Invitada Cronopio

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Un nuevo corazón

UN NUEVO CORAZÓN

Por Adriana Alarco de Zadra*

La vida es muy triste desde que murió mi madre. Vivíamos pobremente pero ella no nos dejaba faltar comida y lavaba mis camisas y los pañales de Miguelito. En el cuarto, cerca al puerto del Callao, aún si era húmedo en invierno, podíamos ir a bañarnos en el mar durante los días de calor y pescar como veíamos hacerlo a los vecinos, con cordel, anzuelo y lombriz. Yo dormía con mi madre mientras me arrullaban las olas que batían contra el muelle y el hermanito en su canasta de mimbre. Cuando se enfermó no supe curarla. Debe haber sido mi culpa, porque somos pobres y no le compré remedios.

Como mi madre debía varios meses del local, el patrón nos llevó a su casa a trabajar cuando falleció para pagar la deuda. Ahora, no tengo un momento de descanso. A veces me duermo con el soplete de soldar en la mano y eso es peligroso. Podría quemarme, aunque no creo que a nadie le importe más que a mí.

Ya soy grande y este año cumpliré trece, si he hecho bien las cuentas, aunque no sé en qué día nací. Agradezco este colchón que me ha dado. Tiene huecos y bultos, también pulgas, pero estas son menos peligrosas que la rata que me muerde los dedos en la noche. De cualquier manera, es mejor dormir aquí que en la caja de cartón donde duerme Miguelito.

Quisiera conocer lo que hay afuera. No estamos lejos del mar y escucho las sirenas de los barcos y las naves cuando entran al puerto. Camarón es un hombre malo y no me deja salir. Me hace trabajar, aunque sí es verdad que me da algo de comer. Él dice que estoy mejor que mucha gente.

¿Cómo será esa otra gente? El día que quise escaparme, se me echó encima y me rompió un palo en el trasero. Pero pude salir un rato. Vi la luz, vi la calle y a otras personas caminando. De las naves ancladas en el puerto bajaban marineros cantando. Me dieron unas monedas sin que yo les pidiera nada, y eso me dio gran alegría. No todos son malos, pienso yo, hay algunos bondadosos.

No pude alejarme mucho pues Camarón me encontró. «Es mejor que no conozcas a la gente que llega de afuera», me dijo. No volví a tratar de escaparme y por eso me regaló el colchón. Lo haré otro día y me llevaré a mi hermano. Hoy estoy cansado. Deberé escabullirme antes de que me muela a palos y me quede tieso como esa rata que quemé con el soplete la otra noche.

Miguelito duerme. Me ha dicho que le duele la mano porque se ha cortado con una lata al alcanzármela para que yo la suelde. Estoy harto de trabajar de día y también de noche. Espero que Camarón no se dé cuenta de la mano herida de Miguelito porque es capaz de encerrarlo en el hueco del desagüe. Aunque no nos dejará morir, si no ¿cómo pagaríamos esa suma que dice le debía nuestra madre?

Veo una luz por debajo de la puerta. ¿Habrá entrado un extraño? ¿Será un ladrón con su linterna? Si logra pasar le pediré que me lleve lejos de este sitio. Cualquier cosa debe ser mejor que permanecer aquí, oliendo a pescado y sucio sin poder zambullirme en el mar para lavarme un poco. Aunque Camarón repite siempre que estamos en un paraíso. ¡Quisiera conocer el paraíso para ver si dice la verdad! Yo no lo creo.

Ojalá que el extraño visitante no se tope con el malvado que tiene por lema «camarón que se duerme amanece en el plato».

¡Ha abierto la puerta y ha entrado aquí! No sé lo que es. Es un ser luminoso que no habla, como un fantasma verde. Su cara es muy blanca pero no la veo bien porque está oscuro. Debe ser un personaje de otros mundos que me llevará a conocer las estrellas, que yo no veo casi nunca, ni de noche.
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La figura luminosa parece que flotara por el aire y da vueltas. Me está mirando, al menos creo que me está mirando pero no llego a distinguirla. Trato de cogerle el vestido y se aleja ligerita por el cuarto. La sigo y se desvanece rápido antes de que pueda dirigirle la palabra. ¿Se habrá despertado Camarón? Oigo susurros al otro lado de la puerta. ¿Estará conversando con la Luminosa que ha venido de otros mundos? Yo también quiero salir pero no puedo. El Camarón ha echado cerrojo.

