INOCENTES BAJO EL IMPERIO DE LA LEY DE LA GUERRILLA
Por Universidad de la Amazonia.
Hace algunos años en una vereda del departamento del Caquetá, a mi familia le tocó dejar por un lapso de tiempo su finca [en] la cual habían trabajado con mucho amor y dedicación, debido a que grupos de la guerrilla en aquellos tiempos gobernaba por esos lados. Se querían llevar para sus filas a mis primos que tenían la edad de 15 y 9 años. Al ver la gran amenaza a que estaban expuestos sus hijos menores, decidió su madre partir [con ellos] al departamento del Huila, pues era mucha la presión del grupo guerrillero por llevarse a los niños y fue así como no tuvieron otra opción.
Duraron fuera de sus tierras 4 años y al ver que todo había mejorado decidieron volver, pero la verdad era otra y decidieron entonces dejar en el Tolima a uno de sus hijos y al otro en el Huila, pues ese grupo aún no había quitado el dedo del renglón. La única que volvió a sus tierras fue la madre, pues en estos lados había dejado a su esposo y a su hijo el mayor, que no estaba en la mira de ellos. Mi familia no fue la única que tuvo que separarse por unos años de sus seres queridos, otros vecinos de ellos hicieron lo mismo: enviaron a sus hijos donde sus familiares de afuera, para protegerlos de aquella amenaza que era tan predecible al vivir bajo el imperio de la ley de esa gente.
Aquella historia de mi familia me afectó de manera indirecta, pero como estaba tan pequeña, apenas años después, al estar haciendo este relato, fue que me enteré de lo sucedido; aunque mis tíos sufrieron mucho y les toco arriesgar esa unión familiar por unos años para no perder a sus hijos en una guerra sin fin. También me enteré que por esos mismos años, casi mi familia [sic] es víctima directa del conflicto: Todo empieza por el trabajo de mi padre, quien era conductor de un taxi intermunicipal y tenía la ruta Florencia – San Vicente. Un día cualquiera madrugó a su trabajo y en la vía se encontró un retén, pero no era del ejército ni de la policía, era de la guerrilla. Como era usual en ellos, estaban pidiendo papeles para verificar la identidad de las personas.
En ese momento le tocó el turno a mi padre de entregar sus papeles y sin mediar palabras le dijeron a sus pasajeros que tomaran otro carro que ese ya no continuaría. A mi padre se lo llevaron para lo alto de una montañita y lo amarraron cerca de un árbol. No le decían por qué lo tenían ahí. Pasaron dos horas y él veía que todos los carros empezaban a marcharse y al lado de él sólo [estaban] dos guerrilleros armados, custodiándolo.
Solo sé que las oraciones de mi madre y a los oficios de un buen amigo de mi padre, fueron lo único que lo pudieron salvar de una muerte al azar por parte de esa gente, pues al momento que la guerrilla dio la orden que los carros retenidos se marcharan, aquel amigo, al ver que a mi padre no lo soltaban preguntó a uno de ellos, al parecer al que estaba al mando, que cuál era la razón de tener a mi padre retenido.
Aquel jefe le dio sus argumentos inequívocos, a lo que respondió aquel amigo: «ustedes tienen retenida a la persona equivocada y le dio sus argumentos». El jefe de la guerrilla tomó la radio para confirmar los datos de la persona que estaban buscando y verificar que mi padre no era él. Bastaron segundos para que ese señor retirara la orden de ejecutar a mi padre y lo dejaran en libertad.
Gracias a Dios, a las oraciones de mi madre y a ese buen amigo, se salvó un hombre inocente que había podido tener otro su final y siendo así, haber quedado en la impunidad su muerte.
Diana Carolina Cuéllar Trujillo
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
FARC ASESINARON A NUEVE SOLDADOS
Once días después de haber sido secuestrados por la columna móvil de Teófilo Forero de las FARC, nueve soldados regulares adscritos al batallón «cazadores» del ejército, fueron asesinados por miembros de ese grupo armado. Se trata de Oscar Mario Salazar, Alfredo Chimbaco Murcia, Juan de la Cruz Cardona, Dawin Polanía Bastidas, Jhon Jairo Bautista, Carlos Artunduaga Sierra, José María Calderón, Milton Correa Torres y Fredy Devia.
