SARTRE Y ORTEGA: EL HOMBRE QUE SE HACE A SÍ MISMO
Por Henry Roberto Solano Vélez*
Dice Jean-Paul Sartre, en El existencialismo es un humanismo, lo siguiente: «¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere […]; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace». Y, más adelante, agrega: «Elegir ser esto o aquello, es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir el mal […]. Así soy responsable por mí mismo y por todos, y creo una cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndome, elijo al hombre».
Luego, en famosas expresiones, advierte: «Si, por otra parte, Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, ni justificaciones ni excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré al decir que el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo y, sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace».
Pues bien, las similitudes entre el pensamiento de Sartre con las tesis de José Ortega y Gasset resultan, al pronto, evidentes. Aunque, debe desde ya decirse, las diferencias son tan profundas, como evidentes son dichas similitudes. Así, para el Meditador del Escorial el «Yo» es libre dentro de su fatal circun-stancia y, más aún, es fatalmente libre. Es el hombre, por tanto, el único ente que se hace a sí mismo, que no ‘es’ sino que va siendo, que no es sino que vive. Y su vida —compuesta por su «Yo» y su circunstancia—, realidad radical en tanto en ella se radican o aparecen las demás realidades, es un drama, un constante quehacer, un permanente tener que estar braceando, escogiendo lo que él va a hacer, y por ende, lo que de él va a ser en el instante siguiente de su existencia, con miras a no naufragar en la circunstancia. Vivir, en suma, afirma el portentoso decidor, es pre-ocuparse, ocuparse antes de ocuparse. Incluso, quien escoge no hacer nada, está escogiendo, y la vida lo condena a padecer la más penosa tarea a que puede enfrentarse un ser humano: a hacer tiempo.
Por ello, si por ser o naturaleza de las cosas se entiende aquello que las unifica y que, por ende, permanece, pese al cambio, mutación, movimiento o modificación de las mismas; el hombre lo único que tiene de ser o de naturaleza es, precisamente, su pasado, lo que él ha hecho y le ha pasado. Su pasado, imborrable por esencia, actúa sobre su presente y proyecta una sombra infinita sobre su futuro. El hombre, por tanto, afirma el maestro de la metáfora, no tiene naturaleza sino historia: él es lo que ha hecho y lo que le ha pasado.
Ahora bien, que el hombre sea libre y que sea un ente que se hace a sí mismo, no quiere decir, en el pensamiento orteguiano, que pueda él de él, en todo momento, hacer cualquier cosa. La circunstancia en la que el «Yo» se encuentra alojado o cautivo, en primer lugar, limita su libertad y, en segundo lugar, constituye su «existenciario», esto es, la condición de posibilidad de su ex-istencia, de su ser fuera.
Veamos: en primer lugar, limita la libertad del «Yo», en tanto le traza un límite al repertorio, y por eso es repertorio, de posibilidades existenciales objeto de potencial elección; claro está, al limitar tales posibilidades, permite el ejercicio de la libertad, puesto que una libertad sin circunstancia hace que sea a tal punto infinito el abanico de posibilidades existenciales que al «Yo» no le queda otro camino distinto del de la in-acción, del de la perplejidad —el que todo lo puede nada puede; toda libertad ha de estar encauzada para que pueda ser ejercida—. En segundo lugar, la circunstancia es la condición de posibilidad de la existencia del «Yo», de su ser fuera, por cuanto, ni el cuerpo ni la sique, alma o espíritu —entidad esta que confusamente suele adscribirse al cuerpo— son el «Yo»; son, sí, aquella parte de la circunstancia que más cerca se encuentra a la frontera con el «Yo». Y, entonces, quién es el «Yo», quién es el sujeto de nuestras acciones; es, precisamente, el que tiene que habérselas con todas esas cosas para desplegar su programa vital, para llegar a ser el que es. El «Yo», en consecuencia, es simplemente un proyecto o programa vital.
