Fotógrafo del mes edición 95

Gloria Ramírez-Oliveri


 

LOS AÑOS 20 Y SU RECORRIDO HACIA UN NUEVO REALISMO O NUEVA OBJETIVIDAD EN FOTOGRAFÍA

Por Gloria N. Ramírez-Oliveri

«Intentemos crear con los medios de la fotografía,
obras que se justifiquen únicamente
por su calidad fotográfica,
sin pedir prestada esta calidad al arte».
(Albert Renger-Patzsch)

Aunque en el ambiente europeo de la década del 20 todavía se percibe el dolor causado por la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en Estados Unidos se habla de bonanza, de recuperación económica. El jazz alegra los sentidos y un alboroto generalizado empieza a tomar forma en diferentes latitudes. Los años 20 pasan a la historia como los años locos y felices.

En el ámbito artístico, lo bello ya no está regido por normas. Hasta parece que se salió de las manos. De manera que a nadie se le ocurra referirse a las creaciones humanas con adjetivos tan insulsos como: feo o bonito. Eso de polarizarlo todo pasó de moda. Está muy mal visto para la época. Además, y como está demostrado, no todo lo que capta el sentido de la vista se ajusta a dos categorías, a dos polos opuestos. No se olvide que entre el blanco y el negro hay infinidad de tonos de gris.

Resumiendo: lo que no es bonito tampoco tiene porque ser feo. Todo dependerá de quien lo mire.

Con los años 20 también comenzó la desacralización del arte, el que dejó de ser exclusivo de museos y galerías. Se configuraron los ideales del movimiento surrealista que estimulaba al hombre creativo a dejarse llevar por los impulsos de su mente inconsciente. Los cánones que la sociedad imponía dejaron de ser importantes. El Surrealismo reaccionó contra toda forma de orden, convención lógica, moral y social, reivindicando el instinto, el deseo y la rebelión.

Dentro de este ambiente, la fotografía también experimentó su propia revolución: «Dejemos el arte para los artistas», se decía, buscando con ello la valoración de la fotografía desde sí misma y no desde el arte.

Así lo explica Helmut A. Gersheim en «Historia Gráfica de la fotografía»:

«El pictorialismo se dejó para los salones fotográficos, lo bello y lo atractivo en el sentido convencional se dejo para las postales, y los diseños abstractos al arte gráfico. El fotógrafo empezó nuevamente a reconocer y a perseguir las únicas cualidades características de su medio de expresión, con sus posibilidades casi ilimitadas de manifestación sincera».

Como resultado de esta nueva forma de ver la realidad surge la «Nueva Objetividad». En adelante se protesta contra el sentimentalismo, el romanticismo, el pintoresquismo, la adulación en el retrato y la falsificación de cualquier tipo para obtener como resultado una imagen lo más fiel posible a la realidad.

Sus defensores se interesaron principalmente por objetos prosaicos, elementos naturales y artefactos fabricados por el hombre, los que a su vez eran realzados con texturas y primeros planos. Albert Renger-Patzsch fue su iniciador y quien sentó claridad sobre las características de este movimiento. Al respecto decía: «Intentemos crear con los medios de la fotografía, obras que se justifiquen únicamente por su calidad fotográfica, sin pedir prestada esta calidad al arte».

En el campo del retrato sus representantes prefirieron la gente corriente a los personajes célebres.

Helmar Lerski, en «Cabeza de la vida cotidiana» (1931) se concentraba en los rostros de seres anónimos —mendigos, vendedores callejeros, trabajadores— dándose cuenta de que los personajes célebres llevan a menudo una máscara y adoptan una pose ante la cámara, mientras que «esta gente sin importancia» le brindaba una oportunidad de hacer estudios de carácter objetivo.

Ya tiempo atrás en París y sin proponérselo, Eugene Atget, se anticipaba a lo que dos décadas después sería en Alemania la Nueva objetividad y en Estados Unidos el Nuevo realismo. Edward Steichen, Paul Strand y Edward Weston hacen parte de esta escuela, siempre ligada a la fotografía de todos los tiempos. Las fotografías que ilustran esta galería de «Fotógrafo del mes» son un ejemplo de esa «Nueva objetividad» que surge a partir de los años 20.

  • ¿Bonitas o feas?

Para un buen entendedor, bastante he dicho.

Solo me resta enfatizar que la expresión de la Nueva objetividad hace parte de lo que en fotografía se conoce como fotografía de autor. Al respecto Jesús Micó aporta: «La fotografía de autor utiliza códigos de interpretación, de realización, de desarrollo y, por lo tanto, de valoración, que son infinitamente más ricos que los códigos de la fotografía artística, más cercanos a los códigos de la literatura y del cine, que a los de las artes plásticas tradicionales. Tienen una mayor complejidad de valoración de interpretación y de disfrute».

