Sociedad Cronopio

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1893

LA ANTROPOLOGÍA SIMBÓLICA DE LUCERO ESPIRITUAL

Por Javier Franco Altamar*

Si bien el tema Lucero espiritual encuentra su explicación en algún episodio romántico inspirador, su contenido suele ser motivo de análisis dada las supuestas consideraciones filosóficas que Juancho Polo Valencia, su autor, pudo haber tenido en cuenta sin haber sido consciente de eso. Bueno, eso dicen.

La canción, a ritmo de paseo vallenato, comienza así:

Lucero espiritual,
Lucero espiritual:
eres más alto que el hombre.
Yo no sé a dónde te escondes,
en este mundo historial.
Es que yo no sé dónde te escondes,
en este mundo historial

Una primera mirada a la letra no arroja nada claro. Ni siquiera si accedemos a la historia en que se soporta la canción, dado que, según testimonios de prensa, remite a una mujer llamada Emilia que veremos mencionada unas líneas más adelante. Juancho Polo la conoció en un puesto informal de comidas ubicado en la vía entre Valledupar y Bosconia (departamento del Cesar), y que ella ayudaba a atender.

En una entrevista publicada en el diario El Pilón de Valledupar (18 de septiembre del 2014), Emilia asegura que eso ocurrió en 1969, cuando ella tenía 20 años de edad. Dos años después, Polo grabó la canción para Discos Fuentes, y es hoy una de las más celebradas y reconocidas del juglar. Diomedes Díaz grabó una versión un poco más movida en 1990 y es la que más recuerdan las nuevas generaciones. De hecho, cuando algún conjunto vallenato la interpreta, lo hace a la manera de Diomedes.

Emilia recuerda a Juancho Polo en la facha tradicional que él lucía: flaco, de sombrero ladeado y una camisa de colorines. «No más le llevé la comida a la mesa me preguntó por mi nombre, le dije que me llamaba Emilia y él se presentó como Juancho Polo. No demoró mucho tiempo y comenzó a piropearme», dice ella en esa pieza periodística. Agrega que lo atendió con fastidio, pero en la segunda vez que él se apareció por allí, ella se escondió y le mandó un reemplazo a la mesa. Él insistió, sin embargo, en la presencia de Emilia porque le estaba componiendo una canción. «Así fue. No más llegué, comenzó a tocar su acordeón y a cantar. Hasta me dijo que yo, para él, era ‘Emilita’». Y así la menciona en la estrofa siguiente:

Estrella del Universo,
dame razón de Emilita,
me le llevas estos versos
cuando la encuentres solita…

A la final, Juancho no logró su cometido de conquistar a la mujer. Sus desplantes lo llevaron a desistir, pero quedó la canción.

Yo pensando en esa estrella,
tiene figura de un globo.
Yo siempre soy Juancho Polo,
En mi tierra y fuera de ella.
Pero yo no sé a dónde se esconde,
en este mundo historial

Se dice que eso de «figura del globo» remite a la complexión de ‘Emilita’, un tanto rellenita en carnes por entonces. Pero desde ya, la letra incorpora expresiones no tan claras y expeditas, que más bien parecen apuntar hacia otro lado. Es como si tratará de decir otra cosa. Es algo críptico, quizás. Está dada la letra, al parecer, para ser entendida por muy pocos, y en eso consistiría su atractivo filosófico. Por ese lado, una interpretación podría parecer forzada, pero dejaría de serlo si se considera que, gracias a los filósofos, la humanidad cuenta con criterios de entendimiento que hoy nos parecen cotidianos.

En la Edad Media, por ejemplo, las enseñanzas de Platón, primero; y luego las de Aristóteles, combinadas con los postulados bíblicos filtrados por dos grandes santos de la historia (Agustín de Hipona y Tomás de Aquino) configuraron el modo de pensar de toda una época. Luego, los llamados ‘modernos’ rescataron el hombre y su razón como centro de la reflexión. De ese modo, cada pensamiento investido de influencias señala, a su tiempo, el derrotero de lo que debe tenerse como marco de entendimiento de la realidad.

