Invitado Cronopio

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Adriana hizo una pausa y se puso de pie. Pisó la alfombra de la sala, descalza, fue a botar la botella de cerveza a la basura y después volvió y siguió hablando. Es posible que mi padre haya insistido en el tema del divorcio una vez más, pero eso nadie lo puede confirmar. Me parece difícil asumir que le haya dado a Verónica una sola oportunidad de terminar las cosas de manera más o menos civilizada, dentro de los límites de lo aceptable, me parece difícil que con esa única negativa mi padre haya decidido que buscaría métodos más efectivos para ejecutar sus planes de divorcio. Y entonces ocurrió que una noche, muy tarde, quizá al borde de la medianoche, Kostia telefoneó por sorpresa y le dijo a mi padre que estaba en Lima y que tenía ganas de tomarse unas cervezas con él. Mi padre seguramente no tenía ganas de ver a su antiguo amigo, le dijo que no podía y colgó. Pero dos o tres minutos después, Kostia volvió a llamar e insistió. No sé qué le habrá dicho para intentar convencerlo de que fuera a darle el encuentro, quizá le dijo que sentía solo, aplastado por una vida en el campo que lo estaba desgastando, y que necesitaba la compañía de un buen amigo con quien conversar. Es probable que Kostia le haya dicho todo eso, pero no creo que sus palabras hayan tenido influencia para que mi padre terminara aceptando reunirse con él. Por el contrario, dijo Adriana, creo que mi padre ni siquiera lo escuchaba cuando Kostia lo llamó para insistir. Supongo que mientras su viejo amigo le hablaba desde un teléfono público, en un rincón del bar en el que apuraba una cerveza solitaria, rogándole para que fuera a acompañarlo, mientras escuchaba a ese tipo a quien en el fondo supongo que despreciaba, un inútil o un fracasado, un tipo que no sirve para nada, mi padre calculó que salir a esa hora sin dar explicaciones podía ayudarlo a facilitar las cosas camino al divorcio.  Y entonces le dijo a Verónica que se marchaba, sin siquiera decirle que iba a ver a Kostia. Tomó un taxi y fue al bar donde Kostia le había dicho que lo estaría esperando. Llegó entonces mi padre a ese bar, pensando encontrar a Kostia en la barra, solitario y aburrido, pero lo que encontró fue un grupo numeroso, diez o quince personas que bebían ya notoriamente avanzados, felices, jubilosos, celebratorios, diez o quince personas que brindaban, alegres, expansivos, entusiastas, entre los cuales mi padre solo reconoció a dos. Uno era el mismo Kostia, gordísimo, borracho, pelo largo sobre el rostro sudoroso, camiseta negra que parecía no haberse quitado en varios días, quien con excesivas muestras de afecto, con gestos ampulosos y exagerados, alzó la voz para presentarlo a sus compañeros de bebida. La segunda persona que mi padre reconoció en ese grupo fue Angélica. Saludó entonces mi padre a los desconocidos, quizá sorprendido pero sin manifestarlo, sin perder la compostura, los saludó amable, sonriente, cordial, y después se pidió algo de beber y se acercó a conversar con Angélica, que a esas alturas de la noche andaba especialmente alegre, lo suficientemente estimulada como para que el marido de la mejor amiga parezca como cualquier otro hombre. Y apenas mi padre se puso a conversar con Angélica, o más bien apenas se acercó a ella para dejarla hablar, preguntas breves, vacías, como para que ella hable y él la fuera midiendo, whisky en la mano, preguntas tontas para que ella hable y se ría, divertida, mientras él iba calculando, maquinando, anticipando movimientos, en ese momento quizá mi padre captó muy rápido que era posible que Kostia lo hubiera planeado todo, que esa llamada imprevista y su insistencia ante la negativa inicial, esa invitación extraña que además ocultaba que bebía acompañado, no tenía otra motivación que propiciar un encuentro entre él y Angélica que podía traer problemas a su matrimonio con Verónica.
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Pero cuando empezó a conversar con Angélica, suelto, relajado, y le dijo por primera vez qué guapa estás, por primera vez en todo el tiempo que la conocía le dijo qué guapa que estás, no como comentario inocente, sino con esa entonación que quiere hacer notar que hay un significado detrás, que no es mera fórmula, cuando le dijo esa frase y ella no le clavó una mirada de reprobación, sino que por el contrario sonrió, se acarició el pelo e inclinó un poco la cabeza, divertida, satisfecha, cuando ella le agradeció el cumplido y un ligero brillo se hizo visible en sus ojos, fue acaso el momento en que mi padre comprobó que toda amistad, especialmente cuando es cercana, especialmente cuando los amigos se conocen de muchos años y han pasado demasiadas cosas juntos, toda amistad de ese tipo tiene una grieta, dijo Adriana, una grieta que por muy pequeña que parezca resulta sin embargo suficiente para introducir un cincel que, bien manipulado, puede terminar destruyéndolo todo. Cierto espíritu de competencia, dijo Adriana, muda pero nunca del todo invisible, que crece en paralelo al afecto y la confianza, crece inevitable como su necesario reverso, en simetría y en proporción, inconfesable incluso para uno mismo. Una competencia feroz que se ejerce en silencio y se intenta volver invisible bajo muestras de cariño, un cariño que por otro lado no es fingido, sino el combustible que alimenta el lado destructivo, su necesaria condición, una competencia oculta que se hace fugazmente visible cuando uno comprende que los triunfos de la otra persona, más allá de una genuina alegría, de cierta limpia satisfacción, son también asumidos como una derrota personal. Y en esa competencia inconfesada, dijo Adriana, la que iba perdiendo era definitivamente Angélica, quien poco tiempo después de que Verónica dejó la universidad para casarse, también abandonó la carrera. Andaba medio perdida en la facultad, no conseguía acostumbrarse a la repentina falta de su mejor amiga, y entonces se le veía extraviada, sin dirección, y quizá en ese momento, a pesar de que por otro lado estaba genuinamente contenta por su amiga, crecía de modo paralelo cierto rencor, cierto deseo de que a Verónica le vaya mal empezaba a emerger como una sombra.

