Literatura Cronopio

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GAUCHADAS

Por Amilcar Bernal Calderón*

I

Demasiadas veces, al ser consultado sobre mi fe, he contestado que no creo en dios, ese dios reciclado de las religiones cuyo nombre, por ser material de uso para resolver carencias de dinero, amor, esperanza —y enriquecer a falsos vicarios—, termina siendo sensato escribir con minúscula, como cualquier trivial sustantivo. Acto seguido, para intelectualizar mi ateísmo barato, he parafraseado a alguien remoto que aseguraba que su Dios eran los libros y la vida eterna el conocimiento. Y como generalmente mi interlocutor es alguien que exige respuestas concretas, he puesto como ejemplo a don Jorge Luis Borges, quien para mí es inmortal porque sus textos lo son.

A primera hora del día 28 de enero del año que cualquiera decida, a la casa donde me hospedaba llegó un familiar enrabietado exigiendo aclaraciones que condujeran a resolver el asunto de una honra malograda, cuya certeza no podía ventilarse en público. Entonces era necesario esconderme, por no ser miembro de la familia, y así procedieron mis anfitriones tras solicitar mi comprensión. De tal suerte que fui recluido en una biblioteca alejada del cuerpo principal de la casa, donde hube de pasar algunas horas entre la estruendosa mudez de los libros y la taciturna compañía del polvo —que aún no eres—.

En dicha biblioteca, para desgracia de mi segunda fe, me di de bruces con un paquete de cuatro libros con las obras completas de don Jorge Luis Borges, publicado al alimón por Emecé Editores S. A. y Editorial Planeta Colombiana.

La Duda, en su condición de ramera (algunos de los pocos lectores de esta nota deducirán al final por qué salí con esta digresión), suele llevar a sus elegidos a lo largo de un camino de rosas que termina en un jardín pestilente que representa el añorado lecho donde, a contravía de lo que piensan, perderán las últimas palabras que poseen.

En el tomo I del paquete de marras, como parte del libro Artificios (1944), me reencontré con el relato El sur que, refiriéndose a un gaucho muy viejo (inmóvil como una cosa, sic) que está sentado en el suelo y apoyado en el mostrador de una tienda de pueblo al sur de Buenos Aires, cita: «Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia».

Por supuesto que este hecho carecería de importancia en vista de lo normal que es hallar en los textos de este autor esa clase de afortunadas y profundas analogías, si no fuera porque algunas páginas adelante, en el relato El hombre en el umbral, perteneciente al libro El Aleph (1949), no hubiera encontrado, refiriéndose a un musulmán muy viejo que se acurrucaba a los pies del protagonista (otro de los múltiples Borges), el siguiente texto: «Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia».

Debo aclarar que en mi juventud leí los dos libros de don Jorge Luis y nunca me percaté de esta repetición que lo baja del curubo donde siempre lo tuve por su genialidad, y me obliga a preguntarme si otros libros de este autor contienen ardides de este tipo; si el autor cayó voluntaria o involuntariamente en esto; si es lícito plagiarse a sí mismo para mantener la calidad de la prosa; si este hecho es tan condenable como el de un autor que se apropia de ideas ajenas y las publica como propias, amén de otros cuestionamientos sobre la honestidad de la literatura.

Finalmente, ya sin el último inmortal en que creía, me pregunto si algún estudioso de este autor había detectado este punto y, en caso afirmativo, por qué nunca se lo sacaron en cara al Ciego para cobrarle, al menos, sus lamentables deslices hacia la derecha política, que, para mí, habían sido hasta ahora sus únicos defectos.

