LAS RAZONES DEL HIEROFANTE: MITO Y MISTERIO
Por Yidy Páez Casadiegos*
El acercamiento a la mitología griega nos conduce a los poetas, y los poetas a la religión. Tal vez a ese hecho se deba la forma abierta y más bien tolerante como se desarrollan e institucionalizan las prácticas religiosas en la Hélade. Los restos heteróclitos de tantas deidades (algunas foráneas) que le salen al paso al sorprendido visitante de la isla de Delos, por ejemplo, sugieren un tipo de relación con los dioses distinta al patrón de una ‘revelación’ divina administrada por sacerdotes. Aunque si bien la Teogonía fue una ‘revelación’ de las Musas, su receptor, Hesiodo, era un poeta. Pero, a pesar del poder evocador y entusiasta del ‘epos’ (canto), lo extraordinario del mito cantado, las sinuosidades que velan permanentemente la realidad de lo divino frente a la mirada perpleja, llena de preguntas al poeta y su auditorio. Por eso, la realidad básica del mito, es misteriosa.
Así se lo hizo saber Sócrates a Ion, quien acababa de ganar un premio de poesía en la Olimpiada: «El poeta es un ser alado, ligero y sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no le arrastra y le hace salir de sí mismo» (Platón, Ion o de la poesía 532c y 534b).
La religión olímpica es una creación de poetas. Su ingenio y sensibilidad crean una realidad discursiva a partir de la cual se construye un ritual y se le destina un espacio ‘sagrado’. Espacio abierto, público. Prácticamente, sin misterios. Hay una narrativa compartida por todos, y una tecnología ritual también abierta a la comprensión de todos los participantes. La deidad se encuentra ahí, visible, materializada por un ‘plastēs’ (escultor) sobre mármol o modelada sobre el bronce. De acuerdo con lo anterior, la religión olímpica es una institución pública.
De otra parte, la creación de los poetas es reinterpretada y administrada en otro tipo de ritual, a mi parecer mucho más complejo, y cuya ‘téchnē’ procura develar el misterio de lo divino. Me refiero a las religiones mistéricas, y en particular, al culto de Demeter y Perséfone. Contrario, al anterior, este sistema de creencias, se fundamenta en una liturgia privada, con una ‘tecnología’ del éxtasis secreta, que involucra un sacerdocio distinto, mas cerca al de los chamanes que a los ‘magistrados’ de la religión olímpica. En este sentido, este culto es una institución privada. A continuación expongo algunas inquietudes sobre este culto de las diosas, cuya importancia se refleja en su gran popularidad y vigencia, pues logró sobrevivir a la dominación romana (por lo menos hasta que los romanos se convirtieron al cristianismo y prohibieron y comenzaron a destruir sus templos).
Debido a su riqueza y profundidad, los mitos pueden ser interpretados y analizados, con diferentes recursos hermenéuticos (entre otros recursos); en particular, el abordaje etimológico me parece útil, a la hora de clarificar el sentido de algunos nombres y situaciones, y para organizar métodos y categorías de interpretación. Por ejemplo, para tratar de comprender lo ‘misterioso’ del culto eleusino.
La palabra mito viene del griego ‘mythos’; su raíz, ‘my’, es la misma del verbo ‘myō’, empleado para indicar la acción general de cerrar, en lo concerniente a los estímulos sensoriales (a la información proveniente del mundo externo); dicho de otra forma, cerrar los ojos, boca, oídos, etc. A su vez, la palabra ‘misterio’ (de ‘mysterion’), tiene la misma raíz my. De acuerdo con lo anterior, el mito trata de asuntos ‘cerrados’ a la experiencia cotidiana (puesto que trata de seres, lugares y situaciones extraordinarios). Lo misterioso es, por definición, lo que no está al alcance de nuestra percepción, aquello que parece ‘cerrarse’ a nuestra comprensión. Los cultos mistéricos, parecen corresponderse paradigmáticamente, con esta aproximación etimológica.
Pero, como ha pasado con muchas palabras griegas, la raíz my, por efectos de la diacronía, hace parte de una palabra, que también denota cierre de la sensorialidad, pero ya no para lo maravilloso, sino para una parte de la percepción ordinaria del mundo; me refiero a la palabra miopía: de ‘myō’, cerrar (estar cerrado o cerrarse) y ‘opos’, relativo a la visión: la condición oftálmica que conduce al enfermo de miopía, a cerrar los ojos para tratar de ver mejor.
