Literatura Cronopio

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LA AVENTURA DE TRADUCIR

Por José Pallarés Moreno*

Hace ya once años publicó Wenceslao-Carlos Lozano una recopilación de trabajos de índole académica bajo el título Literatura y traducción. La obra que hoy nos ocupa, La cocina del traductor, puede considerarse una continuación de la anterior, como el propio autor nos indica en las páginas preliminares. Se trata de una nueva recopilación de materiales de distinto tipo ―conferencia, ponencias, mesa redonda, taller de traducción literaria, reseña, entrevista…― cuyo tema sigue siendo la traducción literaria.

Tal como observábamos en la primera recopilación, destaca la coherencia que conecta los diferentes trabajos. Se trata de reflexiones teóricas absolutamente vinculadas a la práctica cotidiana de un traductor en ejercicio que se siente partícipe de la idea de Saramago de que con la traducción se construye la literatura universal. En efecto, la importancia que tiene la traducción para la cultura universal es una de las ideas que está presente en todo el libro desde su primer artículo (Traducir en Coppet, pp. 17-51), centrado en la labor de Mme. de Staël y sus coetáneos más ilustres. El intercambio cultural y, en consecuencia, el enriquecimiento que provoca son impensables sin las traducciones. Pero, además, el traductor contribuye a la regeneración de la lengua a la que traduce, al verse forzado a buscar la expresión más ajustada en cada caso para no traicionar el original. Por eso es importante que el traductor conozca en profundidad la obra del autor sobre el que trabaja y la cultura a la que la obra pertenece. Eso le permitirá el trasvase de una manera más ajustada y creativa. No es por tanto el traductor literario un mero técnico, sino alguien que acomete «una aventura existencial y literaria extremadamente gratificante y diversa, instructiva y creativa», como afirma el profesor Lozano en El reto de traducir (pp. 75-96), uno de los textos más enjundiosos y sugestivos de esta recopilación sobre el que necesariamente incidiremos más adelante. En esta misma idea vuelve a insistir en el trabajo que cierra el libro, Escritores románticos franceses en Granada (pp. 197-220), donde señala que la misma dialéctica entre identidad y alteridad que, ligada al desplazamiento físico, experimenta el viajero la experimenta también el traductor, que «intuye que su paraíso perdido se encuentra en otra parte y que necesita complementar su imaginario para encontrarse a sí mismo» (p. 216). Nada pues más lejos de lo rutinario que la actividad de un buen traductor literario, que, «embarcado en una aventura incierta, tiene que moverse dentro de unas coordenadas espacio-temporales ajenas a sus actividades habituales, y por tanto en una situación arriesgada para su propia identidad». (p. 216).

Como el propio autor declara, la teoría de la traducción que le interesa de verdad es la que deriva de su práctica (p. 83). A partir de aquí cabe preguntarse cuál es la traducción ideal, qué debe perseguir el traductor y qué cabe exigirle: «El traductor aspira a quedarse con la savia de la obra y el alma del autor, con unos secretos que se resisten a ser desvelados, para revitalizarlos en otro idioma en una actitud algo vampírica y para dar cuenta de factores estilísticos, rítmicos, melódicos, que no son nada accesorios sino consustanciales a toda obra literaria digna de ese nombre» (p. 87). Esto presupone, por supuesto, un buen dominio de la lengua a la que se traduce, pero también una «cabal aprehensión del texto [que] solo puede hacerse tras una lectura crítica del mismo.» (p. 73) Valgan como ejemplos la traducción de Cécile del propio Lozano y la de Paul Valéry, realizada por Antonio Pamies, de la que nuestro autor se ocupa en Paul Valéry: Charmes / [en]Cantos (pp. 187-195).

Este es el reto. Pero para alcanzarlo el traductor debe enfrentar distintos problemas, algunos de carácter lingüístico, otros de tipo cultural y otros más urgidos por la propia dinámica del oficio, tales como la relación con el editor y los correctores. Fajado en estas lides, el autor ofrece su experiencia a los futuros traductores (no en vano es profesor en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada), a partir de la reflexión sobre su propia actividad traductora (las traducciones de las novelas de Benjamin Constant, Yasmina Khadra o Boualem Sansal, la del Diccionario literario para esnobs, de Fabrice Gaignault, etc.): los artículos La traducción castellana de Cécile, de Benjamin Constant: algunos criterios traductológicos (pp. 53-73), Las expresiones idiomáticas y su traducción (Francés-Español) (pp. 165-185), Traducir el Mediterráneo (pp. 143-163) y La cocina del traductor (pp. 97-141), el artículo que da título al libro, responden a este objetivo.

