PARTIDARIO DEL ROCK AND ROLL
Por Rafael Chaparro Mediedo*
Poco a poco nos acercamos a las elecciones presidenciales y seguramente dentro de muy poco empezarán las campañas. Pero, menos mal esto no me preocupa porque he decidido no votar nunca más en mi vida. Hay cosas mucho más interesantes que ver a un candidato chupando huesos de marrano en los pueblos. Desde hoy y para siempre me declaro totalmente apolítico y me declaro partidario de otras cosas. Me declaro partidario furibundo del rock and roll, del buen whisky, de las drogas suaves como Los Beatles, de las drogas pesadas como Led Zeppelin y de los Stones, me declaro partidario de un buen par de tetas, de un trasero hermoso, de unas manos transparentes como la lluvia, de las sonrisas limpias, me declaro partidario de la irresponsabilidad y de los sueños de los niños y de muchas otras cosas.
Da lástima ver cómo la mayoría de los periodistas que se dicen «objetivos» y «veraces» ya han escogido candidato y han empezado a lamberle con la esperanza de que su nuevo presidente siga el vicio de Gaviria de tener a los medios muy consentidos, pero amarrados.
Debo confesarlo. Ninguno de los candidatos me trama. A la larga todos parecen inconsistentes, ambiguos, demasiado conservadores para mi gusto. Este país, curiosamente es anárquico en sus costumbres, pero no en sus ideas. Aquí la vida cotidiana es un caos total: el tráfico es angustiante, cualquier vuelta a una oficina pública es una tortura. Pero a nivel intelectual seguimos siendo un país atrasado, conservador. Todavía nos asustan las tetas y los traseros en televisión.
Por eso he decidido que a lo único que debo guardarle lealtad es a la palabra. Al único que debo rendirle cuentas es a Cervantes y no a los pícaros de turno, o en este caso a las pícaras de turno que aprovechan sus altas investiduras para manejar los dineros públicos y tráfico de influencias como si estuvieran en cualquier colegio de monjas descalzas de Pereira.
Me quedo toda una vida con El Quijote, Rocinante, Sancho. Prefiero a la cucaracha llamada Gregorio Samsa, me casaría con Remedios La Bella y definitivamente creo que este país ya está cansado de tanto anacronismo. Necesitamos un poco de veneno en las calles, necesitamos rock and roll en el aire, en la lluvia, necesitamos que abran los bares al medio día, necesitamos que las mujeres anden desnudas por la calle, necesitamos que haya más aves en el cielo, que haya más caballos transparentes en la luna, necesitamos que la gente se dé más besos en los parques, necesitamos que la gente haga el amor sobre la hierba húmeda y que cuando lleguen al orgasmo sus cuerpos se llenen de florecitas amarillas, necesitamos que llueva whisky del cielo.
No queremos más vallas, no queremos más sedes políticas, no queremos más discursos. No más.
Un submarino amarillo con mariposas, por favor
Bogotá es una ciudad de buses. El bus. El pito. El bus es ese gusano ruidoso, ese acuario donde día a día miles de rostros se sumergen en sus aguas para atravesar la espuma ácida de la ciudad y los vapores venenosos de una ciudad que quema el aliento, la mirada, los cuerpos. Tal vez en ninguna otra ciudad del mundo entero existan buses con consultorios médicos, psicológicos y parapsicológicos. Esta es la única ciudad con buses, con brujos y médicos a bordo.
El sol revienta contra los vidrios del bus. El ‘smog’ se pega a las nubes. Los pitos revientan las hojas de los árboles. El mundo empieza a poblarse lentamente de ruidos, de nubes negras y buses. Entonces se sube al bus que va por la troncal un estudiante del centro médico naturista a promocionar el último purgante natural formulado por tres reconocidos médicos homeópatas que tienen su consultorio debajo de la Caracas y mierda, el chofer grita desde su asiento que por favor el caballero de atrás que tiene cara de cucaracha que no se haga el güevón, que por favor se corra al fondo del carro que está vacío y el caballero le responde que no se le da la puta gana porque esa mañana al despertarse se dio cuenta de que estaba convertido en un monstruoso insecto y entre tanto el estudiante del centro naturista ya va diciendo que el tal jarabe es de raíces chinas, de jingseng, y que tal, que todo tiene que ver con el ying y el yang, que el verraco jarabe tan solo vale doscientos pesos, que doscientos pesos no hacen pobre a nadie, que el jarabe limpia el hígado, los riñones, el aparato digestivo, pero qué vaina tan jodida, el jarabe no cura la chucha de la señora que se subió con tres paquetes de Cafam y que aletea de aquí para allá, del ying al yang sus brazos y mierda solamente un candelario de mochila le compra el purgante al estudiante naturista porque purgante es ir en ese bus lleno de rostros inciertos, purgante es el olor a zanahoria del bus, purgante son las nalgas descomunales de las monjitas que van en el asiento de atrás rezando Dios te salve María llena eres de gracia el Señor está contigo bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús, purgante es la cara del conductor del bus que nuevamente insiste en que el caballero de saco azul es un malparido que no se quiere correr un poco hacia atrás.
