FUGITIVO
Por Gloria L. Velásquez*
Había muerto solo, como Antonio, lejos de su casa, abandonado, sin la presencia de aquellas figuras dulces de su infancia, la caja de chocolats a su lado que Bridget y yo le habíamos traído de París, aquellos chocolates finos y dulces que tanto placer le habían ofrecido a su cuerpo delgado, convertido ahora en otra estadística, otro miserable número de aquella ciudad cosmopolita a donde había huido hacía veinte años para hacerse la vida. Se me vino a la memoria aquel día en la Capital cuando me había dicho que se iba lejos, que ya no aguantaba vivir de mentiras: «Me voy Esperanza. Ya no aguanto todo esto», y en una voz lejana, como la de aquellos ríos solitarios de mi niñez que tantas veces me habían suplicado hasta que me sentaba a escucharlos, me presentó a Marcos comentando que los dos se irían juntos a los Estados Unidos. Había sentido celos al conocer al joven de pelo rubio y ojos azules que parecía demostrarle tanto afecto, pero al mismo tiempo sentí un alivio enorme al saber que alguien lo estaba queriendo como Daniel se lo merecía. Le había dado entonces la dirección de Bridget, haciéndolo prometerme que la llamaría en cuanto llegara a los Estados Unidos.
Años después, al andar con Bridget caminando desoladas en la madrugada por las calles, me acordaría de aquel día y de todas las escenas que actuamos los cuatro en el apartamento pequeño de Bridget; la melancolía de Daniel al escuchar un bolero antiguo de Antonio Aguilar y sus incontrolables celos cuando Marcos se nos acercaba para mostrarnos el álbum más reciente que acababa de comprar. Imposible borrarlo todo. Ni por qué dudarlo. Ni por qué olvidar aquellas tardes cuando juntos caminábamos por las calles de la Misión comentando la última exposición de arte chicano, la cara orgullosa de Daniel al indicarle a Bridget la artesanía mexicana que aparecía en las ventanas humildes de los negocios latinos y las risas que soltaba cuando Bridget trataba de repetir aquellas palabras con su pronunciación gringa. Pero también me acordaba de otros momentos repletos de amargura y de angustias cada vez que se enfrentaba con un niño abrazando fuerte a su papá en el parque como él había hecho tantos domingos pasados en el parque Chapultepec. Huérfano ahora, prófugo, tratando de olvidar aquellas últimas palabras: «Maricón, joto sin vergüenza, hijo de la chingada».
Recibí su llamada esa mañana y me había regresado a la ciudad para despedirlo y ofrecerle mi apoyo a Bridget que había pasado tantas noches infinitas a su lado limpiándole el sudor de la cara, ofreciéndole chocolats a fin de romper el silencio con sus comentarios frívolos —la última actuación de Raúl Julia o la exposición de arte impresionista que acababa de llegar—. En el pasillo me había abrazado fuerte, murmurando, «¿Qué haré sin él, Esperanza? Dímelo, ¿Qué haré?» Despúes en el cuarto, pálida, su cuerpo hinchado aun más por el dolor que la tenía atrapada al lado de su viejo amigo con el cual había compartido la mitad de su vida, ella me había suplicado que lo hiciera creer que valía mierda el pasado, que le leyera de las últimas páginas que acababa de escribir, que le cantara de aquellos antiguos versos mexicanos hasta verlo quedarse dormidito en sus brazos inflados. Teníamos que espantar a las sombras, a los malditos recuerdos, a los periodistas con sus cámaras siniestras, listos para retratar al difunto y reportar en el Chronicle la nueva estadística, la pérdida de otro hijo de Sodoma y Gomorra, aquel infierno de maldad.
Llegaron, pues, los dos ángeles a la ciudad a la caída de la tarde; caminaban en silencio con la cabeza agachada, sus rostros escondidos debajo de sus mantas oscuras, deteniéndose para tocar a cada puerta que encontraban para así poder advertirle a la gente de la peste que se había apoderado de cada rincón de la ciudad. Pero sus advertencias eran inútiles, pues todos estaban asustados por la cantidad de muertos que seguía aumentando y que había dejado las calles llenas de cadáveres —viejos, jóvenes, negros, latinos— todos consumidos ya por la apestosa enfermedad.
Desesperados, los dos ángeles le suplicaron a Dios:
«Y si se salvaran unos cincuenta…»
Pero nadie les respondió.
«Y si se salvaran unos trienta…»
pero todavía nadie les hizo caso.
«Y si si salvaran unos veinte…»
Pero todavía Dios no quiso escuchar.
«Y si se salvara sólo uno…»
Pero aún así, Él no tuvo misericordia. Enojado, uno de los dos ángeles murmuró, «Maldito, maldito sea Dios» y el otro asustado por las blasfemias que escuchaba le replicó, «No digas eso; ¿Qué no ves que nos puede estar escuchando?»
Pero aquél no le prestó atención y otra vez lo maldijo. Palideció entonces el ángel asustado, exclamando ansiosamente, «Vámonos ya, muy pronto destruirá la ciudad», pero aquél le contestó, «No, vete tú; yo ya no ve voy. Aquí me quedaré ayudando a los que pueda.»
Se separaron entonces los dos ángeles, el uno desapareciendo en el camino por donde había llegado y el otro entre las sombras de los grandes edificios de la ciudad que poco a poco se hundían por el peso enorme de la muerte. Ese mismo año Jimmy Lee Swaggert había profesado: «Not only is the homosexual worthy of death, but also those who approve of homosexuality.»