Es muy probable que, para construir las rimas, Juancho Polo haya forzado la letra hasta metáforas aparentemente incoherentes; pero más allá de esas apariencias, un poco de raspado a la letra nos pone en presencia de las implicaciones, el contexto, y los insumos interpretativos empleados por el compositor. Entre otras cosas, no debemos dejar de lado que Juancho Polo fue un apasionado lector de la Biblia en sus años mozos (Franco Altamar, 2010). Esos insumos de interpretación estaban, pues, al servicio del filtro perceptivo de nuestro autor, en un zurcido de experiencias, lecturas, estudios y todos esos mecanismos de transmisión cultural. Métrica y ritmo se suman para darle sentido a la canción.

Lucero Espiritual. Cortesía: Discos Fuentes.

Pero vamos por partes.

Eco (1979) ha explicado la diferencia entre textos abiertos y textos cerrados a partir de la reacción esperada en un lector modelo. Si cada elemento de ese texto está orientado a lo que previsiblemente puede ser comprendido por ese lector, pues estamos en presencia de un texto cerrado. Pero cuando ese texto se presta a interpretaciones libres, se considera abierto.

Si trasladamos estos criterios al texto de ‘Lucero espiritual’, notaremos, en primer lugar, que no se trata de un relato claro y lineal como, por ejemplo, Penas de un soldado de Héctor Zuleta; ni intenta exaltar la presencia y el valor de una mujer, como Matilde Lina de Leandro Díaz. Ambos son textos ‘cerrados’ en la medida en que están llamados a interpretarse en una cadena coherente y lineal de significados. Podríamos ir más lejos, incluso, con la guía de Eco. y aceptar que, «Nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta apertura es un efecto provocado por una iniciativa externa, por un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él quien nos use» (Eco, 1993, p. 83).

Pero si Lucero se aprecia solo desde la intención del autor y dejamos a un lado, por el momento, el papel transgresor potencial de un oyente frente a una canción cerrada, advertiremos que, a diferencia que la del soldado y la de Leandro, la de Juancho Polo se abre a un horizonte de posibilidades.

Una primera mirada llevaría a asimilar a Emilita con el lucero invocado, y desde esa posición, entender que todo lo dicho sobre el astro se refiere a ella; pero también se puede asumir desde otro lado: el lucero es un elemento de enlace, un interlocutor mudo al que se le hace una petición muy específica. Pero es menester, para efectos de la canción, identificarlo, ubicarlo primero…

La canción vuelve y otra vez a este aspecto:

Lucero espiritual,
lucero espiritual,
eres más alto que el hombre…

En apariencia, atribuir la calidad o condición de «espiritual» a un lucero no tiene mayor sentido, pero si el concepto se examina a la luz de las representaciones o simbolismos resulta que sí. El primer gran filósofo que planteó la importancia de las interpretaciones y su lugar frente a los hechos fue Schopenhauer en 1818 en quien con la frase «El mundo es mi representación» abre su obra capital El mundo como voluntad y representación, subrayándola así:

«Esta es la verdad que vale para todo ser viviente y cognoscente, aunque solo el hombre puede llevarla a la conciencia reflexiva abstracta: y cuando lo hace realmente, surge en él la reflexión filosófica. Entonces le resulta claro y cierto que no conoce ningún sol ni ninguna tierra, sino solamente un ojo que ve el sol, una mano que siente la tierra; que el mundo que le rodea no existe más que como representación» (Schopenhauer, 2009, p. 51)

De manera que en la letra de Juancho Polo está expresada su perspectiva particular, el paisaje de una conciencia construida desde un filtro perceptivo muy poético y que, por esa misma razón, no es tan fácil de atrapar desde el concepto. Ya hemos dicho que nuestro juglar era un buen lector de la Biblia, pero también fue declamador de escuela y colegio (Franco Altamar, 2010), virtudes evocadas por el segundo apellido de su nombre artístico: Valencia. Así era la costumbre de la época: apodar con el apellido de un ilustre; en este caso, el del poeta y político nacional Guillermo Valencia. Por eso nadie recuerda a nuestro juglar como Juan Manuel Polo Cervantes, sino como Juancho Polo Valencia.