Más adelante se sube el brujo de la troncal con las pócimas para el amor y las muertes. A cada pasajero le reparte unos frasquitos de colores. El color rojo es para recuperar el amor perdido. El frasquito verde es para enamorarse a primera vista y el amarillo para obtener dinero rápido y al instante, mejor dicho más efectivo que la instantánea. Un frasquito allí, otro frasquito allá y también la promoción de la cruz de los siete poderes bendecida a orillas del río Nilo por un brujo que conoce los secretos de Osiris, pero qué va, a lo mejor Osiris se llame en verdad Osiris González y tal vez el Nilo que conoce son las Residencias Nilo de Chapinero donde se lleva a las viejitas que trama con sus menjurjes, a ver, a ver, quién dijo suerte, quién dijo suerte, allá el caballero se le apunta a la fórmula mágica de los siete poderes, poderes comprobados y claro varios pasajeros compran los frasquitos y otros se ponen la cruz de los siete poderes y luego se bajan del bus pensando que ya tienen resuelto el problema ese de la soledad alquilada, y que a lo mejor con su frasquito amarillo la suerte cambiará y entonces la mañana será amarilla, se levantará una mujer amarilla, el desayuno les sabrá amarillo, reirán amarillo, harán el amor amarillo, respirarán amarillo, morirán amarillo y entonces por primera vez en sus vidas ya no volverán a tomar un bus amarillo, sino que saldrán a la calle y tomarán un submarino amarillo para atravesar ese océano negro de la ciudad infestado de pequeños náufragos que no saben dónde quedan las mañanas, pequeños náufragos ebrios de ‘smog’, vueltos mierda, que tienen las miradas pobladas de soledades amarillas.
Eres un Bart-Baro total
Oye, Bart Simpson, de pronto estoy frente al televisor y lo enciendo. Son las cuatro de la tarde. Es un sábado, una tarde de sábado tal vez un poco lluviosa. En todo caso un sábado como cualquier otro, un poco oliendo a papas fritas, un sábado que sabe a no tengo ganas de hacer nada entonces enciendo el televisor, «Cadena Uno», porque «Uno» es divertido, porque «Uno» es un mamón y sales tú y dices «oye, ¿cómo va eso?» y yo desde aquí, desde el otro lado, desde mi control remoto, te respondo, «Bart, ¿cómo va eso?».
Siempre que enciendo mi TV estás encima de tu «skateboard» recorriendo alguna calle de Springfield. Me equivoco. Es una calle precisa la que recorres. Sales de clase, después de aguantar ocho horas con las nalgas aplastadas en un frío asiento, y te diriges a tu barrio, a tu casa. Pasas por un paradero del bus. Vas sonriente. Vas con el sol en tus huesos, en tu sangre. En tu interior sabes que eres la cosa más salvaje que ha producido Springfield. Tal vez mientras vas en el «skateboard» por un momento cierras los ojos, viejo Bart, cierras los ojos y piensas en las nubes, en el cielo azul y te sientes otra vez salvaje y de pronto entonas esa canción igualmente salvaje de ese otro salvaje que nunca te conoció pero tú debes adorar. Estoy hablando de esa canción de Jimi Hendrix llamada «Wild thing». Sí, Bart. Estoy seguro que cuando vas a bordo de tu «skateboard» cantas «Wild thing you make my heart sing, wild thing». Eres cosa salvaje, Bart. Cosa salvaje, en serio, no es broma. Eso es lo que más me gusta de ti. Tu forma salvaje de ser. Te importa un culo esa vida aburrida de Springfield, esa ciudad neurótica del país más neurótico del planeta.
Antes de llegar a tu casa alcanzo a ir por una Coca-Cola a la cocina y seguro tú ya debes estar cerca de casa, cerca de Lisa, de Margie, de Homero, cerca de esos otros pequeños salvajes de tu casa y cuando vas llegando sigues cantando «Wild thing you make my heart sing, wild thing». Lo más extraño de todo es que en tu ciudad nunca llueve. Eso es bastante grave, Bart. Debes imaginártelas para que llueva, mi querido Bart Simpson, porque cuando llueve se puede soñar mejor. En todo caso llegas a casa y tienes que aguantarte el olor a desperdicio nuclear de tu padre, Homero, ese hombre que atraviesa la espuma negra de los días en busca de unos dólares más. Lo único que más me gusta de tu padre es la forma como detesta a tus vecinos, los Flanders, esa familia creyente, apostólica, romana, decente, demasiado decente, demasiado limpia, demasiado yo no sé, demasiado conservadora. Me gusta que en tu casa el césped no lo corten cada ocho días. Me gusta que tu perro se cague de vez en cuando en el limpio césped de los Flanders. Me gusta que Lisa despierte al vecindario con su saxo mientras ejecuta algún blues triste que dice «I have no money and my baby is gone away». Me gusta eso. Me gusta que juegues con tu padre con aquel juego electrónico de boxeo y que siempre lo aniquiles. Me gusta la forma como tratas a tu padre. Esa forma natural. Siempre le dices, «oye viejo, ve a cortar el césped y déjame en paz».
