Invitada Cronopio

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Solo la mitad del mundo es digital

SÓLO LA MITAD DEL MUNDO ES DIGITAL

Por Soledad Murillo de la Vega*

Seguro que acabas de ver tu último mensaje en tu ordenador, en tu celular o en tu Tablet. Todo parece listo para que experimentes la fascinación de estar conectado con el resto del mundo. Sin embargo, y para ser más exactos, no abarca la totalidad del mundo sino la mitad. Porque si en nuestro planeta hay 7.210 millones de habitantes, de ellos sólo apenas un 42% tiene acceso a Internet. Esto sin contar con aquellos países que tienen prohibido el acceso libre a la red, como China o Túnez, por citar algunos. O en otros casos, lo administran de cara a una futura apertura, como el gobierno de Cuba. Por lo tanto, es una ventana tan llena de posibilidades como de fronteras y desigualdades. Seguro que los lectores de esta revista pertenecemos a los 3.010 millones de privilegiados, ya mucho más acostumbrados a la pantalla que al papel. Estos, y otros datos, son recogidos en una web: wearesocial.com donde se marcan los territorios de los sujetos conectados, en contraste con aquellos lugares sin cobertura y, por supuesto, excluidos de la aparente globalidad on line.

En un twitter pude leer hace pocas semanas una frase clarividente, su autor parecía un nuevo profeta, dado que nos advierte que toda apariencia es engañosa. Decía así: «¿cuándo sabrás que con los amigos de Facebook y tus seguidores de twitter no te tomarás una café?». Sin embargo, al mismo tiempo y gracias al acceso a esta red invisible, somos testigos directos de lo que ocurre. Tan directos como si lo viéramos en primera persona. Observadores en primera línea de cómo otros individuos luchan por sobrevivir a situaciones de guerra, me refiero a los miles de refugiados que están buscando seguir vivos en Europa. Miles de ellos que huyen a pie con sus hijos de la mano y que deben superar fronteras de país en país, cacheados por policías mientras verifican su documentación. Gracias a las redes, miramos las fotos que los periodistas han robado a la vergüenza de pernoctar en campamentos. Gracias a Internet ya no dependemos de un consejo de redacción para que se publique una noticia, o de las empresas o gobiernos, más preocupados por mantener su buena imagen ante la opinión pública, que en respetar una información imparcial. Ahora, pulsando un solo botón, disponemos de imágenes, cuya simultaneidad es en sí misma una revolución. Somos testigos de cómo 14.000 personas, niños y personas mayores incluidos, aguardaban bajo la lluvia en la frontera con Austria a la espera de superar las distintas vallas, estabulados como si fueran ganado, serían seleccionados separándolos por países de procedencia, Siria, Albania. Mientras en el mismo instante, asistimos con perplejidad cómo la Unión Europea, que incomprensiblemente recibió el Premio Nobel de la Paz, discutía cómo se reparte a los refugiados entre los países miembros, pero siempre poniendo más pegas de carácter técnico que dinero para afrontar el problema. Sabemos muy bien que el derecho a la dignidad siempre ha dependido más de las nacionalidades, que de la categoría de persona. Quizás esto explique que la Unión Europea se haya vuelto incapaz de incidir en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con el fin de acabar con una guerra que dura ya 5 años en Siria. Todo está ahí, un mundo en imágenes listo para retwittear, o para distribuir en nuestros mails a toda nuestra agenda, o para sumarnos a la denuncias de Change.org. La red se diversifica: Plataformas, crowfunding de proyectos sociales y además por continentes. En Latinoamérica www.crowdacy.com permite apoyar proyectos novedosos a kilómetros de distancia. Todo está al alcance, no sólo para intervenir, sino para visibilizar los desastres humanitarios, como para apoyar la ayuda humanitaria, utilizando el mismo canal virtual.

Pero si hay una profesión que se ha visto asediada para impedir que cuelguen contenidos en la red, es el periodismo. El periodismo es, junto a los movimientos ciudadanos, el rompehielos de la corrupción y la desidia gubernamental, por estas razones quizás ahora son los periodistas, los fotógrafos, los que viven amenazados por alimentar con su información nuestra ventana digital. La web https://www.informeanualrsf.es es una antena libre de metáforas gracias a la cual, obtenemos una información específica sobre cómo, y especialmente, quién vulnera los derechos humanos en todo el mundo, tengan o no, un acceso a Internet.