Sé que puedo escapar como la otra vez, si él no me escucha. Puedo deslizarme por el silo del desagüe que está detrás de las planchas de hojalata. Aunque sé que está sucio y lleno de ratas, debo enfrentarme con mi suerte. Esa luz que ha venido a visitarme es mi destino. La Luminosa puede ayudarme, estoy seguro.

Basta que me tape la nariz con este trapo y así no respiro. Soy rápido y puedo arrastrarme hasta afuera como había planeado. Así pensando, muevo las planchas de hojalata despacito para no despertar a Miguelito ni a Camarón. Bajo por el hueco y me arrastro en medio de la porquería, botando las ratas con un palo para que no me muerdan.

Sé que al fondo hay una salida que llega a la calle por donde va tanta cochinada. Finalmente veo la luz cuando ya casi estoy ahogándome con el gas que desprende este túnel espantoso. No quiero saber cómo me veo. Soy una piltrafa de la vida. Pienso que no valgo nada. Menos aún si estoy apestando a mierda y a desagüe. La Luminosa me espera. La veo allí, en la calle con su figura larga toda verde, cabellos rojos que escapan de una gorra verde y ojos verdes sobre un pañuelo verde que le tapa la boca. Me indica con la mano que entre a un vehículo blanco. Obedezco. Adentro hay camas.

¿Me llevarán lejos de aquí? Afuera ha quedado ella. ¡Veo que habla con el Camarón! ¿Me habrá descubierto? ¡Ojalá que no me vea!

La Luminosa pone un fajo de billetes en su mano y el maldito se retira. Respiro con alivio. Me tienden en un lecho encima de una plástica, usan guantes y me lavan con esponjas. El agua sale negra y resbala hacia un cubo. Me dan de beber agua clara y deliciosa. Me pinchan con agujas. Seguramente voy a ir a otros mundos y me están preparando para salir de viaje. Llegaré hasta lo alto, donde brillan las estrellas. Luego, regresaré por Miguelito. Pobre Miquito, ¡quién lo defenderá ahora! Cierro los ojos. Creo que me duermo del cansancio. Aquí afuera, aparte de un olor fuerte a medicinas, siento a lo lejos el olor salado del mar y escucho las olas que baten en el muelle.

Lo último que oigo es que necesitan un corazón del mismo tipo que el que yo poseo. Me volteo. Hay otro niño echado en la cama del costado. El vehículo se mueve y nos vamos alejando. Voy a ir a encontrar a mi mamá.

He entendido que ese niño necesita un corazón. Yo voy a regalarle el mío para poder viajar al cielo y visitar a mi mamita.

¿Debo estar contento? Espero que sí. Finalmente voy a conocer el paraíso.

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* Adriana Alarco de Zadra es escritora peruana. Estudió en Lima, en Villa Maria Academy (hasta1954); en Boston, Mass: Harvard Extensión School (hasta1959); en Roma,Italia: Scuola di Lingue (hasta1960). Ha sido profesora de inglés, secretaria ejecutiva y traductora simultánea. Fue presidenta de la Fundación Ricardo Palma (Consejo administrativo de la Casa Museo Ricardo Palma) en Miraflores, Lima, Perú, desde el 2004 hasta el 2012. Ha escrito libros de geografía del Perú, entre ellos: «Perú, el libro del viajero» (Lima, 1978-1981) Guía Turística, dos ediciones y «Perú, el libro de las plantas mágicas» (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología 1988 y 2000). También ha escrito libros de cuentos de fantasía y ciencia ficción, de teatro infantil y juvenil, entre ellos: «Teatro, 4 Obras premiadas», Lima 1983; «Brújula para Niños», Centro de Artes Populares, Cidap, Cuenca Ecuador, 1990; «El Cuento Semanal para Niños»: Colección de 4 libros con 52 cuentos, publicados por la Sociedad Geográfica de Lima, 2008. Página Web: https://www.adrianaz.it. Blog: https://adriana-alarco.blogspot.com/ Correo: alarcoadriana@gmail.com

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