Los uniformados habían salido de permiso el pasado primero de mayo (de 2002) y ante la imposibilidad de desplazarse por vía aérea desde san Vicente del Caguán (Caquetá) hasta Florencia, tomaron dos vehículos de servicio público. Dos horas después de haber partido de San Vicente, el vehículo fue interceptado por los guerrilleros que los obligaron a internarse en zona selvática.
Los campesinos de la zona informaron que habían encontrado sus cuerpos sin vida, en el sitio conocido como la Aguililla entre San Vicente y Puerto Rico. Los jóvenes, al parecer, fueron asesinados con tiros de gracia. Los nueve uniformados prestaban su servicio militar obligatorio y según oficiales de la Brigada XII del ejército, se les había advertido del peligro que representaba movilizarse por tierra en esa región. Sin embargo, la familia de uno de los soldados dijo que si ellos no tenían recursos para pagar una flota, mucho menos un tiquete de avión.
La muerte de Juan de la Cruz Cardona significó una gran tragedia en nuestras vidas: nació el 25 de agosto de 1982 en la ciudad de Florencia. Víctima del Conflicto armado en el 2002, específicamente en el municipio de Puerto Rico. Siendo soldado regular, se encontraba prestando su servicio militar y fue secuestrado, torturado y posteriormente asesinado por el grupo armado FARC de la Teófilo Forero, en la vía de la carretera por la que se transportaban en un taxi hasta la ciudad de Florencia, cuando salían de permiso y fueron secuestrados con otros ocho compañeros.
Fue secuestrado el primero de mayo. Duró en cautiverio ocho días. Fue asesinado el ocho de mayo. Los cuerpos los encontramos minados [1] después de haber sido torturados con ácido. Los cortaron con machetes. Con navaja les cortaron las uñas. Les cortaron los testículos y después de haber sido torturados fueron asesinados con tiro de gracia. El 12 de mayo los entregaron, ya que por estar minados el levantamiento fue muy demorado.
Juan se caracterizó, según su madre, por ser un hijo cariñoso, atento, siempre estuvo pendiente de la casa, molestaba mucho cuando llegaba de permiso en el mes de noviembre para pintar la casa y tenerla bonita para diciembre. La última vez que vino fue cuando registró al niño y cuando se iba a ir nuevamente para el área se despidió y le dijo: «Mamá le encargo a mi hijo, haga como si me fuera a criar otra vez, porque no sé si vuelva». Entonces le dijo «si es así no se vaya hijo». Pero él le respondió que tenía que cumplir con su deber.
Ellos se comunicaban desde el teléfono fijo de una vecina y le había dicho que hablaran en clave porque podrían estar interviniendo las líneas telefónicas. De todos modos le pidió el favor que cuando fuera a venir a Florencia, le avisara para ponerlo en oración y él no le avisó.
Después se enteró que la vecina que les prestaba el teléfono era una informante de la guerrilla y también dicen que había un infiltrado de la guerrilla de apellido Correa prestando el servicio militar. Ese día él salió con ellos, pero el infiltrado sigue vivo. La madre, en los días que ocurrió la tragedia se encontraba en la ciudad de Neiva operada por una cirugía abierta, pero cuando le informaron de la muerte de su hijo la remitieron de urgencias nuevamente a Florencia.
Nunca recibieron apoyo o ayuda psicológica, solo acompañamiento en el entierro y nada más. Nunca hicieron un seguimiento de lo que estaban viviendo las víctimas y todo lo que sus vidas iban a cambiar por esta problemática que se había presentado.
La mamá dice que el primero de mayo estaba acostada en una silla mecedora y sintió que Juan había llegado porque lo vio pasar, ya que tenía a su novia en la otra cuadra y se dijo «ve, llegó Juan» y le dijo a sus otros hijos «muchachos, Juan llegó», pero nadie le puso cuidado.
Y como a la hora llegaron del batallón preguntando si Juan había llegado y en eso le habló una psicóloga y le dijo: «Lo que pasa es que a ellos les dieron permiso el día de hoy pero al parecer los secuestraron, todavía no sabemos nada de ellos, venimos a darles la información» dice la mamá:
«Eso fue muy duro, yo me enfermé más, sentí que se me bajaron las defensas, tenía una cita médica en Neiva el viernes pero tuvieron que remitirme antes de la cita, por urgencias. Y estando en Neiva cuando ya me habían hecho la cirugía. Una amiga que había visto las noticias me informó de la muerte de Juan. Yo me vine vendada y me hicieron curación. Cuando aterricé en el aeropuerto, exactamente en ese momento el helicóptero también aterrizaba con los cuerpos».
