Invitado Cronopio

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LA VERDAD INCÓMODA

Por Dante Leguizamón*

(Este es un texto que busca relatar los horrores de la última dictadura militar en Córdoba, Argentina, a través del periodismo narrativo)

Para ir a la escuela Miguel Robles se sentaba sobre la escena del crimen de su padre. En lugar de mirar por la ventanilla los letreros de los negocios, se la pasaba observando los agujeros que las balas que asesinaron a su papá habían dejado en el tapizado del Renault 6.
—No había dinero para cambiar el auto. A mi mamá no le quedó más remedio que tapar los orificios de bala con masilla. Como la masilla se hundía, las huellas de los disparos volvían a quedar en evidencia.

El homicidio del padre de Miguel ocurrió una tarde de fines del año 1975. La anécdota de aquellos viajes de la infancia me la relató treinta y cinco años después, en un bar del centro de Córdoba.

José Elio Robles, comisario principal de la Policía de Córdoba, tenía apenas 42 años y era un avanzado estudiante de medicina de la Universidad Nacional. Aquella tarde del 3 de noviembre, pasadas las 14.30, un comando Montonero lo asesinó apenas estacionó a metros de la facultad de Ciencias Químicas. Mientras algunos de los atacantes le disparaban a Robles, otro apretaba el gatillo de un arma automática apuntando al cielo y haciendo huir a los estudiantes. Como desde hacía unos meses lo habían pasado a retiro, el padre de Miguel no portaba armas. Eso le quitó toda posibilidad de defensa.

Antes de escapar rumbo a la calle Vélez Sarsfield por un callejón de tierra, los asesinos se aseguraron de la muerte con un último disparo, a corta distancia, en la cabeza del ex policía.

EL OTRO

Carlos Raymundo «Charlie» Moore es un cordobés descendiente de ingleses y galeses que en 1974 (a los 24 años) estaba señalado como uno de los miembros del Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) que participó en el copamiento a la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María, en la provincia de Córdoba.

El 13 de noviembre de ese año, en un allanamiento ilegal, Moore fue detenido junto a su esposa, Mónica Cáceres, y trasladado a un destacamento conocido como la D2, dependiente de la Policía de Córdoba. En realidad se trataba de un centro de exterminio.

Tras su caída, Moore se convirtió en una figura repetida de los diarios locales y pasó a ser odiado por la militancia revolucionaria cordobesa. La razón también puede leerse en los diarios de la época. Luego de su captura la Policía difundió comunicados en los que indicaba que «gracias a la inestimable cooperación de Carlos Raimundo Moore» se había podido detener a integrantes de diferentes organizaciones revolucionarias.

Ciertas o no esas colaboraciones, Moore se convirtió en un «quebrado» para quienes no conocían sus condiciones de detención. En 1975 el ERP lo condenó a muerte por los supuestos delitos contra-revolucionarios de «delación, colaboración y traición».

MIGUEL

Cuando murió su padre, Miguel tenía cinco años y era el tercero de cuatro hermanos. Los otros tenían 13 años, 11 años y siete meses. La investigación del caso quedó en la nada. Los diarios reprodujeron lo que decía la Policía (que Robles había recibido varias supuestas amenazas de Montoneros). Nunca supieron que el comisario había tenido —y por eso lo habían retirado— serias diferencias con uno de sus superiores, Luis Alberto Choux, el Jefe de Policía que lo había pasado a retiro.

Cuando la mamá de Miguel, después de muchos meses de trámites, logró recibir la pensión, se encontró con que era mucho menor a lo que correspondía. Dispuesta a quejarse, desde el organismo encargado le solicitaron que les trajera el expediente que certificaba la muerte. La viuda trató de gestionar esos papeles, pero le dijeron que en un incendio ese documento se había quemado.

La mujer solicitó entonces que el archivo se rehiciera y la respuesta fue mucho más clara:

—Señora, no sé si entiende, pero en ese incendio accidental se quemó un solo expediente: el de su marido. Además, déjeme recordarle que a su marido se le advirtió que iba a ser víctima de un atentado y, debido a su imprudencia, mire lo que pasó.

A esa altura el golpe de Estado ya se había producido y la Junta Militar tenía el control del país. La viuda se dedicó desde entonces a cuidar a sus cuatro hijos. Tapó los orificios de bala con masilla y la ausencia de respuestas con silencios.

