En las últimas cuatro décadas, los análisis macroscópicos, sociales, estructurales y sistémicos de la vida han asumido una primacía que raya en la exclusividad. La dimensión personal debe de reintroducirse al análisis de fenómenos y a la búsqueda de soluciones. La razón de esta prescripción no estriba en un simple deseo de cambiar el tema sino que esta fundamentado en una percepción de que estos análisis macroscópicos, basados como están en conceptos sociales, no son eficazmente aplicables a la vida personal del sujeto ni a sus esfuerzos individuales por mejorar su vida y su entorno inmediato. Por ejemplo, de poco me sirve un análisis estructuralista de la noción de género para manejar mi sentimiento personal de inadecuación dentro de la esfera de las relaciones interpersonales en que habito. Ni tampoco me es muy útil, por ejemplo, el saber la interpretación marxista clásica acerca de la propiedad privada y el capital para dilucidar cuán importante va a ser la adquisición de dinero y propiedad en mi vida o cómo voy a administrar estos bienes en ella.
Los educadores pueden contribuir al desarrollo de esquemas conceptuales que esclarezcan este nivel personal, haciendo buen uso de los análisis macroscópicos y sistémicos actuales sin por esto tener que reducir el nivel personal al social y también sin tener que reducir la investigación de esta dimensión personal a narrativas testimoniales de éxito y fracaso en primera persona del tipo que es tan popular hoy en día tanto en el género de la ficción como en el de la no ficción.
Si no enfrentamos este reto, proveyendo maneras efectivas de iluminar la vida personal de los individuos, no nos quejemos entonces cuando el individuo promedio sienta que las únicas opciones existenciales que tiene son entre la devoción a la compañía y la devoción a la iglesia o entre la vida privada, cómoda y casera de los placeres del consumo individual, y la vida pública, dura y de compromiso social con las luchas altruistas por el bien de los demás. Los educadores deben asumir la responsabilidad de abrir el mundo de la posibilidad y demostrar que existen otras opciones más allá de la opción de un compromiso con T-Mobile versus uno con una iglesia evangélica, o de ser como Donald Trump versus ser como Mahatma Gandhi, o una vida de abulia versus una de martirio.
4. ÉTICA COMO AFIRMACIÓN DE LA VIDA
Muchos jóvenes le tienen una aversión instintiva a todo lo relacionado con la ética. A ellos, la ética les suena a sermón dominical y les huele a incienso medieval de iglesia. Al que le interesen los valores tiene que ser o un aburrido o un santurrón. De vez en cuando se salva una que otra figura y queda aceptada en el quinto cielo de lo cool. Por ejemplo, a muchos jóvenes no les molesta el quedar asociados con Bob Marley, Malcolm X o Che Guevara. ¿Pero cuántos de nosotros hemos visto jóvenes luciendo con orgullo bonitas camisetas de Madre Teresa de Calcuta o del Papa Francisco?
Pero la ética no tiene que ser una sentencia a una vida aburrida y de negación del ser. De hecho, el primer paso en el desarrollo de una minima moralis es precisamente lograr internalizar que la ética es fundamentalmente un compromiso con la vida, con el ser y con el hacer. Y este compromiso empieza con nuestras propias vidas, nuestro propio ser y nuestro propio hacer. Si hay algo que Bob Marley y el Papa Francisco tienen en común es el ambos haber descubierto su vocación: lo que querían ser y lo que querían hacer con sus vidas. De hecho, a este nivel, inclusive personas tan opuestas como Gandhi y Hitler coinciden. Todas estas personas lograron desarrollar esta minima moralis. Todas ellas pasaron del individualismo ciego a la individualidad consciente.
La minima moralis requiere que de primera instancia nos distanciemos de una noción de la moralidad como un discurso acerca del bien y el mal, o el altruismo y el egoísmo, o la pureza de espíritu y los placeres sensoriales, sensuales y sexuales. Estas tres dualidades son productos de todo un discurso de origen Platónico–Judeo–Cristiano que tiene que ser revisado para la vida en el siglo XXI, antes de ser reabsorbido e integrado dentro de una dimensión ética que no discrimina por razones de origen en contra de ningún concepto que pueda ser útil para la afirmación de la vida.
Probablemente, en un futuro, volvamos a utilizar las nociones de bien, mal, altruismo, egoísmo, pureza, espíritu, placer, sensación, sensualidad y sexualidad. Pero entonces estas serán interpretadas de manera muy distinta, dentro de un marco conceptual basado en las nociones de afirmación y negación de la vida.
5. UNA PROPUESTA MODESTA
Para concluir, yo propongo promover el desarrollo moral como una meta educativa–social importante y válida. Fomentemos un modelo de desarrollo moral que empiece por un compromiso básico con el desarrollo de una minima moralis.
Empecemos por comprometernos individual y colectivamente a ayudar a las personas a averiguar lo que son y lo que quieren ser, a descubrir lo que están haciendo y lo que quieren hacer, y, finalmente, a entender cómo pueden lograr ser quien ellas quieren ser y a hacer lo que ellas quieren hacer, partiendo siempre de lo que son y de dónde se encuentran actualmente.
Ya cuando el individuo haya adquirido una visión articulada de su identidad personal, haya desarrollado un entendimiento de su relación con su medio ambiente y haya esbozado un proyecto de vida (todos éstos siempre tentativos), entonces podemos aspirar a trascender este nivel de desarrollo moral y empezar a construir un puente entre la ética individual, la ética social y la ética del mediob ambiente. Seguramente nunca podremos eliminar la posibilidad de la existencia de individuos como Donald Trump y Adolf Hitler —monstruos para cualquier ética social—. Pues el hecho es que mientras creamos en el libre albedrío y, quizás paradójicamente, también en el determinismo genético, siempre tendremos que lidiar con nuestros propios Trumps y Hitlers.
Pero yo me inclino a darle la razón y la última palabra a Rousseau. Si formamos a los seres humanos de una manera que afirme su vida y que potencie su ser y hacer, entonces probablemente tendremos seres auto–realizados que no se verán tan frecuentemente en la necesidad de oprimir a otros para ellos sentirse mejor, ni tampoco tendrán que enviciarse con el consumo pasivo de bienes materiales y de experiencias prefabricadas, para llenar el vacío de su ser o lo nulo de su hacer. Esperemos que después de todo no haya que volver a la edad de piedra o al medievo para llegar al Edén.
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* Iván Márquez es profesor de filosofía en Texas State University – San Marcos. Obtuvo una licenciatura en biología y filosofía de la Universidad de Puerto Rico – Rio Piedras y un doctorado en filosofía de Indiana University – Bloomington. Ha sido profesor de filosofia en Indiana University – Bloomington, California State University – Fresno, Universidad de Puerto Rico – Cayey y Bentley University. Ha publicado artículos sobre filosofía social y política, ética, metafísica, epistemología, filosofía de la educación y pensamiento latinoamericano. Es editor de Contemporary Latin American Social and Political Though: An Anthology (Rowman & Littlefield, 2008). Intereses recientes de investigación incluyen pensamiento, cultura e historia latinoamericana, metafísica y ética del desarrollo, marxismo y cambio climático, performatividad del discurso e historia socio–cultural de la filosofía analítica. Dirección: Department of Philosophy, Texas State University, 601 University Drive, San Marcos, TX 78666 USA. Email: imarquez@txstate.edu.