Líneas más adelante, Schopenhauer (2009) no deja más cerca de la perspectiva de Juancho Polo, punto de vista sobre un lucero que incluso, puede ser tomado como un recurso para referirse a la deidad, o para remitirse al absoluto como causa primera trascendente del Universo. Dice nuestro filósofo sobre la manera en que percibimos el universo desde nuestra pequeñez:

Cuando nos perdemos en la consideración de la infinita magnitud del mundo en el espacio y el tiempo, cuando meditamos sobre los milenios transcurridos y los que han de venir, o cuando el cielo de la noche nos trae realmente ante los ojos innumerables mundos, penetrando así en nuestra conciencia la inmensidad del Universo, entonces nos sentimos reducidos a la nada, nos sentimos como un individuo, un cuerpo vivo, un efímero fenómeno de la voluntad; y desaparecemos fundidos en la nada, igual que una gota en el océano. Pero al mismo tiempo, frente a tal espectro de nuestra propia nada, frente a esa mentirosa imposibilidad, se alza la conciencia inmediata de que todos esos mundos existen únicamente en nuestra representación como simples modificaciones del eterno sujeto del conocimiento puro que descubrimos en nosotros mismos tan pronto como olvidamos la individualidad y que es el soporte necesario y condición de todos los mundos y todos los tiempos. La magnitud del mundo que antes nos inquietaba descansa ahora en nosotros: nuestra dependencia de él queda abolida por su dependencia de nosotros (p.243).

Nietzsche, el gran filósofo del siglo XIX y quien se consideró a sí mismo como discípulo de Schopenhauer, retomó la idea del perspectivismo y la llevó a un nivel más fino de elaboración. Es un subrayado a la importancia y la validez de la interpretación como forma de asumir y de construir el mundo que habitamos, nuestro mundo antropológico. Dice este autor (2006):

Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno «sólo hay hechos», yo diría, no, precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar ningún factum «en sí»: quizás sea un absurdo querer algo así. «Todo es subjetivo», decís vosotros: pero ya eso es interpretación, el «sujeto» no es algo dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás. ¿Es en última instancia necesario poner aún al intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención, hipótesis.

En la medida en que la palabra «conocimiento» tiene sentido, el mundo es cognoscible: pero es interpretable de otro modo, no tiene un sentido detrás de sí, sino innumerables sentidos, «perspectivismo». (p.222)

Son nuestras necesidades las que interpretan el mundo: nuestros impulsos y sus pros y sus contras. Cada impulso es una especie de ansia de dominio, cada uno tiene su perspectiva, que quisiera imponer como norma a todos los demás impulsos. (p. 222)

Así, pues, que no podemos soslayar la mirada particular de Juancho Polo, que mezcla lo real con lo imaginado, lo pronunciable con lo inefable, y combina los recursos expresivos, como lo haría un poeta, para tratar de mostrar algo distinto de lo que las palabras permiten.

En cuanto simple astro, el lucero brilla, pero no como una estrella, sino con luz ajena. Esa es la mirada astronómica. Vista con los ojos de cualquier mortal, el lucero se muestra un poco más grande que una estrella rutinaria, y su iluminación se percibe fija, no titilante, como sí ocurre con las estrellas. Pero no es cualquier astro el que presenta esta propiedad. Es un planeta en particular: Venus, el segundo más cercano a nuestro Sol, y que es apreciable desde la Tierra justamente cuando refleja la luz del Astro Rey, en torno al cual gira, como ocurre con el resto de los planetas del Sistema Solar, uno de ellos, nuestra Tierra. En este aspecto en particular, el de brillar con el reflejo de la luz ajena, a Venus le pasa lo mismo que a nuestro satélite La Luna, solo que se encuentra más lejos y por eso, da la impresión de ser una estrella.

ERES MÁS ALTO QUE EL HOMBRE…

Desde nuestra perspectiva terrenal, y en una apreciación que nos acompaña desde siempre, todo lo que ocurre en el espacio sideral es concebido en lo alto y afuera, un espacio tan solo accesible hasta donde la vista deja, y que, en los tiempos más tempranos de la historia, fue tenido como ámbito de los dioses. Así se percibe en la mitología griega, y en esos términos fue expuesto por Platón como el mundo de las ideas del cual es copia lo que ocurre y tiene presencia en la Tierra. Es el mismo concepto que, trasteado al judeocristianismo, plantea la existencia de dos mundos: el terrenal y el espiritual, el uno finito, limitado, corpóreo; y el otro, infinito, ilimitado y pleno como expresión de Dios. En términos eminentemente humanos, el del espacio sideral (llamado cielo) es el espacio del alma; y el de la Tierra es del cuerpo. Así, a partir de esta metáfora, el cielo el territorio los dioses y de lo eminentemente espiritual. De esa manera, el lucero, al estar en el cielo, comparte, por asociación metafórica, la condición espiritual, de lo no terrenal.