CARLOS RAIMUNDO

La estadía de Moore en el centro clandestino de detención fue larga y polémica. En los juicios que se han llevado adelante en Córdoba en los últimos años, varias víctimas lo han señalado como colaboracionista e inclusive han testificado que él presenciaba y hasta participaba —del lado de los victimarios— en sesiones de tortura.

Permaneció en la D2 desde su captura, en noviembre de 1974, hasta su fuga en el mismo mes de 1980. Durante los primeros cuatro años compartió cautiverio con su mujer, Mónica Cáceres. Allí concibieron y tuvieron una hija cuyo padrino es, ni más ni menos, Raúl Pedro Telleldín, uno de los jefes más sanguinarios de esa dependencia. Moore compartió cautiverio con decenas de desconocidos que, en diferentes traslados, terminaron muertos. También con importantes cuadros políticos, como Marcos Osatinsky, de Montoneros.

Aunque hasta el día de hoy es para algunos un traidor, un hecho objetivo lo convirtió en una voz muy reproducida por los organismos de Derechos Humanos de Córdoba. Apenas logró fugarse del país, Moore se presentó ante un delegado de Naciones Unidas en Brasil y realizó, el 15 de noviembre de 1980, una declaración en la que relató por primera vez, con precisión y contundencia, los crímenes de los que fue testigo durante su estadía en la D2.

POLICÍA

La prolijidad es importante para Miguel.

—Uno será pobre, pero eso no quiere decir que sea un ignorante.

Siempre se lo ve vestido con corbatas oscuras, sacos opacos y la barba al ras. Así es hoy y así era a los 19 años cuando, con su familia en desacuerdo, decidió ingresar a la escuela de oficiales y convertirse en policía. Antes de que se completara su primera semana de trabajo un desconocido vio algo familiar en su aspecto, se le acercó y lo increpó.

—¿Vos qué tenés que ver con Pepe Robles?
—Soy el hijo.

Han pasado veinte años y Miguel recuerda como si fuera ayer que ese oficial ayudante de mucha experiencia en la Policía bajó la vista, masculló un insulto y dijo

—La puta madre, lo mató la Policía.

HOMICIDIOS

Robles, el hijo de Robles, terminó trabajando en la División Homicidios. La primera noche en que logró quedarse solo en la dependencia buscó el expediente del crimen de su padre. No lo encontró. De a poco se convirtió en un curioso, en un husmeador, y gracias a su capacidad de escuchar, preguntar y escribir ganó como sumariante (el que toma las denuncias y declaraciones a los testigos) el respeto de todos.

Todos los días Miguel conocía una nueva escena del crimen y, como cuando iba a la escuela en el R-6, observaba, aprendía y escuchaba. A esa altura la idea del atentado a manos de Montoneros estaba prácticamente desvanecida. A José Elio lo habían matado los policías que habían formado parte de la D2.

Por aquellos años uno de los integrantes de la Plana Mayor y jefe directo de Robles en Homicidios era Carlos «El Tucán» Yanicelli, ex integrante de la D2.

En 1996 se creó en Córdoba un nuevo organismo llamado Policía Judicial. Los sumariantes fueron traspasados. Miguel siguió trabajando en la Central de Policía, pero convertido en funcionario judicial.

Aquel suboficial que dijo que Robles había sido asesinado por la Policía habló muchas veces más con el hijo sobre el padre. Le contó que el comisario era muy duro con sus subordinados, pero que al mismo tiempo los educaba.

—Fue tu viejo el que me enseñó a peinarme, a afeitarme y a ser respetuoso. A mí y a muchos.

«Al parecer no había manera con él –dice Miguel, que aprendió a rasurarse  solo- si te agarraba en una falta cobrabas seguro».

EL MENOS BUSCADO

La ausencia de Moore lo convirtió en un fantasma para la historia de la dictadura en Córdoba. Se decía que lo buscaban, pero nadie parece haberlo hecho realmente. Nunca fue indagado por la Justicia, nunca se lo citó a declarar. Quizá era más fácil encasillarlo en el rol del traidor y colaboracionista antes que arriesgarse a escucharlo.

Su vida sigue siendo un gran signo de preguntas y poco se sabe de él. Sigue viviendo con Mónica, la mujer que era su novia cuando fueron secuestrados. Con ellos, en algún lugar al norte de Inglaterra, también vive su nieta, porque aquella hija nacida en cautiverio sufre de esquizofrenia y fue declarada incapacitada por la Justicia para criar a la pequeña.

