UN HOMBRE SUBTERRÁNEO
Por Melina Pezzotti Escobar*
«¿Cuáles son las cosas reales y cuáles las imaginarias?»
Nietzsche
Cuando leía «Pensamientos de un viejo» sentí inquietud por saber quién era ese tal Nietzsche que tanto mencionaba Fernando González. Después, encontraría por accidente en la biblioteca un libro: «El caminante y su sombra».
Un libro de 350 aforismos en donde nos habla de tan diversos temas que me sería difícil intentar abordarlos bien, y vale la pena el esfuerzo. Cada aforismo es una pequeña enseñanza que entrega una luz que encontró mientras viajaba entre las sombras. Allí nos dice que nuestras opiniones deben ser como peces vivos, que no debemos contentarnos con tener una colección de fósiles y un cerebro con convicciones. Nos habla del autodominio en el aforismo número 65, cuando nos dice que para los seres humanos es absolutamente necesario dominar la ira, los accesos de odio y de venganza, así como la lujuria.
¿Cómo decir entonces que este hombre no estaba en sus cinco sentidos?
Cada aprendizaje de su estadía en la tierra está narrado de manera hermosa y poética en sus aforismos. Cada uno es una especie de herramienta para convivir con los demás. Y entre más leo, mejor comprendo su legado: Tolerancia y amor para con el resto de la humanidad.
Por esta razón nos habla de las auténticas victorias que deben dejar en buen estado de ánimo al vencido y tener algo de divino que evite la humillación, de los portadores de luz: esos gatitos aduladores de nacimiento que son las personas amables, del maravilloso estómago de la sociedad que me tolera, de aquellos momentos en que sólo se siente hambre y sed, o aburrimiento, de los esbozos de sonrisa cada vez más espirituales, de los signos de asombro, de aquellos libros que deben pedir pluma, tinta y escritorio, de por qué no existen las epidemias de salud, de los estilos rebuscados y los estilos logrados, de las cloacas del alma, y lo más importante de todo: Saber ser pequeño junto a las flores, la hierba y las mariposas.
Luego de tener el libro en mis manos y disfrutarlo tanto como me fue posible pregunté a mi padre por el autor, se limitó a pedirme que no lo leyera porque fue internado en un hospital mental.
Sin embargo, nunca estuve muy segura de su locura:
«Un médico que me estuvo tratando mucho tiempo una presunta enfermedad mental acabó diciéndome que mi sistema nervioso estaba totalmente sano y que el único psicópata era él. Nadie ha podido detectar en mí ninguna degeneración local y no he sufrido nunca ningún dolor de estómago de origen orgánico, aunque siempre, a causa del agotamiento general, siento que tengo el sistema gástrico sumamente debilitado».
No es casual que tratara de aclarar este punto y que hubiera resuelto escribir una autobiografía que tituló «Ecce homo» para impedir que se abusara de él.
¿No es su obra la demostración absoluta de su cordura y lucidez?
Nuestro filósofo sólo interpretaba un papel: el de bufón.
Para corroborarlo, leamos una carta que Nietzsche le escribe a su amigo Peter Gast el 21 de abril de 1883:
«Considere Usted que yo provengo de círculos donde toda mi evolución se considera recriminable y se la recrimina; fue sólo una consecuencia de que mi madre, el año pasado, me llamara “afrenta para la familia” y “una vergüenza para la tumba de mi padre”. Mi hermana […] me ha declarado su franca enemistad hasta que emprenda el camino de vuelta y me esfuerce “en llegar a ser una persona buena y auténtica”. Ambas me consideran un “egoísta, frío y duro de corazón”; también Lou, antes de conocerme más cerca, tenía de mí la opinión de que era un carácter vulgar del todo y bajo, “siempre dispuesto a aprovecharme de los otros para mis fines”; Cósima ha hablado de mí como de un espía que se introduce en la intimidad de otros y que, cuando la tiene, hace de ella lo que quiere; Wagner es rico en malas ocurrencias; pero ¿qué dice Usted del hecho de que intercambiara cartas (incluso con mis médicos) para manifestar su convicción de que mi cambio de modo de pensar se debía a vicios perversos, sugiriendo la pederastia? Finalmente: sólo ahora, tras la publicación del Zaratustra, llegará lo peor, dado que con mi “libro santo” he desafiado a todas las religiones».
Si esta era la impresión que tenían sus amigos más cercanos y parientes, imaginen qué no pensarían sus enemigos. No nos queda muy difícil adivinar por qué convenía a la sociedad de aquél entonces hacer pasar por loco a nuestro bufón, que asumió con toda entereza dicho papel, eso sí, estando muy consciente de ello.
De loco no tenía nada, sólo de incomprendido:
«Tampoco ha llegado la hora para mí; hay quien nace póstumo. Día llegará en que se precisarán instituciones donde se viva y se enseñe como yo sé hacerlo; tal vez hasta se doten cátedras especialmente destinadas a interpretar mi Zaratustra. Pero iría en contra de mí mismo si esperase encontrar ya hoy oídos y manos para captar mis verdades. Es comprensible, y hasta justo, que hoy nadie me escuche y que no se quiera aprender nada de mí».