Al decir Juancho Polo que ese «lucero espiritual» es «más alto que el hombre» está insistiendo también en la ubicación del anthropos, de la especie humana, en modo subalterno o inferior desde el entendido espacial. El cielo arriba y la tierra abajo remiten a la ubicación desde la manera en que asumimos las referencias de la espacialidad. Desde la fenomenología, y en refrendación del perspectivismo, Merleau-Ponty (1993) ha insistido en que:

«Fácil resulta demostrar que una dirección no puede existir más que para el sujeto que la describe, y que un espíritu constituyente tiene en grado sumo el poder de trazar todas las direcciones en el espacio, pero que no hay actualmente ninguna dirección, y por ende ningún espacio» (p. 262).

De manera que hasta allí, el verso tiene alcances contextuales con criterios descriptivos; pero de inmediato, se incorpora a la letra la apreciación personal del autor, que la contrasta con del devenir de la historia, la temporalidad que define el sentido del ser desde la óptica de Heidegger.

«YO NO SÉ DÓNDE TE ESCONDES, EN ESTE MUNDO HISTORIAL…»

La primera parte de este giro en la canción parece incorporar un componente epistemológico, pero el «saber» aquí planteado no debe entenderse como acceso al conocimiento, sino en clave de cuestionamiento a una conducta inaceptable. En ese sentido, que tiene un alcance pragmático desde el uso de la lengua, la intención del mensaje es irónica. Así las cosas, una oración como «Yo no sé qué vino a hacer aquí», dicha cuando alguien que no deseamos ver se aparece, no es tanto un desconocimiento de razones, sino la desaprobación de una conducta entendida o valorada como inútil e inaceptable.

Esconderse, entonces, no tiene mayor sentido para un lucero que siempre será captado, en tanto astro luminoso, desde La Tierra. Una imagen que se viene a los sentidos desde los criterios del entendimiento humano, construido desde la cultura y más concretamente desde la ciencia. Pues si bien la presentación de ese astro con su brillo pudo mover a misterio en el pasado remoto, ya la ciencia astronómica, construcción institucional del hombre, lo ha descifrado. Así, pues, no tiene mayor misterio si es que quiere esconderse o disimularse porque las razones de su brillo se conocen, y es así desde los parámetros que el mundo humano ha venido proporcionando como instrumentos de acceso al saber, a la verdad, así sea provisional esta verdad. Incluso, si forzamos la metáfora y decimos que el lucero es una alusión a la deidad o al absoluto, es lo mismo: a lo innombrable se accede desde las articulaciones lingüísticas culturales, es decir, desde los entramados de nuestra ‘naturaleza cultural’. Sobre eso hay reflexión suficiente desde Wittgenstein y Derridá.

El concepto de ‘historial’ es también llamativo y abierto. Este mundo es historial porque el desplazamiento secuencial que nos plantea se presenta desde las articulaciones culturales en forma de cotidianidad. Porque no hay posibilidad extracultural para el ser humano, dice Duch (2004) en refuerzo de lo que venimos explicando:

Lo que designamos con la expresión «vida cotidiana» no es sino el ejercicio de la racionalidad propia del hombre, el cual de esta manera «se representa» sobre el escenario del gran teatro (…). El hombre es inevitablemente un «ser teatral» que constantemente, entre el drama y la comedia, se ve forzado a «representar» un determinado rol social (…). No es el teatro una imitación de la vida, sino que la propia vida humana consiste en un conjunto de ininterrumpidos ejercicios teatrales (p. 97).

Y así se va dando la historia, con la experiencia humana como orientadora de sentido en términos de narración organizadora. La narración impone orden y coherencia secuenciales a las experiencias que, como especie, hacemos en el espacio y el tiempo de nuestra naturaleza que hemos dado en llamar cultura. «El pasado, el presente y el futuro no son entidades metafísicas independientes, sino unas categorías que permiten una organización más o menos coherente de la conciencia (Duch, 2012, p. 258). Y agrega Castells (1998): «somos tiempo encarnado, de la misma manera que nuestras sociedades, hechas de historia» (p. 463)

Solo es susceptible de ser pensado lo antes nombrado, y en los diferentes niveles de acogida (desde la familia hasta los mecanismos transmisores de la religión y la trascendencia), se accede justamente a la palabra (Duch, 2004, p. 91), que ya instituida se usa para intentar atrapar en conceptos lo inaccesible e inefable, como ya hemos anotado. Eso lo hacemos en forma de mito, tanto hacia los orígenes como hacia el futuro. Siempre, sin embargo, se hace, como enfatiza y recalca este autor, desde las articulaciones de una cultura en específico.

