ETIMOLOGÍAS PARA EL CUERPO
Por Gonzalo Soto Posada*
Desde nuestro contacto con ‘Las Etimologías’ de Isidoro de Sevilla siempre nos han apasionado, provocado e incitado las etimologías. Si bien es cierto que la etimología de una palabra siempre es incierta y no resuelve el problema de su significado, coincidimos con Isidoro cuando piensa que «su conocimiento y uso muchas veces es necesario, porque, si sabes de dónde procede un nombre, conoces mucho antes toda la fuerza del vocablo. Pues es mucho más fácil el conocimiento del objeto, conocida la etimología de su nombre».
La etimología, pues, nos da a conocer la fuerza de la palabra. Hagamos el ejercicio con medicina y hospital. Medicina, según el profesor Tomás Cadavid Restrepo, se deriva de ‘medicor–ari’: curar. De ahí su conclusión: ciencia y arte de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano. Isidoro de Sevilla, en cambio, hace otro ejercicio hermenéutico: medicina deriva su nombre de medida (modus), es decir, de la moderación; con ello el Hispalense lo que quiere plantear es que la templanza en el tratamiento de las enfermedades es la condición de la restauración de la salud, pues el beber pócimas y antídotos en exceso, acarrea más enfermedades: «la consecuencia de todo exceso no es la salud, sino el peligro de la misma». De ahí que la finalidad de la medicina sea proteger y restaurar la salud del cuerpo.
Los profesores Raimundo de Miguel y el marqués de Morante, por otro camino, la derivan de ‘medeor–eri’: medicinar, curar, cuidar, ser bueno contra, servir de remedio, remediar, reparar, aliviar. Los mismos autores derivan ‘medeor–eri’ del griego ‘médo’ o ‘medéo’ que significa gobernar . Consultado el ‘Greek-English Lexicon’ de Henry George Liddell y Robert Scout hallamos que ‘médo’ significa proteger, gobernar, reglar, dirigir, mandar, imperar, proveer, surtir, proporcionar, atender, cuidar. El profesor M. Rodríguez–Navas, además de derivarla de ‘medeor’ = curar, la deriva también del griego ‘medesthai’ con el significado de tener cuidado, asistir. Una expresión de Cicerón nos resume muy bien todas estas posibilidades etimológicas: «la prudencia es el arte de la vida, como la medicina es el arte de curar, y el pilotaje el arte de gobernar una nave».
Poco importa cuál de las etimologías sea la verdadera, imposible saberlo. Son ejercicios hermenéuticos, y como tales, ciertos y fundados puesto que dan razones de su por qué y de su derivación etimológica. Pero de este ejercicio hermenéutico resulta algo claro: la medicina cura en cuanto atiende, cuida, protege, sirve, asiste; es decir, más que el curar su sentido es el cuidar y tener cuidado; es lo que significa también la ‘epimeleia’ y su verbo ‘epimeleisthai’: cuidado, solicitud, dedicación, atención, diligencia, dirección, gobierno; sustantivos que conjugan su respectivo verbo y dan como resultado: cuidar, preocuparse, estar encargado de, estar al frente de, tener a su cargo, cultivar, aplicarse, dedicarse, cuidar con todo cuidado; es decir, servir. Así, la etimología nos dice que ser médico es ser servidor de la humanidad en su experiencia límite del dolor y la enfermedad.
Pasemos ahora a hospital. El ya citado profesor Tomás Cadavid Restrepo lo hace derivar de ‘hospes–tis’, huésped y concluye: casa para la curación gratuita de los enfermos. El hispalensis hace la siguiente etimología de ‘hospes’: así llamado, porque introduce el pie tras la puerta (ostium). El hospes o huésped es el que encuentra la puerta abierta, fácil y acogedora, de ahí que se hable de un hombre hospitalario. Si unimos ambas etimologías resulta que el hospital es el lugar abierto, fácil y acogedor para la curación gratuita de los enfermos. Oigamos de nuevo a Isidoro: cuando Antíoco asediaba Jerusalén, Hircano, príncipe de los judíos, abriendo el sepulcro de David extrajo de él 3.000 talentos de oro y entregó 300 a Antíoco para que levantara el cerco de la ciudad. Y para quitar toda sospecha a su acción se dice que, con el dinero restante, fue el primero que abrió un hospital en donde tuvieran cobijo los pobres y los peregrinos. ‘Xenodojeíon’, pasado del griego al latín, significa asilo de peregrinos. El lugar en el que encuentran albergue los enfermos recogidos por las calles se denomina en griego ‘nosokomeíon’. En él son atendidos los pobres e infelices, consumidos por las enfermedades y el hambre.
