SPINOZA Y LA BIOLOGÍA
Si estamos relajados, la percepción de nuestro propio cuerpo ayudará a relajar nuestro cerebro. Un cuerpo equilibrado condiciona una mente equilibrada. Cuando percibimos peligro en nuestro entorno, la adrenalina se dispara para preparar el cuerpo para una posible huida. Si el peligro es irreal, la idea errónea desencadenará igualmente esa respuesta. Por tanto, en última instancia, es el pensamiento el que cataliza la reacción, nuestra representación (ya que un león no entra en nuestra cabeza, y dentro de ella sólo disponemos de una representación) o nuestra fantasía (el león que nos han dicho que viene nos asusta tanto como el real, aunque nos hayan engañado). Una fobia es una percepción de una situación (arañas, interior de un ascensor, hablar en público, etc.) que prepara nuestro cuerpo para la lucha o la huida, con todos sus síntomas: dilatación de la pupila, sudoración fría, aceleración cardíaca, contracción muscular, etc. sin que haya motivo real para una huida. Cuando la disposición de ataque o huida se prolonga en el tiempo, aunque sea a baja intensidad, se produce el estrés. Y cuando el estrés se prolonga puede devenir en depresión.
Quizá consista todo en un reflujo de información. De la misma manera que unas personas recuerdan mejor imágenes, otras palabras, otros sonidos, es posible que exista una memoria emocional, condicionada genéticamente o por anomalías neurofisiológicas, que para desgracia del paciente, la información que refluya con más asiduidad sea de corte negativo, mientras que en otro cerebro son los recuerdos positivos los que afloran con preeminencia.
Spinoza trazó un paralelismo mental/corporal. El alma es sólo la idea del cuerpo. Y afirma que «el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas» [1]. No quería pensar el holandés judío que existieran dos mundos paralelos con la misma estructura, sino que el aspecto corporal y el aspecto mental, son dos visiones diferentes de la misma cosa. Siguiendo sus pasos [2], pero con una base científica actualizada, el neurólogo portugués Antonio Damasio define los sentimientos como «percepción de un determinado estado corporal» [3]. Nuestro cerebro escanea el cuerpo. Si todo funciona bien, nos sentimos felices, si algo no funciona, nos sentimos tristes. La felicidad sin embargo para Spinoza era con mayor exactitud «el paso a una mayor perfección» [4] y la tristeza a una mayor imperfección. La primera afirma nuestra potencia para obrar y la segunda la inhibe. La primera nos deja ser lo que somos o queremos ser, la segunda justo lo contrario. Cada cosa intenta perseverar en su ser, y lo que favorece esa perseverancia lo considera Spinoza como bueno, su representación le causa felicidad; lo que la reprime lo considera como malo y le causa tristeza la idea de lo mismo.
Damasio ofrece esta imagen:
«piense (el lector) que está tendido en la arena; el sol del final del día calienta ligeramente su piel, el océano chapotea a sus pies, y oye un murmullo de hojas de pino en algún punto situado detrás de él; además sopla una suave brisa estival…» [5].
No hace falta completar la descripción. La situación parece idílica. Fisiológicamente eso se traduce por una distensión de los músculos, una respiración pausada, una temperatura idónea. El cuerpo es una máquina que parece funcionar perfectamente. La sensación mental es de placer.
Los yoguis hacen hincapié en la respiración como la puerta a la serenidad. No hacen más que darle la vuelta a la tortilla y trabajar el aspecto físico. Si cuando nos ponemos nerviosos, las ideas se precipitan y la respiración se acelera, intentemos pausar la respiración, y las ideas irán más lentas. Una respiración suavemente acompasada es incompatible con un estado de ansiedad elevada. Y por tanto, serán las ideas las que cambien.
Ahora bien, sin entrar en la diferenciación que realiza Damasio entre emoción y sentimiento, el sentimiento no se reduce sólo a producir ese mapa del estado del cuerpo, también lo realiza del estado de la mente. Y esto es lo pertinente. El libro está repleto de ejemplos y experimentos neurofisiológicos, y todos muestran los vericuetos de la identidad del orden y conexión de las ideas con el de las cosas. Esto es difícil recusarlo. De hecho, sin una mínima parte de los conocimientos neurológicos disponibles hoy en día, Spinoza ya lo había expresado muy claramente: «según están ordenados y concatenados en el alma los pensamientos y las ideas de las cosas, así están ordenadas y concatenadas, correlativamente, las afecciones o imágenes de las cosas en el cuerpo» [6].
