DE LA LOCURA DEL INGENIOSO HIDALGO
Por: Carlos Andrés Roldán Sánchez
Habiendo dado Don Quijote su espíritu, o Alonso Quijano el Bueno, como así lo pidiese el hidalgo en su postrera hora, pronto se regó la noticia del fatal suceso.
Quienes en su momento habían seguido asiduamente la lectura, tan desdeñada y renegada por Don Alonso Quijano el cuerdo, de las historias que se compusieron por ahí sobre ‘las hazañas de Don Quijote de la Mancha’, no escatimaron en reproducirlas y contarlas, de mil y diversas formas a sus amigos, vecinos, foráneos, comensales, parroquianos, lugareños, hijos, sobrinos, nietos, sobrios, ebrios, cuerdos, locos, sabios, ignorantes, cultos, vulgares, conservadores, libertinos, trabajadores, bohemios, críticos, lisonjeros, ricos, nobles, pobres, lacayos, eclesiásticos, legos, buenos, malos, valientes y cobardes, rudos y flojos, hombres y mujeres, en todas las lenguas, de diez en diez generaciones.
Lo cierto de todo, es que estas historias de la Mancha fueron inspiración fabulosa de numerosas creaciones hechas por los más empinados espíritus humanos. Del genio y figura de Don Quijote, el de la Mancha, como musa eterna, se elaboraron cuentos, leyendas, poesías, novelas, grabados, pinturas, dibujos, caricaturas, bustos, museos, colecciones, álbumes, efigies, vestidos, libretos, canciones, sonetos, operetas, zarzuelas, historias mil y mil historias.
Tales fueron y tan numerosas las herencias del Quijote, que en el tiempo se ha perdido el juicio de mirar con sensatez la locura de Don Quijano, la flacura de su rocino, lo aldeana de Dulcinea, lo molino de los gigantes, lo rebaño de las tropas, lo ventero del castellano, la venta que era el castillo, lo ramera de las Doncellas, lo maltrecho de su gallardía, lo improvisado de su armadura, lo vetusto de sus armas, lo incompleto de su dentadura, la tercería aunque fidelidad de su escudero, lo ficticio de sus batallas, la sinrazón de sus sinrazones y sin contar toda la historia, lo Quijano de su Quijote. Por raros y extraños motivos pasó de fama en fama Don Alonso Quijano, que como de loco se nombrase, valeroso Don Quijote de la Mancha.
Para pasar a la historia a Don Alonso solo le bastase ser «loco». Es bien sabido y dicho que del normal y del cuerdo, poco se dice y se dijo; que hasta esto de ser «bien loco» o bien raro ha dado origen a psicológicas disciplinas con doctores y todo, con tratamientos y medicina, clínicas y auspicios. Que Don Freud, sus estudiosos y adversos, son los Cervantes sin humor de numerosos «de la Mancha». ¡Que ironía para los griegos! que su psiqué, poseedora de las más álgidas ideas, partícipe de lo uno y lo bueno como diría el buen Plotino, infusión del Todopoderoso en la razón de Tomás de Aquino, se convirtiera después del Quijote en hacedora y posadera de los más grandes disparates, que como del Quijote diría Cervantes, «se le secó el cerebro… le pareció convenible y necesario, hacerse caballero andante».
Ha de parecer que la locura que hubo tenido Don Alonso fue el semblante más humano que «el de la triste figura» hizo épico y moral. Son obras de Don Quijote la valentía y templanza, el esfuerzo y perseverancia, la amistad y honradez, la fidelidad y bondad, la nobleza e hidalguía, la rectitud y probidad, la honestidad y virtud, el deber y la norma. Al mejor estilo de Kant, universales son sus empresas, categóricos sus juicios, a priori y sintético su ideal.