II

Entre el final del capítulo veintiséis y el comienzo del veintisiete hay un espacio en blanco donde el anterior lector dibujó con lápiz una muñeca atravesada por un alfiler: éste penetra por la concavidad central que forman los senos y se asoma al otro lado del cuerpo impidiendo que la espalda toque una tierra ficticia a la cual ya no pertenece. Se trata, según alguno de mis íncubos, de una bailarina de Degas cuya última danza se estrelló contra la punta de una muerte ajena. Es ajena porque la muñeca parece viva mientras la muerte está muerta, a secas, como la concebiría el periodismo. A su lado la cifra 27, con su voz de túnel escabroso, anuncia a quien entiende de asuntos cabalísticos que Rocamadour morirá en el capítulo veintiocho, lo cual a esta altura es ignorado por los lectores normales que creen andar sobre piso firme mientras su camino se transforma en arena movediza. En esto de engañar, la literatura es campeona: es una mentira que se convierte en verdad por mor del talento del autor.

El lector anterior dibujó la muñeca impelido por el número 27 y su magia: movido por el poder de La Cábala, concluyó que el niño iba a morir pasado mañana, entendiéndose que cada capítulo representa un día, y prefiguró esa muerte. Quiero dejar en claro que el anterior lector debe ser un tipo culto, pues en el capítulo veintisiete subraya con resaltador amarillo una frase de Ossip que dice: Pobre amor el que de pensamiento se alimenta. Yo, a pesar de estar de acuerdo con tan etérea afirmación, agregaría que es mejor para el amor alimentarse de cuerpos, en lo cual debo estar de acuerdo con el inconsciente de Ossip, aunque él, y por lo tanto su inconsciencia, no existan en mi realidad.

El capítulo veintiocho mata a Rocamadour, aunque el bebé de marras nunca vivió: fue sólo un referente que ataba a La Maga a una realidad que en este capítulo es el tema de discusión con el cual Oliveira (víctima de un ataque de celos intelectualizados) ataca sutilmente a Ossip, quien en ese momento hace la corte a La Maga. No es extraño deducir que Ossip quiere enamorar a La Maga para matar simbólicamente a Oliveira, a quien, de hecho, admira.

En el mismo capítulo, Horacio Oliveira responde a los ataques de Ossip con comentarios filosóficos destinados a morir dignamente, en un intento por evadirse de la chapucera muerte que corresponde a los perdedores, entre los cuales se cuenta. Como se evidencia, todos sus logros, incluido el amor, están muertos el día en que nacen: así, en uno de sus habituales bandazos, viajará (posibilitando que la novela tenga una segunda parte llamada Del lado de acá) de vuelta a la Argentina con una escala (y otra posterior de corte onírico) en Montevideo para buscar a La Maga quien desapareció tras la muerte de su hijo, como toda madre quisiera. El fracaso suele buscar al éxito, su espejo inverso, donde nadie lo buscaría.

Estoy, como las dos veces anteriores, leyendo la novela del modo canónico, de adelante hacia atrás, así que terminaré en el capítulo cincuentaiséis, «al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin», por decisión del imprevisible autor. En este momento, días después de haber comenzado a escribir esta nota (la muerte de cada novela alarga la vida del lector), acabo de terminar el capítulo cincuentaicinco, por lo que ignoro (a pesar de ya haber leído dos veces la novela, en mi juventud) si Horacio Oliveira:

—Besó a Talita sin hacerle el amor en el segundo piso del sanatorio.

—Le hizo el amor convencido de estar amando a La Maga, y claro: la besó.

—Si está enloqueciendo y terminará convertido en un interno del sanatorio.

—Si morirá a manos de Traveler, el viajero que no viaja.

—Si huirá a Montevideo donde se perderá buscando un amor que allí nunca estuvo.

Es probable que el último capítulo aclare mis dudas, o no. Esto último no sería extraño viniendo de un autor que constantemente escribe coma donde debería haber punto y coma o punto seguido; que escribe montones de alusiones en francés o inglés para anonadar a los necios; que comete a propósito errores de ortografía para asombrar a los puristas y/o alegrar a los frívolos y que, a mi modo de ver, escribió una novela subjetiva que rompió algunos moldes a mediados del siglo que pasó, cuando ello era bien fácil, e indujo a los escritores mediocres del futuro a creer que un rimero de exabruptos pueden constituir una obra de arte, como hizo creer Picasso a los mediocres del futuro que se dedicarían al arte abstracto.

