UN RÉQUIEM POR EL HÉROE
Por Betuel Bonilla Rojas*
Ricardo Forster, en un bello pero nada esperanzador ensayo, ha dado el puntillazo final a la figura del héroe, no a aquel legendario personaje de estirpe medieval, al mejor estilo de Amadís de Gaula y Tirant lo Blanc, sino al surgido de la fragmentación y la sospecha, aquel que se pregunta, cruzado de brazos: «¿Qué se hizo Dios mientras sucedía lo de Auschwitz, Dachau y Treblinka?, ¿dónde estaba cuando el apocalipsis estalló infame sobre Hiroshima de la mano del Enola Gay?, ¿qué nuevo e insólito mundo estaba fundando mientras las bombas israelíes cortaban el aliento a niños libaneses?»; es decir, pronostica Forster, que venido a menos el héroe encargado de su propio destino, queda el vacío, la oquedad, la certeza de lo vacuo irremediable.
Al respecto afirma Forster en su ensayo La Muertes del héroe:
«Los héroes creados por los medios de comunicación, héroes fugaces, apenas sí representan el ideal narcisístico de individuos autorreferenciales, figuras fabricadas por la industria del espectáculo que necesita, día tras día, crear los arquetipos que vengan a satisfacer la orfandad de ideales sustantivos de una humanidad anestesiada y sin rumbo. Giro copernicano del héroe atravesado por la convicción del creador de lo nuevo al héroe mediático que dura apenas lo que la temporalidad del instante le permite durar. El héroe moderno intentaba en su fracaso desafiar el destino mítico, deseaba derrotar aquellas fuerzas arcaicas y atávicas que sujetaban a los hombres a un dominio trascendente e indescifrable; el héroe contemporáneo no desafía a nadie ni experimenta un destino trágico que alcance a cristalizar más allá de la fugacidad y el instante porque su esencia, si es que la tiene, le viene dada por el lenguaje del mercado y los medios de comunicación que necesitan elevarlo y destronarlo en continua y perversa perpetuidad».
Pero, más preocupante aún, es la ausencia del vigía, del creador, del que resiste con ideas. Despojado por entero del espíritu de la contradicción, ese portador de luz, ese intelectual orgánico de Gramsci, aquel que se representaba el acto junto a la hembra de la expresión martiana, ha emprendido también la diáspora al liviano presente, ha engrosado las filas de lo etéreo y se ha puesto del lado del poder omnímodo, ha entendido, o mejor, querido entender, que nada le queda más que la supervivencia ante el fracaso de su defensa, el sinsentido de una existencia en la que ya no vale la pena luchar.
La «intelligentsia», ha escrito Pablo Rieznik, se ha cansado de formar al lado de los menesterosos y ahora forma sin ningún pudor frente a las instituciones oficiales y privadas que le aseguran una dádiva, una migaja de grandeza. También ella, que acarició la otra forma del heroísmo, bajó la cabeza y se dejó engullir, seducir. «¿Servilismo, sometimiento o traición?», se ha preguntado Rieznik. Quizás los tres, quizás el pretexto perfecto viene dado bajo el imperio de la globalización, del derecho del marginal y periférico a superar sus propias limitaciones. Porque el primer paso del héroe creador del siglo XX fue dejarse seducir, dejarse atrapar como cualquier incauto por la premura, el confort y el miedo. Y luego se confundió con los otros y desapareció, tan sólo para reaparecer cuando todo está dado como una garantía que se ofrece como un soborno efímero del poder, que lo deja por un instante posar junto a él. Casi su adlátere, el héroe del pensamiento habla por el poder, lo representa y lo aplaude cuando se hace indispensable.
Pero, ¿qué formas concretas ilustran este servilismo, este sometimiento, esta traición? Sabedor de su valor intelectual agregado, el pequeño héroe, venido a menos, asiste a escenarios palaciegos siempre registrados por los medios de comunicación, estampa su rúbrica cuando de apoyar al poder se trata y no vacila en liderar, en la plaza pública, su completa adhesión al esperpento. Vencido el otrora opositor, el omnímodo ser deglute a su antojo lo que queda, por supuesto, con la ayuda cada vez más evidente del pequeño héroe. Éste, a su vez, suele contentarse con lo mínimo: con un nombramiento nimio, con algunas cifras bajo apariencias legales, o, lo peor, con la esperanza de sumarse, en un futuro no muy lejano, a la fila de su nómina completa.
Vasallo moderno, el pequeño héroe administra el feudo del esperpento. La tecnología disfraza su propósito, su papel, y le asegura el claroscuro, la difusa proyección de su imagen. Comodín, saltimbanqui, bufón o testaferro, cualquiera de estos roles le cae bien cuando de bendecirlo se trata.
Ahí está el pequeño héroe derrotado. Su presencia es más que visible: en los medios de comunicación, en las universidades, en puestos oficiales, en grupos culturales o bajo el disfraz de artista. Acaparan la atención menos por sus triunfos intelectuales que por sus ínfimas vanaglorias hipertrofiadas por los ‘mass media’, sus triunfos de idealistas derrotados; menos por sus lúcidos aportes al entendimiento del mundo que por su abominable gestión como corifeos del sainete glorioso. Bien pudieran ser, vistos así, personajes cómicos de Aristófanes, o esas moscas que en la novela de Azuela se refocilan con los residuos de la crisis, alimañas insaciables, carroñeros del espíritu.
Pobre pequeño héroe moderno. Son endémicos del siglo XX. El triunfo de los medios de comunicación los entroniza y los vuelve casi necesarios. Espero que el siglo XXI, de una u otra manera, los erradique para siempre de la faz de la Tierra.
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* Betuel Bonilla Rojas nació en Neiva (Huila, Colombia) en 1969. Licenciado en Linguística y Literatura por la Universidad Surcolombiana. Especialista en Docencia Universitaria por el Convenio Universidad de La Habana–Coruniversitaria de Ibagué. Colaborador habitual de periódicos y revistas del país, autor del libro de relatos Pasajeros de la memoria. Finalista en el Concurso Internacional de Cuento Hucha de Oro en Madrid, España. Primer Puesto en en el Concurso Departamental de Cuento «Humberto Tafur Charry», versiones 2000, 2004 y 2009. Finalista del Primer Concurso Internacional de Minicuentos «El Dinosaurio», La Habana, Cuba, 2006. Primer Puesto en el Primer Concurso Departamental de Ensayo del Huila «Jenaro Díaz Jordán», 2008. Primer puesto en el XVIII Concurso Departamental de Minicuento «Rodrigo Díaz Castañeda», Palermo, Huila, 2008, y segundo puesto en la versión XX del mismo concurso, 2010. Autor de los libros de cuentos Pasajeros de la memoria (Gente Nueva, 2001) y La ciudad en ruinas (Fondo de Autores Huilenses, 2006); del libro de teoría El arte del cuento (Trilce, 2009). Incluido varias antologías de editoriales colombianas y españolas. Compilador de los libros: Matamundo, una muestra de literatura huilense contemporánea (Ediciones del Centenario, 2005); Parvulario: Textos de dieciocho maestros sobre la infancia (Trilce-Altazor, 2005), Memorias del Primer y Tercer Encuentro Nacional de Escritores «José Eustasio Rivera» (Altazor, 2006, 2007) y La tarde está como para contar cuentos: Antología de minicuento huilense (Fondo de Autores Huilenses, 2007). Incluido además en los números 7, 9, 10 y 16 de la revista de literatura Alhucema (Granada-España).