Si la Sociedad Industrial giraba sobre el trabajo en la fábrica, la Sociedad de Masas sobre el almacén de consumo y la Sociedad Postindustrial sobre las empresas multinacionales, la Globalización se estructura como sociedad de redes informáticas deslocalizadas que giran como un sistema planetario en relación a la mayor Bolsa internacional: Wall Street. A partir del predominio del capital financiero se producen dos fenómenos fundamentales: el ataque a los Estados nacionales con la intención de que su quiebra permitirá el triunfo del Mercado sobre el Estado y, por otro lado, la Neocolonización del Tercer y Segundo Mundos sometidos a guerras locales e incluso tribales con el objetivo de apropiación de sus riquezas.
Se trataría, por tanto, de un renacer del pasado Darwinismo Social del Siglo XIX sólo que ahora con elementos nuevos. Esto es, en la Globalización se fomenta un nuevo modelo cultural que se corresponderá con esta Economía y tal modelo cultural, como afirmó Fredrich Jameson, no puede dejar de ser sino la Postmodernidad (Véase: El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado). De nuevo, nos encontramos con otro asalto a la razón. Sin embargo, este asalto será más sofisticado y perverso que en épocas anteriores, ya que los gestores del Capitalismo ha aprendido a lo largo del siglo XX nuevas técnicas y estrategias de dominación social. En este sentido, la ideología se ha mutado en tecnología y la tecnología, a su vez, en Psicología. Con ello, las facultades humanas han entrado en una etapa en la que pueden ser modificadas en función de los intereses económicos o políticos del momento. Por tanto, la capacidad que se ha adquirido para controlar a las ciudadanos se ha agrandado de manera considerable, adquiriéndose un poder técnico y tecnológico sobre las conciencias de los individuos que permite prever con antelación los comportamientos de la colectividad. Se podría hablar de la digitalización de las psicologías a través de los nuevos Medios de Comunicación de Masas. Internet, los recientes dispositivos telefónicos y audiovisuales, la utilización de unos modos de comunicación en los que los aparatos sustituyen a los sujetos, hacen real el análisis de Giovanni Sartori en su libro «Homo Videns. La sociedad teledirigida».
La tecnologización de las conciencias es un fenómeno correspondiente con la economía globalizada. De esta forma, la unidimensionaliad a la que se refería Marcuse ha entrado en una fase nueva. Pero antes de entrar en el análisis de esta actual fase será imprescindible ocuparnos del análisis de la subjetividad en los primeros autores de la Teoría Crítica.
ALTERACIÓN DE LA MEMORIA COLECTIVA A TRAVÉS DE LA COMUNICACIÓN DE MASAS
La investigación contemporánea sobre los procesos sociológicos ha variado radicalmente en la actualidad. La Psicología ya no puede desligarse del contexto en el que se produce. No se trata de establecer «un ambientalismo», cuanto de determinar cómo influyen los contextos en el psiquismo humano. Desde esta perspectiva, se hace muy interesante replantear la estructura que actúa en la formación de las subjetividades individuales y colectivas en esta fase de capitalismo globalizado. Definir, no obstante el concepto de subjetividad nos lleva a un análisis sobre este término en su desarrollo. Subjetividad se ha referido al ser del sujeto. Desde el pensamiento clásico griego la subjetividad hacía referencia a lo anímico, al alma que ocupaba un cuerpo y que estaba apresada en él.
Para Platón los diferentes tipos de almas estructuraban la polis y sus diferentes grupos. El alma concupiscente será propia de los artesanos, el alma irascible de los centinelas y el alma racional de los filósofos. Sin embargo en ningún momento esta estructuración de la polis es restringida o clasista, ya que todo está organizado en función del mérito de los ciudadanos en la polis; las limitaciones que se establecen suponen un elemento de justicia colectiva. Así, los artesanos podrán tener familia y propiedad, los centinelas familia pero no propiedad y los reyes–filósofos no podrán poseer ni familia, ni propiedad. De aquí que las subjetividades se deben conformar en la templanza para los artesanos, en la fortaleza para los guardianas y, finalmente, en la sabiduría para los filósofos. Como se observa, todo está encauzado hacia una sociedad en la que la comunidad encuentre su armonía. La subjetividad está intrínsecamente unida a la sociedad desde el punto de vista que lo anímico es a la vez lo personal y lo inmaterial, siendo lo espiritual el elemento que hay que cuidar y preservar de los daños del exterior y de las mismas tendencias malsanas de los sujetos. Para los griegos clásicos, proteger las conciencias de los individuos es resguardar, al mismo tiempo, a los ciudadanos y al Estado.