De manera que, así sea en forma mítica -que es, al mismo tiempo en forma narrativa, según el orden en el que también captamos y experimentamos la historia- nada de lo que pertenece a nuestro mundo, ese que hemos construido en forma simbólica como tejido cultural, se nos escapa: no tiene sentido esconderse, entonces, al entendimiento. Nuestro mundo es historial porque así lo hemos ordenado en nuestra conciencia para conocerlo. Ya Benjamin (2010) dirá también que, de todos modos, este esfuerzo de traer al presente los hechos históricos no significa realmente conocerlos «como en realidad fueron»: en cambio, deben ser experimentados desde el presente a partir de un «instante de peligro» (p.62), lo que acentúa el papel subjetivo del reconocimiento de la historia.

Y de la mención a la historia como parte de la condición humana, se regresa de nuevo al lucero en la letra. Se le invoca como «estrella del universo» por las razones celestiales y comparativas ya anotadas, y se le pide «razón de Emilita», es decir, que entregue alguna noticia sobre ese ser humano dado que, desde su ubicación de privilegio, el astro estaría en disposición de lograr. Además, a renglón seguido, se le pide un favor: llévale estos versos cuando «la encuentres solita»: por lo menos, en eso compláceme desde tu instancia divina, no importa si metafórica.

Líneas más adelante, sin embargo, la reflexión metafísica llega a Juancho Polo. Todas esas circunstancias mezcladas lo ponen a pensar: la estrella, Emilita, el espacio vivido, el espacio antropológico, su forma de experimentarlo, los elementos en su conjunto danzando con el cielo como telón de fondo.

«Yo pensando en esta estrella
Tiene figura de un globo.
Yo siempre soy Juancho Polo,
en mi tierra y fuera de ella»

Ya tenemos claro que el lucero no es una estrella, pero la similitud expresiva en el cielo los vuelve sinónimos. Ambos astros están en el firmamento, lo que desde la perspectiva humana es la ubicación tradicional de los globos, cuyo sentido es estar suspendido en el espacio o por lo menos parecerlo. Así lo de la ‘figura’ alude, en realidad, a una semejanza de situación. El remate del verso retoma el lugar del autor en toda esta interpretación, donde queda claro, de paso, el sitio que ocupa el lucero desde esa perspectiva.

Se establece, además, un contraste de posiciones bien claras: la del lucero esquivo se asemeja a una estrella sin serlo; y la del ser humano que no pierde su identidad así se mueva, de un espacio a otro, en el mundo que le correspondió vivir. Es un mundo que visto ya sea como un todo, o seccionado según el énfasis de «la mundaneidad» de Heidegger; es un escenario donde nuestro ‘yo’ se cultiva entre lo estable y lo cambiante, en sus posibilidades proyectadas y en la ambigüedad de la existencia. Porque, como dice Duch (2015):

El pasado, el presente y el futuro no son entidades metafísicas independientes, sino unas categorías que permiten una organización más o menos coherentes de la conciencia en términos de representación de la presencia de cada hombre o cada mujer concretos. Hay que añadir que estas categorías son indispensables para la creación, el mantenimiento y el fortalecimiento de la identidad personal y colectiva (…). Diciéndolo de otro modo: la identidad, que no es nunca un «estadio» consolidado definitivamente, o una «esencia inmutable» dada a priori, sino un «proceso» desarrollado en forma de acción escénica que se muestra siempre inacabado, se encuentra íntimamente vinculada a la organización argumental de las experiencias vividas (p. 258).