Cuando termine con mi forma tradicional de lectura, buscaré el capítulo setentaitrés, que es el comienzo de la otra manera de leer la novela, no porque vaya a leerla así sino porque voy a ojear lo que no leeré para ver si encuentro la clave del misterio de esta estrafalaria propuesta. Entonces me daré de bruces con otro dibujo a lápiz: una bella jaula colgada del viento, donde un pájaro canta una tonada cuya descripción sale a través de los barrotes plasmada en un pentagrama con tres notas que la perspicacia de algún músico reconocerá como una blanca, una negra y, quizás, una semicorchea. Podría jurar que el anterior lector, contagiado de la locura de Oliveira, dibujó un ave fénix mortalmente herida cantando una abstrusa tonada que sólo Cortázar entiende y los inmortalizará a los tres (autor, pajarraco y canción), alguna vez, cuando ya nada importe.

Sospecho que la explicación de la genialidad de esta novela quedó escrita en el capítulo setentainueve, donde el anterior lector subrayó el siguiente párrafo: Posibilidad tercera: la de hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor.

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*Amilcar Bernal Calderón es ingeniero mecánico pensionado dedicado a la lectura de literatura. Tiene 68 años, natural de Ibagué, residente en Bogotá. Libros publicados: Solo de retruécanos, poemario publicado en Chiquinquirá en 1999 porque ocupó el primer puesto (ex-aequo) en el VII Concurso Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinquirá. La sal de los hoteles: Poemario publicado en Armilla, España, en 2001 al ocupar el segundo puesto en el VI Concurso Internacional de Poesía «Miguel de Cervantes».

Antologías en las que ha sido publicado:

-Fundación Latin Heritage (Estados Unidos), 2012. Poema.

-Aromas de Ciudad, (Estados Unidos), 2013. Poema.

-«Diversidad Literaria», España, 2013. Relato.

-«Biblored» lo incluyó en el anuario de relatos de cafés literarios en 2012 (poemas y relatos cortos)

-«La letra sin sangre», 2013, Fundación A seis manos, Bogotá. Relato.

Publicaciones en Internet: Una vez (2009) ganó una mención en el Concurso de cuentos «Encuentro de dos mundos», de Ferney Voltaire, Francia, y publicaron su cuento en Internet. La revista «Archivos del Sur», de Argentina, publicó, en 2010, un relato porque ganó una mención en una convocatoria. La revista El Buriñón, de Venezuela, publicó en 2014 un relato suyo que salió favorecido en una convocatoria mundial. Libros & Letras publicó dos relatos suyos en 2014. Con-Fabulación publicó dos relatos suyos este año. El blog «Tejiendo Versos» publicó su re-poema UN DESAGRAVIO UN CONSEJO UN FAVOR.

Otros premios:

-Finalista en los Premios Nacionales del Ministerio de Cultura, en narrativa (2000).

-Finalista en Concurso de cuento corto de Samaná, Caldas, en los noventas.

-Finalista en Concurso Nacional de Cuento en Barrancabermeja, como en 1997.

-Finalista en El Concurso de poemas de «Voz Proletaria» en 1992.

-Finalista en Concurso Bohina Roja de Panamá.

-Finalista en Concurso de cuentos para mujeres en Ledesma, España, en los noventas.

Revistas de papel: Revista Número Número (finalista en un concurso de relato). Revista El Malpensante (finalista en un concurso de cuentos de menos de 100 palabras). La revista Letras Universitarias (de la Universidad Central de Bogotá) publicó en 2003 algunos poemas suyos y lo invitó a leerlo en la feria del libro.

El periódico El Tiempo publicó un poema suyo en 2001.

 

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