A partir del pensamiento clásico la subjetividad cobra un doble sentido: el ser subjetivo o sujeto con conciencia y el ser objetivo o sujeto representado. Esta dicotomía persistirá en la Edad Media hasta llegar al Renacimiento. Es muy interesante esta distinción porque en ella va a gravitar el significado dado por la Modernidad a lo subjetivo. En efecto, la Modernidad evoluciona hacia una profunda reflexión sobre este concepto. Con Descartes y su «pienso luego existo», la subjetividad entra en el pensamiento inaugurando una época nueva en la comprensión de los sujetos. El cogito cartesiano asigna a la racionalidad la capacidad de crear ideas universales válidas para cualquier individuo indistintamente sea su origen o pueblo. Se abre la enorme polémica entre racionalistas franceses y empiristas ingleses para quienes el individuo es un papel en blanco que la experiencia se ocupa de rellenar.
Dos conceptos de subjetividad se enfrentarán a lo largo del pensamiento hasta llegar a nuestros días. Los defensores de la conciencia y los defensores de la conducta. De nuevo, en los Siglos XIX y XX reaparecerá esta dualidad dicotómica y según se apoye a una o a otra, también, se defenderá un modelo de sociedad. El enfrentamiento social y político a la vez reflejará una diferente concepción del individuo. El Positivismo y las teorías que presentan a los individuos como meros organismos biológicos o simples máquinas y artefactos se impondrán a lo largo del Siglo XX. En un Siglo en el que la despersonalización y la uniformidad se imponen, triunfan unos modelos de subjetividad en los que, como afirmaban los medievales, los sujetos representados se implantan mediante poderosas técnicas conductistas y medios comunicativos de inmenso poder ideológico. Es el mundo feliz de Huxley sólo que ahora las conciencias se han convertido en audiencias al servicio de los intereses transnacionales.
Algunos autores de pensamiento crítico dudan de que se pueda hablar de subjetividad personal. Se considera que los impactos tecnológicos actuales son tan dominantes que las subjetividades han sido invadidas, como si se tratase de un continente desconocido, por las técnicas y estrategias de la comunicación masiva. Ya nos hemos referido a la digitalización de las psicologías, y en esta digitalización la pérdida de lo individual y característico de las subjetividades libres y autónomas se han visto dominadas por las imágenes, los símbolos, los valores y los códigos de conducta de las representaciones elaboradas de manera industrial.
En estas condiciones, la Industria Cultural a la que se referían Horkheimer y Adorno se ha adueñado del espíritu de las poblaciones del planeta. A este respecto es muy curioso el rechazo que hay de determinados conceptos en la actualidad. Palabras como sublime, bien, bondad o belleza que resumían los ideales del pensamiento clásico y del ilustrado, son consideradas como rarezas del pasado o exotismos en el presente. La subjetividad, por tanto, pertenece a la industrialización de los sentimientos y de lo que habían sido patrimonio del espíritu.
Pero en esta colonización de las conciencias, a la que Habermas hacía alusión, la facultad humana y social que más ataques ha sufrido será la memoria, tanto la individual como la colectiva. Transformar la memoria de los individuos y de los pueblos es saquear y arruinar la Historia de las sociedades. Esto lo conocía de manera perfecta uno de los sociólogos que más dedicación destinó al conocimiento de las estructuras y procesos de la memoria social. Maurice Halbwachs consideró que, en los tiempos contemporáneos, destruir el mundo de los recuerdos acumulados en el tiempo se había convertido en uno de los mayores peligros para individuos, grupos y sociedades. En un interesante epígrafe titulado «Las duraciones colectivas como únicas bases de las memorias denominadas individuales» de su libro «La memoria colectiva» Halbwachs reflexiona lo siguiente:
«Situémonos ahora en el punto de vista de los individuos. Cada uno es miembro de varios grupos, por lo que participa en varios pensamientos sociales, su mirada se sumerge sucesivamente en varios tiempos colectivos. Éste es ya un elemento de diferenciación individual: que en un mismo período, en una misma región del espacio, las conciencias de distintos hombres no se repartan entre las mismas corrientes colectivas. Pero, además, sus pensamientos se remontan más o menos lejos, más o menos rápido en el pasado o el tiempo de cada grupo. En este sentido, las conciencias concentran en un mismo intervalo de duración social vivida, mantienen un período mayor o menor de tiempo representado. Evidentemente, en este sentido hay grandes diferencias entre ellas.»