El Himno homérico a Demeter, narra el rapto de su hija Perséfone, por el dios Hades. En una descripción bella y cargada de dramatismo, nos conduce al Hades (homónimo para el lugar a donde van las almas de los muertos) donde termina Perséfone convertida en la esposa del dios subterráneo. Mientras la joven está triste recordando a su madre, Demeter realiza un periplo complicado y angustioso buscando a su hija desaparecida, tras el cual termina en el palacio de Celeo y Metanira (los reyes de la ciudad de Eleusis). Allí, convertida a la forma humana, recibe la hospitalidad de palacio, con el usual ofrecimiento de vino, pero ella lo rechaza, y pide en su lugar una bebida llamada ‘cyceōn’. Luego, asume el papel de nodriza de Demofonte (el hijo menor de los reyes).
La diosa movida por un afecto creciente hacia el lactante real, decide hacerlo inmortal, para lo cual utiliza una ‘téchnē’ purificadora usando el fuego: todos los días, coloca durante unos momentos al niño sobre las llamas. Cuando su madre Metanira descubre a Demeter realizando el procedimiento lustral, creyéndolo en peligro de muerte, comienza a dar grandes voces, interrumpiendo de esta manera la operación de la diosa. Y de inmediato sucede algo extraordinario: Demeter retoma su forma divina e irradia una luz que atraviesa los muros palaciegos como un gigantesco resplandor. Antes de partir, la diosa ordena construir un templo para recordar tan magno acontecimiento, y promete regresar, cuando esté terminado, para dejar las instrucciones sobre cómo realizar su culto.
El mito de Demeter y Perséfone parece contener un código metafórico de las prácticas cultuales conocidas como misterios de Demeter. Al parecer, durante la realización de sus fiestas religiosas, en su mayor parte en el ‘telesterio’ (templo), los participantes recreaban en sí mismos el periplo de búsqueda de la diosa y el estado de ánimo de su hija, primero en el Hades, y luego, arriba, feliz, al encontrar a su madre.
Estas actividades mistéricas se realizaban en dos momentos: una etapa de preparación, denominada ‘mystheia’ (misterios menores), en la cual los aspirantes (mysthes) a iniciarse en los misterios, reciben la información codificada en el ‘mythos’ (Esta etapa se realizaba en el ‘Eleusinion’, templo de Demeter en Atenas, hacia el mes de marzo). Luego, tal vez a mediados de octubre, se iniciaban los misterios mayores, o ‘epopteia’. En un momento decisivo de la ceremonia iniciática, el ‘mysthes’ recibía del hierofante (sacerdote) dentro del ‘telesterio’ de Eleusis, una copa de ‘cyceōn’. Después de ingerida la sustancia, comienza una especie de ‘vuelo’ durante el cual, el iniciando revive en sí mismo todas las experiencias del ‘mythos’, culminando con la aparición de las diosas —epifania— y su visión por parte del iniciado, es decir, la ‘epopteia’. A partir de ese momento, el ‘mysthes’ se convierte en un ‘epoptēs’: el que ha visto; ahora es un iniciado en los misterios de Eleusis, como lo fue al parecer, Sócrates y su discípulo Platón (y otros filósofos, si hemos de creer a la doxografia).
En este culto se ha podido descubrir algo sorprendente, cuyo descubrimiento ha sido el punto de inflexión para el surgimiento de una nueva disciplina científica y una hipótesis etnorreligiosa. Un punto más a favor de quienes piensan que los mitos son una fuente siempre abierta a la indagación y a las sorpresas del encontrar.
El ‘cyceōn’, esa extraña bebida solicitada por la diosa en palacio, y tomada ritualmente por los ‘mysthes’ en el templo, guardaba un secreto de la mayor importancia para la ciencia. Al principio, se pensaba que era una sustancia compuesta de un cereal (centeno, trigo o cebada) a la cual se le agregaba miel y alguna hierba aromática. Pero luego, en una expedición arqueológica realizada hacia los años 40 —del siglo pasado— por Wasson, Hofmann y Ruck, apareció otro elemento en la composición del ‘cyceōn’. Se trataba del cornezuelo de centeno, un hongo que parasita las espigas de los cereales. Su análisis químico le reveló a Hofmann un ‘anillo’ que a partir de ese momento denomina LSD-25 (dietilamida de ácido lisérgico), y que ahora es prototipo de un taxón de sustancias psicotrópicas conocidas generalmente como «alucinógenos». Así quedaría explicada, desde un punto de vista farmacológico, la ‘epifanía’ de las diosas.