LOS ASESINOS

Conocí a Miguel hace unos seis años en la central de Policía. Se acercó con su aspecto misterioso y me contó que a su padre lo habían asesinado otros policías.

—Lo mataron porque era un gris. En esta institución no hay lugar para los grises.

Ansioso, le pedí que me dejara contar su historia, escribirla. Ese chico de 34 años parecía cargar en sus espaldas un peso que lo inclinaba hacia adelante, como si estuviera por derrumbarse. Miraba hacia todos lados, perseguido. Me dijo que no, que todavía no. Que no era el momento de contar lo que sabía y que prefería no hablar mucho en ese lugar donde trabajaba.

Seguimos viéndonos. Era un juego de intrigas. Hablábamos, pero no podíamos relajarnos. Entendí que no sólo yo lo miraba con desconfianza, lo mismo pasaba con sus compañeros de trabajo que lo veían «obsesionado con eso del padre», porque no hablaba de otra cosa.

El aspecto de Miguel —aunque prolijo— era triste, solitario. Cuando pregunté sobre él en algunos organismos de Derechos Humanos, los militantes me dijeron algo similar. Desconfiaban: «Ha venido aquí, dice que al padre lo mataron los de la D2, pero no está claro».

Miguel era un hijo de desaparecido que no militaba. Un policía que  buscaba indagar en los 70. Un gris acá y allá, igual que su padre. A esa altura era también un experto en investigación criminal.

LA VERDAD ENDEREZA

La investigación de Miguel lo llevó a aquella declaración de Moore en 1980. El ex militante del ERP había declarado sobre el asesinato de un policía a quien sus propios compañeros mataron por cuestionar la estrategia del terror implementada desde la D2. Allí decía también que los mismos asesinos habían difundido falsamente que Montoneros se adjudicaba esos homicidios. En 2008 en un juicio contra el general Luciano Benjamín Menéndez en Córdoba volvió a surgir esta metodología. Se habló de varios policías asesinados y surgió el nombre del padre de Robles. No quedaba otra alternativa que llegar a Moore. Miguel lo sabía.

Volvimos a encontrarnos en marzo de este año cuando me contó su aventura. Había viajado a Inglaterra. Había pasado dos semanas viviendo con Moore en su propia casa. Había sido testigo de las pesadillas de Moore que todavía hoy sufre por las noches las torturas presenciadas en aquellos años. Había entrevistado al ex preso en una conversación filmada, que pensaba donar al Archivo Provincial de la Memoria.

Miguel Robles no se casó. No tiene hijos. Tuvo una novia que le pedía dejar atrás el pasado.

Mientras hablaba se reía, su espalda estaba más derecha y su rostro casi había perdido esa tensión que antes lo caracterizaba. Lo juro: tenía barba de dos días. Por primera vez hablamos de sus deseos de tener una familia, hijos y del futuro. Fue el día en que llorando relató sus viajes a la escuela hundiendo los dedos en el tapizado del R-6.

También dijo que por primera vez había hablado con su madre sobre la entrevista a Moore y que después prácticamente le había tomado una declaración, que lloraron juntos.

—No me costó convencerla. Simplemente le dije que ya había avanzado mucho y que necesitábamos hablar. Fue durante una siesta. Ella me pidió acostarse para hablar y yo me senté con una silla a su lado.

En aquella charla de bar Miguel me dijo que mientras más avanzaba en el documental sobre Moore y pensaba en escribir un libro con ese material, se sentía más solo.

—Hace tanto que estoy con esto. No sé qué voy a hacer después.

Antes de despedirnos me dijo que no le preguntara más por Moore, que él iba a avisarme cuando fuera el momento. Me permití una broma que no me hubiera animado a hacerle antes.

—Vos vivís compartimentado.

EL LIBRO

Hace unos días a las 8 de la noche me llamó. Quería mostrarme algo. Llegó con un libro recién sacado de imprenta: «La búsqueda, un reportaje a Charlie Moore». El trabajo tiene 308 páginas en las que el ex preso cuenta detalles horrorosos y meticulosos de la estrategia de exterminio aplicada por la Policía de Córdoba.

Con toda su capacidad de sumariante y un estilo que recuerda a las entrevistas que realizaba Rodolfo Walsh a sus fuentes, ese trabajo pone a prueba, indaga e increpa a Moore aportando decenas de pruebas que serán claves.

