Literatura Cronopio

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la bruja edrien

LA BRÚJULA, EDRIEN

Por Francisco de Borja Caballero y Molina*

Ha terminado la fiesta y frente a vos, tres cosas. Una mujer dormida y desnuda, la brújula y una mano huesuda, tuya. La mujer duerme dócil, te sabe su guardián, para eso han firmado el contrato. La brújula es lo que realmente te intriga a esta altura de la noche y de la borrachera. De la mano huesuda que es la tuya nos encargaremos más tarde.

La brújula marca el designio, como un péndulo perpetuo que oscila su aguja entre el deseo y la muerte. Pendula incansable en un vaivén agónico. La mano huesuda que es la tuya, la sostiene ingrávida como si la brújula bailara sobre la palma y nada más. Como si no formara parte de la realidad, no la habitara sino que estuviera de paso como una circunstancia.

A la brújula, al igual que a la mujer desnuda que duerme plácida en tu cama, no las encontraste. Ambas te fueron presentadas, introducidas de sopetón, agujas punzantes en la médula de tu existencia. La parálisis es innegociable.

Ocurrió en la fiesta, después del rito. Al menos el encuentro con la brújula. Para el otro encuentro, ya no hay tiempo, solo basta decir que fue causal del encuentro pertinente. Primero fue el rito y más tarde fue el encuentro con la brújula en la fiesta. Desposaste a la mujer que duerme plácida y desnuda en tu cama, horas antes de estar sosteniendo la brújula del designio con la mano huesuda que es la tuya. Casi no querías hacerlo; la inercia es el síntoma más degradante de la condición humana, Edrien. Contrastaba tanto el lujo que te tenía preparado con el del lugar mugroso al que nos trajiste a los tres. No lo ves ¿Verdad? Yo te convidé con un lugar enorme, suntuoso y vos, sin embargo… Debo admitir que la mujer que duerme plácida y desnuda sobre tu cama, aun alerta por lo que sucedía a su alrededor, seguía siendo igual de espléndida. Admito que desentonaba del gris tétrico del ritual. A tu alrededor se desencadenaba la orgía. El eclipse de cuerpos amontonados era el medio para la ceremonia y la sangre, la moneda, Edrien. La marea orgiástica te llevó hacia el altar; vos no te inmutaste ¿Acaso se puede ser más patético, Edrien?

De todas formas, no es el rito lo que importa ahora. El rito fue la antesala. El pacto debía firmarse para que el designio de la brújula tuviera verdad. Me refiero al pacto de sangre. Recién allí, en la fiesta, apareció el hombre, imagino que es lo que te importa. El sujeto que te la entregó no se quiso pronunciar. Apareció misterioso, dejando tras de sí un halo de mal augurio. Quisiste preguntar, Edrien. Pero cuando pudiste acordarte ya era demasiado tarde. No hay oportunidades que se repitan, Edrien. Aún así, más temprano que tarde, te daré las respuestas que buscás.

Nadie habría dado nunca un suspiro de esperanza por vos y sin embargo, acá estás. Con la brújula del designio entre los largos dedos de la mano huesuda y tuya, Edrien. Eligiendo entre el deseo y la muerte. Eso quiere decir que al menos, aquel hombre creyó en vos. Quizás estaba deseoso de salvarte o le diste pena ¿No es la pena algo dulce?

Ahora estás dudando frente a la mujer dormida y desnuda que es tu mujer y recordás las palabras de aquel hombre, húmedas y dulces como miel en tu oído, néctar embriagador: «¿Recorremos el infierno juntos, Edrien?». Entonces, un escozor empieza a recorrer tu espalda y baja por tus piernas hasta tu erección y te toma por sorpresa. Pero tu cuerpo no está tieso, por el contrario. Sentís que volás en la nube de la duda. Te dejás caer sobre el piso húmedo de fluidos de esta mugrienta habitación, Edrien. Hasta para amar, siempre fuiste miserable.

