SOBRE «SEDA» DE ALESSANDRO BARICCO
Por Jorge Daniel Ferrera Montalvo*
[1] ¿Qué caracteriza a nuestro tiempo reciente, digamos los últimos 70 años? ¿Será como mencionan algunos teóricos la prevalencia del «Yo», la subjetividad, la reinterpretación de los hechos o, tal vez, el derrumbe de los grandes relatos, la velocidad con que se obtiene la información? No menos importante aún: ¿Cómo se trasladan estos elementos a las obras literarias? Creo que un posible asomo a estas preguntas lo ofrece Alessandro Baricco en su novela Seda.
[2] Publicada por la editorial Anagrama en 1996, en la novela se narra la vida de Hervé Joncour, un joven comerciante francés, que tras una incomprensible epidemia pebrina que afecta la producción de seda en su pueblo natal Lavilledieu. Realizará unas largas y fascinantes expediciones —de 1861 a 1864— más allá del mediterraneo, cruzando por Siria, Egipto, incluso hasta llegar a Japón, para traer huevos de gusanos de seda.
[3] Como lo hizo antes Patrick Süskind en El perfume (1985), Alessandro Baricco centra su atención en historias mínimas: el comercio de la seda; el escritor turinés, agudo lector de la posmodernidad, renuncia a escribir una extensa novela, totalizadora, que lo cuente todo y se constriñe al espacio de la narración corta, parca, sin abundantes descripciones. [4] Pero Seda no es sólo la historia mínima de su comercio, sino también, en franco diálogo con Historia del ojo, de George Bataille, es la historia del tacto, de la piel y sus múltiples símbolos: el lago, los bosques, los pájaros y los caligramas. Porque en Seda se construye un entramado de profundas relaciones: la atmósfera que rodea a Hervé Joncour, la residencia de su anfitrión Hara Kei, los movimientos de sus sirvientes como sombras, irreales, en un teatro; la quietud, el silencio. Un silencio que se prolonga a la manera de narrar y también a la actitud y a los ojos de los personajes. En varias ocasiones estos se miran entre sí sin expresión alguna (Hervé Joncour con Hara Kei, con Madame Blanche, con la mujer joven sin «ojos orientales»), hasta Jean Berbeck, el vecino de Hervé Joncour, deja de hablar. ¿Para qué hablar si nos podemos tocar, sentir como la seda? Por eso Hélène, la esposa de Joncour, haciéndose pasar por la mujer joven, escribirá en una carta: «¿me sientes?, estoy aquí, te puedo rozar, esto es seda, ¿la sientes?, es la seda de mi vestido, no abras los ojos y tendrás mi piel». O quizás, como respondió Baldabiou sobre los motivos por los que Jean Berbeck dejó de hablar, sea que «la vida a veces da tales vueltas que no queda ya absolutamente nada que decir».
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* Jorge Daniel Ferrera Montalvo (Mérida, Yucatán, 1989). Escritor, narrador y ensayista. Estudiante de Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ha sido traducido y publicado en la revista Opium Philosophie, de Francia; en la revista Cronopio de Colombia y Experimental Lunch, de Chile. También en la revista Punto en Línea y Sinfín de la Universidad Nacional Autónoma de México. Asimismo, en la revista electrónica de literatura Círculo de poesía; en El Búho, del escritor René Avilés Fabila; en Letralia, Tierra de letras; Palabras Diversas; Bistró; gaceta Río Arriba; La soga, revista cultural; Bitácora de vuelos; Viceversa y en la revista Guardatextos. Por otra parte, ha sido incluido en la Antología Virtual de Minificción Mexicana, Karst, escritores de la península yucateca en 2016 y en la antología de microficción Pluma, Tinta y Papel.