Filosofía Cronopio

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Hipotheses

HYPOTHESES NON FINGO, O NEWTON Y LA EXPERIENCIA

Por Juan Andrés Alzate Peláez*

Que todos pensamos —bien o mal— es algo que se cae de su peso. Lo que no es tan evidente para la gente del común es que todo el tiempo hacemos razonamientos deductivos e inductivos. Eso lo notó Aristóteles hace más de dos mil quinientos años y observando esos procedimientos de nuestra mente inventó una de las herramientas más poderosas que ha tenido la ciencia desde entonces: la lógica. ¿Por qué es valiosa? Porque somos «logos», es decir, somos racionalidad discursiva. Con esta herramienta se pueden llevar al papel esos procesos y reglas que seguimos al pensar.

Pues bien, todos los que contamos con la bendición del sentido común, solemos deducir consecuencias de situaciones conocidas, esas consecuencias pueden ser necesarias o probables. Al primer procedimiento se le llama razonamiento deductivo y al segundo, inductivo. Cada uno de estos procedimientos da origen a muchos otros que se les asocian. Así, por ejemplo, la síntesis será deductiva y su contrapuesto el análisis será inductivo.

¿A qué viene esto que decimos? Pues a que siempre que decimos algo de algo, lo decimos afirmando o negando alguna propiedad: «las nubes son de agua», «los murciélagos no son aves», «el tiempo es una dimensión del espacio». Esas afirmaciones por sí solas no añaden nada nuevo al conocimiento por su sola novedad como enunciado, sino que decimos que son valederas o significativas cuando se las puede comprobar. Esto puede parecer una obviedad, pero tal idea es relativamente nueva en la historia humana. Otrora bastaba la prueba lógica, hoy además de tener que ser lógicamente sostenible cualquier razonamiento, además, tiene que ser empíricamente verificable para poder ser científico.

A lo dicho se suma que, además de que naturalmente hacemos deducciones e inducciones, de ordinario no tenemos claro si las afirmaciones a las que llegamos son hipótesis o son teorías. Decimos «el Big bang es una teoría» creyendo que aquí teoría significa hipótesis (explicación provisional no probada). Y se nos olvida, también, que no es razonable rechazar de tajo las hipótesis, no al menos las inferidas inductivamente, como señalara Newton en los escolios a sus Principia. Y aunque no parezca razonable, es muy problemático, en términos lógicos, razonar inductivamente (pues los enunciados inductivos no necesariamente son válidos, como sí pasa con una deducción) ¿Por qué es pues más beneficiosa para la ciencia la inducción que la deducción? Pues porque, aunque la inducción no necesariamente se deduce válidamente de las premisas, esta sí aporta información nueva al conocimiento —así pensaban Aristóteles y Newton, y hasta Kant—.

La esclarecida mente de Newton se dio cuenta de que la metodología científica, o «Philosophia experimentalis» como él la llamaba, debía ser ante todo inductiva, pues las deducciones tienen validez en tanto que razonamientos concordes con las leyes del pensamiento, lo que da cabida a concluir enunciados válidamente lógicos, pero no necesariamente asociados a hechos en el mundo experimental. Eso por un lado y, por lo otro, el insalvable problema de que la deducción es casi indefectiblemente una tautología (una repetición, como «los triángulos tienen tres lados»). Es decir, aunque la deducción tiene justificación lógica no así la tiene experimentalmente, por lo que muchas veces es autojustificante. No es que estemos contra las ideas contemporáneas acerca del método científico (nos referimos a las poperianas), no. Sino que lo que queremos hacer notar es que, en la perspectiva newtoniana, el pensamiento racionalista, cartesiano, no tenía ninguna cabida.
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Descartes, conocido como sabemos del genio británico, acostumbraba recurrir a meras hipótesis especulativas, por lo que su ciencia no podía ser más ideal que la geometría plana. O dicho de otro modo, en la ciencia moderna, cuyo culmen es la obra de Isaac Newton, no tienen cabida las hipótesis carentes de base empírica. Siendo ambos matemáticos (Descartes y Newton), el segundo no se dejó embrujar por el —si se nos permite el término— «racionalismo idealizante» que occidente heredó de los pitagóricos. En el estricto ámbito de los números el Idealismo —o en este caso, Racionalismo— tiene completo sentido y funciona a la perfección, pues a la verdad matemática se llega pensando. El problema es que las verdades de la naturaleza no se hallan pensando cómo es la naturaleza sino midiéndola y observándola. Bien claro dice Newton que «todo lo que no se deduce de los fenómenos, se ha de llamar hipótesis; y las hipótesis, sean metafísicas o físicas, o de cualidades ocultas o mecánicas, no tienen cabida en la filosofía experimental. En esta filosofía las proposiciones se deducen de los fenómenos, y se generalizan por inducción».

No creemos que Newton haga un rechazo sin más al uso de hipótesis, pues él mismo las enunció, sino a las hipótesis puramente conjeturales. Esas no tienen ningún valor científico, son doxa y no alétheia, opinión y no verdad (y que Parménides nos perdone por invertirle su filosofía), son palabras y no hechos, como dijeran los romanos. Nuestro sonrojado científico prefiere no pronunciarse (cayendo en hipótesis conjeturales) sobre lo que pueda ser la gravedad en sí misma, así que mejor la atiende en sus efectos observables. Por eso pronuncia su famosa sentencia «hypotheses non fingo», hipótesis no invento. Es una plausible actitud de phrónesis (prudencia), por qué no.

Con seguridad él sabía, como también sabían los racionalistas, que la base gnoseológica de la experiencia, siendo psicológica, no puede menos que atenerse a la fe en los contenidos de la mente (nadie puede dudar de sus propias percepciones), con lo que la duda sobre la «objetividad» del mundo siempre está presente, molestando nuestra seguridad. Pero al dar el paso al empirismo, no pudiendo desconocer este elemento común al racionalismo, se asume la fe en el mundo exterior, cuya objetividad no tiene dependencia ni identificación con las percepciones subjetivas, por lo que ha menester confrontarlas (asumiendo, contra todo solipsismo extremo, que existen otras «sustancias pensantes»), medir para «aislar» el componente humano, cuantificar para hallar regularidades y al final, y sólo al final, pasar al conocimiento de hipótesis, leyes o teorías.
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* Juan Andrés Alzate Peláez es candidato a doctorado en filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín y Editor de Revista Cronopio.

2 COMENTARIOS

  1. Saludos. Soy Juan Andrés Alzate. Gracias por tu observación. Por definición «análisis» es separación de las partes que constituyen un todo. Esto se considera un procedimiento inductivo que permite establecer de forma objetiva las conexiones causales de ese todo del que hacen parte. He ahí el paso de lo particular a lo general. Luego, no es al revés de lo que dices. Lo que quise decir, y que lo encuentras en cualquier tratado de metodología de la ciencia, es que hay una serie de procedimientos deductivos y otra análoga de inductivos.

  2. «Cada uno de estos procedimientos da origen a muchos otros que se les asocian. Así, por ejemplo, la síntesis será deductiva y su contrapuesto el análisis será inductivo.»

    ¿No es al revés? Se supone que el análisis va de lo general a lo particular, por lo cual debería ser equivalente a la inferencia deductiva. Y por el contrario, cuando se parte de casos particulares corresponde a una inferencia inductiva que deriva en una síntesis de los casos partículares. Por favor, si estoy en lo correcto deberían corregir el texto. Gracias.

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