo y en Archipiélago Gulag.
Después vinieron los estudios de periodismo, al compás de Abre, al calor de las guitarreadas en la terraza de un amigo que vivía cerca de colegio Calasanz, en la que montábamos desafinados covers de las canciones de Fito. Contentos entonábamos sus canciones, mientras los vecinos de mi compañero del colegio, nos mandaban a callar porque no los dejábamos dormir.
En 2004, nos fuimos todos los compañeros del colegio al concierto del cantante rosarino en el Atanasio Girardot. Ya éramos muchachos universitarios. Las graderías del estadio estaban a reventar. Luego de algunos teloneros, después de la espera, salió el flaco con toda su banda y nos puso a vibrar con todas sus canciones. Cantamos abrazados, y a todo pulmón, con nuestras gargantas desgarradas todas sus composiciones. Su piano se oía como el rugir de un Millenium Falcon en todo el occidente de Medellín.
Abren sexos en tu piel
abren cofres si querés
abre el fuego si cantás
abre el mundo una vez más…
Fito Paéz hace parte de mi banda sonora personal, la de toda mi vida. Ahora radicado en Missouri, en los Estados Unidos, felizmente casado y con nuestro niño de 3 años, cuando manejo mi carro con mi esposa haciendo ella de copiloto, como si se tratase de la cápsula que maneja el padre de los Jetson, nos acompañan los acordes de El mundo cabe en una canción. Los otros cds de Fito están en Medellín. Solo nos restar esperar 4 meses para que mis padres me los traigan cuando nos visiten pronto en estas vegas arboladas cercanas al majestuoso río Missouri, vehículo hídrico de la peregrinación que llevó a Lewis y Clark a explorar la geografía de medio Estados Unidos a través de su lomo torrentoso.
Algunos de nosotros conocemos a Fito como cantante, compositor, pianista, también lo apreciamos como director de cine y guionista. Hace poco, Fito publicó La puta diabla, su primera incursión como novelista. Se trata de un texto que atrapa a los lectores de principio a fin. Diría que es un trabajo novelístico muy autobiográfico. Allí vemos la vida de un artista, de la curiosa relación que se establece entre él y sus fans. Se detalla la vida frenética orquestada por conciertos, presentaciones. También lo que pasa entre bastidores. Al leerlo, se me antoja que es como leer el guión de un filme. En medio de un tono descriptivo, atinado, con ciertos visos psicodélicos, como si leyéramos el guión de una de sus películas, Páez nos sumerge en medio de los ambientes sórdidos de la Buenos Aires cosmopolita. Es la misma Buenos Aires sórdida de Rey sol. Las descripciones de Fito de los lugares en los que transita su decadente personaje rumbo a su infierno personal, están acompañadas de cierto lenguaje cinematográfico, en la mejor tradición de las palabras empleadas por Albert Camus en El extranjero, ya que al leer la obra cumbre del autor argelino, es como si estuviéramos viendo un filme, cuando ilustra la extrañeza de su protagonista en esa novela. La rica descripción de los parajes urbanos de la capital argentina, en medio del peregrinar del protagonista creado por Páez, me recordaron a las sórdidas descripciones de autores naturalistas o realistas como Federico Gamboa en Santa o algunas novelas del gran Émile Zola. Fito se lanzó al ruedo y se animó a escribir esta novela, esta locura de la creación. Ojalá no sea su primer y único trabajo novelístico. Ojalá se animé a emprender la escritura de una nueva novela.
Fito Paéz es un narrador genuino de historias urbanas. Su discografía y filmografía dan cuenta de ello. Su novela confirma esta aseveración. Fito Páez hace parte de la banda sonora de mi generación. Aún recuerdo su música mezclada por los movimientos de una luna llena, arañando el mar, y entronizada en el firmamento del Golfo de Morrosquillo, en medio de una playa en Conveñas, con el calor tropical del caribe colombiano.
Furioso pétalo de sal
la misma calle, el mismo bar
nada te importa en la ciudad si nadie espera
ella se vuelva carmesí
no se si es Baires o Madrid
nada te importa en la ciudad si nadie espera
y no es tan trágico mi amor
es este sueño, es este sol
que ayer pareció tan extraño
o al menos tus labios….
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*Juan Manuel Zuluaga Robledo es comunicador social y periodista colombiano de la Universidad Pontificia Bolivariana, y Magíster en Ciencias Políticas de la misma universidad. Obtuvo una Maestría en Arte y Literatura por Illinois State University. Actualmente cursa un doctorado en Literatura Latinoamericana en University of Missouri. Trabajó como periodista en Vivir en El Poblado en la ciudad de Medellín y dirige la publicación literaria www.revistacronopio.com
Hola Juan Manuel:
Me ha dado tanto gusto tener la oportunidad de conocerte a través de tu artículo. He de confesarte que yo crecí con la música de Palito y Guzmán!!! Así que probablemente te seré de la edad de tus padres!!! Cortez y Cabral describen mis valores, Han Solo fue el capitan de mi adolecencia; Mocedades, Trigo Limpio y Emanuel iluminaron mis años universitarios. Ahora comprendo tu entusiasmo al comentarte que mi artículo saldría en la misma edición que Fito.
Es todo un placer el conocerte un poquito más…
Me atrajo la obra de Fito, pero me identifique con tu composición..
Feliz 2016 y un cosejo de abuelita, disfruta a tu pequeñito…crecen muy rápido….
Rocío