Filosofía Cronopio

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LA NAVE DE TESEO: SERES TRASPLANTADOS

Por Luis Felipe Valencia Tamayo*

La comprensión de problemas filosóficos profundos ha sabido orientarse por medio de analogías, metáforas, símbolos, símiles, bajo los cuales se hace placentera y pedagógica la indagación. Por supuesto, ha habido filósofos reacios a aquel nivel de escritura. Kant, por ejemplo, enlaza las condiciones de la razón y de la experiencia en su magna Crítica de la razón pura, pero, al atar sus representaciones del conocimiento, el pensador alemán no ofrece ni una simple comparación con la vida diaria de sus lectores. La lectura de su obra es un placer que se cultiva en la reciedumbre argumentativa. Ese hecho no habla ni bien ni mal de los pensadores en sí mismos —y menos de Kant— pues se trata de características con las cuales se definen las estructuras de su pensamiento y las formas en las que se ofrecen al público y a la posteridad.

Otra serie de filósofos, también supremamente profundos, logran un efecto mucho más dulce en sus reflexiones a partir de la poetización de sus descripciones. La realidad y sus complejidades, así como la trascendencia y sus particulares trampas, aparecen, así, coloreadas por personajes, anécdotas y hasta breves historias con las que se evidencia una educación misma de la reflexión. Platón, en tal caso, ha sido uno de los más profusos y fundamentales redactores de una picaresca filosófica en la que la mitología y las representaciones se convierten en planteamientos de una manera de hacer y concebir los problemas del pensamiento. Este ánimo, por fortuna, ha seguido siendo parte de la más profunda especulación en torno a la humanidad, la vida, la muerte, la realidad, el cosmos y hasta aquello que no podemos llegar a percibir. Incluso la ciencia y su divulgación beben de este particular modo de aproximarnos a lo que ocurre.

La nave de Teseo es una de esas clásicas caracterizaciones de un problema filosófico. En Vidas paralelas, narra Plutarco que aquella embarcación se mantenía desde tiempos antiguos en tierra ateniense gracias a que se le reemplazaban sus partes a medida que estas se deterioraban. Por ello, los filósofos de la época se valían de lo que pasaba para ejemplificar un problema de difícil solución acerca de la identidad de las cosas. ¿Era realmente aquella nave la misma que había transportado a Teseo o era un barco distinto al que se le daba el mismo nombre?

La pregunta enmarca una situación compleja acerca de la naturaleza misma de la materia y de los seres. Ha sido el escritor británico Martin Cohen quien, en 101 problemas de filosofía, ha brindado un extravagante ejemplo del problema de la identidad al hablar del calcetín (o la media, como decimos en Colombia) de John Locke. Si el filósofo no quisiera perder su media favorita y la fuera remendando a medida que se llenara de rotos, ¿en qué punto sería la misma media cuando ya toda estuviera remendada? La pregunta, estoy seguro, deja una mueca graciosa en más de un lector. Sin embargo, se trata precisamente de ello: la manifestación de un asunto en el que nos vemos envueltos todo el tiempo. Mudamos de piel, cambiamos todo lo que nos adorna, lo hacemos reparar, dejamos de ser los mismos al terminar nuestras lecturas; como se mire, la identidad se convierte en un concepto problemático.

En la literatura y en el cine este ha sido un asunto transversal. Muchos son los ejemplos destacados en los que se subraya esta particular paradoja. Con la llegada de una película como Ship of Theseus la exploración de la identidad se hace aún más explícita. El filme, dirigido por el realizador indio Anand Ghandi, nos remite a la descripción plutarquiana de la particular nave del héroe griego para encarar la visión de la identidad humana en tres personajes que reciben sendas donaciones de órganos. Una narración íntima nos lleva a la vida cotidiana de los seres que esperan, temen y enfrentan la solución definitiva de sus respectivos males.

Como el desgaste de la nave de Teseo, una reparación traerá una nueva forma de definir la identidad. Las «mejoras» conllevan consecuencias que maravillan y, a la par, apesadumbran.

LA MIRADA AJENA

La primera historia es la de Aaliya Kamal, una fotógrafa que tiene un estado particular para su condición de artista: es ciega. Con la ayuda de una sofisticada cámara y un programa operativo que le indica con voz de robot dónde están las sombras y las luces de las imágenes que capta, Aaliya define una posición esencial en el rastreo de las imágenes del paisaje sonoro de su vida cotidiana. Camina por las avenidas y calles de Mumbai haciéndose a un álbum fotográfico de la alegría y la miseria de sus conciudadanos. Los sonidos del interior de una casa, los animales que van y vienen, los gritos de la esquina, la ciudad y sus estruendos, todo halla un eco en la mente de la talentosa fotógrafa.

La vida de Aaliya, no obstante, está pendiente de un trasplante de córnea, la refacción que le dará una «mejorada» visión de las cosas. Como nos hemos detenido narrativamente en el planteamiento de lo que hacía la chica como ciega, es esencial que tengamos una gran expectativa con la cirugía que le dará luz a sus ojos. Se trata del primer momento sublime de la historia. La chica comienza a abrir los ojos como si despertara de un largo sueño y las imágenes van tomando gradualmente forma. La fotógrafa ciega ve con los ojos de otro. Es como si ella misma despertara en un cuerpo distinto. La sensación trasciende la esfera de lo que le pasa a la chica y, como espectadores, despertamos también a la noción de que nuestros ojos ofrecen mucho más que algo que hay ahí afuera. En los colores y en las sombras, en el cielo y en el cemento de la ciudad, la mujer no se reconoce más a sí misma. La crisis de estar «mejor» toca ahora su mente exigiéndole una forma distinta de contemplar la vida. Aaliya ve ahora la fealdad de su arte; ya no recibe con tanta gracia la felicitación de sus proezas. Cuando se corta su historia para conectarse con la segunda, la vemos abrazada a la soledad.

