MICHEL ONFRAY: ENTRE EL PLATONISMO Y EL HEDONISMO
Por Santiago Vallejo Villa*
En el libro “El Banquete” de Platón se ve el amor a través de la figura del andrógino. Un ser que siempre va en búsqueda de su mitad perdida para poder alcanzar la plenitud que ansía como alternativa para lograr la perfección.
¿Perfección de qué o para qué? La vida a cada instante nos muestra que, cuando permanecemos en un ideal, y éste se rompe, el dolor es desgarrador; no hay que buscar nada de perfección porque se convierte en una constante tortura sin salida, sin respuesta. La perfección es la noción vil para el que vive de ilusiones. Sus deseos se convierten en dolores y en angustias prolongadas que obligan a vivir conforme con un hipotético futuro del que aún nada se sabe ni se sabrá, porque sólo es posible vislumbrar las alternativas del aquí y el ahora.
La perfección nunca ha jugado con el acontecimiento, con la experiencia que es la suprema maestra de la existencia. La filosofía es vida y, por tanto, hemos de acogerla como tal con su grito que nos llama a hacerle compañía; y a su vez, con el firme propósito de bajar nuestra mirada y saber que, sobre esta tierra, se encuentra nuestra voluntad de vivir para hacer de cada instante un goce perpetuo; que nuestro cuerpo sepa encontrar su deseo en plenitud conforme a las maravillas de lo que le rodea, donde las sensaciones se conviertan en pináculo central de esas eternidades instantáneas donde sólo se buscan oportunidades para alegrarse.
Hay que dejar de amar los modelos y mejor, amar la vida filosófica que está plagada de miradas, de encuentros y desencuentros en las alternativas existenciales del goce, transportador de múltiples realidades.
Circularidad amorosa que se encierra en sí misma, que vuelve y retoma el mismo lugar de siempre y se estanca en un solo punto. Cuerpo inmóvil, encerrado, atrapado, alejado de su potencia de existir borrando su multiplicidad de placeres. Es la vida ensombrecida la que acontece, lúgubre, extraña y oscura, declinada ante la idea suprasensible de las almas. Es la gesta ganadora de Thánatos sobre Eros. Éste nos conduce a un camino determinado, señalado. Es el destino construido con antelación sin poder modificarlo con nuestras acciones. No hay arquitectura del deseo, de la pasión, del desborde, solamente existe un otro perfecto que al final no seré yo, ni será él, ni será nadie.
El deseo profundo de castigar el cuerpo es la consigna platónica por excelencia, todo lo que represente un juego de carne y piel debe ser destrozado por su carácter corruptible. Es una condena que permanece de forma infinita cuando se emprende el camino de buscar al otro ser que camina vagabundo en el laberinto de las ilusiones. Sólo son sombras y máscaras que encubren su verdadero rostro para permanecer en la idea, en esa esfera de la perfección que pronto revienta al contacto con la tierra y genera el estallido de la desazón, de la daga que se incrusta en el cuerpo adolorido y se estremece ante semejante apariencia. La dialéctica de las formas, de los cuerpos perfectos que la mente construye, sólo son deformidades cuando se comienza a establecer encuentros con el mundo. De una vez por todas es la verdad que alumbra, que puede cegar, pero al mismo tiempo, es la que nos brinda la seguridad de lo que es. En la cotidianidad se encuentran las esencias de los cuerpos que quieren gozar, vivir y sentir el placer máximo que su piel les provee.
Los filósofos antiguos, como Demócrito o Epicuro, supieron conformar muy bien su vida y su pensamiento, donde su experiencia fue el fiel reflejo de sus acciones dentro del devenir cotidiano. Cada reflexión va y viene en dirección a una vida filosófica, y se convierte en una fuerza promotora de una forma de seducción por la existencia, y si está establecida bajo el imperio de las virtudes del erotismo, del juego sensible donde se confluyen los cuerpos enamorados en su multiplicidad de goces, será allí el punto inicial para abarcar este camino, muy largo, y en el que probablemente se suscitarán infinidad de sensaciones.
