INDIVIDUO Y UTOPÍA

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individuo y utopia

Por Leo Castillo*

Tendría que cubrirme de vergüenza el intentar un ensayo apoyándome en tres frases, tomadas prestadas, para colmo de males, de un mismo autor, lo que es el colmo del descaro. Sin embargo, sería un crimen contra mi libre albedrío que yo mismo me negara, magnificando casuísticamente este ruin detalle, el sacudimiento, las repercusiones emotivas, existenciales de un asunto tan vital como el que trato, por muy reprochable que pudiera encontrarse la base de que parto. No pierdo, pues, de vista esto, pero lo que está en juego es nada menos que el individuo, su pervivencia ahora y en lo que nos resta como especie, el individuo aplastado bajo un poder que no sería exagerado calificar, salvo preciosas excepciones aquí o allá, de global. Hoy, por primera vez en la historia, sentimos que nos sojuzga el mandato de una sola facción, facción ama y señora de un poder político tan connivente con el económico, que resulta arduo saber dónde empieza y acaban el uno y dónde lo hace el otro: si es el político apenas un sirviente de los potentados, que nos lo imponen, o si estos dependen del político; si es el sátrapa solamente un lacayo cruzado por una fementida banda presidencial o si los grandes capitalistas apenas son la banca, la caja del tirano. A tal grado se confunden y disuelven los límites de sus roles en el estrecho grado del amangualamiento.

Paso a la dolorosa primera frase que da origen a estas líneas.

Hoy me encuentro recluido por los políticos entre las mismas cuatro paredes de aquel tiempo

Consideración

Quienes vivimos la expectativa del anarquismo como estadio cimero de la sociedad humana entendemos la imposibilidad de alguna vez alcanzarlo si nos negamos actualmente a la participación que prepara su advenimiento, al tiempo que somos consciente de su carácter de paradoja impoluta, incontaminada perpetuamente de objetividad. Si el anarquismo no tiene futuro, siempre tiene presente. Es característico de la utopía que de llegar a ser, deja de ser. Sabemos que no viviremos para ver la realización unánime del sueño encarnado en las vidas de Diógenes el Cínico, Lao Tsé o Kropotkin. Estos trataron de preparar el camino e intentaron vivir, cada uno en su estilo, conforme a esa ilusión para muchos ingenua, no pocas veces materialmente autodestructiva.

No sentir y sufrir en silencio son cuestiones distintas. No ejercer militancia activa de ninguna manera equivale a la privación absoluta de toda participación. El dolor es ya una forma de participación. Nadie estará tan de espaldas a lo que ocurre a la comunidad de los hombres que no experimente algún tipo de reacción emotiva o moral, manifiesta o no; nadie estará completamente ajeno a nuestros males colectivos sin regresar a un estado puramente vegetativo de existencia, sin hacerse algo menos que un feto, el puro animal, un organismo anterior a la vida sensitiva y consciente. Así observamos que incluso en muchas otras especies algunos ejemplares reaccionan contra el imperio del macho alfa en la manada, llegando con ello en ocasiones el rebelde a perder la propia vida. De modo que no puedo condecir con aquel que promulga, no sin cierto desdén, que se halla por encima de la política y que esta es una forma baja de participación, un estadio como cerril de interacción social que su alto y al tiempo delicado espíritu ha superado. Ante semejante declaración yo me encuentro en una disyuntiva consistente en que no puedo de ninguna manera sugerirle tan siquiera que se comprometa con causa alguna, de modo que me paraliza esta primera opción; ni es compatible con una actitud respetuosa del otro violentar su posición, aunque fatua y pretenciosa, por irreal que resulte, como vengo de demostrar.

La reclusión a que alude esta primera frase no se refiere a un enclaustramiento físico y las cuatro paredes son una metáfora de la mordaza impuesta al individuo por el poder. Por individuo entiendo al ser humano y solo al ser humano en su sagrada y no pocas veces arriesgada opción de ser sí mismo, su digna vocación de diferenciarse en rasgos interiores que lo caractericen entre sus congéneres, su derecho (estuve a punto escribir deber) de manifestar su verdad, por muy subjetiva y arbitraria que esta fuere. Su potestad de existir como individuo, no como mera cifra.