Sortear estos escollos no es tarea fácil. El traductor debe acometerla consciente de la importancia de su labor, sin la cual «nuestros conocimientos estarían limitados a las producciones propias de nuestro idioma, y eso sería una tragedia de incalculables consecuencias para la humanidad» (p. 76), pero al mismo tiempo consciente también de que su trabajo tiene fecha de caducidad: si la obra literaria original queda fijada en el momento que su autor pone el punto final, las traducciones de la misma son siempre revisables, a tenor de la evolución de la lengua meta. Pero es que, además, como señala Lozano al hilo de las reflexiones de Walter Benjamin, «no solo conviene retraducir para actualizar la lengua meta en un momento histórico determinado, sino también para reinterpretar la obra original en función de lo que el núcleo intraducible pudo ocultar en una traducción anterior y quizá quede parcialmente desvelado al someterse a una nueva». (p. 89).

Estamos ante una obra sugerente y lúcida, fruto de la reflexión de quien es al mismo tiempo profesor y traductor, de alguien que construye su teoría con los pies bien asentados en la tierra; en este caso, en el ejercicio riguroso de la traducción literaria.

La joven editorial Esdrújula inaugura con La cocina del traductor su Colección Académica. Sin duda un buen y prometedor principio.

* * *

LOZANO, Wenceslao-Carlos: La cocina del traductor, Esdrújula Ediciones, col. Académica nº 1, Granada 2017.

Wenceslao-Carlos Lozano (Tánger, 1952). Licenciado en Filología Francesa por la Universidad Complutense de Madrid (1978) y doctor con Premio Extraordinario por la Universidad de Granada con una tesis sobre los escritos íntimos de Benjamin Constant. Diploma de Estudios Profundizados (DEA) en Literatura Francesa (s. XIX) por la Sorbona de París, y diplomado en Traducción por la Universidad de Granada. Profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada (FTI, 1989-2017) y miembro colaborador del grupo de investigación «Lingüística Tipológica y Experimental». Ha impartido cursos y conferencias en distintas universidades españolas (Barcelona, León, Santander, Maspalomas, Santiago de Compostela, Sevilla, Cádiz, Jaén, Málaga, Granada) y extranjeras (Moscú, Kiev, Bruselas, Amberes, Ginebra, Lausana, Pau, Estrasburgo, Bratislava, Dakar, Uagadugú, Malabo), y ha publicado numerosos artículos y estudios académicos en distintos volúmenes monográficos y revistas especializadas sobre fraseología, crítica literaria, traductología y traducción literaria. Académico de número (letra K) de la Academia de Buenas Letras de Granada desde 2007 y académico correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE, Nueva York) desde 1997. Ha traducido medio centenar de novelas (Benjamin Constant, Max Gallo, Balzac, Alfred Jarry, Yasmina Khadra, Boualem Sansal, Rachid Boudjedra, Pierre Bergounioux, entre otros autores) y publicado los siguientes libros: Benjamin Constant: Mi vida/Cecilia (Editorial Universidad de Granada, 2001); Literatura y traducción (Editorial Universidad de Granada, 2006); La voz aliada (Editorial Alhulia, Granada 2011) y La cocina del traductor (Esdrújula Ediciones, Granada 2017). wlozano@ugr.es

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*José Pallarés Moreno nació en Granada en febrero de 1956. Doctor en Filología Española por la Universidad de Granada, ha trabajado como profesor de Lengua y Literatura Españolas en uno de los institutos de Sanlúcar de Barrameda y en la UNED (Cádiz). Ha publicado estudios sobre la literatura española de los siglos XVIII y XIX (León de Arroyal o la aventura intelectual de un ilustrado, El ensayo español: de Jovellanos a Larra, entre otros), la autobiografía y la poesía española contemporánea (Bergamín, Machado…). También ha preparado ediciones de clásicos (Don Álvaro o la fuerza del sino, Conversaciones de Ulloa con sus hijos en servicio de la marina, Guzmán el Bueno, La leyenda del rey don Rodrigo, El abencerraje y la hermosa Jarifa). Ha promovido y coordinado encuentros interdisciplinares y diferentes iniciativas literarias. Cumplidos ya los cincuenta años, se da a conocer como poeta con la presentación de sus Fotos de viaje (número 51 de las Vitolas de Anaïs), incluidas después en Cuadernos de arena (Colección Genil de Poesía, 2008). Siete años más tarde aparece su segundo libro, Cuaderno del cerco de Lisboa (Ed. Dauro, 2015).

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