Coletilla: Luis Tejada Cano (1898-1924), uno de de los más sobresalientes cronistas colombianos, escribió un texto extraordinario, que explica en palabras lo que la fotografía de la «Nueva objetividad o Nuevo realismo» expresa en imágenes.

No encuentro nada mejor para complementar las fotografías de esta versión de Fotógrafo del mes de Revista Cronopio.

Para terminar debo aclarar que como editora asociada de este medio, en ocasiones se me concede el privilegio de participar en este espacio, considerando que la fotografía también hace parte de mi formación profesional.

Sugiero leer el texto de Tejada antes de ir a la galería de fotos.

LO POÉTICO Y LO PROSAICO
Luis Tejada

Desde épocas inmemoriales, los poetas habían resuelto absurdamente dividir el universo en dos partes iguales: la parte poética y la parte prosaica; pequeña, admirable y considerable la una. Y grande, fea y despreciable la otra.

Y había cosas poéticas y cosas prosaicas: una rosa sobre un muro viejo, era algo singularmente poético; pero una zanahoria sobre el mismo muro, venía a ser detestablemente prosaica. Una pálida muchacha asomada por la tarde a la ventana, constituía la imagen más poética; pero no lo era, por ejemplo, un hombre con paraguas. Era bello decir: «la vaca de los ojos claros», pero no lo era decir: «esa vaca tiene las orejas grandes». Y había también actitudes poéticas y actitudes prosaicas; estar con los ojos torcidos hacia arriba, el cabello arremolinado y la mano sobre el corazón, era extraordinariamente poético; pero no lo era, y sí muy prosaico, estar caído de bruces en una zanja.

Pero había algunos casos especiales en que las diferencias introducidas por los poetas asumían un carácter realmente sorprendente, por lo absurdo; el oro, por ejemplo, no era admisible para los poetas, sino considerándolo en abstracto o aplicándolo en un sentido simbólico: podía decirse: «cabellos de oro, estrellas de oro, corazón de oro»; pero en cuanto el oro, en su aspecto de artículo de cambio, empezaba a relacionarse con el comercio, ya los poetas principiaban también a detestarlo, a considerarlo como la cosa más prosaica del mundo: un billete, aunque estuviera fuertemente respaldado por áureas barras apiladas en los sótanos del banco, era algo abominable, indigno de incluirse no digo ya en el verso, pero ni siquiera en el bolsillo de un poeta. Toda profesión productiva, todo lo que se relacionaba directamente con el dinero, era despreciado con altivez por los poetas; e igualmente despreciaban a los desgraciados que se dedicaban a acaparar esa vil cosa sucia, que es el dinero; decirle millonario a un individuo, era el colmo de la ofensa a que podía recurrir un poeta; con eso querían significar a un pequeño ser gordo y afeitado, con gruesos anillos en los dedos; a un horrible ente perfectamente prosaico, incapaz de comprender todo lo que puede haber de poético en la rosa sobre el muro derruido o en la pálida muchacha frente al crepúsculo.

Pero ya hoy no sucede así, o mejor, ya empieza a no suceder así; los poetas están adquiriendo un concepto más general y más uniforme del universo; no han dejado, sin duda, de ser sensibles al valor poético de la rosa, pero principian a ser sensibles al valor poético de la zanahoria; han comprendido, al fin, que todo en el mundo es algo poético, inclusive el dinero.

¿Y por qué no? En la realidad de la vida moderna el dinero es el sustituto equivalente de las varitas mágicas, ¡tan poéticas!, de los cuentos de hadas; con la misma maravillosa propiedad con que las varitas mágicas convertían a un patojo en príncipe o a una princesa en dragón, el dinero convierte una choza en castillo, un limpiabotas en millonario, o un poeta en comerciante.

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* Gloria Nivia Ramírez Oliveri, es Comunicadora Social – Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín (1991), con un máster en Liberal Arts – Spanish en California State University Northridge, CSUN. Inició su carrera como reportera gráfica del periódico El Colombiano (1989), al registrar una de las décadas más difíciles de la historia reciente de Colombia. Sus fotografías se han publicado en diferentes medios periodísticos de Colombia y el exterior. La docencia y la investigación también hacen parte de su trayectoria profesional. Su tesis de grado (1991), Vigencia de la fotografía documental en la prensa escrita: Tras las huellas de Henri Cartier-Bresson en el contexto de Melitón Rodríguez, le abrió las puertas de la prestigiosa agencia de fotografía Magnum de París, de la que fue pasante en el año 1993. Es miembro de «Pacific Ancient and Modern Language Association», «PAMLA» y ha sido ponente de conferencias académicas en diferentes universidades de los Estados Unidos, país de residencia. Colabora con el equipo de investigación del programa de Periodismo en español de CSUN. Es editora auxiliar de esta revista y reportera «free lance».