He aquí la más de las herencias que al hombre en su complejidad pudo dejar en el lecho el gran Quijote de la Mancha: la locura de los hombres, que en forma de caballeros andantes, con escuderos y enamoradas, al galope de Rocinantes, con escudos, lanzas y espadas, siguen tomando por suyas, las campañas más insultantes, de vencer caballeros ficticios, de ver en molinos a gigantes, de recitar grandes y sabias máximas, de ser guerreros sin causa, con banderas y estandartes.
Y no hay que juzgar a la historia por esto y al mismo Hidalgo menos. Como diría él a Don Álvaro Tarfe al regresar a su aldea: «No sé si soy bueno, pero sé decir que no soy el malo». Por eso, de loco en loco, se ha construido la historia desde aquél u otro «lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”.
Bien recibida sea la herencia que nos ha dejado el Quijote. Es de juzgar con juicio sereno si las proezas del Ingenioso son del todo cosas de loco. Si Aristóteles, a quién debemos una no menos vasta herencia, en su cordura y con el pleno uso de sus facultades mentales pensó en su «motor inmóvil», su «éter», su «tábula rasa», su «topós uranós», su «materia y forma», su «Kínesis» y «metabolé», sus siete planetas y su loable «lógica», reuniendo memorables trabajos que a razón de su profesión le organizare su póstumo escudero Don Andrónico de Rodas y si además, con no menos fidelidad, se inspirasen los otros más trabajos del Angélico doctor ¿por qué juzgar entonces locura de Don Quijote sus órdenes caballerescas, castillos, Doncellas y gigantes?. Si unas cosas inspiraron la razón, las del Valeroso fueron todas sus razones.
Solo es necesario pensar y luego ser para entender lo loco y lo poco cuerdo que Don Quijote se encontraba. Pero sería poco noble llamar entonces «locos» a su gran número de herederos. Se llamarán Ingeniosas y nobles sus proezas. Que si Descartes osó ver planos numéricos en el mundo, torbellinos y diablillos, «res cógita» y » res extensa» y hasta el alma en la silla turca, digno de ser caballero heredero de la orden de Don Quijote sea Don René racionalista fundador.
No con menos nobleza de origen ha de ser el ilustre Newton, quien leyendo a Don Galileo Galilei, a Copérnico y sus teorías, escribió como ‘Principia Mathematica’ la explicación bajo «normas lógicas» de cuanto acaece en el mundo observable, desde la caída de una manzana hasta el movimiento de los planetas.
No han sido faltos de escuderos fieles estos nobles caballeros de la razón. Grandes academias que enseñan sus hermosas y gallardas leyes para usar y aplicar en todo el universo y servir de explicación a las realidades terrenales. Sus escuderos, seguidores de la campaña, también se sientan a discutir y señalar cuando sus señores se han equivocado como lo hiciere el fiel Sancho cuando, al percatarse de la visión en curso, amonestó al Quijote al ver que no eran hombres sino ovejas, no gigantes sino molinos.
Tales son las discusiones de estos escuderos de la razón o la locura que traen a la memoria las que de antaño fueren de Sancho y el escudero de «el caballero del Bosque» sobre cuál de sus amos era el mejor o cuál más loco.
Que así como fuese insulto, reto y agravio para el Hidalgo el que negasen la incomparable hermosura de su Dulcinea del Toboso, miedo nos ha de poseer el negar la valerosa tarea de los grandes caballeros que a la muerte de Quijano heredaron a Quijote; desde Descartes a Newton, Galileo, Don Copérnico, kepler, Halley y otros tantos como Dalton, Einstein, Heisenberg y Hawking. Que si a estos y a sus leyes los acompañan las comprobaciones de sus acertadas teorías, las majestuosas creaciones y descubrimientos hechos, que no se niegue tampoco que el Quijote tuvo método: el aprendido de los bien leídos libros de caballería.
Y sea la comprobación de sus grandes hazañas, para quienes son más empiristas, las incontables cicatrices, moretones, costillas rotas, los porrazos y faltantes molares que de sus aventuras cuenta su maltrecho cuerpo. Que no se diga que no son ciertas las batallas y sus respectivas evidencias.