El tiempo a que alude el autor es el de los días en que el fascismo se manifestó de la manera más básica posible en la Europa de la primera mitad del siglo XX. Entonces él sintió el enclaustramiento forzado del individuo, la imposibilidad de manifestar un pensamiento o la de realizar un acto que ofendiese la irritable sensibilidad del poder desaforado. La más brutal agresión a la libertad. Esto duele, duele ya mucho. Pero duele más encontrar que, a pesar de aparentemente haberse superado ese siniestro período que llegaría a su clímax en la segunda carnicería mundial, por interdicción de la libertad de pensamiento, de palabra y de acción del individuo el autor declara con desesperación encontrarse recluido por los políticos en las mismas cuatro paredes de aquel tiempo.

La represión, el fascismo en el poder no solo no ha cejado un ápice, sino que se ha perfeccionado mediante un mecanismo perverso de mimetización tan sutil, aunque no menos despiadado, sino más minucioso, al punto que el ciudadano sometido a su yugo ni siquiera lo advierte y va por allí neutralizado entre las cuatro paredes de su calabozo portátil, paredes invisibles, sin que sea extraño oírle hablar de su libertad como un hecho incontrovertible. Hoy la represión es un dispositivo que se activa espontáneamente, sin que necesite dar la cara el responsable, porque ya el responsable es el conjunto integrado de la sociedad policial. Este es el soporte de, entre otras aberraciones, la cultura de la cancelación y sus letales consecuencias contra la supervivencia del individuo, ya que no es posible individuo sin libertad de pensamiento, sin la libertad de articular la palabra de su pensamiento. Cada persona reducida a número, a clon repetido miles de millones de veces, clones temerosos del castigo y que no solo inhiben su propia libertad a extremos de asfixia, sino que cada uno es el policía del otro, así que ya no se necesita un uniforme y una cachiporra para hacerte saber qué no puedes pensar ni menos decir. La prohibición se ha hecho paisaje, está en el ambiente y los ciudadanos la han incorporado a su vida subjetiva.  A este estado de cosas, cómo no, la población misma da hoy corrientemente el nombre de democracia. 

Una astuta clarividencia me hace sospechar de todas las utopías. Aunque llegue a estimar a un político, se trata de una estimación retráctil y vacilante

Consideración

Ocurre que cuando las utopías son preteridas y neutralizadas por el pragmatismo, el animal regresa a tomar posesión de una parte buena del hombre. Aunque persistan algunas modalidades de esclavitud, el infame esclavismo clásico ha retrocedido ostensiblemente. Esto no tiene discusión. Hoy no es legal que un amo asesine impunemente a un sirviente absolutamente sin derechos,  un sirviente cuyo cuerpo y cuya vida enteramente le pertenezcan como pertenecerle una res, ni que lo someta a maltratos físicos. Los que otrora serían esclavos, hoy tienen el arma del voto y pueden renunciar a su empleador, largarse si les place sin ser perseguidos en la jungla de cemento como fieras por los cazadores del cimarronaje. Pueden renunciar al amo para correr a tomar otro.

Yo hubiera deseado preguntar al autor si al escribir esta segunda frase tuvo in mente a Pericles, Marco Aurelio, Gandhi o a Pepe Mujica (a este último, póstumamente, desde luego, pues el autor ya no está). Interpelación y respuesta, pues, imposibles. No soy nada parecido a un hagiógrafo ad honorem, pero la historia ha parido un puñado de hombres en quienes Platón instaría confiar el timón de la nao. Estos pocos no pueden ser metidos sin violencia en el mismo saco de los marineros ignorantes, de los políticos corrientes, estos que desde su curul en el Senado vociferan contra todo lo que atente contra sus privilegios y los del hatajo de desvergonzados auspiciadores a cuyo servicio teatralizan una inexistente probidad. Ciertas señales ponen en evidencia ante nuestro discernimiento la presencia de un político decoroso, la menos puntual y ostensible no será, sin duda, esa violenta agitación, exceso de salivación, espasmos musculares, confusión mental, alucinaciones más fingidas que reales y otros síntomas del mal de rabia que contrae la manada de mamíferos carnívoros disputándose el privilegio de destrozarlo.

Hacer creer a la población que la corrupción es normal e irremediable es probablemente el más escalofriante de los propósitos de los que destrozan la más delicada señal de toda utopía.