Halbwachs se plantea el análisis más pormenorizado sobre el funcionamiento de la memoria en su estructuración como representaciones colectivas. En este sentido, la herencia que se recoge de la sociología de Durkheim se expresa en su consideración de la conciencia social como la forma de cohesión de las sociedades. Por ello, para el autor de «Los marcos sociales de la memoria», la retención de los recuerdos se relaciona fundamentalmente no tanto con una participación en la totalidad de la estructura de la sociedad en su conjunto, sino de la pertenencia a grupos diferentes y a intervalos de tiempo propios. Halbwachs insiste en la pluralidad que existe en la reconstrucción temporal según sean las vivencias singulares de cada individuo. En estas condiciones, la memoria colectiva es una construcción de los retazos de las memorias individuales; y de esta forma, tiempo y memoria se armonizan en una totalidad inseparable.
La memoria es múltiple, pero también unifica identidades e historias. La dialéctica en la que se expresan las sociedades no puede dejar de ser sino el movimiento del recuerdo histórico y de las huellas que deja sobre la vivencia personal. Para Halbwachs las sociedades tienen una gran parte de comunidad afectiva, en la que la memoria histórica y la memoria colectiva suman los focos en los que las tradiciones se hacen objetivas; esto es, la memoria histórica se compondría de acontecimientos que definen a los diferentes individuos y grupos de una sociedad específica, mientras que la memoria colectiva tendría un fuerte elemento reconstructivo y, por tanto, imaginario. De esta forma, el autor francés subraya el rol que la memoria ocupa en la estructuración simbólica de las sociedades, pero esta estructuración simbólica puede incurrir en profundas alteraciones que cambiarían la interpretación de los acontecimientos.
Desde que se observó este proceso por las Psicologías y Sociologías de comienzos del Siglo XX, la adulteración de los mecanismos psíquicos del recuerdo se han incrementado de manera especial con la invención de los Medios de Comunicación de Masas. Radio, Cine, Televisión y Nuevas Tecnologías no han hecho más que aumentar el poder sobre el consciente y el subconsciente social, hasta el punto que algunos psicoanalistas contemporáneos, como es el caso de Jacques Lacan en «Psicoanálisis, radiofonía y televisión», llegaron a afirmar que en las circunstancias actuales hasta nuestro propio subconsciente no nos pertenece.
La pérdida de los procesos psíquicos a partir de la acción que la comunicación tecnificada va a ser uno de los cambios determinantes del siglo pasado. Estos cambios en donde se van a percibir de manera más nítida, será en el uso que los mass–media ejercen sobre la memoria colectiva. En este sentido, la confusión entre realidad y ficción se convierte en una de las estrategias mediáticas con las que la persuasión colectiva ejerce su máximo desarrollo.
Ya en el año 1938 Orson Welles logró el pánico generalizado con su falsa retransmisión de la invasión de la tierra por los marcianos. Con ello se demostraba la capacidad que la radio ejercía sobre los receptores. Ahora bien, lo que en Welles fue una retransmisión teatral, en nuestros días se han roto los límites entre la realidad y la ficción. Sin embargo, la gravedad de esta ruptura proviene principalmente de que se utiliza con la intención de equivocar las interpretaciones que los ciudadanos den a los acontecimientos y a las imágenes comunicativas. Así, desde finales de la Segunda Guerra Mundial nos encontramos con una constante ideológica de reescribir la Historia. Numerosas producciones hollywoodienses se producen con la finalidad de dar unos tipos de interpretaciones adecuadas a la ideología dominante surgida tras el conflicto bélico. En estas producciones se da una perspectiva sesgada de las causas que llevaron a la guerra. No se explican los motivos por los que existía el enorme malestar social en la República de Weimar, tampoco se analiza la situación del pueblo alemán para que se echase en masa en el Nacionalsocialismo, ni la gran especulación económica que se produjo durante los años previos y durante la guerra. Todo queda como un estereotipo histórico en el que buenos y malos luchan como en una película del Oeste.