LA OPCIÓN IRÓNICA

Maitreya es un monje que recorre y vive la pobreza de su ciudad. En el contacto con sus discípulos, surgen los debates y las conversaciones casi como una especie de remembranza socrática. El monje cuestiona los modelos de vida, el consumismo, los abusos con la naturaleza, con otras especies que cohabitan con el hombre pero que siempre, en el trato humano, llevan las de perder.

Sin embargo, su mundo empieza a tambalear de cuenta de la cruda ironía de necesitar las medicinas y los tratamientos que siempre ha criticado. No ha sido idea de Maitreya ir en contra de la salud, del desarrollo de mejores medidas para contener, atacar y remediar los males de la humanidad, al contrario, su forma de ser y de actuar se equiparan a la del médico que da dosis de valentía para el alma; no obstante, el modo en el cual se llega a los resultados, con experimentación y maltrato animal, con una puerta abierta a que unos seres padezcan de cuenta del beneficio que requiere la humanidad, dejan al monje completamente desahuciado.

Al ser diagnosticado con un problema de hígado y, sobre todo, al ofrecérsele como remedio un trasplante, el monje acepta resignado su destino en la coherencia de ser y vivir sin tener contacto con lo que la ciencia médica ofrece como reparación para su enfermedad. Maitreya se entrega gradualmente a la muerte ante la mirada sorprendida de uno de sus discípulos. Como se dice comúnmente, aquel hombre es capaz de morir con la de él. La defensa de los animales, del encuentro natural y desinteresado con el planeta y sus especies, tiene una exigencia de difícil cumplimiento.

LAS PARTES TRAFICADAS

La última historia es la de Navin, un joven que vive con las ambiciones y el consumismo propios de una generación que tiene poco tiempo para pensar, al menos, en sí misma y sus ideales. Él ha vivido un exitoso trasplante de riñón y, además de sus rutinas clínicas, visita a su abuela que se encuentra hospitalizada. Con ella habla sobre lo que identificaba las luchas de otrora y ella, sin ponerse blanda, le reprocha continuamente la indiferencia y la poca solidaridad que manifiesta ante los problemas sociales. Mal de toda la nueva humanidad, se lamenta la mujer en la cama del hospital. A pesar de los reclamos, Navin se muestra reacio a aceptar responsabilidad alguna en los cambios que exige el mundo.

Hasta que aparece Shankar, un pobre hombre a quien sin autorización le han removido uno de sus riñones tras haber ido al hospital por un problema de apéndice. Su historia es tan común que impacta: hombres y mujeres van a clínicas por algún mal y terminan siendo «donantes» de órganos para grandes impulsores del tráfico internacional. Navin se conduele por el caso y piensa que, tal vez, él ha recibido un órgano de una persona como Shankar, un miserable del que se pudieron aprovechar. Sin darse cuenta, el joven emprende un camino en el que la denuncia y el reconocimiento de un mundo cruel y bastante injusto tocan a su puerta, como si las palabras de su abuela hubieran desplegado su destino.

Los hallazgos de Navin trascienden Mumbai, tocan Europa, llegan a personas que tampoco sabían lo que se hacía para conseguir las refacciones de su nave, de ese cuerpo que, como el de Teseo, vive al desgaste. Descubre que aunque parecía que el dinero no podía meterse en todo, este es un mundo en el que el dinero se ha convertido en el mismo todo. En la rueda de la fortuna, el capital pone frenos y trabas, detiene a veces, alarga también, lo que puede ser el encuentro con la vida y con la muerte. Navin se desconsuela.

En el cierre de esta historia y, con ella, de la película, el espectador se convierte también en un ser trasplantado. La metáfora griega lo asiste una vez más para ser uno de los hombres de la caverna platónica y encontrarse allí con el decorado que hace que todas las historias se unan. Aaliya, Maitreya y Navin han sido tocados por la renovación, las reparaciones habituales que se ha hecho a la nave de Teseo, y en el despertar de esta realidad tanto ellos como nosotros hemos dejado de ser, pasamos a una percepción distinta de la existencia, algo que se logra tras los pasos por convalecencias, dolores y, por qué no, cuando se ven y leen buenas historias.

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* Luis Felipe Valencia Tamayo (Manizales, Colombia). Escritor y profesor de Literatura y Humanidades en la Universidad de Manizales. Como aficiones y gustos, la literatura, el cine, el periodismo, la filosofía y la música son parte de su vida cotidiana ya sea como lecturas o como motivo para escritos. Ha participado de diferentes eventos y certámenes al respecto, haciendo parte de revistas y antologías hispanoamericanas y colombianas de ensayo y de cuento. Premio de Ensayo Tulio Bayer 2004 (Manigraf – Manizales, Colombia); Premio de Cuento Universidad de Manizales 2006 y 2009 (Universidad de Manizales – Manizales, Colombia); Premio de cuento La Monstrua de literatura fantástica, 2007 (Vavelia – Guadalajara, México); Premio de Ensayo Alenarte, 2008 (Revista Alenarte – Madrid, España). Hace parte de las antologías de relatos El Camino de los Mitos I (2007) y de El Camino de los Mitos III (2010) ambos en Ediciones Evohé (Madrid, España). Premio de ensayo universitario La ética en la vida universitaria 2012 (Universidad de Manizales); Premio nacional de cuento ciudad de Barrancabermeja 2012 (Alcaldía de Barrancabermeja); finalista en el IX Certamen internacional de cuento Canal Literatura 2012 (Canal Literatura – Murcia, España); finalista en el Concurso internacional de cuento Palabras Sin Fronteras 2013 (Bruma ediciones – Mendoza, Argentina).

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