En todos los menesteres hizo de inspiración la «locura» del Quijote. Enciclopédico y universal fue su pensamiento. En cuestiones de política y gobierno el Quijote entregó gran inspiración, que de llamársele «loco», se caerían los mejores gobiernos y las nobles causas que de ellos se recita, pelea y defiende. Don Alonso Quijano legitima su misión bajo la orden del «castellano», por quien recogerá los más preciosos bienes y defenderá su castillo alcanzando su eficacia para prometer a sus doncellas colmarlas de presentes y apellido.
A su estimado Sancho, le ha prometido el gobierno de una ínsula y que como le dijere el escudero del “caballero del Bosque”: «no son de buena data: los hay torcidos, algunos pobres, algunos melancólicos, y finalmente, el más erguido y bien dispuesto, trae consigo una pesada carga de pensamientos y de incomodidades, que pone sobre sus hombros al desdichado que le cupo en suerte».
Han sabido los hombres del poder heredar también esta tremenda «locura». Fuese Don Quijote en aquel tiempo prometedor persuasivo a su escudero del gobierno de una ínsula. Sancho aseguró saber gobernarla por grande que fuera. ¿Qué «locura» podría ser tan conocido suceso? Llamar «loco» a Don Quijote y de una vez a Sancho, será también juzgar con igual juicio el mismo arte del gobernar. Bajo el mismo veredicto caerían los que de manos del escudero han devenido gobierno.
De pesada carga de pensamientos y de incomodidades al gobernar da fe Don Voltaire al escribir en sus cartas filosóficas sobre el gobierno de Inglaterra: que esta ínsula ha sido gobernada como esclava de los romanos, los sajones, los daneses y los franceses y que no es de ufanarse y mostrarse orgulloso de poseer un Parlamento, idea genuina de otros «locos» como lo son los Bárbaros que saquearon varias veces a Francia, Italia y España y que ahora, en el Parlamento, prometen libertad a sus ciudadanos.
El escudero del caballero del Bosque también le hizo mejor y sabia propuesta a Sancho a cambio de seguir sirviendo a su «loco» señor: «harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas, y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos cazando o pescando: ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo, a quien le falte un rocín y un par de galgos y una caña de pescar, con qué entretenerse en su aldea?».
¿Quién negaría entonces que no es de la Mancha la herencia al ver lo que también escribiere Don Voltaire sobre la vida en Francia comparado con la propuesta de «el del Bosque» a Sancho?: «el campesino no tiene magullados los pies por los zuecos, come pan blanco, está bien vestido, no teme aumentar el número de su ganado ni cubrir su techo con tejas, por miedo a que le aumenten los impuestos al año siguiente… no desdeñan cultivar la tierra que les ha enriquecido y en la que viven felices y libres».
Y es que en cuestiones de gobierno, a la «razón de Estado» y »Voluntad General» que así llamara otro francés como lo fue el ilustre Don Rousseau, no es ajena esta agónica herencia de «locura» contada en la historia de las aventuras del Quijote y su fiel escudero. Juzguen los de mejor juicio si ¿es menos alocado ver en el Estado la figura de un Leviatán marino como el de Hobbes que se alza contra sus creadores, que ver en los molinos colosales gigantes ya advertidos en los leídos libros de caballeros? ¡No son más pensable las procesiones del poder dividido en tres por Montesqueau, que las tropas enemigas de ovejas a las que enfurecido Don Quijote arremetía con su lanza! Es lo que se ha llamado soberanía en el arte de gobernar, lo que en el Quijote fue valentía y «Razón de Estado” lo que en el hombre de la triste figura fue total y entera fidelidad a las reglas de los caballeros andantes.