En su prólogo escrito para su autobiografía anota:
«La enorme distancia que hay entre la grandeza de mi misión y la pequeñez de mis contemporáneos se ha manifestado en el hecho de que no sólo no se me ha escuchado, sino que ni siquiera han reparado en mí».
Mucho tiempo después, alguien me envía un libro que se titula «Aurora». Allí se hace visible una exploración en las profundidades que sólo puede realizar un hombre subterráneo. Alguien que desea hacerse dueño de cosas incomprensibles, ocultas y enigmáticas.
Alguien que encuentra «la sabiduría de la vida» y la plasma en 575 aforismos y que, como él mismo lo ha de reconocer, es un psicólogo incomparable.
Se me hace imprescindible detenerme un instante para reconocer una advertencia:
«Recompensa mal a su maestro quien quiere seguir siendo su discípulo. Me veneráis; pero, ¿y si un buen día se viene abajo vuestra veneración? Me encontrasteis a mí antes de que hubierais encontrado a vosotros mismos. Y eso es lo que le pasa a todos los creyentes; de ahí que su fe tenga tan poco valor. Ahora os mando que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros mismos».
No deseaba convertirse en un ídolo, tenía un miedo terrible a ser canonizado o peor aún, convertido en santo. Conocía bien la ceguera del fanatismo, además, nos deja saber que toda búsqueda en su legado es infructuosa si la búsqueda del lector no viaja hacia adentro de sí mismo. Pues bien, en ello consiste la belleza de Aurora.
El libro es terapéutico si el paciente viaja continuamente hacia sus adentros y se hace consciente de lo que pasa en su interior. Como terapia requiere de varios tratamientos y continuas sesiones. En palabras textuales del autor:
«El libro no debe ser leído de principio a fin, tampoco de prisa, se debe abrir con frecuencia, sobre todo paseando y en viajes. Sumergirse, mirar luego a otra parte y no hallar nada de lo habitual en torno nuestro».
Cinco o seis años después de haber publicado «Aurora», elabora un prólogo tardío donde nos cuenta que siente un gusto malicioso escribiendo aquello que más pueda desesperar a los hombres que se apresuran. Ya que su libro no tiene prisa, por el contrario, quien desee acercarse a este libro sólo puede conseguirlo siendo un filólogo, es decir, un maestro de la lectura lenta.
Sintió seducción y encanto por ese arte vulnerable que es la filología; ya en su tiempo, aquella era una época de trabajo y de precipitación donde todo se consumía por acabar rápidamente las cosas.
Su último párrafo es una invitación a ser lectores y filólogos perfectos: leer bien; despacio y con profundidad, con intención honda, a puertas abiertas y con ojos y dedos delicados. En su autobiografía nos dice:
«Este libro, que es una afirmación, sólo dispensa su luz, su amor y su ternura sobre cosas malas y les devuelve “el alma”, la buena conciencia, su derecho absoluto a existir y el privilegio de hacerlo».
Lo que nos lleva a pensar que nuestro filósofo utiliza la dualidad en los aforismos de Aurora: la elevación y la decadencia aparecen continuamente en sus reflexiones. Pero en todos los casos la elevación es más poderosa que la decadencia.
A menudo escucho decir que Nietzsche era un pesimista, nada más erróneo. Incluso él contradice dicha interpretación cuando se ve a sí mismo como un hombre que agrada a nuestros sentidos porque está hecho de una madera dura, suave y perfumada.
¿Ven cómo los continuos contrastes aparecen incluso en la manera de verse a sí mismo?
Sólo le gustaba aquello que favorecía su salud; cuando algo rebasaba la medida de lo saludable, dejaba de agradarle y de causarle placer. Daba con remedios contra lo que le perjudicaba y sacaba provecho de sus adversidades. Lo que no lo mataba, lo fortalecía.
Hacía instintivamente una síntesis muy personal de todo lo que veía, oía y vivía; era un principio de selección. Se encontraba siempre rodeado de aquello que le era propio: libros, personas o paisajes y honraba profundamente lo que elegía.
Respondía a todo tipo de estímulos con la lentitud que le había inculcado una larga prudencia y un orgullo deliberado que lo llevaba a examinar todos los estímulos que le salían al paso.
No creía ni en «la desgracia» ni en «la culpa»; estaba a buenas consigo mismo y con los demás; sabía olvidar.
¿Acaso podríamos decir que alguien que se ve a sí mismo y todo cuánto le rodea de esta manera es un decadente… O un pesimista? No es un pesimista.
Todo cuánto nos dice está hecho de esa madera suave, dura y perfumada. Quizás, esa madera dura haya sido interpretada como pesimismo.
De cualquier manera, un pesimista no podría ver las continuas pérdidas como instrumentos que comunican al alma sublimidad; porque los pesimistas dan a todas las cosas los colores más oscuros y más sombríos, pero Nietzsche se vale de llamas y de relámpagos, de auroras boreales y de todo aquello que posee una fuerza luminosa tan viva que hace vacilar nuestros ojos.