Fue una situación muy dura, fue algo muy conocido en el Caquetá como «los nueve soldados de la Aguililla». Fue un entierro colectivo, mucha gente se solidarizó con el caso, pero como todo en Colombia, días después fue olvidado y en ese tiempo el conflicto armado estaba en su boom, donde una víctima era un cuerpo más y no tenían en cuenta el daño que le causaban a las familias.
«El ejercitó nos indemnizó, y me dieron catorce millones de pesos por un seguro que le tenían, es bueno saber que con las otras ocho madres pusimos una demanda por la cual logramos que nos indemnizaran después de dos años», cuanta la madre de Juan.
La esposa de Juan de Jesús Cardona cuenta que él era un hombre muy alegre, divertido, espontáneo, que no recuerda haber escuchado de él con palabras hacia ella como boba, tonta, pendeja. Tenía muchos sueños e ilusiones después de que supo que iba a tener un hijo. Comenzó a planear muchas cosas. Él le decía a ella algo muy importante, que jamás en la vida quería que se separaran ya que no quería que el hijo viviera lo que el vivió que fue la separación de sus padres.
Dice ella: «nos afectó tanto esta situación, a pesar de que yo ya tengo mi vida, mi hogar, pero el daño grande para mí es que mi hijo no tenga un papá, hoy en día cuando escucho a mis amigas con ira diciendo que ojalá su pareja no existiera, les digo que no lo hagan ya que sé que es no tener un apoyo, una amistad, un amor, así pase lo que pase, pero al menos saber que están vivos y que sus hijos los aman».
«Para mi hijo los diciembre son mortales, aunque yo he tratado de darle todo en el sentido emocional ya que he sido su mamá, su papá, su amiga, quiero que salga adelante, siempre le hablo bien de su papá, ya que lo que viví con Juan fue algo muy bonito, no tengo recuerdos malos. »Entonces ha sido un daño que, a pesar de haber pasado quince años para mi hijo, no ha sido posible superar la ausencia de su papá y eso duele. Duele verlo todos los 31 de diciembre en los cumpleaños el día del padre en su cuarto llorando y diciendo por qué no le dieron la oportunidad de estar con su papá.
Un día lo llevé al cementerio y se me deprimió horrible y aún tiene depresión, él siente como envidia de que sus amigos tienen papá y él no», comenta la esposa de Juan y añade: «El ejército nos indemnizó, mi hijo quedó indemnizado con una pensión vitalicia pero eso no justifica el daño que él tiene, nada llena lo que el sufre siempre, la plata no es felicidad, la plata no lo es todo»
Dora Briyitte Cumaco
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
UNA HISTORIA MAS
La historia de mi estirpe empieza con mis abuelos, o por lo menos eso es lo que sé. Hace muchos años, en un caserío llamado Monserrate del Caguán, en el que la única forma de llegar es por cielo o agua. Por ser tan lejos y olvidado de la capital del departamento del Caquetá, se podrá inferir que la única autoridad presente era la guerrilla, o cualquier grupo ilegal armado que buscara esconderse del Estado. Los integrantes de estas organizaciones siempre se mostraban como personas respetuosas y «justas». Cuando alguien cometía un delito, dependiedo del grado de daño que hiciera, así mismo se le juzgaba: a unos se les enviaba a trabajar meses, abriendo carreteras, y a otros los asesinaban.
Como el ejército poco iba, la coca era la economía que se manejaba y pues la guerrilla cobraba impuestos para proteger los cultivos. Ellos en realidad no hacían presencia en cada cultivo, pero con el solo estar en el caserío los delincuentes no actuaban. El problema empezó cuando perdieron el respeto y fue entonces cuando esa «autoridad equitativa», comenzó a asesinar para que la gente recuperara el miedo. Ocurrió un suceso con una mujer que estaba lavando ropa en un río y de la nada apareció un indígena flaco y desabrido, con ojos saltones, como buscando lo no perdido; ella temerosa lo saludó sin siquiera pensar que él sería el padre de sus ocho hijos.
En su mirada notó lo que jamás había visto, el alma pura y buena como de los hombres que poco han sufrido. Compartieron muchos momentos de felicidad hasta que decidieron tener algo más que una amistad, pero esto fue hace muchos años y para entonces los preservativos no se usaban, pues el cristianismo lo rechazaba: «Mujer que condón exigía del hombre, golpes recibía» y por eso esta familia descubrió que muchos eran y poco tenían.