Lo que no parece tan claro es la supeditación de un nivel respecto a otro:
«en la variedad más avanzada del fenómeno [del sentimiento]… [este] comprende lo siguiente: los estados del cuerpo que son la esencia del sentimiento y le dan un contenido distintivo; el modo alterado de pensar que acompaña a la percepción de dicho estado corporal esencial; y el tipo de pensamientos que concuerdan, en cuanto al tema, con el tipo de emoción que se siente» [7].
El bienestar coincide cuando nuestra mente piensa bien, y el malestar
«a menudo tiene que ver con un modo de pensar ineficiente que se atasca alrededor de un número limitado de ideas de pérdida» [8].
En el conocimiento hay un componente salvífico. Esto es Spinoza en su genuinidad más estoica, que declara que cuando el alma (trasponiendo debidamente a un vocabulario más actual toda su terminología) dispone de un conocimiento claro y distinto, deja de padecer. Por eso Dios, que todo lo sabe, no está ni contento ni… triste. Simplemente se dedica a saber. Y como es infinito para colmo se dedica a saber-se. Sería un pasatiempo formidable, si no se diera la circunstancia de que por su eternidad en él, el tiempo no pasa
«un afecto que es una pasión deja de ser pasión tan pronto como nos formamos de él una idea clara y distinta» [9].
Y de cualquier afecto se puede tener una idea clara y distinta, que es lo que precisamente le ocurre a Dios. Cuando alguien nos hace una jugarreta, pero comprendemos la concatenación causal en la que está esa acción insertada, nuestro odio hacia ese alguien queda directamente anulado.
Que el conocimiento claro y distinto de una afección nos libere de su tiranía es una opción. La pérdida de un hijo, por muy claramente que la entendamos, ¿no necesita una fase de duelo? ¿Realmente nos podemos quedar impertérritos ante el espectáculo de la naturaleza, sin un apego emocional? La respuesta de Spinoza es valorada por Damasio al final de su libro, de su viaje. Un final feliz debería
«combinar algunas características de la contemplación de Spinoza con una postura más activa dirigida al mundo que nos rodea… que incluye una vida del espíritu que busca la comprensión con entusiasmo y alguna especie de disciplina como fuente de alegría… y basada en la creencia de que parte de la trágica condición de la humanidad puede aliviarse» [10].
La idea estoica quizá no es tanto de desapego como de aceptación. Es de contemplación reconciliada con el exterior. Habíamos dicho que el estado del cuerpo «es la esencia» del sentimiento, y el estado mental «acompaña» a ese estado corporal. Damasio parece dar aquí, cierta prevalencia al nivel corporal. Evidentemente sin cerebro, es decir sin ese trozo de carne gris arrugada, no hay pensamiento, pero a efectos prácticos sin pensamiento tampoco habría cerebro. Entre otras cosas, porque «cerebro» es una palabra, un concepto, una unidad o como queramos llamarlo, que sólo existe como idea en una inteligencia.
NOTAS
[1] Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, Madrid, 1987. Pág. 106.
[2] Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y de los sentimientos. Madrid, 2005.
[3] Op. Cit. Pág. 88.
[4] Spinoza, Op. cit. Pág. 235.
[5] Antonio Damasio, Op. Cit. Pág. 83.
[6] Spinoza, Op. cit. Pág. 344.
[7] Op. Cit. Pág. 90.
[8] Op. Cit. Pág. 90.
[9] Spinoza, Op. cit. Pág. 344.
[10] Antonio Damasio, Op. Cit. Pág. 262.
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* Santiago Martín Arnedo es licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada. Realizó cursos de Doctorado en la Facultad de Sociología y Ciencias Políticas donde ha sido Profesor Asociado. Tiene estudios de Derecho y de Traducción. Ha ganado varios premios de ensayo y colaborado con la prensa, especialmente sobre temas de cultura alemana. Ha publicado varias traducciones (Gadamer, Kaschnitz) y artículos de temas de estética, filosofía y literatura en revistas especializadas.