Eres un bárbaro, Bart. Un bárbaro total. Sin embargo, no me gusta el servilismo de tu padre con el jefe de la planta nuclear. Cuando grande debes acabar con eso, Bart. Yo sé que a lo mejor tienes todo el perfil para ser un asaltante de bancos. Sin embargo, espero verte como guitarrista o como cantante de un grupo de heavy metal. Sí, un grupo de heavy que vaya en contra de las industrias nucleares. Tal vez pondrás a tu grupo Los Apóstoles del Morbo de Springfield. Tu primer concierto será en el parque central de tu ciudad, teniendo como testigo a la estatua del fundador del pueblo a la que alguna vez le cortaste la cabeza. Cosa salvaje, Bart. Después irás a Nueva York, a San Francisco, a Londres, a Berlín, a Río.
Oye, Bart, sigo enfrente del televisor y siempre te veo con la misma ropa. Pantalón azul, camisa roja. Cualquiera que te vea dirá que eres un niño como todos. Un niño que se toma su cereal antes de ir al colegio. Un niño que sabe la historia de Abraham Lincoln al derecho y al revés. Pero no es cierto. Tú siempre le robas el desayuno a tu hermana. Detrás de esa ropa azul y roja hay otro niño. Te importa un bledo ese Abraham. Tú prefieres saber la historia de Billy the Kid, ese legendario bandido del Oeste que no dejó un banco sin asaltar. Creo que a lo mejor si el Quijote te hubiera conocido te habría llevado por Castilla. Yo sé que habrías vuelto mierda a los molinos de viento. Zas. Scracth. Pum. Mierda. Física mierda.
Oye, Bart Simpson, me encantó cuando te fuiste de casa con tu perro, que entre otras cosas parece alimentado con harina de tristeza porque luce muy flaco, y vendiste un poco de tu sangre para sobrevivir. Quiero decir que me encanta tu independencia, tu libertad, tu humor negro. Comparto totalmente contigo la idea de que entre más materias escolares te tires mucho mejor. En definitiva el colegio nunca ha sido un buen lugar. Nunca ha sido tan divertido, aunque yo sé que allí te diviertes mucho y eso me encanta. Me encanta que seas amigo del conductor del bus amarillo de la escuela y que hablen del último grupo de heavy, de deportes. Más tarde, cuando seas grande seguirás hablando de rock, pero también hablarás de mujeres, de sus senos, de sus nalgas, de sus manos llenas de lluvia y de polvo nuclear. Espero que no sea tarde.
Oye, Bart, espero que sigas por donde vas. Ojalá nunca se te vaya a ocurrir enamorarte de una Flanders. Eso sería fatal, Bart. Fatal. Muy fatal. Grave. Gravísimo, Bart Simpson. No te imagino casado con una Flanders. No te imagino en misa orando. Por el contrario, Bart, te veo con una punketa saltando en un concierto de rock. No te veo tomando jugo con vitaminas que te prepara tu esposa para que rindas en el trabajo, para que seas responsable y sano y limpio y creyente como los demás. No, mi querido y salvaje Bart. Te veo más bien tomando una cerveza, mucha cerveza para no rendir en el trabajo, para no ser responsable, ni limpio, ni creyente como todos los demás. Así me gusta, Bart Simpson. Algún día tomaremos cerveza, Bart Simpson. Algún día de pronto nos encontraremos en un concierto de heavy metal. Ese día, esa noche me vestiré como tú te vistes, es decir con un pantalón azul y una camisa roja para que me reconozcas y entonces no nos importará nada.
Oye, Bart Simpson, ya se acabó tu programa. Es un sábado en la tarde. Un sábado como cualquiera. No te olvides: saca ahora mismo a tu perro triste para que se cague en el jardín de los Flanders. Bueno, Bart, me preguntas «¿cómo va eso?» y yo te respondo «oye, Bart, ¿cómo va eso?». Eres cosa salvaje. Espero que te acuestes y sueñes un sueño con lluvia mientras suena «Wild thing you make my heart sing, wild thing». Cosa salvaje, Bart.
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*Rafael Chaparro Madiedo nació en Bogotá en 1963 y murió en 1995. Periodista, escritor y humorista. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. Trabajó como redactor y columnista en el diario La Prensa, en el cual creó una sección llamada “La franja lunática”, y en las revistas Credencial y Consigna, en esta última con la columna de opinión “¡Luz más luz!”. Fue libretista de televisión, para programas como Zoociedad y Quac, el noticero, del humorista Jaime Garzón, y dirigió el programa de televisión infantil Brújula Mágica. En 1992 ganó el Premio Nacional de Novela, convocado por Colcultura, con Opio en las nubes, su único libro publicado hasta ahora. Estas tres crónicas breves hacen parte del libro recopilatorio “Zoológicos urbanos”, publicado por la editorial de la Universidad de Antioquia, de este talentoso periodista colombiano fallecido hace quince años. Un homenaje a su legado al periodismo. Obras de arte que pasaron desapercibidas en las décadas pasadas.