Esta reflexión isidoriana nos lleva a nosocomio; su etimología no es otra que ‘nósos’, enfermedad y ‘koméoo’, cuidar. Es el hospital como lugar donde se cuida la enfermedad. ‘Nósos’ es enfermedad, epidemia, demencia, locura, pus, mal, desgracia, sufrimiento, vicio, falta, pasión; ‘Koméoo’ es cuidar, alimentar, educar, introducir, llevar a lugar seguro, recoger, salvar, conducir, transportar, llevar, acoger, dar hospitalidad.
Las etimologías hechas nos revelan que el hospital es el lugar que acoge y da hospitalidad al que padece de males y enfermedades, y que este lugar, por ser hospitalidad, es gratuidad en su sentido de donación y servicio, sin descuidar el correcto manejo de lo económico como medio para dicha gratuidad servicial. Este ejercicio hermenéutico sirve para que se desenmascaren los perversos usos de lo que en sus orígenes significó hospitalidad, convertida no en acogida ni donación, sino, para decirlo con paremias, en: Interés cuánto valés. El amor y el interés comen juntos en un plato; el amor come por horas y el interés a cada rato. Por dinero baila el perro y por el oro amo y todo. El dinero gobierna el mundo. Poderoso caballero es don dinero.
Al acercarnos a este pensador medieval lo hacemos, no con una intención arqueológica de erudición y meros datos de paleógrafo, sino para hacerlo resonar en el aquí y ahora de nuestra situación. Isidoro consagra el libro IV de sus Etimologías a la medicina; no aparece para nada la idea de posesión diabólica ni exorcismo. En cambio, sí aparece la tesis de la medicina como ejercicio del ‘modus’, que es su etimología de medicina, ya comentada.
‘Modus’ es límite, moderación, equilibrio, evitar el exceso y el defecto, proporción, unidad de contrarios, medida, cadencia, templanza, cantidad razonable, consonancia, armonía. El santo ya lo sabía por sus contactos con el poeta latino Horacio: «est modus in rebus: sunt certi et denique fines quos ultra citraque nequit consistere recto» todas las cosas tienen su medida y proporción. Los fines de todas ellas están determinados, de modo que su rectitud no puede estar más allá o más acá de este límite justo. Su estimado Agustín es un modelo para pensar este ‘modus’.
En su De vita beata, Agustín lo determina como templanza y frugalidad. Cicerón le sirve al nacido en Tagaste y luego obispo de Hipona, para determinar la esencia del ‘modus’: cada quien elija como quiera. Por mi parte, yo juzgo que la frugalidad, esto es, la moderación y la templanza, es la más excelsa de las virtudes. Y agrega Agustín: La moderación proviene de ‘modus’ y la templanza de ‘temperies’. ‘Modus’ significa medida, límite conveniente. ‘Temperies’ es justa proporción, equilibrio. Donde hay medida y proporción no hay exceso ni defecto, nada sobra ni falta. Aquí está la plenitud.
En definitiva, el ‘modus’ es el célebre «nada en demasía». Este «nada en demasía» es proverbial en la reflexión filosófico médica griega y cristiana. Desde los sabios de la Grecia antigua, pasando por los presocráticos, siguiendo con Platón, Aristóteles, estoicos y Padres de la Iglesia, es una máxima que se repite como ideal del saber vivir bien: «ne quid nimis, in medio stat virtus», nada en demasía, la virtud está en el medio. Isidoro la aplica a la medicina: el nombre de medicina parece que viene ‘a modo’, de medida, templanza, pues no se emplea de una vez, sino poco a poco, pues la naturaleza sufre con lo mucho y se goza con lo mediano, de donde resulta que los que beben o toman antídotos y medicinas en cantidad suelen padecer enfermedades, pues todo exceso lleva consigo no salud, sino peligro.
Este sentido del ‘modus’ tiene que ver con los remedios, la comida, la bebida, el modo de vestir, lo que defienda y proteja el cuerpo contra las heridas y agentes exteriores. Sólo por este ‘modus’ se protege y restaura la salud. Es, según Isidoro, lo que hacía Hipócrates y su escuela lógica de medicina: la conveniencia como moderación tiene que ver con la edad, región y síntomas de la enfermedad, indagando por sus causas. De ahí su definición de la salud: la salud es la integridad del cuerpo y templanza de la naturaleza, proveniente de lo cálido y lo húmedo, que es la sangre, de donde se llama ‘sanitas’, como si dijéramos estado de la sangre, ‘sanguinis status’. Esta integridad y templanza se logra por la mezcla bien balanceada de los cuatro humores: todas las enfermedades nacen de los cuatro humores del hombre, a saber: sangre, hiel, melancolía y flema. Ellos rigen la salud y de ellos proviene la enfermedad, pues cuando alguno de estos elementos aumenta más de lo natural produce una enfermedad.