Pero también las redes procuran la felicidad. Según diversas encuestas es una antídoto contra la soledad, gracias a la posibilidad de inventar una identidad, o una nueva edad, o aspecto personal. En definitiva un perfil con una imagen a nuestra medida, sea real o deseada, pero siempre aquella que queremos proyectar a los demás. De esto se habló en la última conferencia mundial sobre Facebook, donde también estuvo presente su fundador, Zuckerberg. En ella se habló de lo que significa la «macrocoordinación» a gran escala. En otras palabras, que hoy en día todo parece conseguirse gracias a una tecnología que nos conecta con quien queramos, en cualquier idioma y latitud. Esta conectividad nos hace sentir seguros porque no hay mayor seguridad que pensar que pertenecemos a una «familia», no ya la biológica, sino la que tú eliges: la de las afinidades personales: música, literatura, performance, fotografía, paraísos o infiernos terrenales. Saberse parte de un grupo siempre ha generado fuertes dosis de confianza en uno mismo.

Una socióloga australiana, Judy Wajcman, experta en redes digitales, reflexiona sobre cómo funciona el espejo de la era on line. A ella le interesa especialmente el tiempo empleado en dedicarnos a entrar en Internet, o a conectarnos con quienes no están físicamente, sino virtualmente en nuestro entorno.

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Me ha llamado la atención que añada que la más intensa satisfacción radica en sentirse ocupado en querer compartir una ingente información que por vez primera está al alcance de la mano. Por eso Wajcman puntualiza: «Hemos pasado del péndulo al nanosegundo como unidad de tiempo, que es lo máximo que puede tardarse en abrir una ventana, o descargarse una aplicación, una película, o acceder a un concierto por YouTube». Por contraste, en un artículo del New York Review of Books, se recogía un artículo donde se indicaba que la mayor preocupación de los conectados a las redes sociales, es decir de los 7.000 millones de individuos con satélites en su entorno, es no poder radiar lo que hace, porque carecería de sentido realizar una actividad que no pueda ser compartida. El artículo, cuyo título sería Miedo a perderse algo (Fear of Missing Out), incidía en la necesidad de contarlo todo, de volvernos transparentes. Es decir, si estamos en una playa, en una fiesta, en clase, a la salida del trabajo, nos urge inmortalizarlo, subir la foto a la plataforma y convertirnos en protagonistas de nuestra propia biografía.

En consecuencia estamos asistiendo a una nueva economía, la economía de la alta velocidad digital. En esto sí se está invirtiendo, mucho más que en energía alternativas. En mi país, España, una torpe política de austeridad ha provocado que más de tres millones de personas padezcan la pobreza energética. No hay concesiones para calefacción, luz, o aislamiento de las viviendas, porque no parecen ser tan rentables como la inversión en proyectos de infraestructura digital.

Sin embargo, no sólo hay diferencias de clase social, también la redes sociales registran una menor participación de las mujeres. Nada extraño si pensamos el tiempo que cualquier usuario destina a las redes. Y ¿quién dispone de más tiempo para dedicarse a tan estimulante tarea? Un ejemplo, Wikipedia, la mayoría de sus nombres son hombres blancos y occidentales, el resto está en un segundo plano. Bien es cierto que las mujeres han participado menos de la informática, pero hoy en día ya hay muchas mujeres ingenieras. Pero no sólo eso. También las mujeres campesinas de Bolivia pedían en Naciones Unidas ayuda para la adquisión de ordenadores, porque en el caso de ser violentadas, o sufrir como desplazadas por un cultivo de las grandes multinacionales, la red era, además de un seguro de vida, una herramienta de denuncia contra los abusos de la economía liberal. Por eso hay que dar la bienvenida al Día de Ada Lovalece que, como iniciativa de la Royal Society inglesa, se han propuesto aumentar la presencia de mujeres en Wikipedia, porque sin modelos no hay referencias para las niñas. La red no es inocente, también la habitan sujetos que bajo el amparo del anonimato insultan a cualquiera que no coincida con su opinión. Pero también es cierto que aquellos poderes políticos o económicos que quieran domesticarla no lo harán por nuestra seguridad, como ellos argumentan habitualmente, sino porque saben muy bien que su impunidad no está garantizada. Hoy en día la información y la libertad de expresión ya no van por cable.

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* Soledad Murillo de la Vega (Madrid, 21 de abril de 1956) es una socióloga feminista, investigadora y política española. Es Doctora en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. De 2004 a 2008 fue Secretaria General de Políticas de igualdad del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales de España, ocupando el primer cargo político en materia de igualdad en el gobierno español de José Luís Rodríguez Zapatero.1 De 2011 a 2015 fue concejala del Ayuntamiento de Salamanca por elPartido Socialista Obrero Español. Es profesora titular de la Departamento de Sociología y Comunicación en la Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Salamanca donde promovió en 1998 el seminario de estudios de la Mujer e impulsó el primer Doctorado de Género. En sus investigaciones como socióloga destacan sus trabajos sobre el análisis del tiempo de hombre y mujeres en cuanto a las tensiones que genera compatibilizar mercado de trabajo con vida familiar, analizando por qué es un problema femenino y no masculino dicha conciliación y la investigación sobre el asociacionismo en las organizaciones de mujeres. Twitter: @soledad_murillo

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