DE LA MAÑANA A LA NOCHE
Por Pilar Adón*
Poco después de la publicación de Ulises (1922), el escritor T.S. Eliot fue a tomar el té con Virginia Woolf a Hogarth House, una preciosa casa del siglo XVIII situada en el barrio londinense de Richmond en la que el matrimonio formado por Virginia y Leonard Woolf residía desde 1915. Leer Ulises, por aquellas fechas, se había convertido en un rasgo distintivo entre los miembros de los círculos culturales y la conversación sobre el libro surgió inevitablemente. Virginia Woolf había crecido rodeada de un ambiente literario. Su padre poseía una amplia biblioteca y cuando ella cumplió los dieciséis años por fin pudo entrar sola en aquel recinto consagrado a la lectura y dedicarse a explorar todo lo que deseara, lo que suponía un verdadero lujo para una chica de la época victoriana y también una situación que le sería ampliamente provechosa para su futura condición de escritora. Semejante posición de privilegio llevaría posiblemente a que, a la hora de emitir un juicio sobre la tan comentada obra del autor irlandés, Virginia Woolf no pudiera resistir la tentación de reemplazar el juicio literario por un juicio sobre la clase social. De este modo, cuando en Hogarth House, tomando el té, un vehemente Eliot se preguntaba cómo podría nadie volver a escribir una sola palabra después de que Joyce hubiera conseguido el tremendo prodigio que era el último capítulo —aquel en que Molly Bloom se despacha en un largo monólogo—, ella se asombraría, en primer lugar por el entusiasmo que mostraba Eliot, al parecer, por primera vez en su presencia y, a continuación, declararía que para ella se trataba simplemente de un libro «sin educación». «La obra de un obrero autodidacta» y de un «escrupuloso universitario que se rasca los granos».
Curiosa forma de manifestar en voz alta lo que pensaba de un texto que desarrollaba tan generosamente sus propias ideas sobre la manera de conducir al lector a través de los diferentes pensamientos de los personajes. Como ella misma realizara en libros como La habitación de Jacob (1922), Al faro (1927) o Las olas (1931), el peso de la narración se depositaba por completo sobre las reflexiones de cada personaje y era siguiendo dichas reflexiones como el lector llegaba a conocer el desarrollo de la trama novelada. Ambos perfeccionarían y llevarían a sus últimas consecuencias la técnica llamada corriente de conciencia para demostrar que la realidad interna y subjetiva solía resultar mucho más interesante que cualquier otro tipo de fuerza externa para el lector moderno, aunque cada uno lo hiciera de una forma enteramente personal ya que, mientras James Joyce tendía a basar su narrativa en los pensamientos de un reducido elenco de personajes durante un largo periodo de tiempo (Ulises está formado casi exclusivamente por los móviles y observaciones de su protagonista, Leopold Bloom, y sólo de forma episódica se gira hacia las reflexiones de otros personajes), Virginia Woolf presentaba una amplia combinación de realidades internas y se movía con rapidez de un personaje a otro permitiendo así que el lector pudiera examinar las diferentes explicaciones que de una misma realidad presentaban sus distintos protagonistas. No es de extrañar por tanto que, a pesar de sus comentarios junto a T.S. Eliot en Hogarth House, hubiera anotado en su diario el día 26 de septiembre de 1920: «Lo que hago yo probablemente lo está haciendo mejor Mr. Joyce.»
¿Podemos hablar entonces de una enemistad evidente?
Quizá sea más acertado pensar que lo que prevalecía entre ellos era algo ciertamente peor: una especie de frialdad exacerbada entre dos de los creadores más célebres e influyentes de la literatura escrita en lengua inglesa del pasado siglo. Frialdad que, por ejemplo, llevó al matrimonio Woolf a rechazar la oferta en junio de 1918 de ser los coeditores e impresores de Ulises con la prensa manual que habían instalado en su casa y que dio lugar a la editorial Hogarth Press –que publicaría obras de, entre otros autores, Katherine Mansfield, T.S. Eliot o la propia Virginia Woolf–. ¿Por desprecio? ¿A causa de una inmensa ceguera literaria? ¿O por temor a las medidas que pudieran tomar contra ellos aquellos individuos que se dedicaban a la persecución de la indecencia?
Lo cierto es que no resultó nada fácil publicar la extraordinaria creación de James Joyce ni en Inglaterra ni en Estados Unidos debido a que en aquella época la posible acusación de obscenidad podía recaer sobre cualquier frase o sobre cualquier palabra sin reparar en el contexto en que se desarrollara la obra. Además, aunque al lector contemporáneo pueda resultarle algo inverosímil, la primera responsabilidad de cualquier posible indecencia recaía precisamente sobre los impresores, que no tenían ninguna posibilidad de librarse acusando a los editores o incluso al propio autor. Ante semejante situación, James Joyce (aunque siempre se negara a rebatir las críticas que se hacían de su obra y de hecho se recreara observando las controversias que suscitaba su libro) llegó a apuntar: «Lo que yo escribo con las intenciones más lúgubres se considerará obsceno». Y, ante semejante situación, el matrimonio Woolf decidió no imprimir Ulises aunque, al parecer, la obra les gustó a pesar de ellos mismos ya que consideraban que era «fruto de la mala educación o de la falta de ella». La excusa de la que se sirvieron quedaba, al menos, dentro de la lógica y lo comprensible: no iban a imprimirlo porque, con su imprenta manual, tardarían dos años. Pero aseguraron, tras haber leído los cuatro primeros capítulos del libro, que estaban muy interesados en él y Virginia Woolf describiría en su diario con un deje no exento de ironía cómo se produjo la aparición de Harriet Shaw Weaver en su casa con el propósito de ofrecerles la obra de Joyce.