Si observamos el pensamiento de Epicuro, figura notable en la construcción de los primeros caminos hedonistas, encontramos sus apreciaciones muy válidas, en tanto que ayudan a configurar una vida gobernada por el placer y el goce. Sin embargo, hemos de rebasar esa concepción primera del hedonismo en tanto la fisiología de Epicuro sólo sirvió para elaborar una teoría en la cual se invita a disfrutar de los placeres de la mesa, del cuerpo, de esos placeres necesarios pero con la prudencia que debe acompañar cada acción de ese tipo, lo que conlleva a vivir en un ascetismo hedonista.
Por ende, nuestra contemporaneidad, nos muestra unas dinámicas del placer completamente diferentes a las de aquel entonces. Ahora, el fluir constante de las acciones, nos invita a hacer lo mismo con nuestro cuerpo y llevarlo al límite de sus posibilidades para ponerlo dentro de una práctica cultural, donde se involucren una diversidad de ámbitos que la existencia nos ofrece.
Para llevar a cabo ese desbordamiento hedonista, el filósofo francés Michel Onfray, nos plantea el concepto de libertinaje erótico-solar que tiene como principal acción un hedonismo que “tome en cuenta la duración máxima del júbilo y el goce; una vida de a dos cuyo vínculo sea la pasión. Densidad, duración, emociones libres, sensaciones exacerbadas”. Es decir, cuerpo al límite entregado a la pasión absoluta, al constante vaivén de los sonidos del éxtasis, a las luces del toque que construye realidades corporales. He ahí la vida y el entrelazamiento de emociones profundas acompañándonos en el sendero que nos hace olvidar la muerte por unos instantes, donde es posible acariciar la felicidad ansiada, y donde la eternidad encuentra un lugar en lo terrenal.
Allí, en lo tangible, podemos engendrar la multiplicidad de sensaciones libidinales, gozosas y libres, experimentada por los cuerpos. Desatar toda la furia pulsional que se encuentra en cada uno para proveer el estallido de la magia erótica, para crear y re-crear el cuerpo del otro a nuestra imagen y semejanza. Empero, como ya quedó demostrado con anterioridad, el goce y la pasión se convierten en elementos fundamentales para que cada cual, con su cuerpo, pueda acercarse al otro y se establezca una sensación de satisfacción y plenitud que sólo es posible para sí mismo, tratando de convocar una vida semejante a la inmortalidad, al hecho de olvidar por un instante que somos seres finitos, a través del movimiento y la energía que exhalan los cuerpos, los juegos de miradas, desatadas por la pasión absoluta y las caricias que hacen que la vida se convierta en el epicentro de lo más puro y lo más excelso.
Esta apreciación reivindica y le da más valor a la sentencia del poeta Horacio por excelencia, el «carpe diem«, el hecho de disfrutar del presente, de hacer y decidir lo más conveniente para cada uno, tratando eso sí, de encontrar el mayor placer posible en cada acción que se realice. Es el aquí y el ahora el único momento que cuenta en su materialidad y totalidad, pues la nostalgia del pasado no es muy apetecible y el futuro será siempre incierto para poder develarlo; inclusive para poder pensar en la posibilidad de que no exista un mundo más allá que nos entregue toda la tranquilidad y la calma que éste nos ofrece, así sea en pequeños instantes, porque el futuro agobia.
Es el vislumbrarse allí, sin estar allí, es arrojarnos con nuestra imaginación a lo desconocido, lo extraño, lo frágil de la finitud de la vida, es tener en nuestra mente de forma continua la sensación de nuestra mortalidad, muchas veces tan inconsistente y débil. Es creer en las agonías del fuego eterno que nos pulveriza todo nuestro cuerpo henchido de libidinosidad y gozo.
Esculpir la existencia es la verdadera labor de cada individuo creyente en ese «carpe diem» del poeta latino, en tanto posibilidad de establecerse en las piedras angulares del libertinaje solar para convertir el cuerpo en un cuerpo enamorado, ese que ansía a cada momento descubrir sus potencialidades de existir, de vivir, de estar en el mundo.