El hombre, su mujer e hijos trabajaron hasta que para un lote ahorraron, su dinero lo gastaron comprendo materiales para crear su hogar. Entre la descendencia de esa pareja mi madre se encontraba y a sus 16 años a mi padre conoció y formaron una relación y 3 años después, accidentalmente, me tuvo y el temor al embarazo no deseado hace temblar al más acorazado y así fue como mi vida empezó. Ya no eran 10 sino 15 integrantes de la familia, mis abuelos, tíos, primos y yo.
Años después, mi familia empezó a ser conocida en este sitio, pues mi abuelo fue el dueño de una carnicería y mi abuela la propietaria de la residencia más grande que había y no teníamos problemas con el grupo armado. Sin embargo llegó la discordia cuando en una elecciones querían obligar a todos los del caserío a ir a Cartagena del Chairá a lanzar piedras contra el ejército, pero mis parientes se rehusaron. Al regresar las personas de la manifestación, todo se tornaba «igual».
Pero, al tiempo empezaron a desparecer objetos de nuestra propiedad y cierto día encontramos al que hurtaba y pedimos que fuera castigado, pero lo dejaron en libertad porque nosotros no les habíamos ayudado.
El destino y la monotonía rompen hermosos sentimientos y fue eso lo que colapsó al instante en que una mujer apareció y frente a mi abuelo se posó, bonita y poco sencilla aunque con problemas emocionales y un marido celoso que al escuchar su romance los lesionó, causándoles profundas heridas con arma blanca. Al mi abuela enterarse, esperó a que se curara y lo abandonó.
Después de eso mi madre y yo nos fuimos a vivir a una finca en la que convivimos por varios meses hasta el día en que nos amenazaron. Antes de eso ya nos habían advertido que si nos nos íbamos nos asesinarían y cierto día fue menester nuestro correr por la selva buscando donde refugiarnos por temor a esas personas. Al llegar al río nos paramos en el muelle esperando las lanchas y apareció mi abuelo, se despidió y ahí nos separamos para siempre. Tiempo después nos enteramos que lo habían asesinado y lanzado a una quebrada, descubriéndolo cuando rebalsó frente a una canoa.
Llegamos a Florencia y nos establecimos donde una tía. Decidimos luego irnos para Nariño. Vivimos un tiempo allá y distinguimos a mi padrastro. Después volvimos a Florencia los tres, pero económicamente estábamos mal y las oportunidades no se presentaban. Por tal motivo nos fuimos al Cauca para vivir en una finca, trabajar y poder regresar a Florencia con algo de capital.
La vida en ocasiones nos golpea y parece que fuera nuestro destino fracasar, pues la felicidad duró poco: vivíamos en una finca retirada de cualquier civilización y otra vez nos obligaron a escapar. Ya dos veces desplazados y en esta ocasión fue en una navidad en la cual, si hubiéramos tenido siquiera mil pesos, habría sido una gran dicha, pero hasta los ladrones nos tenían pesar.
Y nos encontramos otra vez en Florencia viviendo en la casa de la misma tía, esperando que mis padres consiguieran trabajo. Recuerdo el primer día en que mi padrastro, con la ayuda del novio de la hermana de mi madre, consiguió un trabajo. Una mañana inolvidable, con una bicicleta como transporte en la cual tenía que pasar por toda la ciudad para poder ir a trabajar y como algunos dicen: «La necesidad tiene cara de perro»; pero ese día fue el primero en llegar, con sus ánimos de hacerse notar. Gracias a ese día, esa tía y a su ex novio, es que durante todo este tiempo no hemos vuelto a tener tan grande necesidad.
Anderson Yulian Delgado Chala
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
16 AÑOS MARCADOS POR UNA TRAGEDIA
Cuenta mi padre que era un día 25 de septiembre del año 2001, un martes, un martes como cualquier otro día de trabajo en el que solía levantarse a las 5:00 a.m. para dirigirse al terminal de transporte donde se enrutaría en un vehículo tipo taxi de placas SYN-8250, adscrito a la empresa CoontransCaquetá, para realizar un recorrido de Florencia a Albania. Hasta aquí no hay nada diferente en este relato, todo es normal.