Weaver había pasado a ser responsable en junio de 1914 de la revista The Egoist en la que autores como Ezra Pound, Richard Adlington, Hilda Doolittle o T. S. Eliot ya habían realizado algunos trabajos de dirección. Pound comprendió que The Egoist era el lugar idóneo para la publicación de la literatura de James Joyce, y Harriet Shaw Weaver confió plenamente en él. Así que, sin tener en cuenta el riesgo que podía correr, pasó cerca de un año buscando tipógrafo y fue así como llegó a la imprenta de los Woolf con la obra de Joyce en las manos y vestida de una forma que, según indicaría Virginia Woolf, resultaba totalmente incongruente con su actitud vanguardista al ir defendiendo y manifestándose a favor de un libro «plagado de indecencias». Cuando Joyce murió, pocas semanas antes de que Virginia Woolf se suicidara, esta anotó en su diario (15 de enero de 1941):
«Me acuerdo de Mrs. Weaver, con guantes de lana, trayendo Ulises copiado a máquina a nuestra mesa de té en Hogarth House. ¿Íbamos a consagrar nuestras vidas a imprimirlo? Las indecentes páginas tenían un aire incongruente: ella era muy del tipo solterona, abotonada hasta arriba. Y las páginas rezumaban indecencia. Lo metí en un cajón… Un día vino Katherine Mansfield y lo saqué. Ella empezó a leer, ridiculizándolo. Luego, de repente, dijo: Pero aquí hay algo, una escena que supongo que habría de figurar en la historia de la literatura… Compré el libro azul y lo leí aquí un verano, creo, con espasmos de emoción, de descubrimiento, y luego también con largos momentos de intenso aburrimiento.»
¿Aburrimiento? «Espasmos de emoción, de descubrimiento…» No debemos olvidar que lo que Virginia Woolf pretendía en sus obras era desprenderse del mundo material y reflejar una realidad interna que no se ve pero que, indudablemente, existe. «…La vida es un halo luminoso, un envoltorio semitransparente que nos rodea desde el principio de la conciencia hasta el final. ¿Acaso no es tarea del novelista transmitir este espíritu variable, ignoto e indefinido, por muchas aberraciones o complejidades que ello pueda acarrear, con tan poca mezcla de lo ajeno y de lo externo como sea posible?» Y para ello debía olvidar la importancia del argumento y de las técnicas narrativas habituales, por lo que (y considerando lo que T. S. Eliot repetía acerca de que Joyce había matado con Ulises el siglo XIX porque había demostrado la futilidad de todos los estilos) resultaría muy difícil imaginar a una Virginia Woolf realmente aburrida leyendo o analizando dicho libro azul [1].
Sus vidas estuvieron dedicadas por completo a la literatura. Ambos experimentaron con nuevas formas que pudieran englobar la realidad de la existencia y ambos quisieron bucear en los pensamientos de sus personajes para hacerlos retroceder y progresar hasta que el lector tuviese la impresión general de saberlo todo sin que el narrador hubiera tenido que explicar nada. Pero lo innegable es que la complejidad del alma humana no conoce límites, aunque en ocasiones sus reacciones resulten tan elementales, y de ahí el tajante silencio de Joyce hacia Woolf y las críticas por escrito de Woolf hacia Joyce: «…Supongo que el peligro está en el condenado egocentrismo que para mi gusto arruina a Joyce y a Richardson» [2]. A pesar de que, posiblemente, el sentimiento más razonable entre ambos tendría que haber sido el de una espontánea y natural admiración mutua.
NOTAS
[1] Ulises apareció encuadernado con los colores griegos –letras blancas sobre fondo azul– que sugerían el mito de Grecia y de Homero.
[2] Dorothy Richardson (Abingdon, Berkshire, 1873-Beckenham, Kent, 1957) se dio a conocer en 1915 con Los tejados puntiagudos (Pointed Roofs), la primera de un ciclo de 13 obras que darían lugar a la novela Peregrinación (Pilgrimage). Utilizó, quizá por primera vez en la ficción moderna, la técnica del monólogo interior tan desarrollada por J. Joyce y V. Woolf.
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Pilar Adón (Madrid, 1971). Ha publicado los libros de relatos El mes más cruel (Impedimenta, 2010), por el que fue nombrada Nuevo Talento Fnac, y Viajes Inocentes (Páginas de Espuma, 2005), por el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa, así como las novelas Las hijas de Sara (Alianza, 2003), considerada una de las diez mejores obras de ese año, y El hombre de espaldas. Ha sido incluida en diversos volúmenes de relato, entre los que destacan Cuento español actual (1992-2012) (Cátedra, 2014), Mar de pirañas. Nuevas voces del microrrelato español (Menoscuarto, 2012), En breve. Cuentos de escritoras españolas (Biblioteca Nueva, 2012), Pequeñas Resistencias 5. Antología del nuevo cuento español (Páginas de Espuma, 2010) y Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010). Ha publicado los poemarios Mente animal (La Bella Varsovia, 2014) y La hija del cazador (La Bella Varsovia, 2011), y forma parte de distintas antologías poéticas como Cien mil millones de poemas (Demipage, 2011) y Los jueves poéticos (Hiperión, 2007). Ha publicado relatos y poesía en diversas revistas y suplementos: Babelia, ABCD, Eñe, Turia… Ha traducido obras de Henry James, Christina Rossetti, Edith Wharton y Penelope Fitzgerald, entre otros. Página: www.pilaradon.com