ANÉCDOTA SOSEGADA
Por Alberto Romandía Peñaflor*
«La Conciencia petrificada frente a un televisor»
José Vicente Anaya
Estimado lector, venerable lectora:
Miles de relatos e historias has conocido, leído, escuchado, atestiguado en pantallas y en la calle (verídicas o no). Pero hay la más interesante. Es la historia de todas las historias, la memoria total y madre de la historiografía. Ésa en que convergen tu nombre, el mío, y ante todo: ninguno de los nombres.
Hay toneladas de buena y mala literatura (esto es: narrativa, teatro, poesía, ensayística académica —desde la filosófica y de las ciencias sociales, hasta la psicológica y de ciencias duras—; literaria o experimental, crónica, crítica, reseña y hasta autoayuda); sus páginas nos remiten a anécdotas, biografías, mitologías e «ideas». Sólo existe, no obstante, una historia digna de ser narrada y atendida: la historia del silencio: la historia del espíritu. En ella tu versión de los hechos y la mía no aparecen en los créditos ni comparten regalías de venta. Y quizá así esté mejor.
¿Qué necesidad te aqueja para extremarte al ridículo y la fama, y «así» convertirte en el o la «protagonista»?, ¿qué clase de carencia o agonía te arrastra a elevar tus palabras al rango de ‘bestseller’? ¿Son acaso los quince minutos de fama que ya vaticinaba Andy Warhol lo que te anima al colmo del absurdo y la insensatez literaria, a restregar tu «persona» a los demás en la cara? O ¿tal vez te atosiga el cacareado prestigio (del latín, praestigium: apariencia, engaño, alarde fugaz por lo ilusorio, hechizo, y así hasta rondar la esquizofrenia)?
Pero, vayamos por partes:
1) Naces en determinada época de lo que, picarescamente y según los teóricos progresistas, se comprende bajo el término «evolución del espíritu humano», sobre algún rincón del orbe, bajo un signo que te será impuesto por astrólogos, templos y doctrinas apenas comiences a dar señales de (ese amasijo que entusiastas de dudosa bonhomía y no tan harto empeño, así como epistemólogos trasnochados, han denominado) «entendimiento».
2) Luego asistes a la escuela —en el mejor de los casos… y quién sabe, de tener en cuenta el nivel de la misma y el cúmulo de prejuicios, clichés y barbaridades, asignados durante el proceso de «domesticación»—; convives en un núcleo social y familiar cuyo nivel educativo rara ocasión dista de la media (lo cual tampoco significa un gran avance para susodicho «espíritu», mucho menos un halago; y máxime en estos tiempos en que constantemente se presta la ocasión para inquirir a más de algún impertinente: «Óigame usted, ¿dónde recibió educación: en un chiquero?»). No discutamos por ahora la posibilidad de rebasar la inopia imperante en el tejido social, muy a menudo descompuesto.
3) Pasas de ahí a la universidad, al trabajo, a la calle o a prisión. Se gesta en ese instante la historia macabra y cruenta de las expectativas: acceder a un auto de relumbrón, a una mujer o a un marido de campeonato. Y el listado se pervierte, se mal viaja: perro labrador, casita de asistencia social, aguinaldo y vacaciones cada par de años, y aun billetes de lotería.
4) Procreas, envejeces —contaminando en el proceso al planeta y ambiente sociocultural— y para colmo mueres (como si fuese una gracia driblear entre el «espíritu» y perpetuar a tu estipe en un contexto apestado), llevándote a la tumba el desconcierto existencial heredado por tus padres y congéneres.
A grandes rasgos y con algunas variaciones, concluye aquí tu historia. Y sin embargo Pancho, Juanita, Nabucodonosor o Zutano nunca fue tu verdadero nombre.
En la historia del silencio tu onomástico y precedente —alcurnia, palanca y burguesía— están de sobra, son lo de menos. Más interesante que tu prosapia entera: la historia del silencio, del dios que habita en ti, quien sólo aguarda a que resucites del sueño enajenante para relatarte, por fin, el cuento universal de la Natura y el Cosmos.
El espíritu exhausto se halla ya de chismes (patychapoyismos y laureamericaneados: «¡Que pase el desgraciado!» incluidos), novelas y derrotismos, cuyas consecuencias van a dar, a lo sumo, a tu sala de estar o a tu cocina; cuando no al retrete o al afelpado diván del psicoanalista. Y nunca resisten un «continuará…».
El silencio, en cambio, conserva algo más que los sonidos y las pautas: la saga y leyenda de un ser que comienza a despertar de su letargo.