Empero, en el pensamiento orteguiano, el hombre sí tiene referente con el cual ha de confrontar sus acciones, en orden a determinar si está o no falsificando su existencia. Es decir, en Ortega, contrario a lo expuesto por Sartre, el hombre sí puede equivocarse al escoger, esto es, sí puede escoger mal. Y ello es así, porque el «Yo» más que simple proyecto o programa es vocación.
Y qué es la vocación: es esa posibilidad existencial que al «Yo» le es propuesta en la inexorable circunstancia en la que él se encuentra alojado y a la cual se encuentra llamado (vocatio). Así, mientras la circunstancia nos es impuesta, la vocación nos es propuesta. Si, pues, la posibilidad existencial es a la efectiva existencia lo que la carrilera es al ferrocarril, el hombre puede escoger entre diversas carrileras —posibilidades existenciales— y en alguna de ellas alojará el ferrocarril de su existencia; pero, en todo caso, habrá una a la cual se encuentre llamado, esto es, habrá una que se compadezca con sus necesidades auténticas y radicales. Puede el «Yo» —que es vocación—, al des-cubrirla, acatarla y, recordando a Píndaro, llegar a ser el que es; o, por el contrario, puede el «Yo» —que es simple proyecto— des-atenderla, falsificándose a sí mismo. Ese fondo insobornable, incorruptible que existe en cada de uno de nosotros nos alerta, por veces nos grita, en aquellos casos en los que el «Yo» ha optado por el carril existencial equi-vocado.
Con todo, no tuvo Ortega, contrario a lo que le ocurrió a Sartre, la necesidad de justificar el humanismo de su pensamiento: el hombre se resalta sobre las cosas que integran el universo, en tanto su vida —no en abstracto, sino la vida de cada cual— constituye la realidad radical —radical, de raíz por supuesto—, esto es, no la más importante o primordial, sino, sencillamente, aquella realidad en la que se arraigan, se radican o aparecen las demás realidades.
Por último, y respecto de la existencia de Dios, contrario también a la postura de Sartre, Ortega no sólo no niega su existencia, sino que, además, sostiene que es Dios el único «Yo» que no tiene circunstancia, aquél en quien proyectamos todo cuanto nos parece óptimo. Empero, encuentro, eso sí, en sumo grado difícil, que en el pensamiento orteguiano pueda tener cabida el cristianismo: ¿cómo es posible que el «Yo», por esencia, sin circunstancia, pretenda incrustarse, encarnarse en la figura de Cristo, esto es, alojarse en una determinada circunstancia?
Concluyo con dicha pregunta estas breves reflexiones y siendo fiel a los Escolios de Nicolás Gómez Dávila, quien sugiere «escribir corto para concluir antes de hastiar».
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* Henry Roberto Solano Vélez es abogado, especialista en Derecho Procesal y candidato a Doctor en Filosofía de la UPB. Becario Líder (II Edición) de la Fundación Carolina. Profesor de Introducción al Derecho y de Derecho Penal – Parte General de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Gracias executive revista
Un artículo rico en conocimiento y sencillo para entender, como estudiante de Derecho, estoy recibiendo filosofía y me ha ayudado muchísimo, puesto que ese tema se está desarrollando y no había entendido, gracias por compartir sus conocimientos.
He estado pensando en la última afirmación hecha en mi escrito y debo manifestar lo siguiente: pese a que las palabras de Ortega no permiten, en principio, conciliar su pensamiento con el cristianismo, bien puede afirmarse que ellos sí son conciiliables, de esta forma: cristo es el «yo» que ha logrado salvar la «circunstancia», a través del amor. Es más: bien puede decirse que es el Dios encarnado que, con su actuar, le ha enseñado al hombre a salvar su criscunstancia.
Felicidades Henry. Hace rato no nos vemos. Te recuerdo con mucho cariño. Tus logros me alegran mucho. No solo eres orgullo para tus padres sino también para los que te queremos. Que orgullo tambien para esta tierra Ocañera. Que Dios te siga bendiciendo enormemente. Un abrazo.
Con mucho detenimiento he leido el arttículo, sobre este interesante tema del existencialismo y el e-xistir.