Filosofía Cronopio

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Especialista

EL «ESPECIALISTA» EN GENERALIDADES, RESPUESTA A LA PREGUNTA SOBRE QUÉ SIGNIFICA SER CULTO HOY

Por José A. Marín-Casanova*

Va de suyo que ahora lo que sea ser culto no va de suyo. Si lo fuera, no nos plantearíamos el problema. Luego preguntar por ello significa, a su vez, que eso se ha hecho problemático, lo que implica que otrora no lo fue. De modo que la cuestión de ser culto hoy se puede desglosar en tres: I) la de qué significaba serlo antes de hacerse la pregunta, II) la de qué ha sucedido para que nos la planteemos, y III) la de la respuesta propiamente dicha.

I

Tradicionalmente la cultura se ha entendido como cultivo de las humanidades. De las dos culturas de Snaw las humanidades se han llevado la palma. Ahora se reclama una «tercera cultura» superadora de la entonces errónea dicotomía, lo que supone ya un reconocimiento latente del hecho histórico del vínculo humanismo–cultura. Mas ya Heidegger alertó de que previo factor común de esa escisión cultural entre humanidades y «naturalidades» era el apetito técnico de la metafísica moderna de la subjetividad y su Brief über den Humanismus se inscribe en el contexto de la postguerra cuestionando de fondo la responsabilidad de la cultura occidental en la ruina del conflicto. La carta ha encontrado un destinatario excepcional en Sloterdijk, quien remite su singular respuesta en Regeln für den Menschenpark. Ahí se liga el humanismo, desde la «humanitas» de Cicerón hasta el humanismo moderno, a la comunicación a distancia que funda amistades mediante la escritura, a una remisión de objetos postales que llamamos tradición, a una comunidad de experiencia literaria. Los propios estados nacionales modernos representan la síntesis de libros y cartas en que consistían las sociedades, de modo que el humanismo burgués era el pleno poder de imponer a la juventud el canon preceptivo y declarar la validez nacional de las lecturas universales (y a la recíproca): la persona culta es la que asume que hay que leer y qué hay que leer. Pues bien, radicalizando el desmarque heideggeriano, la era de la Bildung moderna parece hoy definitivamente acabada: el humanismo como modelo cultural o educativo ha pasado, pues nadie cree en la ilusión de que las grandes estructuras político–económicas puedan organizarse ya conforme al modelo amable de las sociedades literarias (ya Negroponte había profetizado el final de lo literario en la nueva cultura digital). Y el fin del sueño de una solidaridad predestinada entre la minoría lectora se asocia a la tecnología y a la sociedad de masas por ella propiciada: con la radio y la televisión, y más aún las últimas revoluciones de las redes informáticas, la instauración de la coexistencia humana tiene nuevos fundamentos.

II

La deshumanización de la técnica en el doble sentido del genitivo rompe el nexo humanismo–cultura. Si el humanismo queda superado no ya ideológica, sino, lo que es más grave, epocalmente, la persona educada ya no puede sustentarse en un humanismo ya no sustentable. Y es que la técnica está pasando de medio a fin. A diferencia de los tiempos modernos en que la subjetividad humanista podía reivindicar el dominio sobre la instrumentación técnica, y definir así sus fines, hoy el medio técnico se ha agigantado hasta convertirse en un fin. Nosotros y nuestro mundo (lo advirtió ya Ortega y Gasset al señalar el mayor peso de los supuestos técnicos de la vida sobre los biológicos) sólo somos sustentables tecnológicamente. Por eso la técnica de medio se ha hecho fin, no por proponerse algo la técnica, sino porque exponencialmente los propósitos o fines humanos no parecen alcanzarse sino tecnología mediante. El lazo humanismo–cultura podía valer acaso antaño cuando la técnica era un medio que se ejercía intramuros de una ciudad enclavada en una naturaleza cuya ley gobernaba la entera vida humana. Mas hogaño es la ciudad la que extiende sus límites hasta los confines de la Tierra y la naturaleza se reduce a recinto dentro de los muros ya virtuales de la ciudad global, cuyos cimientos están fuera de la Tierra, en los satélites que la orbitan. Y cuando la Tierra se hace funcional a la tecnología ese lazo se desata definitivamente.

III

En Tecnópolis habita un nuevo humano: el hombre–masa, rebelde, de hecho, a la «domesticación» humanista. La masa humana, como la natural, se caracteriza por su inercia, indiferencia, e irresponsabilidad. Disfruta de los bienes culturales sin preocupase de los principios de que proceden, ignorante del esfuerzo civilizatorio trasero, como si fuesen bienes naturales, que se dan y sustentan per se (Ortega). Y sin principios (siempre precarios y contingentes, y por eso mismo) no hay cultura, sino barbarie. Pero la barbarie hodierna no estriba en la ineducación, sino en la «cool-tura», la mala educación del «niño mimado», del «señorito satisfecho», del «hijo de familia» que vive gratis de su herencia. Y prototipo del nuevo primitivo es el científico, el sabio–ignorante, que no por defecto suyo, sino porque la ciencia actual lo obliga automáticamente a ello, «sabe» todo de su mínimo rinconcillo de universo y nada del resto, sobre el que tomará posiciones de ignorantismo, mas con la petulante suficiencia del especialista en las otras cosas: a mayor número de científicos (y de la barbarie del especialismo no escapan las disciplinas humanistas) menor de personas cultas. Luego la alternativa no puede venir de la suma enciclopédica de las especialidades, de la totalidad del saber, sino del saber de la totalidad. Mas filtrando esta indicación hegeliana mediante una reinterpretación de la Seinsvergessenheit heideggeriana preventiva de toda tentación pan(g)logista para no olvidar que nunca se sabe la totalidad, que todo logos vela siempre a otro logos, pues inevitablemente en cada ver se esconde un cadáver. Ahí está la persona culta, «especialista» (stuntman) en generalidades, que sabe devolver todo discurso a su vívida contingencia porque de la cosa podemos empezar a hablar, pero no dejar de hablar, pues ninguna lectura agotará —dicho con el eco de otro Eco— el nombre de la cosa.

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* José Antonio Marín-Casanova (Cartagena, España, 1962) es Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Profesor Titular de Universidad adscrito al Departamento de Metafísica y Corrientes Actuales de la Filosofía, Ética y Filosofía Política de la Universidad de Sevilla. Investigador de la Unidad Asociada al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) «Ciencia, Tecnología, Sociedad» y de diversos proyectos nacionales de I+D+i en el ámbito CTS. Secretario Editorial de Argumentos de Razón Técnica. Revista española de Ciencia, Tecnología y Sociedad, y Filosofía de la Tecnología. Autor de La circularidad de la historia en Hegel (1989) y editor literario de El fin del mal (1999-2000), ha publicado docenas de ensayos sobre Filosofía de la Historia, Metaforología y pensamiento retórico, y más recientemente sobre Filosofía de la Técnica, tanto en revistas especializadas de España, Estados Unidos, Italia y México como en volúmenes colectivos nacionales e internacionales. Otros libros suyos son: Rumbo al mito (2004), La Historia sin cielo (2005), Las razones de la metáfora (2006). El Pensamiento en forma (2007, Primer Premio Literario Grupo Nacional de Editores-Ediciones Parthenon en Punto Radio-Sevilla Televisión), y Contra Natura. El desafío axiológico de las nuevas tecnologías (2ª ed. 2009). También ha publicado una veintena de traducciones de autores clásicos y contemporáneos. Así últimamente se ha encargado de la edición, estudio previo y traducción de La ciencia y el alma de Occidente de Evandro Agazzi (2011).

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