UNA ACOTACIÓN MATEMÁTICA
Por Vicente Luis Mora*
«Más importante que nuestras ecuaciones se ajusten a los experimentos es que sean bellas».
Paul Dirac
Hay muchos elementos de las matemáticas que son directamente aplicables a las artes, porque, como señala el filósofo y matemático Jesús Mosterín en ‘Los lógicos’ (2000), son las únicas ciencias abstractas, no empíricas. Una demostración como la de Euclides no cambia ni es refutable porque es válida en sí misma. La concepción física de Demócrito, por más valiosa que resulte para su tiempo, es un anacronismo. Pitágoras, por contra, es un genio vigente.
Desde luego, las relaciones entre Ciencia y Arte deben estar regidas por lo que denomino el «principio Sokal»: entre una y otra pueden —y deben— tenderse puentes, extrapolaciones, correspondencias, análisis de relación y cuantas otras operaciones se quieran, salvo utilizar los medios de una para argumentar en la otra. ¿Un ejemplo? Aparte de los recogidos por Alan Sokal en su ya famoso Imposturas Intelectuales, uno reciente: buena parte de las teorías apocalípticas de Paul Virilio se basaban en el hecho de que el hombre pudiera utilizar la velocidad de la luz. Una vez demostrado ya en 2000 que la velocidad de la luz es muy superior a la que se pensaba, y desde luego a la utilizada por las redes telemáticas, su construcción se ha venido abajo por el acientismo.
La matemática empieza (y termina) en un espacio mental. La literatura también. Hemos de llamar a dos eminencias. La primera es Georg Cantor; definió a la primera ciencia como «el reino de la libertad». No es una apreciación esencialmente distinta de la que podríamos dar como concepto rápido de literatura. Sabemos que el escritor no tiene límite alguno: puede, como el matemático, definir sus parámetros de actuación. Puede inventarse el ‘lenguaje’ con que trabaja, como hicieran Joyce y los futuristas rusos del ‘zaum’. Puede elegir los elementos con los que actúa, el objeto de su investigación, su campo de estudio, y sin embargo, sigue siendo «científico» (en sentido lato) en tanto resuelve, como decía Baudelaire, grandes analogías.
Hay una disciplina matemática que se llama ‘análisis armónico’. No se me ocurre una definición más bella —y más exacta— de la rama más libre de la literatura, la poesía. El escritor puede decir que el cielo es rojo como una placenta, como Genet, y que la noche es azul, como los románticos alemanes. No será cierto, pero tiene la exactitud de lo literario, regida por principios ajenos a la certidumbre; la mente del que escribe es libre y libre debe ser su ejercicio. El siglo XX nos dejó matemáticas ‘anuméricas’. Hablamos de lo mismo.
Pero llegó David Hilbert. Y dijo que la concepción de Cantor era ‘casi’ exacta. Que había una limitación: el matemático puede hacerlo todo, y es por tanto libre, salvo en un aspecto: no puede contradecirse a sí mismo. Y entonces recordé lo que dijera T. S. Eliot en Johnson como Crítico y Poeta: «creo que éste es el tipo de desliz que más severamente puede censurarse en un crítico: la desviación de sus propios patrones de gusto». Y entonces comprendí.
La literatura es una matemática de Cantor. La crítica literaria es la corrección de Hilbert.
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* Vicente Luis Mora es escritor, poeta, ensayista y crítico literario español. Ha recibido diversos galardones por sus obras literarias. Colabora en revistas como Ínsula, Animal sospechoso, Clarín, El invisible anillo, Mercurio o Quimera, así como en el suplemento Cuadernos del Sur (Diario Córdoba). Está incluido en varias antologías de poesía y narrativa.
Un texto corto pero letalmente inteligente.