En la página 148 Moore se refiriere a la muerte del papá de Miguel. Relata el asesinato de Robles tal como los mismos asesinos lo habrían contado al regresar después del hecho a la D2: «Tu padre fue y estacionó el coche en la Ciudad Universitaria. Ya le habían hecho inteligencia y siempre estacionaba más o menos en el mismo lugar. Apenas detuvo la marcha se le fueron encima». Según el relato, entre los asesinos estuvieron cuatro integrantes de la D2: Mirta «la Cuca» Antón, su hermano Herminio «el Boxer» Antón, Raúl «Sérpico» Buceta y Alberto «Cara con Riendas» Lucero. Otro manejaba el auto en el que huyeron.

—Cuando Moore respondió esa pregunta ¿qué sentiste?
—Es difícil. Lo que siente un investigador que esclarece y una víctima que conoce.
—¿Recordás el momento?
—Sí. Moore comienza a enumerar a los policías asesinados hasta que pronuncia mi apellido. Se queda en silencio y me dice, «tu padre», apenas levantando la vista.
Les pesaba a los dos el momento. Yo contuve las lágrimas. Decidí limitarme a escucharlo.

FINAL

José Elio Robles es el segundo oficial de más alto rango asesinado en toda la historia de la Policía cordobesa. Su caso sigue impune. En el tercer piso del edificio de Jefatura (junto al despacho del actual jefe) existe una galería donde los cuadros de los ex jefes de Policía tienen un lugar de honor. Entre ellos se destaca la imagen de Choux, aquel que estaba enfrentado con Robles y que era jefe cuando parte de la Policía de Córdoba salía de cacería a secuestrar para después torturar y matar.

Desde hace unos días en la oficina de Robles se repiten las visitas de policías aportando información. Piden anonimato, pero entregan archivos, libros de guardia, fotografías, documentos sobre la represión. Ninguno de los acusados del homicidio negó lo ocurrido públicamente y Miguel se pregunta qué hacer ante tanta información.

—No me quiero convertir en un confesor de arrepentidos anónimos. Es como si fuera un juego de ajedrez. Moví una ficha y mientras los culpables del homicidio de mi padre están en jaque mate, se comenzaron a mover otras piezas y las nuevas jugadas se multiplican.
—¿Alguien te vino a decir que estabas equivocado?
—No. Todos los testimonios son confirmatorios. Todos sabían pero no hablaban. El tema es que se saben muchas cosas más.

La verdad de Miguel parece seguir incomodando. Imprimió de su bolsillo sólo 100 libros y ahora el Archivo Provincial de la Memoria estudia financiar otra edición. Algunos militantes han puesto el grito en el cielo porque creen que el testimonio de Moore es sospechoso y, la verdad, siguen desconfiando de Miguel.

La mamá de Robles no fue a la presentación del libro pero Miguel asegura que al otro día, tras el almuerzo, la escuchó murmurar algo mirando hacia la mesada, mientras lavaba los platos.

—Yo sabía que no se la iban a llevar de arriba.
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* Dante Leguizamón (Río Ceballos, Córdoba, Argentina, 1974) es cronista, periodista. Trabaja en el diario Día a Día de Córdoba y colabora Tiempo Argentino y Miradas al Sur, de Buenos Aires. Es columnista de Radio Turismo, de su ciudad. Miembro del taller Águilas Humanas, integrado por discípulos del maestro Cristian Alarcón. Ha sido seleccionado para el seminario-taller sobre Crimen y Ciudad organizado por PNUD y la Fundación Nuevo Periodismo, y para el seminario-taller de la FNPI «Narcotráfico y violencia en las ciudades de América Latina: retos para un nuevo periodismo». Forma parte de la página Cosecha Roja, fruto de ambos seminarios. En 2010 fue tallerista del periodista de New Yorker, Jon Lee Anderson. Ganó en 2009 el primero y en 2007 el segundo Premio de Periodismo Rodolfo Walsh organizado por el Círculo Sindical de la Prensa de Córdoba, y obtuvo el cuarto premio «América Latina y los Objetivos del Fin del Milenio» con una crónica sobre la pobreza en Tartagal, Argentina. Este último trabajo integra el libro «Retratos de la gris pobreza», editado en Uruguay en conjunto por PNUD, la Agencia IPS y la Agencia de Cooperación Italiana. Publicó el libro «La Marca de la Bestia», una investigación que desnudó las improvisaciones de la Policía, la Justicia y el poder político de Córdoba que le permitieron a un violador serial atacar a 94 mujeres.

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