JUEGOS DE ESPERA
(Construcción de un monólogo)
Por Memo Ánjel*
«La vida es… tratar de estar contento».
(Jon Fosse. Un día en el verano).
UNA VENTANA
Sabemos que no estamos atrapados en un cubo cuando en una de sus paredes hay una ventana. Y así esté cerrada o abierta, ya sabemos que es una manera de salir o entrar, de mirar el horizonte o descartarlo, de estar afuera y estar adentro. Las ventanas, que suelen ser cuadradas, permiten ver a través de vidrios, cortinas o aperturas de un ala o de dos. Y si se apoyan los codos en el alféizar, sucede lo que en los balcones: que se esté en el exterior y el interior (una parte en lo propio y otra en lo ajeno), y así el mundo es amplio o pequeño, pues puede mirarse a lo lejos o a lo cercano, a lo que tiene colores o se deforma con la lluvia o las hojas que se arremolinan en el viento. Y basta darse la vuelta, darle la espalda a la ventana, para ingresar en la intimidad. Y, si en las paredes hay cuadros, estos también son ventanas con el tiempo detenido, que es lo más íntimo.
Las ventanas, en especial las que tienen vidrios, permiten encerrarse sin quedar atrapados. Nos pasa en los estudios donde trabajamos, en los salones de clase, en la habitación. Saber que hay un afuera porque la ventana permite verlo nos tranquiliza. Ver los árboles y el cielo, las montañas o el valle, saber que llueve o hace sol, incita a la calma, a los recuerdos o a pensar, que es cuando nos hacemos preguntas. Así, la ventana es un símbolo de libertad, de que no estoy solo porque tengo palabras para nombrar el exterior y, si quiero, compararlo con el interior para configurar una espacialidad completa.
Cuando se abre una ventana, aparecen los recuerdos y las preguntas. Desde la ventana recordamos hechos cumplidos: un encuentro, ir por un camino, palabras que se dijeron, formas que la naturaleza ha brindado, pájaros que volaban migrando, un mar con un muelle y una barca, un sitio donde nos abrazamos o discutimos, alguna puerta que tocamos, un vehículo que llegó y se fue. Los recuerdos son imágenes atrapadas en la memoria. Pero abrir una ventana y mirar, también lleva a las preguntas: por qué estuve ahí, qué pude hacer y no hice, por qué fue un solo beso y no dos, qué había que no vi.
En Un día en el verano, que no fue un día de colores sino lluvioso y frío, Jon Fosse usa la ventana a lo largo de la obra. Y en esa ventana hay dos mujeres que son una misma mujer, pero en edades distintas. La ventana las sitúa ante un mismo paisaje y viviendo la misma situación: esperar a ver llegar al otro necesario para que responda a una inquietud: ¿yo soy la que te aburre, es el mar el que te ama? Diría que esta ventana mira hacia un amor difuso que no responde, que desespera, que dijo que venía y no llega. Y no es un Esperando a Godot, la obra de Samuel Beckett, pues Godot se sabe dónde está. Es un esperando a Asle que se fue al mar y no regresó, que dejó su barca de remos a la deriva (este fue el informe de la policía naviera) y quizá ya no existe. Irse es dejar de existir.
UN MONÓLOGO
Hablar solo es monologar, es decir, son las razones de uno mismo afirmando o dudando; es entrar en la memoria y salir de ella con preguntas. Y en el monólogo se habla en voz alta o en silencio, se crean situaciones en las que no hubo respuesta y las palabras se repiten para esculcarles de nuevo el contenido poniéndolas de frente o al revés, al través o en la misma negación. Es un juego de sumas y restas, valoraciones y desprecios. El monólogo son palabras danzantes, tiempos reunidos en dimensiones de ancho, alto y profundo, o sea un mismo tiempo, el presente, que lleva al pasado y a la espera (todo futuro es eso). Pero, monologando, es habitar un tiempo imaginado convertido en imágenes. Esto lo afirma Alan Lighman (físico y escritor) en su pequeña novela monólogo Los sueños de Einstein, deduciendo que el monólogo es el ejercicio de la escritura literaria, pues ahí no se miente porque es un deseo (un compuesto imaginario) que avanza por espacios donde antes no había nada.
En literatura, el monólogo más famoso (quizá por lo absurdo y descarriado, mal hablado y hasta de humor negro) es el de Molly Bloom, el personaje femenino de Ulises, de James Joyce. Pero igual William Faulkner (El ruido y la furia) y Arno Schmidt (Los hijos de Nobodaddy) enseñan a escribir sobre la manera de hablar solos y construir mundos con preguntas que nos hacemos y recuerdos que no queremos soltar. Y aquí podría terminar esto del monólogo, pero no. Y si bien la literatura es reescribir sobre el mismo libro, el inicial, el primero y único (como dice George Steiner), un buen escritor encuentra más, lo no sabido, lo posible, esto que no se vio, sea por falta de datos o sesgos en la observación, porque no todo se ve entero, así esté clasificado y debidamente diseccionado. Y en este punto es donde entra Jon Fosse, el autor de Un día en el verano.
