GRISELDA
Por Catalina Rincón-Bisbey*
Griselda ha sido la serie más vista de Netflix en los Estados Unidos y LatAm desde que salió el pasado 24 de enero. La serie fue escrita, producida y dirigida por el mismo gang que hizo Narcos. De ahí que la estética, los diálogos, el desarrollo de la historia y las actuaciones sean tan similares. También hay diferencias: no hay una voice over que esté analizando la historia ni imágenes o footage de sucesos reales que ayuden a entender el contexto sociopolítico.
Es más, pese a la actuación magistral de Sofía Vergara y de los muchísimos elementos cinematográficos de las series de alta factura, Griselda se siente más como una novela que como un limited series por la calidad de los diálogos y varias escenas poco logradas y en exceso melodramáticas. Muchos de los actores colombianos y latinoamericanos que hacen parte del elenco son actores de telenovela que justamente han hecho roles similares de narcotraficantes o sicarios en producciones nacionales o en Narcos. Pese a esas diferencias, lo que más conecta a Griselda con Narcos es la recepción, que oscila entre la fascinación y la vergüenza. Mientras el mundo está fascinado con estas historias de narcos malos pero conflictuados, los colombianos, dentro y fuera del territorio nacional, sufren cada vez que una serie de estas rompe récords globales en audiencias.
La perspectiva moral y el impulso de cancelación de las representaciones en la cultura del narco es tan inevitable como el mercado que las demanda. Por cada colombiano ofendido por Narcos o Griselda, hay doscientos gringos pegados a Netflix tratando de entender el negocio del siglo. Negocio que, hay que enfatizar, ellos no dominan. Además de ser accesibles por el servicio de streaming más ubicuo del mundo, estas dos series tienen aspectos estéticos de la alta factura que las hacen atractivas y de fácil consumo como los escenarios, la fotografía y la música. También tienen aspectos estructurales como el número de episodios y su duración o lo que cada episodio cuenta y que es un momento específico en la historia, con su principio, medio y fin, y que a la vez construye el entramado de la temporada. Literariamente son series épicas en tanto que narran la historia fundacional del negocio del siglo y las hazañas de los héroes criminales en la construcción de sus imperios y de la cultura del narco. Además, estas series son parte de la tradición, bastante prestigiosa, de las películas y series de alta factura sobre la mafia como The Goodfather, Goodfellas, The Sopranos y Breaking Bad que a su vez fueron épicas y vanguardistas. Los actores que hacen de narcos son atractivos y reconocidos, generalmente blancos, y aunque sus personajes vengan de las clases bajas, actúan con una sofisticación que parece no corresponder con su clase social. Darío Sepúlveda, el marido de Griselda, pese a sus ropas estereotípicas de narco y a las groserías, actúa más como un hombre de negocios respetable que como un matón a sueldo. La misma impresión queda de Amado Carrillo, Hélmer Herrera, Félix Gallardo, Enedina Arrellano o Griselda Blanco.
¿Qué tan lejos de la realidad están estas representaciones? Excepto por las cualidades físicas evidentes de los actores, yo diría que no mucho. Si bien estas series estetizan el mundo del narco para el consumo masivo, los narcos son hombres y mujeres de negocios. Y eso queda bastante explícito en Narcos y Griselda. Los héroes narcos de estas series no solo son los mejores es su profesión, también representan los valores burgueses del capitalismo: trabajo duro, constancia, movilidad social y progreso. Son organizados y sus niveles de inteligencia y emprendimiento son tales, que han hecho imperios capitalistas. Son hombres/mujeres de familia que dan la vida por los suyos. Son generosos, líderes, paternales, protectores, proveedores y asertivos. Pero, sobre todo, estos antihéroes son eso, los héroes de la modernidad: personajes del común, salidos de pobres por sí mismos y con trabajo duro, self-made, llenos de defectos y conflictos emocionales, neuróticos y ambiciosos. Representan todo lo que se aprecia del emprendimiento y éxito capitalista y todo lo que se teme del mundo del trabajo: el fracaso, el conflicto moral, la enfermedad mental. A la vez, estas series muestran en la figura del outlaw el deseo más humano de hacer justicia por cuenta propia cuando la ausencia rampante del Estado ha sido otro trauma poscolonial con el que vivimos a diario y por siglos. La perspectiva moral recrimina estas representaciones como la glorificación del narco. Pero, ¿realmente lo es?
La virtud más grande de Narcos, no tanto de Griselda, es mostrar la destrucción absoluta de the law of the land, de las leyes escritas y tácitas que mantienen la libertad y el orden de cualquier sociedad, debido a la Guerra contra las drogas. Narcos muestra que por esta Guerra todos los valores y las instituciones que mantienen el law of the land se han corroído y contrario a las telenovelas nacionalistas sobre narcos, estas series no muestran a estos personajes como las pocas manzanas podridas de un sistema nacional funcional e inherentemente bueno. Los muestran como consecuencia de unas decisiones hechas en los EEUU en pro del control del mercado de la cocaína en el Sur. Y es ahí y justo ahí en donde ha estado el problema. El control ha sido tratado de ser ejercido desde los EEUU, con sus narrativas y leyes que demonizan a las drogas que ellos no quieren legalizar, generando una cadena de guerras en LatAm y colateralmente entre las minorías raciales que trafican o consumen en los EEUU. Es decir, esta Guerra no toca ni a sus consumidores ni a sus traficantes blancos de las clases altas. Desde el inicio, la demanda del producto ha sido altísima y de ahí que los traficantes no hayan querido limitar la oferta, sino suplir. En la satisfacción del cliente está el éxito de cualquier negocio y la historia de las colonizaciones de LatAm nos ha mostrado y demostrado que «unos cuantos» daños colaterales no son motivo suficiente para parar un emprendimiento del éxito. Así lo vimos con la colonia española y así lo ha expuesto rampantemente la colonia estadounidense que ha invadido desde el siglo XIX los mercados latinoamericanos con compañías extractoras de recursos naturales y explotadoras de los recursos humanos dejando a su paso millones de vidas con absoluta impunidad. Pero contrario a los narcos, a esos hombres de negocios del Norte Global no se los juzga porque las leyes de su América están de su lado y las de las colonias que han invadido se han modificado a su antojo. Con el narco pasa lo contrario. Los traficantes no han permitido que otros que no sean ellos controlen su negocio, pero las leyes ni las narrativas nacionales están de su lado y los EEUU han actuado sobre esto demonizando, criminalizando y mantenido la ilegalidad de una droga que desde hace por lo menos treinta años debió regularse.