Pero, los autores del gran descubrimiento no consideraron al ‘cyceōn’ (o al cornezuelo de centeno en este contexto) un ‘alucinógeno’ creando, en cambio, el neologismo ‘enteogeno’ (de la preposicion griega en, «adentro»; theos, la «deidad», y genos (origen), que alude al «engendrar», «producir»: literalmente, dios-adentro) a partir de tres palabras griegas para aludir a su principal efecto y función; es decir, una sustancia, que al ser ingerida (en un contexto ritual), produce cambios en la actividad cerebral, que facilita la sensación–percepción de lo divino (una especie de experiencia mentalmente participativa, de fusión con la totalidad). Esa distinción me parece importante por sus implicaciones etnológicas, sanitarias y jurídicas. El contexto aquí (como en otros campos) hace la diferencia.
Cuando Wasson descubrió también que los hongos enteogénicos (y otro tipo de plantas productoras de sustancias análogas) están esparcidas prácticamente por todo el planeta, propuso una hipótesis acerca del origen de los dioses y las religiones, cuyo contenido se puede inferir fácilmente de su gran descubrimiento en Eleusis. Toda la información recogida en diferentes latitudes acerca de las sustancias enteógenas (incluida la ya clásica realizada en Mesoamérica, en la Sierra Mazateca), sirvió de corpus fundante de una nueva especialidad de la etnomedicina: la etnomicología.
A riesgo de parecer cursi, quiero agregar que las investigaciones de Wasson, no solo constituyen un modelo de disciplina, imaginación, rigor, etc., dignos del mayor reconocimiento, sino que a la vez, hacen parte o son también parte de una historia de amor, pues su micofilia fue un descubrimiento que hizo durante su luna de miel con una medica rusa, la Dra. Helena Petrovna con quien realizó y escribió la mayor parte de sus investigaciones.
Se me ocurre pensar que detrás de muchos grandes descubrimientos pareciera existir siempre algo ‘cerrado’ (como un laberinto para mencionar otra palabra mítica famosa) un ‘mythos’ que esperaba no solo ser leído–escuchado, sino re–actualizado en la intimidad, como cuando Teseo entró valientemente a su laberinto guiado por el hilo de Ariadna.
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* Yidy Páez Casadiegos es médico-cirujano. Magíster en Salud Mental, Ciencias Humanas y Sociales. Profesor del Departamento de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad del Norte (Barranquilla, Colombia). Miembro del grupo de Investigación: Arqueología, Historia y Estudios Urbanos del Caribe colombiano. Ha publicado: Cosmovisiones de la medicina: una aproximación crítico-hermenéutica. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 2008 y artículos sobre ética, psicoanálisis, epistemología e historia de la medicina. Al momento, tiene en revisión editorial los libros: “Ēthos-Epistēmē-Psychē: ensayos critico- hermenéuticos y “Epifanía y Etiología: ensayos sobre mito y religiosidad griega antigua.” Esta temática se trata in extenso en: Yidy Páez C, Epifania y etiología: ensayos sobre mito y religiosidad griega antigua (Barranquilla, Ediciones Uninorte, 2.010) [en revisión editorial].
A propósito de cerrar, y uno que nunca está del todo consciente al momento de cerrar la puerta… de la habitación, del baño, de la casa, del carro (jeje), del consultorio… no del todo conscientes que no hemos abandonado el laberinto de un Otro que no existe; me pregunto, y de paso le pregunto al autor, si el etimón myō en sus extensiones equivaldrían, o en todo caso si se puede intentar el aparejamiento, a la hipótesis del neurobiólogo colombiano R. Llinás de que el SNC es un fabricador de metáforas que no tiene problemas en prescindir de los estímulos sensoriales; y de aquí, preguntar por la fuerza de la oración en la experiencia religiosa de las monjas que se enclaustran en habitaciones monásticas completamente cerradas: no luz, no ruido, no alimentos; es decir, el poder de la palabra como hecho material incidente en el sueño planetario. Además, si la experiencia enteogénica introduce al mystēs en una percepción totalmente disyuntiva de las convenciones filogenéticas, como en la psicosis, veo el vaso, pero ya no es el vaso, (lo que me hace reír pues pareciese que los deconstruccionistas estuviesen todo el tiempo bajo los efectos del LSD, jejeje) y esto llega a cambiarle la vida a una persona ¿podría decirse que la práctica del uno a uno donde se le da lugar honorifico a la palabra del sufriente, para decirlo completo la practica psicoanalítica, cada sesión, o la sesión, es equiparable a los efectos del cyceon? Haría una última pregunta pero creo que ya me he pasado. Saludos.