Quizá Angélica se dio cuenta de que en el fondo las cosas habían cambiado, y que atrás había quedado la época en que andaban todo el día juntas y que la llamaba por teléfono a cualquier hora, y a veces la llamada coincidía con que mi padre y su mujer estaban haciendo el amor. Por alguna razón Verónica sabía quién la estaba llamando, estaba segura de que era Angélica, no tenía ninguna duda de que era Angélica, y le decía a mi padre voy a contestar, el teléfono sonaba al lado de la cama, las nalgas de Verónica cabalgaban sobre mi padre, de espaldas a él, llenas de energía, fuerza vital de la juventud y del embarazo, y estaba tan cerca el teléfono que no era necesario desmontarlo para levantar el auricular, bastaba aquietar el ritmo, reducir las pulsaciones, estirar el brazo y contestar la llamada, y al parecer a mi padre eso no le disgustaba, quizá le parecía inquietante o placentera esa débil versión de un trío, esa frágil insinuación de lo que podía ser meterse a la cama los tres juntos, Verónica levantaba el auricular y saludaba a su amiga, sin aliento, voz entrecortada, estamos ocupados, decía, coqueta, seguido de una breve risita, insinuación suficiente, como si estuviera coqueteando con ella, con Angélica, no mostrando complicidad con mi padre sino con su amiga, a pesar de que le guiñaba el ojo a mi padre, que seguía dentro de ella, quizá más excitado desde que se produjo la llamada, estamos ocupados, decía Verónica, y después su voz decía muy bien, muy bien, otra risita breve, estamos realmente bien, gemido casi inaudible, jadeo contenido, y entonces tal vez mi padre se excitaba por esa intervención, quizá le gustaba el ingreso aunque sea virtual de una tercera persona en la cópula y por eso empezaba a moverse debajo de su mujer, la embestía con fuerza a pesar de que ella seguía al teléfono, se movía como esperando arrancarle un grito inconfundible que sea escuchado por Angélica al otro lado de la línea.
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Y entonces, siguió la chica, Angélica andaba despistada, sin brújula, en la universidad, y decidió que se tomaría un semestre en blanco, buscaría trabajo mientras pensaba las cosas, y así terminó como vendedora en una tienda por departamentos, un trabajo temporal, después vería qué hacer. Lo cierto es que nunca volvió a estudiar, dijo Adriana, se fue quedando en la situación en la que estaba, rotando de trabajos, siempre menores, usualmente como vendedora, ya que tenía carisma y lo que antes llamaban buena presencia, pero era indiscutible que algo no andaba bien con su vida, algo se estaba extraviando, pasaba los veinticinco, la gente de su entorno iba definiendo su vida, le iba dando una dirección, pero ella seguía perdida, a la deriva, sin planes ni futuro, sin una relación estable, sin trabajo fijo ni perspectivas, y entonces yo pienso, dijo Adriana, yo estoy segura que cuando Angélica iba a visitar a Verónica, cuando cruzaba la puerta de entrada y veía la casa limpia, elegante, ordenada, perfección absoluta, cierta tranquila felicidad en el ambiente, cuando llegaba y abrazaba a los niños, a quienes genuinamente quería y de alguna manera sentía también un poco suyos, a pesar de que la sincera alegría porque a Verónica le iba bien no había cesado, me parece imposible imaginar que no haya brotado en ella también cierta rabia, cierto oculto deseo de plantarse en medio de la sala y destruir a puntapiés el perfecto universo en el que su amiga andaba protegida. Y entonces esa noche en que mi padre llegó al bar y se puso a conversar con ella, el lado oculto de la amistad de alguna manera emergió, limpió todas las capas superiores, el respeto, la lealtad, el cariño, los años compartidos, de alguna manera el pozo oscuro de la relación fue destrozando todas esas trabas sin piedad y se puso en primer plano, y quizá en medio del alcohol y las luces bajas y la algarabía se anunció la posibilidad de una reivindicación o incluso de una revancha.