Aunque Griselda no exponga la podredumbre de la Guerra contra las drogas, tiene otra virtud que se alinea muy bien con los valores woke contemporáneos y es la del empoderamiento feminista. Bajo la misma mirada del narco como expresión del capitalismo y sus valores, Griselda Blanco es una mujer de negocios que asciende, que es bastante profesional e ingeniosa dentro de las dinámicas de esa industria y que rompe el techo de cristal en un mundo particularmente masculino como es el del narco. Griselda es madre, esposa, proveedora y líder. El personaje, magistralmente actuado por la grandiosa Sofía Vergara, es sofisticado y sumamente atractivo. Y el hecho de que sea Sofía Vergara, brutalmente reconocida en todo el continente americano, fue una estrategia de mercado que garantizó el éxito de la serie en Colombia, LatAm y los EEUU. Como Narcos, Griselda también tiene una némesis que en este caso es un personaje femenino, la detective cubano–americana June Hawkins quien, contrario a los otros personajes detectives de la DEA que ayudaron a parar los carteles de Cali y Medellín y a encarcelar a uno que otro narco mexicano, no pasó límites éticos, sino que todo lo resolvió con su astucia. Aunque en el mundo de la Guerra contra las drogas este actuar honesto es una falacia esencialista, en la serie genera la idea de que el restablecimiento de the law of the land sería posible. Es decir, genera la idea errónea de que, con el apresamiento de Griselda por el actuar honesto de June, hay esperanza para controlar el narco. Pero este control, como final feliz, solo podría venir de los EEUU, como la serie lo muestra. Este final desdibuja completamente la crítica que Narcos se propone desde el principio y es exponer lo que la Guerra contra las drogas ha ocasionado en las instituciones que mantienen la ley y el orden. Ahí está la falla más grande de Griselda
Pese a esto, la recepción de Griselda vuelve sobre el tema ético de las representaciones del narco. La identidad de los colombianos, nos guste o no, está atravesada por el narco. Colombia no solo fue el primer país en globalizar el mercado de la cocaína, sino que sigue liderando su producción y exportación. El narco es nuestro trauma nacional. Nos dio los muertos de la dictadura que nunca tuvimos, sistematizó y amplificó la corrupción y nos puso en el mapa global con algo de lo que no nos sentimos orgullosos. No hay que minimizar ese sentimiento de inferioridad. No creo que exista un solo migrante o turista colombiano que no haya sido señalado, en broma o en serio, con el estereotipo de dealer o traficante. El estereotipo es ofensivo y molesto, como cualquier otro estereotipo cultural. Lo que habría que preguntarse es por qué pesa tanto en la identidad individual un estereotipo nacional o la validación del «otro» —blanco y primermundista— cuando ambos se salen de nuestro control. Como nación poscolonial, es entendible que la forma de contrarrestar esa vergüenza sea «educando» a la gente sobre los «verdaderos valores» de los colombianos o en la crítica por redes a esas series sobre el narco o a su publicidad. Pero, ¿estos esfuerzos han funcionado? Claramente no.
Por otro lado, he notado que quienes son más vocales a la hora de defender la buena reputación nacional son colombianos de la clase media y alta y celebridades. Es decir, son personas cuyo acceso a espacios de poder (educación o trabajo) no es afectado por este estereotipo como sí pasa entre los grupos minoritarios marginados cuando son víctimas de estereotipos raciales y de género. Sin embargo, valdría la pena pensar en cómo estas series perpetúan la representación del latino en EEUU como el cuerpo peligroso que tiene que ser controlado por otro cuerpo, el blanco, y que ha legitimado la Guerra contra las drogas, el problema real que está detrás del narcotráfico. Por otro lado, habría que pensar en el boom mediático y sin precedentes de representaciones positivas de los latinos en la música y la televisión main stream, es decir, blanca de los EEUU. Es tan así que el español no solo está siendo cada vez más normalizado y ubicuo en espacios dominantes de la cultura, sino que esos cuerpos latinos parecen estar siendo aceptados, finalmente, como americanos estadounidenses. Dudo que una serie de TV tenga el poder de desarticular este fenómeno, pero también dudo que los gringos más conservadores e ignorantes no sientan escalofríos al ver a un latino por la calle después de ver Griselda o Narcos. ¿Importan esos escalofríos en la reafirmación de nuestra identidad? Me parece que no.
* * *
La columna «El Cronopio del pueblo» es un espacio accesible para pensar las culturas, las artes y las sociedades desde una perspectiva migratoria, multicultural y bilingüe con una sensibilidad cronopia y una organización fama.
___________
*Catalina Rincón–Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day School y Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periódico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Casa Tomada.