No es solamente ese cuerpo enamorado, develado en el juego sensual y sexual de la carne, sino ese cuerpo enamorado de la vida en su totalidad, con sus dinámicas que permiten una construcción de sí mismo, centrado quizás en lo que Horacio denomina como un «Eros ligero» que permite ir de aquí para allá sin llevar a cuestas ningún tipo de carga pesada. Es mi libertad y la libertad del otro las que están en juego, es la autonomía de cada cual la que se pone como punto de equilibrio para viajar a otras zonas, otros paisajes para contemplar y admirar.
Es el Eros veloz el que permite el máximo despliegue, y la sexualidad desculpabilizada produce la lúdica más recreativa para aprovechar la carne gozosa y rechazar la carga pesada del otro que exige respuestas y nos inmoviliza nuestra voluntad. Atarse a las cadenas del otro implica tener la mirada muchas veces puesta en el ahora, como si esa persona fuese a concatenar todas nuestras energías vitales, todas nuestras aspiraciones existenciales; por ello, es importante reconocer que lo más provechoso para nuestra vida en la tierra, esa vida finita que sólo se logra experimentarla por un momento, es disfrutarla. Llegará el momento en el que el tiempo nos tragará y nos arrojará a las profundidades del sueño eterno.
El dulce palpitar de los cuerpos, de las palabras dichas en el momento adecuado pueden proveer una tremenda satisfacción mutua. Descubrir las zonas que se gestan como erógenas para probar allí la ternura y la dulzura del toque, del baile de los dedos identificados con el roce de la piel. La temperatura cálida que se encarna en el cuerpo es la sensación de que estamos vivos, es la celebración de la voluptuosidad ansiada que el cuerpo quiere transmitir. Todo lo inmanente permanece allí, todo lo eterno se encuentra en ese cuerpo perfecto que recubre todo nuestro deseo y se entrega a la pasión absoluta. Tanto hombre como mujer deben experimentar el mismo éxtasis porque en ese contrato de libertinaje solar la igualdad sensual y sexual existe, y el disfrute del cuerpo en todas sus posibilidades debe emerger como un don preciado, un don que sólo se halla en este mundo terrenal.
La época en la que nos encontramos inmersos ahora, la posmodernidad, nos indica de manera visible la cuestión de que vivimos de una forma acelerada, rápida, sin posibilidades de una reflexión acerca de lo que somos como seres humanos. Por ello, es muy común encontrar las respuestas obvias que salen a la luz en cada momento. Por ejemplo, el hecho de considerarnos una sociedad enferma, esquizofrénica, que continúa en la irrenunciable búsqueda de sus comodidades, del éxito que provee quizás un reconocimiento y hacer parte del grupo de los que sueñan con ser “alguien” en la vida, y no de esas personas que se encuentran puestas en la categoría de los comúnmente llamados “perdidos en el camino”. Aquellos que han visto sus oportunidades acabadas, extraviadas, o que inclusive no las han tenido, por estar pensando en que Dios los ayudará y que simplemente de ese ser superior saldrá todo bien. Si las cosas saln mal, pues entonces las respuesta será que los designios de Dios son así.
Esto obedece al enorme mal que ha provocado la idea de Dios en las conciencias de los hombres, porque es ese ser superior el encargado de todo lo que acontece en el mundo, del destino que se ha marcado enteramente para la humanidad. El hombre pronto se olvida de su humanidad, y de alguna u otra manera, de su libertad para conocer las enormes posibilidades que la existencia le está ofreciendo. Su conciencia está cargada de tanta culpa que muchas veces no es capaz de lanzarse al abismo, de arriesgarse por las cosas que alguna vez se ha preguntado, por experimentar y cuestionar lo otro, o lo que han dicho los otros.
Es el momento de pensar en que debemos cambiar la idea platónica del amor. El erotismo, el hedonismo y el uso de los placeres darán la felicidad terrenal. La verdadera filosofía no es otra cosa que el uso del cuerpo enamorado; una erótica solar.
Michel Onfray, aquí y ahora. Cortesía del Canal Arte. Pulse para ver el video:
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*Santiago Vallejo Villa es filósofo de la Fundación Universitaria Luis Amigó en Medellín y aspirante a magister en Estudios Humanísticos de la Universidad EAFIT.