MAX WEBER: LA POLÍTICA Y LOS POLÍTICOS, DE LUIS R. ORO
Por Iván Garzón Vallejo*
Comentando la obra de Leo Strauss, Esquirol señala que «el retorno a los clásicos busca por lo menos dos cosas: el replanteamiento de los grandes problemas y la lección de sus penetrantes respuestas». Esta aseveración puede aplicarse con toda justicia a la obra de Max Weber, el clásico sociólogo alemán que en 1919 —hacia el final de su vida—, atendiendo el pedido de un grupo de estudiantes universitarios de Munich, pronunció la célebre conferencia «La política como profesión».
Allí aborda básicamente tres problemas: el primero, la cuestión acerca de qué es la política; el segundo, la pregunta por las cualidades del político; y el tercero, las relaciones entre ética y política (p. 142). Se trata de tres asuntos antiguos y siempre vigentes, pues apuntan al corazón del quehacer político. Por ello resultan siempre novedosos.
El libro del profesor Luis R. Oro Tapia constituye una reflexión y una interpretación de la forma como Weber responde a estas tres preguntas. Lo hace además, poniendo esta cuestión en relación con la concepción de la política de Carl Schmitt («Max Weber y Carl Schmitt: afinidades y discrepancias», a mi modo de ver, el mejor trabajo de los cuatro), con el soneto 102 de William Shakespeare («Invocación de Max Weber al soneto 102 de Shakespeare»), y presentando la reseña de la conferencia weberiana según la traducción de Joaquín Abellán, publicada por Biblioteca Nueva. El libro es resultado de la compilación de cuatro trabajos independientes sobre el autor alemán, que bien puede servir como introducción a los estudiantes universitarios de Ciencia Política, Derecho, Sociología o Filosofía, y que a los interesados en la reflexión teórica sobre la política les suscitará inquietantes preguntas.
LA POLÍTICA COMO PODER O LA ÉTICA DEL DESENCANTO
Quizás uno de los mayores méritos del sociólogo alemán consiste en presentar descarnadamente el problema del poder. Se trata, en este sentido, de una suerte de «Maquiavelo del siglo XX». Con esta honestidad, o mejor, con este realismo, Weber considera que «la política es una contienda por el poder». Ciertamente, como explica Oro Tapia (p. 102), limitada por las normas de legitimidad imperantes en una sociedad, y por ciertas inhibiciones que radican en la mente de cada individuo.
Es decir, si bien la política constituye un «pacto con el diablo», ésta debe ser racionalizada o regulada por la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.
Asimismo, la política, que para Weber es un asunto básicamente estatal, está enmarcada en una institución que goza de legitimidad y racionalización. La presentación del pensamiento político weberiano por parte de Luis R. Oro Tapia, es impecable, lúcida y muy sugerente, además de contar con toda la pertinencia, pues vivimos en una época en la que la judicialización de la política y el humanitarismo bien pensante amenazan con desdibujar la lógica propia de la dialéctica política. Una época en que, como consecuencia de la hegemonía del discurso de los derechos humanos, y por cuenta del activismo de grupos minoritarios, las democracias van convirtiéndose en validadoras de deseos individuales que minan la legitimidad de un marco institucional que otorgue certeza a todos. Dicho en otros términos: asistimos al fenómeno de la domesticación del poder por parte del Derecho. Entretanto, el político deviene en un demagogo siempre a la espera de las decisiones de los jueces. Por ello, entre otras cosas, la lectura de Weber es un antídoto contra la actual despolitización.
Ahora bien, en Max Weber: la política y los políticos. Una lectura desde la periferia, se echa de menos una propuesta crítica del autor acerca de la concepción weberiana de la política, principalmente en dos aspectos que, a mi modo de ver, la reclaman. El primero consiste en el nihilismo subyacente al desarrollo teórico weberiano, y ejemplificado en su sentencia «Dios ha muerto, cada cual elige su dios, que tal vez será un demonio». Esta crítica, que ya había sido formulada por Leo Strauss, es explicada por Raymond Aron como una consecuencia de su metodología reacia a considerar como científica la introducción por parte del teórico social de juicios de valor en sus pesquisas. La concepción de Weber carece de una teleología de la acción política, de un fin por el que deba propender aquel Estado que monopoliza el uso legítimo de la violencia.
El segundo elemento de crítica versa sobre la insuficiencia de la racionalización del poder dejando de lado el componente ético o moral de la praxis política. Es decir, uno de los aspectos centrales de la concepción weberiana de la política es la consideración de que esta actividad se despliega en un mundo desencantando, en el que los dioses se han multiplicado, mientras que el influjo en la vida social del Dios cristiano se ha ido desvaneciendo paulatinamente. Por consiguiente, la política ha sido concebida como una actividad inmanente, desprovista de valores inspiradores, más allá de la pasión, la responsabilidad y el sentido de la distancia que Weber pone como orientadores (p. 32), y que Oro Tapia explica con claridad.
No obstante, la mera razón como limitante del poder es frágil: lo demuestran fehaciente y dramáticamente las ideologías totalitarias del siglo XX, cuyos efectos no alcanzó a presenciar quien es considerado uno de los fundadores de la sociología moderna. El problema de esta concepción es que, si su forma de racionalización propuesta resulta insuficiente, como lo es en efecto, la política se convierte en mera cratología, es decir, mera lucha descarnada y maquiavélica por el poder.
Si a esto se añade que el sociólogo germano niega la ligazón de la política con la ética por considerar a la cristiana como «ética absoluta», es decir, una ética de las convicciones que oscila entre la disyuntiva del «todo o nada» (p. 51), las cosas se complican más. Pero además, esta definición de la ética cristiana, o clásica sin más, no deja de ser una simplificación caricaturizada. Así las cosas, Weber considera inaplicable la ética cristiana o clásica al campo político porque no ve en ella lo que hay de moderación y justo medio. Pero sobre todo, omite el papel que en la misma le cabe a la prudencia, virtud rectora de la praxis política.
De allí que su figura del pacto con el diablo no deja de ser una lección desencantada de la política. Sin embargo, aquel que descubre en la política una vocación y una profesión digna de seguir, no puede resignarse ante dicho desencanto. Salvo que quiera convertirse en un nuevo Mefistófeles. Aquél, por el contrario, sabe que tiene que trabajar incansablemente por negarse a hacer dicho pacto, y aferrarse, como el náufrago a su tronco, a aquellos aspectos que, como en todas las actividades humanas, hacen patente su nobleza y magnanimidad, so pena de perder en ello hasta su propia alma.
Esta noble y digna posibilidad fue precisamente lo que, en su realismo acaso dramático, Weber no supo ver. Quizás porque experimentó y racionalizó el mismo desencantamiento que veía a su alrededor. De cualquier manera, la lectura de este clásico resulta imprescindible, y en ello, Oro Tapia nos hace un gran aporte.
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* Iván Garzón Vallejo es abogado de la Universidad Pontificia Bolivariana. Estudios de Filosofía en la misma Universidad. Candidato a Doctor en Ciencias Políticas en la Pontificia Universidad Católica Argentina. Autor de dos libros, y columnista del diario El Mundo de Medellín. Profesor de la Universidad de La Sabana.
El presente artículo apareció publicado en la Revista Díkaion, Universidad de La Sabana, año 24 – Vol. 19 Núm. 2 – Chía, Colombia – Diciembre 2010.