Bien caída ya la noche del pensamiento, ninguna otra opción queda aparte de la adopción (o La Toma) de la Conciencia. Aquí se emprende apenas la historia del mutismo, de ese templo interno atrofiado por desuso, aunque no por ello irremediable. Cualquier desalmado, por citar un ejemplo, atestiguará un estado de apaciguamiento: de enfrentarse al silencio y conseguir permanecer atento y observando, desvinculado del mundo y posturas deplorables (a lo sumo infames: conformismo, rencor, apatía, etc.). El silencio se orienta en dirección a la conciencia, a una ruta que conduce a la disolución del ego y a la destitución de la cruda obsesión por las pertenencias y apegos ––posturas posteriores a los espíritus famélicos—.
Si logras sabotear las expectativas infundadas sobre tu «persona» (lo que en latín, y como es bien sabido, quiere decir «máscara») por pueblos, sistemas e ideologías —impuestos a base de sangre, de metralla y sufrimiento, pasando por cuchillo a inocentes e inconscientes—, irás a parar, y esto tal vez, más allá del bien, del mal y la belleza.
El inicio de las danzas desconoce tus abismos, procede con paciencia: el camino es sinuoso, la locura: imperturbable. Semejante evento aguarda atento a que reduzcas de volumen a tu ruido interno —intestinal raciocinio, entérico. El silencio (del que y desde donde apunto mi saeta) posee una destacable capacidad: puede forjarte un carácter… ¡poca cosa!—
Y sólo una persona con carácter se vuelve invulnerable ante las críticas, calamidades y opiniones: en no pocas veces cargadas de mala leche, con su dosis considerable de neurosis, oportunismo, «sardónica» novatez, dolor & sufrimiento, crimen & castigo, etc.
Que no se olvide esto: toda burla procede y pertenece al sufrimiento. (La risa per se es alegría y tema aparte a tratar: elixir vital, domadora de ignominias).
Lo interesante de esta historia consiste en que no habrás de experimentarla por otros medios que no sean el aquietamiento de tu mente y la puesta en guardia ante lo que sucede fuera de ti: la percepción, que paradójicamente supera al juicio y al «establishment». La severidad para con uno mismo no es sino señal de humildad y dignidad, o sea: auto respeto.
Yo, autor efímero de palabras incluso más efímeras, apenas represento a tu espejo; lo mismo que el «sadgurú» —del sánscrito: quien en verdad disipa las tinieblas— o el guerrero prehispánico. No me es posible hacerte entrar en silencio. Y por tanto en conciencia. Me encuentro imposibilitado para acercarte hasta tu verdadero sitio mediante estas palabras.
Únicamente de ti depende convertirte en el personaje habitando la historia del silencio. Tienes a tu alcance, de facto, las capacidades necesarias para experimentar tu propio ser.
No existe otra manera de acceder a ti mismo/a, aparte de tu disposición. Cinco minutos de silencio total al día te darán una pista del tema central en este artículo. En ti reside la respuesta de todas las respuestas (mas el mero silencio, y remiso a la acción: no basta, ni nada transforma).
Cuando acallas a tu mente,
la conciencia emerge del fondo
a cantar por fin su sinfonía.
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* Alberto Romandía Peñaflor (Zapopan, 1978) tiene estudios en idiomas (inglés, francés, alemán, italiano, japonés y etimologías grecolatinas; Instituto Cultural Mejicano norteamericano, ICMNJ, Proulex, Ciel, etc., 1993–2004) y artes audiovisuales (Centro de Medios Audiovisuales, CAAV, 1998–2000), así como en filosofía (entre la Universidad de Guadalajara y la Eberhard–Karls Universität, en Tubinga, Alemania, 2000–2006); realizó una estancia de investigación antropológica (Universidad de las Américas Puebla, UDLAP, 2006–7). Efectúa proyectos de labor social en comunidades indígenas (CDI). Ha publicado ensayos académicos y literarios, crónicas, poesía, artículos, entrevistas y reportajes en diarios y revistas: Letralia, La Jornada, Replicante, Aguascalientes, El Librepensador, Tierra Baldía, etc. Condujo un programa radiofónico sobre violencia (Canal 58, 2008). Ganó el concurso ensayístico «La Ciudad de las Ideas» (Poder Cívico, A.C., 2008). Fungió como segundo lector en la editorial Max Niemeyer Verlag (2005). Ha publicado: Vigencia de la pregunta que interroga por la existencia como disposición o sentido (U de G, 2007); y la etnografía Emigración y continuidad de los wixaritari. Breve reflexión sobre una relación ambigua (en colaboración con Maria Florentine Beimborn, LiminaR, 2010). Ha traducido del alemán, francés, inglés y vietnamita (F. Hölderlin; Jean A. Rimbaud, Guillaume Apollinaire; Allen Ginsberg, Keith Waldrop & Lord Byron; y Nguyen Duy). Recibió la 1ª mención honorífica a los Juegos Florales «Luis Pavía López» de Ensenada, Baja California, por el poemario «Cancionero de certidumbre sagrada (escrituras fuera de toda iniciación)», (2010).
Estimado Alberto: Un artículo muy interesante que invita a pensar. Un abrazo, Chente.