El Salto Cronopio

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IMITATION OF LIFE

Por Julián Silva Puentes *

A una mujer le avientan un vaso con agua en la primera escena. En el siguiente plano vemos a un niño en pantaloneta de baño saltando a la piscina. Una mujer de blanco sentada en una piedra en la orilla espera al niño y juntos miran a la cámara cantando al ritmo de la voz de Michael Stipe: «That’s sugar cane, that tasted good, that cinnamon, that’s Hollywood, come on, come on, no one can see you try».

Hoy me desperté con esta canción de la Banda R.E.M. titulada «Imitation of life», sonando en mi cabeza. Es un día soleado en la grisácea y encuarentenada ciudad de Bogotá. Diana parece de muy buen humor también. «Te despertaste de buen humor», le digo. «Tú igual», responde ella.

Usualmente dedicamos las mañanas a hablar de los bancos, las deudas, la pandemia, la humanidad, extinción, Apocalipsis, el temor de Dios y cosas de ese talante. Después de un rato cada uno alimenta su paranoia a su manera: ella lee las noticias del coronavirus y yo devoro todo lo relacionado a la literatura de otras pandemias, el «Diario de un año de la peste» de Daniel Defoe por ejemplo, lo cual no es nada saludable en estos momentos de terror, porque si hay algo que nos ocupa los pensamientos, el tiempo y hasta los sueños es nuestra mortalidad, tan frágil como el par de florecillas de la única matera de la casa que brotan cada quince días y a las que se lleva el viento en cuanto asoman de la tierra su cara endeble de pétalos amarillos.

«Like a Friday fashion show, teenager cruising in the corner, trying to look like you don’t try», continua la canción de R.EM. Estoy viendo el video ahora. La temática gira en torno a una fiesta campestre alrededor de una piscina estilo «paraíso terrenal». Cada participante de la fiesta ejecuta una acción determinada sin dejar de cantar un verso diferente de la canción. Una mujer joven y su marido de edad avanzada caminan de la mano un rato en la escena cuatro, se despiden después y ella se voltea corriendo hacia el jardinero a quien besa apasionadamente. En la siguiente escena, una mujer se levanta de la mesa que ocupa con otras cuatro personas y le avienta un vaso con agua en la cara a una de ellas. La mujer a quien empapó se parece a la tía de uno de mis amigos. Hace mucho no pensaba en ella porque la veía en el pequeño Club Campestre de San Gil, veinte años atrás.

El tiempo. Mi tiempo de niñez y adolescencia lo aproveché hasta que me hice adulto, abusé de él incluso, y lo hice hasta que era ridículo para un hombre de treinta años como yo actuar como un adolescente. Y es que, ¿tenía otra salida? Mi infancia fue increíble en San Gil, el pueblo en donde nací y crecí, y el pequeño Club Campestre por cuyas paredes hicimos la primera comunión, mis amigos y yo, mis hermanas se casaron así como mi madre y mis tías y las familias que se conocían desde hacía setenta años que crecieron juntas, también ellas se casaron en el campestre, y lo hicieron entre ellas y tuvieron los hijos de quienes sigo siendo amigo hasta el día de hoy.

La canción. La canción de REM, su video sobre todo, me ha hecho viajar al pasado. Cada uno de los protagonistas me recuerda a todas las personas a quienes veía los fines de semana, personas con las cuales me conocí de toda la vida, todas ellas con un trago en la mano, jugando a los bolos, en el billar o nadando en la piscina. Incluso los meseros, alcohólicos la mayoría, nos vendían trago a nosotros a la tierna edad de doce porque nos conocían de siempre y pedían un trago a manera de comisión, ellos, un par de cervezas tal vez o media de aguardiente si el cometido era emborracharnos hasta las luces del nuevo día. Estoy hablando de los noventas cuando nos era permitido beber a esa edad, especialmente en un pueblo en donde no había gran cosa para hacer, salvo emborracharse a los doce años y cruzar el río Fonce hasta el parque Gallineral.

R.E.M. – Imitation Of Life (Official Music Video). Cortesía Canal «remhq».

El presente. Hoy es hoy y el ayer no regresará jamás. El club Campestre de San Gil dejó de existir hace veinte años. Durante setenta años mi familia y la de todos mis amigos crecimos allí, en el Club. Era una buena vida la que se vivía en aquel lugar, en San Gil y en el Campestre. Pasé mi adolescencia en las fiestas del Club con las chicas a quienes conocía de toda la vida, mirándolas de reojo porque éramos demasiado cobardes para hablarles, y mis amigos, los hijos de los amigos de mi madre, bebían cerveza conmigo el sábado en la mañana, en la piscina, durante las vacaciones de mitad de año que parecía iban a durar para siempre.