Falleció durante una de esas madrugadas grises y lluviosas de la ciudad y lo enterramos Bridget y yo un triste domingo, otro dimanche, sin la presencia de aquellas señoras vestidas de luto apretando sus escapularios, listas para hincarse y rezarle los nueve rosarios, solas las dos, sin la presencia de Marcos que ni una sola vez había querido acercársele, obsesionado por aquel mismo miedo que se apoderaba de todos los habitantes de la ciudad. Bridget se había peleado con Marcos hasta gritarle y echarlo del apartamento de Daniel, sin siquiera lograr convencerlo de su responsabilidad. Pero yo no había resistido; lo había perseguido una tarde en sitio tras sitio hasta que por fin lo había encontrado en un rincón oscuro, borracho, murmurando los versos tristes de los Beatles. Le había rogado que me acompañara.
—Te estoy rogando Marcos. Hazme caso, cada rato pregunta por ti. ¿Qué no ves que se está muriendo? ¿Qué te van a costar cinco minutos?
Había subido la cabeza dejándome llevar por la inmensa corriente que parecía querer tragárselo como lo había hecho con Antonio.
—No puedo Esperanza, lo siento pero no puedo. Me puede contagiar más, ¿Qué no ves que muy pronto seré yo el que sigue?
Lo había maldecido entonces —cobarde, puto, desgraciado— escupiéndole y dándole con una botella hasta partirle la cabeza y ver la sangre escurrir por sus manos. Había huido entonces con una furia a las calles, gritando, dando patadas a los basureros, a los perros hambrientos, a las viejitas chinas, maldiciendo al mar, a los turistas que me miraban con piedad, a mi reflejo, al puente monstruoso, espantando a monjas como en aquellos versos de Neruda, rodando las calles de la ciudad como loca, jalándome las greñas, pellizcándome hasta por fin dejarme caer como bola aplastada en el cemento frío, en un rincón sucio y oscuro, acompañada por los demás seres perdidos, bag ladies, winos, hundidos todos en el olor de orines y vómitos.
Ahora me han traído a este cuarto rectangular informándome que necesito descansar, recuperarme, recobrar la razón para poder funcionar de nuevo en la sociedad. Bridget me ha venido a visitar con una caja enorme de chocolats; me ha platicado de la película más reciente sobre Frida Kahlo, del nuevo restorán vietnamita pero no le hago caso. Sigo sentada aquí en el mismo lugar, delante de la misma ventana recordando los versos de aquel poeta de la misión que tanto le gustaban:
«I’ve had
to bear
the days
anonymously
like a shadow
slip
through the city
without raising
suspicions
I’ve avoided
innumerable
roads
jumped
every fence
fleeing
always
with a haste
that bites
my heels
& barely
lets me breathe
hiding behind
so many
illusions
during
so many years
now
I don’t
even recognize
the face of
my soul
nor remember
what brought me
to this fugitive’s life
my crime
must have
been
as huge as
the darkness
found in
my punishment
above all
I’ve sought
the mute
company
of night
I’ve learned
to fake
almost everthing
but
still
when next to you
I’m given away
by the empty
pounding
of my heart»
Maricones todos aquellos que no han sabido querer.
__________
* Fugitivo, es uno de los textos más importantes de la literatura chicana en los Estados Unidos. También hará parte de su próxima novela “Soldaditos y muñecas/Toy Soldiers & Dolls.”
Gloria L. Velásquez is an internationally known poet and fiction writer. A major voice in Chicano/a Literature, Velásquez is included in the 1997 anthology, Literatura Chicana, 1965-1995, edited by David Foster and Manuel Hernández. Her poetry also appears in a major textbook, Sendas Literarias, alongside the work of three of Latin America’s most famous authors: Sor Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni and Antonia Darder.
Velásquez is the author of two bilingual collections of poetry entitled, I Used to Be a Superwoman (1997) and Xicana on the Run (2005). Velásquez is the creator of the popular Roosevelt High School Series which includes nine novels which feature adolescents of different ethnic backgrounds: Juanita Fights the School Board (1994); Maya’s Divided World (1995); Tommy Stands Alone (1995); and Rina’s Family Secret (1998), Ankiza (2000), Teen Angel (2003), Tyrone’s Betrayal (2006), Rudy’s Memory Walk (2009) and the forthcoming, Tommy Stands Tall (2013), which is the sequel to her banned novel, Tommy Stands Alone. Venturing into the music world, Velásquez has published the Superwoman Chicana CD which features poetry and music and a bilingual children’s CD, the Double Bubbleheads CD.
Gloria Velásquez has received numerous honors for her writings and achievements such as being featured for Hispanic Heritage Month on KTLA, Channel 5, Los Angeles, an inclusion in Who’s Who Among Hispanic Americans as well as the new edition of Something About the Author. She has similarly been included in Chicano Writers: Second Series, Dictionary of Literary Biography, Latina and Latino Voices in Literature (1997; 2003) and the Emmy award winning A-Z Latino Writers and Journalists (2007).Velásquez also received the 11th Chicano Literary Prize in the Short Story from the University of California at Irvine, 1985. At Stanford University, she was awarded the Premier and Deuxième Prix in poetry (1979) from the Dept. of French and Italian. In 1989, Velásquez became the first Chicana to be inducted into the University of Northern Colorado’s Hall of Fame for her achievements in creative writing. In addition, the Special Collections department at Stanford University has recently archived materials surrounding her literary production under the title “The Gloria Velásquez Papers.”
Velásquez was also featured in the PBS Documentary “La raza del Colorado.” Her song, “Son in Vietnam,” appeared in the first PBS documentary about Chicanos in Vietnam entitled, “Soldados: Chicanos in Vietnam by Charley Trujillo.
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