Quizá todo eso, dijo Adriana, se cruzó por la mente de Angélica, esa noche, cuando hablaba con mi padre, todas esas ideas, confusas, sin sentido coherente, cruzaban por su mente, la tentación de lo prohibido, la adrenalina en el cuerpo, otro sorbo de vodka, la reivindicación esperada, no soy menos que tú, no soy en absoluto menos que tú, la sangre corriendo por las venas, los ojos fragmentando la realidad, puedo conseguir cualquier cosa que tú hayas conseguido, coqueta, sonriente, altiva, llena de energía, llena de confianza en sí misma, sintiéndose fuerte, cualquier cosa que tú hayas conseguido, tienes que darte cuenta, nunca fuiste mejor que yo, esa noche, las piernas una sobre la otra, la sonrisa prolongada, esa noche, los dos en un taxi, Angélica borracha, sonriente, su cuerpo pegado al de mi padre, cualquier cosa sin excepción, a pesar de que no debería estar hablando de ella, dijo Adriana, no debería estar hablando de Angélica. Y después de un breve silencio agregó: no debería estar hablando de ella porque el verdadero canalla de esta historia no fue Angélica sino mi padre. La persona más despreciable de esta historia fue y sigue siendo mi padre.
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* Francisco Ángeles (Lima-Perú) es escritor, crítico y periodista. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado textos de ficción y crítica en diversos medios periodísticos y académicos. Creó y dirigió la web literaria Porta9, y desde hace una década codirige la revista de literatura El Hablador.  En 2008 publicó su primera novela, La línea en medio del cielo (Lima, Revuelta Editores). Actualmente vive en Filadelfia, donde sigue un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Pennsylvania. Su investigación está centrada en los movimientos guerrilleros latinoamericanos de los años sesenta, la teoría política (especialmente autonomía, infrapolítica y poshegemonía), y el cruce entre estética y política en las prácticas contemporáneas. Austin, Texas 1979, su segundo libro, será publicado en 2014 por la editorial Animal de Invierno.

El presente texto es un fragmento de su libro «Austin, texas, 1979», que será publicado por la editorial Animal de Invierno este año (2014).

N. del E.: En el presente texto se han dividido artificalmente los párrafos para facilitar su lectura en pantalla.

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