Pero no solamente los acontecimientos son manipulados en función con las necesidades geopolíticas del momento en el que se producen tales productos mediáticos, cuanto al mismo tiempo se falsifican personajes y acontecimientos. En otro lugar se estudió, por ejemplo, el uso político que las empresas audiovisuales hicieron del atentado del 11–S en Nueva York, los hechos más dramáticos y sobrecogedores son presentados y aprovechados para hacer propaganda política, e incluso publicidad comercial, como un anuncio de una marca de tabaco que usaba el incendio de las dos Torres Gemelas para vender los cigarrillos de la empresa comercial. Todo ha sido adulterado y falsificado, haciendo cierto el análisis de la Teoría Crítica según el cual la totalidad del planeta está siendo parte del espectáculo de la ideología (Véase Muñoz, B. La Cultura Global).
La modificación de la memoria colectiva se ha convertido en un asunto de primera magnitud. La Industria Cultural se encargará de poner «a disposición» del público las imágenes con las qué descifrar lo que los poderes transnacionales quieren que se transmita adecuadamente. En unas sociedades en donde prevalece la cultura–mosaico, a la que se refería Abraham Moles, la existencia de un poderosísimo proceso de desinformación es tan necesaria para la supervivencia del sistema, como es imprescindible «la institucionalización» de unas subjetividades unidimensionales amoldadas a las imposiciones coyunturales de cada momento económico (Véase Moles, A. Teoría de la información y percepción estética).
Se puede afirmar, en consecuencia, que la reescritura de la Historia se convierte en inevitable cuando se proclama un multiculturalismo en el que desaparecen los imperativos categóricos y, sobre todo, el mandato ético de no explotarás a tu prójimo, ni alienarás a tus semejantes. En estas condiciones, la ideología multicultural proclama el folclorismo de las culturas que quedan convertidas en una galería de usos antropológicos frente al significado ilustrado de las culturas, entendidas como civilización y progreso educativo.
La posibilidad de perfectibilidad de individuos y sociedades queda relegada como «una creencia pasada». Y de esta forma, la ideología multiculturalista antropológica y la deseducación social impuestas como un ideario del valor de lo primitivo y primario frente al pensamiento crítico y documentado, finalizan conformando unas subjetividades y psicologías en las que lo patológico y anómico encuentra su irracional caldo de cultivo. La Industria de la Conciencia, en suma, hará así su trabajo ideológico y minará férreamente los ideales ilustrados de construir una paz perpetua y creativa para todos los pueblos y habitantes del planeta (Véase el texto de Kant, I., La Paz perpetua).
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* Blanca Muñoz es Licenciada en Filosofía y en Ciencias Políticas y Sociología. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Madrid. Premio Extraordinario de Licenciatura. Premio «Mejor Becario» y Premio de Investigación Científica. Actualmente es profesora Titular de «Sociología de la Cultura de Masas», «Sociología del Conocimiento» y «Teoría Sociológica» en la Universidad «Carlos III» de Madrid, tras haber sido profesora Titular de «Teoría de la Comunicación de Masas» en la Universidad del País Vasco.
Entre sus publicaciones se pueden citar los libros siguientes: Cultura y Comunicación. Introducción a las teorías contemporáneas (Barcanova). Teoría de la Pseudocultura. Estudios de Sociología de la Cultura de Masas y la Comunicación de Masas (Fundamentos, (Fundamentos). Whose Master’s Voice? The Development of Popular Music en Thirteen Cultures (Greenwood). Theodor W. Adorno: Teoría Crítica y Cultura de Masas (Fundamentos). La Cultura Global. Medios de Comunicación, Cultura e Ideología en la Sociedad Globalizada (Pearson). Cultura y Comunicación. Introducción a las teorías contemporáneas (reedición, Fundamentos). Modelos Culturales. Teoría Sociopolítica de la Cultura (Anthropos). La sociedad disonante. (Fundamentos). Asimismo, ha publicado diferentes estudios y artículos sobre la ideología, la cultura y el conocimiento colectivo en la sociedad contemporánea.