SPENGLER SOBRE LA INTERCULTURALIDAD Y LO ÉTICO. CONSIDERACIONES SOBRE EL UNIVERSO COMO HISTORIA
Entre 1918 y 1922 se publicó la obra de Oswald Spengler «La decadencia de Occidente».
Dos son las tesis centrales de ese libro, que rápidamente gozó de universal reconocimiento pese las dificultades que su autor enfrentó para publicarlo. La primera es la idea de que las culturas son seres orgánicos. Parangonándolas a individuos biológicos, se reconocen en ellas etapas formativas, de estabilización, de expansión y de decadencia. Es una idea de Goethe, a quien el autor admira. El anquilosamiento de las culturas se traduce en su conversión a civilizaciones. Éstas se conciben como productos. Las culturas, en cambio, son movimientos vitales y productivos del alma colectiva, accesibles a la intuición y a la percepción artística, al modo como Goethe concibió el estudio de la naturaleza. El «universo como historia» presupone un órgano perceptivo, una intuición ilustrada que trabaja sobre los materiales empíricos que las ciencias preliminares de la historia (la archivística, el estudio de los monumentos, la demografía, la geografía) ponen a disposición del historiador.
La cultura, como organismo, tiene una íntima coherencia en sus componentes. Puede ligarse la técnica de la composición musical con las indagaciones matemáticas, con la arquitectura, con la emergencia de personalidades relevantes. Del modo como la paleontología de Cuvier sostenía una correspondencia entre las partes de un esqueleto animal, así el historiador sagaz sabrá distinguir las analogías (equivalencias funcionales), las homologías (equivalencias formales) y las correspondencias (equivalencias cronológicas y significantes) al comparar culturas alejadas en el tiempo y el espacio. Habrá errores, especialmente debido a semejanzas superficiales y a no estudiar adecuadamente el estadio evolutivo de las culturas que se compara.
De allí procede la segunda gran idea del libro de Spengler. Hoy cobra enorme importancia cuando se intenta una perspectiva inter o transcultural. Se trata de cambiar desde una perspectiva «ptolemaica» que para la astronomía antigua significa esencialmente geocentrismo, a una perspectiva «copernicana», que destaca el heliocentrismo. Sacando a la Tierra de una posición preeminente, como dictaba el sentido común y la observación ingenua, el heliocentrismo significó convertir a la Tierra en un cuerpo celeste ordinario entre otros cuerpos celestes ordinarios, privarla de una posición descriptiva y epistémicamente privilegiada. Asimismo, la ciencia histórica de las culturas considera a cada una en su propio universo conceptual y práctico. Distingue aquello que en ella es posible ver de aquello que el observador «proyecta» desde su propia perspectiva.
Bien se puede advertir que este «relativismo cultural» fue luego dogma de las ciencias antropológicas y condición indispensable para la correcta formación de un profesional que estudia lo humano en sus diversas manifestaciones. Pero si fuera tan evidente su verosimilitud no tendríamos hoy disciplinas enteras, como la medicina, que parecen ignorarlo. Hoy la psiquiatría, con su énfasis neurocientífico y su dependencia del poder económico–industrial parece dividir el mundo en The West and The Rest. Indicaciones que parecen obvias y evidentes a los habitantes de las naciones industrializadas no lo son en modo alguno para otros.
Spengler lleva su análisis a extremos críticos cuando advierte que lo que Kant consideró invariantes universales de la razón humana no son más que los prejuicios de una «Weltanschauung» particular, la suya. Nunca plenamente examinada en reflexión autocrítica, Spengler atribuye a Kant operar con unas nociones geométricas y matemáticas de los escolares de su tiempo, sin reparar que hay muchas dimensiones posibles en las geometrías no euclidianas. Y es de paradoja que no se haya reparado en cuan inapropiado es, para las concepciones de mundo, que una de ellas se considere la «versión sublime» de la humanidad por antonomasia.
No procede explorar con mayor detalle esta crítica, que toca los cimientos mismos de la idea de humanidad y del papel de la Razón en los asuntos humanos. El plexo de ideas que estas nociones articulan son la materia de interminables discusiones y se encuentran en la base de prejuicios acendrados (como los que tuvieron los legisladores de Indias para resolver la disputa entre Sepúlveda y Las Casas sobre la «humanidad» de los «indios»). Si a ello se agrega la tonalidad religiosa que subyace a toda forma de «pueblo escogido», «religión verdadera» se tiene el panorama de la heterogeneidad, aunque reconocida, ignorada o despreciada con base en la hegemonía y el poder.
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* Fernando Lolas Stepke es médico cirujano, psiquiatra y escritor chileno. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua, Académico Correspondiente de la Real Academia Española. Ha escrito ensayos literarios (premios Pedro de Oña, Gabriela Mistral, Manuel Montt, Consejo del Libro y la Lectura) sobre temas de historia y humanidades médicas. Ha escrito varios libros sobre bioética y ciencias humanas; Conferencias en diversas instituciones. Programa Interdisciplinario de Estudios Gerontológicos en la Universidad de Chile. Columnista de los diarios La Época y El Mercurio (Santiago de Chile) y Hoje em Día (Belo Horizonte, Brasil), con libros de recopilación de crónicas. Tiene cerca de cuatrocientas publicaciones en revistas nacionales e internacionales en español, inglés, alemán, polaco y portugués como el Journal of Philosophy and Medicine, Social Science and Medicine, Transcultural Psychiatry y World Psychiatry. También es editor o miembro del comité editorial de varias revistas especializadas en psiquiatría y medicina.