Lo que no es normal y que para mí es conmovedor, ver en los ojos de mi padre la tristeza cuando empieza a contarme que este mismo día cerca de las 8:00am en un sitio conocido como Aguas Calientes, cerca al municipio de Morelia, departamento del Caquetá, narcoterroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, realizaron un retén ilegal en la carretera, en el que lastimosamente fue sorprendido mi padre Miguel Antonio Encarnación Polanía, un hombre que para ese entonces tenía 37 años, quien fue obligado a bajar del vehículo y a abrir el baúl para una requisa. Una de las guerrilleras empezó a revisar el carro y encontró una encomienda que llevaba mi padre desconociendo qué era, pues como es bien sabido las encomiendas van muy bien selladas y esta no era la excepción; la cual tenía como destino ser entregada en la Estación de Policía de Albania.
Mi papá, me comenta, que en ese momento él estaba muy tranquilo hasta que una de las guerrilleras tomó una navaja y abrió la encomienda y es ahí cuando mi padre se lleva la sorpresa al ver que ésta contenía un bolso con implementos pertenecientes a la policía. De forma inmediata, sin darle tiempo de que hablara y vulnerando sus derechos y por orden de un cabecilla de este frente empujan a mi papá hacia un grupo de cuatro personas que estaban listas para ser fusiladas, según ellos porque éstas eran auxiliadores de los paramilitares, que por estos días comandaban la zona.
Los amarraron y los hicieron arrodillar, apuntalándoles una y otra vez al pecho, recordándole que ese sería el último momento de su vida, pues ya habían fusilado a dos personas, entre ellos a un policía de civil quien iba trasladado a la estación de Albania, a quien asesinaron delante de su esposa y su hijo de aproximadamente 5 años, que viajaban en el taxi que conducía mi padre, quien desde el lugar donde lo tenían observaba cómo la mamá de este pequeño le tapaba la boca para que no gritara mientras asesinaban a su padre y así evitar que los guerrilleros se dieran cuenta que ellos eran familia, pues corrían el riesgo de ser asesinados.
Mi papá, a quien se le partía el alma, bajó la mirada y con humildad, según él, esperaba a que se hiciera la voluntad de Dios, porque de lo que él estaba seguro era de que no debía nada y que estaba siendo juzgado por el simple hecho de cumplir con su labor de taxista.
Cuando mi papá pensaba que todo estaba perdido, de un carro que iba para San José, un municipio del Caquetá y que también fue retenido, se baja un señor de estatura mediana, cerrado en barba y sombrero pelo ‘e guama, cuyo nombre correspondía a Saúl López Carvajal, mi abuelo, es decir, el suegro de mi papá, quien con su valentía se dirigió al grupo guerrillero para exigirles que le dieran libertad inmediata a la gente que tenían retenida. Según mi padre, se sintió más tranquilo, pues mi abuelo era un docente muy reconocido en el Caquetá, quien acostumbraba a enfrentar el peligro y no tenía «pelos en la lengua» para decir las verdades; y así fue, se enfrentó a la guerrilla y no valieron los insultos para que mi abuelo les gritara que eran unos cobardes que disfrutaban quitándole la vida a las personas.
Al escuchar todo esto el cabecilla ordenó pasarlo a la fila de los fusilados, pero mi abuelo antes de seguirlo se dirigió a todas la personas que estaban en este retén y recordando a la gran Policarpa Salavarrieta pronunció sus sabias palabras: «¡Pueblo indolente! ¡Cuán diversa sería hoy vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad! Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más». Cuenta mi padre que en ese instante mi abuelito o mi papi Saúl, porque así le he llamado de cariño, se retiró su sombrero y con orgullo pasó a las filas.
Pero como todo en esta tierra no se cumple si no es la voluntad de mi Dios, cerca de las 4:00 p.m. llegó el Ejército Nacional y provocó un enfrentamiento con la guerrilla, en el cual estas se replegaron, permitiéndole al ejército liberar a las víctimas y tomar el control de la zona.
Dieciséis años después de esta tragedia, mí padre aún recuerda este terrible episodio de su vida y desea que no se vuelva a repetir ni su historia ni la de muchos que han sido víctimas del conflicto armado.
Geral Marlen Encarnación López
Programa de Derecho
Universidad de la Amazonia
NOTA
[1] Rodeado de minas antipersonales. N. del e.
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La columna Cicatrices de Guerra Cronopio recoge relatos de jóvenes sobrevivientes del conflicto armado colombiano, estudiantes de la Universidad de la Amazonia y de lideresas del movimiento de víctimas, construidos desde el Semillero Inti Wayra, la Oficina de Paz y la Cátedra de Sociología Jurídica de la misma universidad. Estos relatos hacen parte del libro «Huellas de una historia, voces que no se olvidan».