Para Nietzsche, Aurora concluye con un «o tal vez», se me haría difícil hacer una síntesis clara del libro; quiero resaltar que el asombro no los dejaría parpadear en medio de aquella belleza que podrían hallar y créanme que no exagero. Miren lo que nos dice nuestro querido filósofo acerca del libro:
«El lector siente como si estuviera tomando el sol, orondo y feliz, al igual que lo hace un animal marino sobre las rocas».
A manera de reflexión final quise hacer un intento para asomarlos un poco a ese mundo maravilloso que es Aurora:
¿Los seres humanos son hombres verdaderos…?
¿Pueden atarse muchos pesos y llevarlos todos a las alturas?
¿Qué cosas han contribuido más a la felicidad humana?
¿Puedes distinguir las cosas reales de las imaginarias?
¿Habéis vivido historia en el fondo de vosotros mismos, conmociones y sacudidas, amplias y vastas tristezas?
¿Cuáles son tus señales de humanidad?
¿Permanecemos en la infancia?
¿En qué consiste la tranquilidad de la conciencia?
¿Qué es el alma?
Quiero obsequiarles un fragmento extraído de «Mi vida» (1858). Escrito que lleva el nombre de Retrospectiva y que Nietzsche elaboró a la edad de 14 años:
«He vivido ya muchas cosas, alegres y tristes, agradables y desagradables, pero sé que en todas ellas Dios me ha guiado con la misma seguridad que un padre a su tierno hijito. Aunque me haya impuesto mucho sufrimiento, reconozco con veneración su poder y su majestad sobre todas las cosas. He tomado la firme determinación de dedicarme para siempre a su servicio. Quiera el Señor darme fuerza para llevar a cabo mi propósito y quiera ampararme en el camino de mi vida. Con confianza infantil me entrego a su misericordia: que Él nos ampare y nos libre de desgracias, pero ¡hágase su Santa Voluntad! Todo lo que Él me asigne quiero aceptarlo con alegría: buena o mala suerte, pobreza y riqueza, y también, mirar valientemente a los ojos de la muerte, la cual un día ha de igualarnos a todos en el contento y la placidez eternas.
¡Señor, deja que tu semblante nos ilumine por toda la eternidad!
Con esto he terminado mi primer cuaderno, que contemplo con satisfacción. Lo he escrito sin cansancio alguno y con gran alegría. Es algo magnífico guiar más tarde a nuestro espíritu por los primeros años de nuestra vida y penetrar así en el desarrollo de su educación. He relatado fielmente la verdad, sin fabulación o adorno poético alguno. Que de vez en cuando haya añadido algo, o que aún añada algo más, debe perdonárseme debido a lo extenso de la empresa.
¡Ojalá pueda todavía escribir muchos más libritos como éste!»
No creo que el adolescente halla sufrido demasiadas mutaciones, la esencia permaneció intacta como su noción de Dios. Su verdadera intención consistía en que la humanidad fuera mejor y llevó a cabo de la mejor manera su misión:
Derribar ídolos.
O tal vez, tranquilizar la imaginación del enfermo y el escéptico, hacernos conscientes de la esclavitud y la resignación, de cómo resultaría insuficiente educar a nuestros hijos si no se les enseña a soportar la soledad y más aún, a saber apreciar a los que piensan distinto, de cómo la amistad llega a ser una utopía si los seres no se conocen a sí mismos. Finalmente, y a pesar de todas las cosas, no podemos perder la costumbre de amar a los demás, porque acabaríamos por no hallar en nosotros mismos nada que fuese amable.
“Nietzche: Profeta, visionario, pensador controvertido, amante de las artes, personalidad torturada”. Cortesía de “Tesis” del Canal 2 de Andalucía, España. PARTE 1. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=wJUJmHqPvY0[/youtube]
“Nietzche: Profeta, visionario, pensador controvertido, amante de las artes, personalidad torturada”. Cortesía de “Tesis” del Canal 2 de Andalucía, España. PARTE 2. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=5W563LJC-9U&feature=relmfu[/youtube]
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* Melina Pezzotti Escobar nació en Medellín el 24 de diciembre de 1975. Estudió Trabajo Social en la Universidad Pontificia Bolivariana. Asistió durante 4 años al taller de literatura en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, con Claudia Ivonne. Ganadora del Primer Concurso de Narrativa y Poesía «Le Radici e le Foglie» (Las raíces y Las hojas) en Roma- Italia, el 28 de diciembre del 2001. «La memoria nunca regala sus marcas» es su primer libro, publicado en el 2007. Desde hace 12 años reside en Cartagena de Indias.
Qué tal Melina. Agradable tu reflexión.
Sin embargo, Nietzsche si mutó, y mutó mucho. En relación al joven de 14 años al que haces referencia, mutó exponencialmente. Creció, evolucionó.
Claro que hay razgos que permanecen como: esfuerzo, trabajo incansable, convicción, determinación, nobleza, etc. Pero evolucionó en otro.
Y claro que era un pesimista, cómo no serlo frente al mundo al que hemos dado lugar, más para alguien como él, capaz de percibir la decadencia que le rodeaba, tal cual. Pero sí, con auroras, fuego, sol, pasión y nuevos valores.