Poco importa lo de los humores, es la racionalidad de la época; lo que sí importa es que todos los elementos que conforman la naturaleza humana deben estar balanceados y proporcionados para que se dé la salud; de lo contrario, viene la enfermedad. Armonía, proporción, mezcla adecuada, evitando excesos y defectos, tanto en la estructura del cuerpo como en la aplicación de medicamentos, es la regla de oro de la medicina. De ahí los axiomas isidorianos: «contraria contrariis curantur, simila similibus curantur», lo contrario con lo contrario se cura, lo similar con lo smilar.
El medicamento y sus propiedades, la enfermedad y sus síntomas deben ponerse en relación de armonía proporcionada para que la curación sea adecuada y conveniente y estar así a la altura de las circunstancias en forma kairológica, oportuna y pertinente; estos mismos axiomas valen para los alimentos: los cuerpos de los niños y jóvenes así como los cuerpos de los hombres y mujeres de edad perfecta tienen mucho calor interior, lo que hace que sea dañoso en estas edades tomar comidas que aumenten el calor; lo saludable son las comidas que tengan frío; los ancianos, en cambio, cuya naturaleza es fría y su humor flemático en abundancia, deben ingerir comidas y bebidas que engendren calor, como los vinos viejos.
Esta relación de armonía también vale para las hierbas, plantas, animales y minerales y sus propiedades curativas: éstas deben corresponderse con las propiedades de las enfermedades para que la curación sea efectiva. Esta moderación de la medicina la convierte en «una segunda filosofía». El santo ha definido al filósofo como «el que tiene la ciencia de las cosas divinas y humanas y observa las reglas del vivir bien». La idea del saber vivir bien como exigencia filosófica remite a la ética, la física y la lógica, como partes del quehacer filosófico; la ética se ocupa de las costumbres, la lógica aplica la razón a la naturaleza y las costumbres y la física se las ven con la naturaleza; si el médico debe ser filósofo no puede dejar de lado la física, la ética y la lógica; su ciencia y arte en tanto ejercicio filosófico tiene que arreglárselas con la verdad de la naturaleza, la verdad de la vida buena y la verdad de la proposiciones. En todo ello debe brillar el ‘to métron’, la medida, como ejercicio del ‘modus’ en tanto integridad armoniosa, conveniente y proporcionada entre su vida y su saber médico.
El libro XI de La Etimologías está consagrado al hombre y los monstruos. Allí expone el agudo etimologista sus concepciones anatómicas. Comencemos con ‘caput’, cabeza: la parte más principal del cuerpo es la cabeza, y se le da este nombre (caput) porque en ella ‘capiunt initium’, tienen su origen, todos los sentidos y nervios del cuerpo y porque en la cabeza está la causa de la vida del ser. Allí están todos los sentidos; y es la más genuina representación del alma.
Si pasamos a ‘facies’, rostro, la etimología no deja de asombrar: facies (rostro) viene ‘ab effigie’. En él aparece lo que es el hombre y por él se viene al conocimiento de las personas.
La ‘os’, boca, recibe esta explicación: así se dice porque es como puerta (ostium) por donde entra la comida y salen los esputos, o porque entra la comida y sale la conversación, las palabras.
‘Manus’, mano, se llama así porque tiene ‘munus’, el servicio de todo el cuerpo.
‘Mamillae’, mamas, reciben este nombre por su redondez, como diminutivo de ‘malae’, manzana.‘Ubera-ubre’, se dice así porque es abundante, ‘uberta’, en leche; o porque es ‘uvida’, es decir, destila el humor de la leche, como uva madura y llena.
Los ‘testiculi’, testículos se llaman así ‘a testibus’ (testigos), cuyo número empieza con dos .
Terminemos con corazón: ‘cor’ (corazón) viene de la palabra griega ‘kardia’, que significa cura, cuidado; en él está toda la solicitud y causa de la ciencia. Y está muy cerca del pulmón para que cuando se encienda en ira se atempere un poco por el humor del pulmón. Tiene dos arterias, de las cuales la de la izquierda tiene más sangre, y la de la derecha más espíritu, y por eso se consulta el pulso en el brazo derecho.
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* Gonzalo Soto Posada es filósofo, latinista y helenista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y doctor en Filosofía de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ha escrito varios libros y artículos de revista sobre paremias, etimologías y filosofía medieval.