UNA NOVELA SOBRE LA HAMMER
Por Joaquín Albaicín*
A falta del lanzamiento en soporte digital de «Sombras en la oscuridad», hace poco volvimos a ver La sombra del vampiro, película que recrea muy libremente el rodaje en Checoslovaquia de Nosferatu, la película de Murnau sobre el conde Orlock que refleja, en el fondo y en los términos en que la industria del entretenimiento lo permite, la naturaleza satánica del arte y la ciencia modernos.
Durante el rodaje de una de las escenas, el director se empeña, para desesperación de la dueña de la casa, en que un crucifijo sea retirado de la pared. Siempre, dice ésta, ha desconfiado de quienes quieren descolgar los crucifijos. Y es que tales interioristas renovadores son siempre auxiliares del vampiro, y casi siempre conscientes de ello. El protagonista de la película es un doctor que filma una ‘snuff movie’ culminada con la muerte de la estrella… en bien de la ciencia. En fin, el típico progresista. ¿Qué es toda la civilización occidental moderna, si no una gran ‘snuff movie’ de presupuestos discutiblemente invertidos?
Hay, sí, que hacer cuadrar las cifras. Mas siempre, por más que el caché pudiera justificarlo, hemos creído inexplicable que la ‘Hammer’, en su día prolífica productora de películas de terror, desaprovechara a Yul Brynner, que se movía por las mansiones como nadie y con un leve golpe de ceja habría amansado al perro de los Baskerville. De cualquier modo, la Hammer dio más de sí de lo que se supone en, por ejemplo, el campo del guión: de ahí que pudiéramos incluso ver a Drácula persiguiendo a Van Helsing a ritmo de música pop por las ruinas de la abadía desacralizada de San Bartolo, donde había estado enterrado entre 1872 y 1972… y donde estaba a punto de ser nuevamente sepultado. Nos referimos, claro, a Drácula 73, de Terence Fisher.
De acuerdo: el guión solía acusar falta de pulido en los finales. La película, cierto, casi siempre acababa con el plano de la mano de Drácula deshaciéndose hasta quedar reducida a polvo. No había, pues, gran intriga que digamos. Pero no nos equivoquemos: la Hammer debía tener su aquel cuando ahora, años después del cierre de sus estudios, ha inspirado una novela deudora de todos sus fetiches, guiños y decorados y en la que sólo hemos echado de menos que la trama no comience en la taberna de una posada con ristras de ajo en las ventanas, como era casi de rigor en las películas de la mítica productora y, antes, en las de la Universal (porque, si el leninismo fue el socialismo mas la electricidad, la Hammer no fue otra cosa que la Universal mas el technicolor).
Lo de poner cara a los personajes de la novela sostenida entre manos es una de las tareas fundamentales del lector. Por deformación generacional, yo tiendo a endosarles casi siempre el de un actor de cine. Javier Márquez Sánchez, debutante en el género y autor de la novela a que nos referimos (La fiesta de Orfeo, publicada por Almuzara), nos lo pone muy fácil con el protagonista, por cuanto se trata de una ficción urdida en torno a Peter Cushing, que tantas veces diera vida en la gran pantalla al profesor Van Helsing, eterno enemigo de Drácula. Más arduo me ha sido con su mujer, a quien no tengo el gusto de conocer y para quien he elegido unas facciones en la línea de las de Eva–Marie Saint.
Con los detectives Carmichael y Logan, he resuelto la papeleta gracias a los rostros de, respectivamente, Patrick Bergin y Matt Damon. Para el villano, me he inclinado por Charles Gray, que se asomó a, al menos, un filme de la Hammer. Y en algún momento, claro, sobre el altar del sacrificio infame, no hemos podido evitar reconocer los amplios y generosos escotes de Stephanie Beacham y Caroline Munro. En la novela, en verdad recreadora de un mundo y concebida como un crisol con todos los motivos clásicos y fetiche de la Hammer, hay también un breve cameo de Christopher Lee, tan fugaz que ni frase tiene, y otro más crucial y decisivo de Boris Karloff. El cameo literario de Christopher Lee viene a probar que, contra lo que el interesado pudiera pensar, su etapa de ultratumba aún no ha terminado.
Los sectarios de «Los sin nombre», el alma errante de El sexto sentido, el cura de No–Do o el fantasma del germano en ‘Sleepy Hollow’ son algunas de las criaturas emblemáticas del terror cinematográfico de nuestro tiempo. Pero, ¿acaso alguna de ellas se pone y quita la chaqueta con el estilazo marca Peter Cushing? La Fiesta de Orfeo es, en fin, no sólo una novela que nos supone el descubrimiento de un escritor, sino una lectura de lo más recomendable en estos días en que, confiada, la gente sale imprudentemente a la calle sin estaca.
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* Escritor, conferenciante y cronista de la vida artística, sus artículos y relatos, así como sus críticas de arte flamenco han aparecido en diarios como ABC, El País y Reforma (de México), y revistas como El Europeo, Vogue, Granta, Sur-Exprés, Axis Mundi, Letra y Espíritu, La Clave, Generación XXI, Debats, Amanecer, Web Islam, 6 Toros 6, El Ruedo, MAN, Próximo Milenio, The Ecologist, Más Allá y Omarambo.
Una productora con estilo!