No fue caballero Don Quijote hasta no ser ordenado y legítimo de un poder mayor que el de él. Fue así como pidió con sincera humildad la orden de un ventero que viera como castellano quien asombrado por su desfachatez, procedió con el ritual. Quiso Don Quijote dar razón a su aventura y objetivo a sus victorias y nada mejor que ya siendo caballero, por vocación y designio, entregar sus trofeos a un noble merecedor. Empresa parecida han hecho la naciones, que al configurarse, se han consagrado al buen derecho, inspiración de las «Duodecim Tabularium Lege», de romana procedencia, y que a la libertad dan orden en espléndidas figuras como la que engalana un Arturo y la mesa redonda, un Napoleón, un Bolívar o cualquiera de los «locos» Quijotes que han dotado de sentido las batallas.
Magna la herencia que de la Mancha nos queda. Parece que gobernar es cosa difícil tal cual se advirtió en el coloquio de los escuderos. No por esto Don Quijote no ha dejado recomendar a Sancho unos buenos consejos y otras más indicaciones que versan así: «lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas caer como algunos hacen, a quienes su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos… no andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y la flojedad no está debajo de la socarronería, como se juzgó en la de Julio César… no comas ajos y cebollas, que no saquen por el olor tu villanería». ¡Gobernar es cosa difícil, pero se puede!
Así es como el Quijote y su triste figura han pasado por la historia que le siguiese de la suya y que otros han llamado «historia universal». También han pasado sus más universales razones que en batallas y temores, bien libró Don Quijote. Que más entregó de herencia el Ingenioso loco, que Don Alonso Quijano en su paupérrimo testamento donde reconociendo su locura, junto a él sus más cercanos, el escribano y el cura, no igualó las aventuras que se heredasen del Hidalgo.
En esta Historia universal que al desenvolverse el «Espíritu Absoluto», como lo dirá el señor Hegel, en dialéctica dinámica se contiene lo que fue de Don Alonso su más perenne locura. Alonso Quijano, hombre dialéctico, «loco» y cuerdo, determínaselo en la fama de la historia por lo loco, luego en la cama lo cuerdo. La síntesis de sus contrarios y adversos no son más que la descripción de los hombres herederos. ¡Materialista sea el sensato!, cual Marx y sus escuderos, que llegase a afirmar que lo cuerdo triunfa en los herederos. Es bien sabido, que de locos todos tendrán un poco, pero no sabemos qué cosas son traídas de los cabellos.
Entre las mil fantasías del Hidalgo como lo son los gigantes, moros, Doncellas capturadas, encantadores que transfiguran, batallas con caballeros, reinos lejanos y tropas de carneros, se contarán también las hazañas de los más ilustres caballeros, que en sus sensatas batallas e inventos, se dirá que están muy cuerdos. Del pensamiento del Quijote heredaron otros hombres no con menos quijotescas hazañas. Por mencionar nombro algunas: Las mónadas de Leibniz, las antinomias de la razón del ilustre Kant, los agujeros negros, las antipartículas, el big-bang, la libido, la curvatura en el espacio-tiempo, la gravedad, las dimensiones, el principio de entropía, los fotones, la física cuántica. Todas estas hazañas con descripciones pero en el fondo, inciertas para los más empiristas. Son herencias del Quijote no por falsas o falsables al buen estilo de Popper, sino por ser tan humanas y no saber si han sido hechas por Quijanos o Quijotes.
Sin saber de la locura mayor cosa que su existencia, por esto del Quijote es la más grande herencia. Que si él ocasionó las mejores proezas de los hombres, es menester de los hombres reclamar su inocencia. Grandes historias ficticias, también salen de esta herencia. También cuentos, novelas y artes allí tienen procedencia, sin saber si son de locos o de la más leal conciencia.
Ya sabía Cervantes que al escribir sobre el Quijote en su memorable epitafio, escribiría la verdad sobre todos los hombres:
«yace aquí el Hidalgo fuerte Que a tanto extremo llegó De valiente, que se advierte Que la muerte no triunfó De su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco del mundo en tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco».
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* Carlos Andrés Roldán Sánchez es licenciado en filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana y profesor de la misma universidad.