La adaptación al aire de la cárcel y la ignorancia de la luz hacían menos dolorosas las tinieblas

Consideración

Este progreso, amorfo y conforme a los intereses de los más listos, no sería de ninguna manera posible sin implementar las dos medidas que se desprenden de la tercera frase: una, sumergir en las tinieblas a la comunidad global y reducirle la respiración al mínimo vital. La ignorancia ha sido mimetizada bajo un apabullante suministro de información irrelevante, una información que cuidadosamente oblitera los ductos que lleven a la reflexión y el esclarecimiento de la causa de toda rapaz exacción. Cifras, datos mnemotécnicos que ya ni siquiera hay que memorizar, pues nuestra memoria es un soporte electrónico externo con capacidad ilimitada para almacenar y tener a nuestro alcance en tiempo real la respuesta preparada y sin implicaciones problemáticas a todo lo que la vida automatizada requiere.

Se sabe que no hay cárcel material tan inmensa, ni siquiera en El Salvador, que pueda retener, en términos demográficos, la desmesurada insubordinación de la pobrería. Felices el tirano y su camarilla si el enemigo a someter se limitase a un número, por grande que fuere, de delincuentes comunes, pues han venido al mundo vendados y este impedimento no les permite ir más allá del radio de acción de sus miembros, y estos no alcanza a representar peligro alguno para el establishment. La acción de estos no es sino un mal menor que posibilita la toma de buenas medidas contra el enemigo real del despotismo, esto es, el individuo. Empleando sus miembros, el delincuente común tiene la capacidad de propinar una puñalada y robar a su víctima, arrebatar la cartera a desprevenidas señoras y escapar a pie o en un vehículo de baja gama, empuñar un arma de fuego y aun dispararla. En cuanto a los medianos y grandes timadores, antes que atraparlos conviene tenerlos a la vista. De uno de ellos seguramente saldrá el próximo mandatario en el respectivo orden territorial, todo conforme a sus habilidades.

Hay alguien que podría estar al margen de la ley hecha a medida de los propietarios seculares del Estado: el individuo que, aun naciendo con los ojos cerrados, los ha abierto por efecto de una terrible voluntad que espanta al amo del mundo. Este es capaz no solo de pensar por su propia cuenta, sino de expresar su verdad reprochada ya desde el ámbito escolar. Puesto que su pensamiento expresado en palabras es un viento vehemente capaz de arrebatar la venda que ciega al pueblo conviene, con Herodes, aniquilarlo antes de que salga a flote su lengua llameante. Es por ello que la homogeneización de toda la población en rebaño es el grial soñado durante la historia y que hoy, por fin, ha coronado la era de la producción en serie de clones. Las inmensas manadas de hinchas de fútbol y choferes que sudan su salario y los consume la fantasía lela del patriotismo, el uniforme y la competencia por irrelevantes entretenciones. Toda esa monstruosa masa que se vende y se compra, obedece su horario apresada en la rutina, se alimenta para reproducirse en más clones que garanticen el espectáculo de las sombras en la caverna de Platón. 

El individuo ha muerto. Viva el individuo.

(Las tres frases abordadas aquí son atribuidas a Guido Almansi en el Bluf de palabras de Gesualdo Bufalino).

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* Leo Castillo es un reconocido escritor y cronista colombiano. Ha publicado los libros: Convite (Cuentos), Ediciones Luna y Sol, Barranquilla, 1992 Historia de un hombrecito que vendía palabras (Fábula ilustrada), Ib., Barranquilla, 1993. El otro huésped (Poesía), Editorial Antillas, Barranquilla, 1998. Al alimón Caribe (Cuentos), Cartagena de Indias, 1998. De la acera y sus aceros (Poesía), Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 2007. Labor de taracea (Novela, 2013). Tu vuelo tornasolado (Poesía, 2014). Los malditos amantes (Poesía, publicado por Sanatorio, Perú, 2014). Instrucciones para complicarme la vida (Poesía, 2015). Documental sobre Leo Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=Ec_H6WMsU-c Colaborador de El Magazín El Espectador; El Heraldo y otros diarios del Caribe colombiano. Colaborador revistas Actual, Vía cuarenta (Barranquilla); Viceversa Magazine, Revista Baquiana (USA); copioso material en sitios Web.

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