En el cuadro o acto II, Joan Fosse crea un monólogo distinto, más fuerte (por eso desesperante) e interno. Es el de la mujer vieja que habla con ella misma frente a su propia imagen, pero joven. Las dos, que conforman una sola vida, se ven, se pasan por alto, no hablan (lo que sería un caso de esquizofrenia), sino que se contienen la una a la otra, las dos esperando y mirando por la ventana, a veces de a una y en otras las dos. Las une la espera en tiempos distintos, pero que en el escenario es el mismo tiempo (otra prueba de las teorías de Einstein), pues lo que nos pasó en la vida ya es parte de la vida presente y está ahí cuando pensamos y hablamos. Y en esto de un tiempo paralelo, de un tiempo que ha entrado por la ventana, el paralelismo se convierte en unidad, las palabras se repiten, los movimientos son los mismos, el sofá no ha cambiado, la puerta de entrada es ella y no otra, lo único diferenciable es la apariencia, aunque esta no es notable, pues las dos mujeres en una solo se miran sin que en la mirada haya nada, ni angustia ni melancolía, ni deseos diferentes, ni nostalgias, ni espacios no recorridos. Todo es lo mismo: un monólogo que se asoma a la ventana, que sale de la casa y va hasta el muelle, que regresa y vuelve y mira, pues la ventana no se ha cerrado, o sea que desde allí se ve el camino por el que Asle debiera regresar. Imagino que la mujer, en este caso doble, pero con diferencias de edad, se parece a cualquiera de las mujeres que pinta Edward Hopper asomadas a la ventana. Todas viven un tiempo similar, ya la noche está cayendo y tienen la cara neutra. Y si bien en este monólogo, que es un teatro que gira alrededor de la mujer vieja, aparecen tres personajes más, la amiga joven y su marido, y un teléfono que suena, lo que sucede se da por fuera de la mujer vieja, aunque es ella misma monologando un tiempo que no desaparece, una situación congelada y una espera.
Jon Fosse crea un monólogo muy difícil de copiar, único, del que se aprende y, si apareciera otro similar, ya este perdería su autenticidad, pues ya se sabría de él por lo que ha escrito Fosse. Un monólogo que pega al espectador a la silla, pues él, mientras mira, también está esperando. Ver la obra en entrar a esperar un día de verano que no llega. Y se acepta. Se espera en el cuadro o acto I y III, y se desespera en el II.
JON FOSSE
Noruega es país de tierras frías y fiordos, esas montañas atrapadas por el mar y por eso no son islas. Y de Noruega salieron las novelas de Knut Hamsun, en la que es propio que la gente huya de las ciudades y luego, habitando la tranquilidad, se vayan del nuevo sitio al que llegaron y desaparezcan. El mar frío es un incitador, las olas llegan e invitan a irse en sus aguas. Lo mismo pasa con los bosques, que solo están tranquilos cuando quien entra en ellos se convierte en un árbol.
Jon Fosse es noruego, váyase a saber si mezclado con lobo o sirena (de las bacterias iniciales de las que descendemos se sabe poco), y su literatura nos invita a perdernos en ella. No es un salvador, es un ser de los bosques y el mar, de los inicios, de cuando salimos y no volvimos. Esto se nota en Trilogía, una de sus novelas. Es que si no saliéramos y sintiéramos que algo más nos llama, no tendríamos memoria, siendo esta lo recopilado en el camino, ya con certezas o fantasías, con alegrías, aburriciones y sobresaltos.
Un día en el verano es una obra en un solo escenario (la vida en una pregunta) y contiene un deseo suspendido, la espera, la que se logra y la que no. Es una mujer que da vida a su memoria buscando una respuesta. Una mujer que no llora ni suspira, que no sabe si él se fue por ella o por desencanto de él mismo. Y todo esto contiene una ventana, un mar, un fiordo, un muelle, una amiga que sale y vuelve, un marido (el de la amiga) que regresa, contesta un teléfono y sabe que debe madrugar, pero espera. La obra contiene esperas, incertidumbres, lluvias, fríos, un mar que se mueve, un otoño evidente y un verano que no existe. Y un deseo queriendo irse y por eso mira la ventana.
Jon Fosse, Premio Nobel de literatura 2023, propone la vida como un fiordo, esa montaña rodeada por aguas de mar e impedida de ser como las otras. La vida como un permanente ser en sí mismo esperando una respuesta y mirando el afuera desde adentro. Estas cosas pasan en la literatura y se agradecen porque confrontan.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.
El artículo lleva a reflexiones, pensamientos, cuestionamientos, meditaciones, preguntas, visiones, conjeturas, vivencias y revivencias ….. John Fosse , estoy terminando trilogía, y hay acontecimientos díficiles, duros, supervivencias del cuerpo y del espíritu…..muy acorde al artículo