Mi abuela. Una pareja de ancianos camina y saluda a la gente joven que se les acerca en la sexta escena, cantando «That’s sugar cane, that tasted good…». A mi abuela no le gustaba este tipo de música pero por alguna razón me recuerda a ella y a las demás abuelas. Le gustaba beber, a mi abuela y a sus amigas, durante las fiestas. En algún momento de la noche nosotros los nietos debíamos sacarlas a bailar. «Mueva más la cintura, mijo», solía decirme mi abuela porque yo bailaba muy mal y ella estaba un poco ebria. Las demás ancianas hablaban entre sí acerca de sus propias hijas: «Aurora está muy flaca», decía una. «El divorcio le está dando muy duro», respondía la otra. No era tan común hablar de divorcios en esa época. Las parejas se conocían desde la infancia y por tanto había más en la relación que el hecho de procrear. Los apellidos se repetían porque todos eran primos en primer o segundo grado y era bien visto, me refiero a esa especie de incesto consensuado. La familia de mi madre llegó en los cuarenta del siglo pasado y la de mi padre en los cincuenta, de manera que no estaban emparentados entre sí, no obstante, la familia de mi padre llevaba consigo el gen de la locura tan pronunciado en las relaciones endogámicas. Sin embargo, la mayoría de familias parecían normales, eso sí, el alcoholismo en todas ellas era bien marcado, pero esto se debía, me atrevo a decir, a un asunto más cultural que a la predisposición genética de los borrachos.

«You want the greatest thing, the greatest thing since bread came sliced, you’ve got it all, you’ve got it sized», continua la canción. Llevo poniendo el mismo video dos horas. Una y otra vez miro a la pareja de ancianos para recordar a mi abuela hasta que me pongo a llorar. No es que me enorgullezca llorar delante de Diana, pero de repente la extraño mucho el día de hoy, a mi abuela, después de once años de su muerte, y no puedo evitar derramar las lágrimas que no tuve cuando ella se fue. «¿Te encuentras bien?» me pregunta Diana. Intento responderle, pero la voz se me entrecorta y me miro por accidente en el espejo de la sala. ¡Qué feo me veo! Es un error mirarse al espejo cuando se está llorando. Ella se enternece, claro, pero yo me siento ridículo y le hablo de mi abuela. «¿Recuerdas a Yidis Medina?», le pregunto refiriéndome a la representante a la Cámara Yidis Medina, quien en 2008 admitió haber recibido ofrecimientos de dádivas de parte de funcionarios del gobierno colombiano a cambio de su voto de reforma constitucional que le permitiría a Álvaro Uribe postularse por segunda vez a la presidencia. «Claro que me acuerdo», responde. Entonces le cuento de la vez cuando mi abuela y yo mirábamos la televisión y una presentadora anunció que Yidis Medina saldría desnuda en la revista Soho. «¿Para qué hará eso?», le pregunté a mi abuela refiriéndome a que Yidis Medina era tan atractiva como una empanada de yuca rellena con carne y jamón. «¡Pues para que todo el mundo sepa lo fea que es!», respondió sin dejar de mirar el televisor.

No es la primera vez que le cuento la anécdota de mi abuela y Yidis Medina, pero la repito una y otra vez porque en esos pequeños detalles la recuerdo, especialmente hoy que me siento bien de estar con vida en medio de este infierno, porque los recuerdos y una imaginación vasta sirven para sobrellevar la incertidumbre del futuro que parece más oscuro que nunca.

Imitation of life. No sé ustedes pero hoy me siento feliz de poder respirar, cosa que no pueden decir muchos en este momento, y es por eso, por el hecho de respirar sin sentir que se me va la vida en ello, que destapamos la segunda botella de vino para poder hablar de mi abuela y del papá de Diana como se debe, con lágrimas en los ojos pero sin llorar del todo porque la vida es demasiado corta como para estar triste. «This sugar cane, this lemonade, this hurricane, I’m not afraid, come on, come on…», dice Michael Stipe desde hace dos horas en el video de la canción «Imitation of life» que no me canso de poner, porque hace mucho no pensaba en mi abuela y a veces hace bien recordar a los muertos sin tristeza ni arrepentimientos, con unos tragos en la cabeza e imaginando que estamos en una fiesta del Club Campestre hace veinticinco años con mi abuela, diciéndome cosas como que debo mover más la cintura al bailar, o que Yidis Medina es tan fea que podría poner en quiebra al valiente que se atrevió a fotografiarla desnuda.

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* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda»(2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentaó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actualidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

 

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