Se trata de un mundo, entonces, al que se pertenece y en el que se actúa y en cuya espacio-temporalidad se cobra sentido de especie. Lo del espacio ya queda claro en lo que hemos venido hablando, y la temporalidad está vinculada con el momento que tiene su ubicación en la línea construida de la historia:

Pero, yo no sé dónde te escondes
En este mundo historial…

REFERENCIAS:

Benjamin, W. (2010). Ensayos escogidos. Buenos Aires: El Cuenco de plata.
Castell, M. (1998). La era de la información. Madrid: Alianza.
Duch, Ll. (2004). Estaciones del laberinto. Ensayos de Antropología. Barcelona: Herder.
Duch, L. (2015). Antropología de la ciudad. Barcelona: Herder.
Eco, U. (1979). Lector in Fabula. Barcelona: Lumen.
Franco Altamar, J. (2010). En este mundo historial. Barranquilla: Ediciones la Cueva.
Merleau-Ponty, M. (1993). Fenomenología de la Percepción. Barcelona: Planeta.
Nietzsche, F. Fragmentos Póstumos, Volumen IV. Madrid: Tecnos.
Schopenhauer, A. (2009). El mundo como voluntad y representación. Madrid: Trotta.

____________

* Javier Franco Altamar es comunicador social-periodista de la Universidad Autónoma del Caribe (1986) y magíster en Comunicación de la Universidad del Norte (2010), donde es docente de periodismo narrativo desde el año 2002. Hasta agosto de 2019 estuvo vinculado como redactor de la Casa Editorial El Tiempo en Barranquilla donde trabajó por 24 años. También ha trabajado en los diarios La Libertad (1988/89), Diario del Caribe de Barranquilla (1990) y el Universal de Cartagena (1992). También ha sido docente (Periodismo Económico, Ética, Reportería, Medios Masivos y Conflictos, Expresión Oral, Expresión Escrita y otros) en la Universidad de la Costa, la Autónoma y la Universidad Libre (Barranquilla) y la Jorge Tadeo Lozano (Cartagena). Ha sido ganador de 11 premios de Periodismo tanto de nivel regional como nacional, y finalista en cuatro concursos nacionales de cuento. Es autor del libro «En este mundo historial» (2010) sobre Juancho Polo Valencia, ediciones La Cueva; y «El Camino de la crónica» (2017), de Ediciones Uninorte, texto guía del curso que dicta en Uninorte. También es coautor del libro «Estamos mamados de la guerra» (2016), Intermedio Editores, testimonio regional de Montes de María en el marco de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc. En el plano de la investigación docente, se ha especializado en la Narración.

 

5 COMENTARIOS

  1. El análisis responde a un nivel de complejidad que los oyentes muchas veces no caen en cuenta. Plantear un debate desde áreas del conocimiento e incluso con la religión misma, torna fascinante, las implicaciones filosóficas de nuestros juglares, también responde a un contexto poético y mítico que enamoró a las personas, elementos que en el vallenato de la actualidad carecen en muchos casos. La noción filosófica – metafísica es impresionante y su análisis desde la evolución de la filosofía misma.

  2. El recorrido por los versos amparado en diversos autores que llevan a un análisis se torna fascinante, principalmente por la exposición clara, en la que no sobran palabras. Aparte de todo, lo que se debe valorar en Juancho Polo y tantos otros que siguen siendo parte de la ruralidad, es la manera en la que han desarrollado las fases de contemplación e introspección, para llegar a conclusiones filosóficas con absoluta naturalidad. Es esa la sensibilidad que describió Friedrich Schelling como diferencial para definir conexión de arte y naturaleza. Y es maravilloso que la identidad no sea un «estadio consolidado», pues estos personajes en la ancianidad es cuando suelen ofrecer lo mejor, o eso parece.

  3. Más allá de ser un excelente análisis general de una de las canciones, que sin pretenderlo, despierta un extraño sentimiento en quien la escucha; destaco el profundo estudio filosófico que se realiza de ésta. Que con una adecuada conducción pudiese ser utilizada como motivación para la enseñanza de la filosofía en nuestras escuelas. ¡Se puede intentar!
    Felicitaciones señor Franco.

  4. Javier Franco Altamar ha realizado una atrevida y alucinante disección de un clásico nuestro. Nos ha sumergido en el alma de un reconocido y misterioso juglar que nació con el don de la poesía de la vida. Gracias Javier.

  5. Decir me encanto seria poco me deleite leyendo un poco de poesia pensamiento cancion que a través del tiempo está ahí diciendonos todo se los deje para que un dia sea escuchado con el mismo amor con que un dia lo escribió gracias javier franco altamar gracias Cronopio

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