Invitado Cronopio

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Humor aparte, lo que entendió aquel oscuro médico de cabecera fue que esa paciente era un prodigio. Y el muy imbécil se lo dijo. No te comunican que tienes un cáncer incurable pero te cuentan que tienes la sangre más valiosa del planeta, una sangre que te impide enfermar. He buscado en los archivos a ese cretino; tuvo su merecido: murió de neumonía.

¿Y después de eso, ni una enfermedad?

Nadie enferma después de muerto.

Dejemos aparte también tu humor. La chica.

No sé si habrá enfermado alguna vez, pero desde luego no ha ido al médico.

Podría haber ido a uno ilegal, uno de esos que practican abortos clandestinos o que hacen implantes prohibidos.

Podría. Pero, ¿por qué iba a hacerlo?

Necesito su sangre.
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Todos necesitamos su sangre. Tú para lo tuyo, yo para lo mío. Hemos tenido que cerrar toda un ala del centro. Un ala entera que irá llenándose de polvo, de telarañas, de basura. Los indigentes arrancarán los marcos de las ventanas y las puertas para alimentar sus hogueras. Dormirán en el interior. Se cagarán en los quirófanos. Alguno se morirá allí dentro. ¿Tú te crees que es agradable ver cómo destruyen tu obra?

¿A cuánta gente tienes buscándola?

No sé. Cómo voy a saberlo. Yo hago el encargo, pero no llevo la contabilidad. ¿Piensas que no tengo otras cosas que hacer? No las vas a tener si no la encuentras.

Cástor, vete a la mierda. No me hables como si fueses mi jefe. Soy el director de Medical Hill.

Menos un ala.

No tiene gracia.

Necesito la sangre. Necesitamos la sangre.

¿Te has hecho miembro de una secta? ¿Es un mantra que os habéis aprendido? Vete a la mierda, Cástor. Lo que yo necesito es dinero. Y electricidad. Y láser quirúrgico. Y nitrógeno líquido. Y tantas cosas que si te paso la lista no vas a ser capaz de terminar de leerla antes de que te reviente la próstata. ¿Sabes cuánto hace que no recibo implantes mamarios? Tengo el hospital asediado por mujeres de mediana edad que van a prender fuego a lo que queda del edificio si no consigo más silicona. Las tranquilizo inyectándoles botox hasta en las tetas, pero ellas saben y yo sé que eso es como la metadona para un heroinómano. ¿Sabes lo que decía William Burroughs?

¿Quién?

Da igual. Mi primo. Decía que acostarse con una mujer es como comerse una tortilla, y acostarse con un hombre como comerse un filete. Si no hay filete te conformas con la tortilla, pero no es lo mismo. Con el botox y la silicona es parecido.

Ajá.

Y además tampoco te creas que me queda mucha botulina. Menos mal que tengo un surtido que un colaborador ha comprado de las existencias de un ejército del Este.

¿Usan botox los soldados?

Sí, pero no para quitarse las arrugas. Lo usan como arma química; puedes exterminar aldeas enteras. Ya se ha hecho. Fíjate, puedes emplear la misma sustancia para cargarte a una población y para alisarte los morros. Eso debería ser materia de reflexión.

¿Por qué me estás contando esto, a mí que me importan la tortilla y los filetes, a mí qué me importa la guerra química?

Para distraerte, porque te veo tenso.

Estoy tenso porque no pareces haber hecho nada desde que me enviaste el informe.

Que no has leído.

He leído lo esencial: la necesitamos pero se os escapó.
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La foto sí la habrás visto.

La foto sí.

Intentamos retenerla, pero mis médicos están bajos de forma, y ella sí sabe pelear. Técnicas callejeras. Un celador la siguió hasta el lugar donde dormía. Un rincón de un túnel con olor a meados. ¿Quieres que le llame, a nuestro celador, que te enseñe la herida que le hizo? No conseguimos que se cierre. Supura desde entonces. Como las heridas que producen esos ofidios, como se llamen, que no curan nunca porque la baba impide la cicatrización. Aunque la oreja ya no le cuelga. Se la hemos pegado bastante bien. La cirugía reconstructiva siempre ha sido nuestro fuerte.

Todo eso me da igual. Después. Lo que me interesa es lo que pasó después.

No hay después. Desapareció. Salió corriendo por un túnel.

¿Y las cámaras?

¿Cuántas cámaras te crees que siguen funcionando en barrios así? En el puerto deben de quedar tres. Allí se refugian todos los delincuentes. Es curioso, donde viven los delincuentes no hay cámaras, pero sí las hay donde viven las personas honradas. Ahí hay una paradoja interesante. De todas maneras, seguro que se ha escondido en uno de esos cargueros oxidados. ¿Los has oído por las noches? Gimen como fantasmas en la niebla. Se le hiela a uno el corazón.

Déjate de tópicos. Habrás entrado en ellos a buscarla.

¿Yo? ¿Te crees que estoy loco?

Tú no. Los tuyos.

Y yo qué sé.

Hazme un informe.

Vete a la mierda. ¿Te lo digo otra vez? Vete a la mierda.

Un informe sobre los trabajos de búsqueda.
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Te haré un informe cuando la tenga encerrada en una jaula. La voy a exhibir como en las ferias de hace siglos: el niño que se crió con lobos, la mujer barbuda, la muchacha inmortal.

A propósito, ¿cómo está tu mujer?

Bien, ella está bien, no se entera de nada. Te juro que a veces me parece feliz. Ayer me pidió que tuviésemos un hijo. ¿Te imaginas, tener un hijo? Debe creerse que somos hombres de las cavernas. Ya. ¿Me has traído algo para Irina?

El director saca una cajita de plástico de un bolsillo de la bata y la deja encima de la mesa. Cástor no la toca. Vuelven a quedarse ambos en silencio, sin nada que decirse, o al menos sin nada que quieran que el otro sepa. Al cabo de un rato el director de Medical Hill se levanta, señala la caja como si Cástor no la hubiese visto aún y sale del despacho después de mirar hacia un lado y otro del pasillo igual que quien teme una emboscada.

Cástor se levanta del sillón. Da una patada al escritorio. Se guarda la caja en un bolsillo de la chaqueta. Está rodeado de incapaces y de idiotas. Va a tener que encontrar él a la chica.

* * *

El presente relato hace parte de la novela Ángeles Feroces, de José Ovejero, publicada por Galaxia Gutenberg en 2015.

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* José Ovejero nació en Madrid en 1958. Desde que ganara el Premio Ciudad de Irún 1993 con su poemario Biografía del explorador, ha cultivado todos los géneros, siendo especialmente reseñable su libro de viajes China para hipocondríacos, merecedor del Premio Grandes Viajeros 1998, y su novela Las vidas ajenas, ganadora del Premio Primavera 2005. Desde su primer galardón hasta el último, el autor ha continuado cultivando el género narrativo con novelas como Añoranza del héroe, Huir de Palermo, Un mal año para Miki, Nunca pasa nada (Alfaguara, 2007) y La comedia salvaje (Alfaguara, 2009) —que obtuvo el Premio Ramón Gómez de la Serna 2010—, La invención del amor (Premio Alfaguara 2013), con libros de relatos como Cuentos para salvarnos a todos, Qué raros son los hombres y Mujeres que viajan solas, y con ensayos como Escritores delincuentes (Alfaguara, 2011) y La ética de la crueldad (Premio Anagrama de Ensayo 2012, Premio Estado Crítico 2013, Premio Bento Spinoza 2013).

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