Por eso, las mujeres nunca te eligen. Por eso, aquella chica en el lago y tantas otras oportunidades que has dejado descamarse por el simple hecho de habitar tu existencia y no ser otro. Quizás si hubieras prestado atención, te habrías dado cuenta lo difícil que resulta convivirte, Edrien. Olés a fracaso, ellas lo notan. Te preguntás entonces: ¿Por qué ésta sí? ¿Por qué ésta duerme en mi cama, desnuda? Si soy un hacedor de decepciones. Es todo por el designio de la brújula, querido y repugnante Edrien. ¿Ahora empezás a atar los hilos?

Pero volvamos a la fiesta y al hombre misterioso, el designio de la brújula no va a comprenderse a fuerza de sospechas. Cuando te preguntó si bailabas el vals con él ¿Qué pensaste? ¿No te resultó raro que alguien quisiera bailar con vos? ¡Claro que no! Pero aquel debió haber sido el primer indicio. La propuesta de recorrer el infierno, el segundo ¡Vamos, Edrien! ¿No lo ves a esta altura? La mano en tus pantalones en mitad de la pista y dejando deslizar la brújula por tu bolsillo, fue el tercer indicio. ¿Bailaste con él y no te diste cuenta, Edrien? Qué estúpidos son los de tu raza. Tan ineptos para atender a las cuestiones importantes que dan risa y lástima a la vez y eso se llama asco, Edrien.

Así es, mirate las manos. Revisátelas bien. Están huesudas ¿Verdad? Sobre todo la que sostiene la brújula del designio. Y son las tuyas, son tus manos. Te dije que nos ocuparíamos del tema. Es el designio que se te pega a la piel, la habita, la corrompe y la desgarra. Te deja en huesos, lentamente como una enfermedad incurable. Pero no es culpa de la brújula, Edrien. Es culpa del hombre misterioso que cargaba el designio ¿No lo adivinaste? El hombre aquel era la muerte. Y te eligió para que continuaras cargándolo. ¡No! ¿Con qué desparpajo tratás de veneno al antídoto? ¿Al único catalizador que te permite continuar aun de este lado en el mundo de los vivos? Sí, la brújula en estos momentos es tu ancla. Tantos miles de años teniendo que cargar con el sufrimiento de los tuyos son un precio justo para considerar cruzar el umbral y partir por fin al calvario que le espera si suelta el catalizador. Pero con vos la cosa puede ser diferente, Edrien.

Te pido un trabajo, una muestra de fidelidad. Como intuirás, con la mujer dormida y desnuda. Sólo te pido su alma, nada más. Después prometo que tu destino no será como el de tu predecesor. No necesitarás más del catalizador, del designio carcelero. Tus manos volverán a ser las tuyas, ya sin el aspecto cadavérico. Una vez consumada la ofrenda te esperará una fiesta en tu honor, allí donde vamos. Lo único que debés hacer es elegir el designio de tu amada.

Si elegís la muerte, el proceso será indoloro. Ustedes han cargado la muerte con una prensa amarillista. El cuerpo es una cárcel de la que poetas, filósofos y religiosos de tu estirpe viven quejándose. El designio de la muerte es un regalo que siguen rechazando con descaro. Tu amada será más feliz si elegís este designio para su futuro, te lo juro.

Por el contrario, si elegís el designio del deseo, aun así, no será suficiente. La carne de la mujer desnuda a la que has aprendido a amar comenzará a pudrirse y de todas formas morirá. Debés comprender a este punto que ella está enferma y es muy grave lo que le aqueja. Sus músculos se desgarrarán, pero ella permanecerá inmóvil, inmutable, porque sabrá que su muerte es tu culpa y no querrá darte el gusto ¿O la has escuchado gritar de algo durante esta y todas las noches, flácido Edrien?

No me ensaño con vos, no malinterpretes. Es mi naturaleza darte las verdades por más que quemen. A quien deberías culpar es al hombre misterioso de la fiesta, al hombre vestido de negro que te entregó la brújula del designio, a la muerte. Yo se la di, es cierto. Pero bien podría haber elegido no dártela y sin embargo, lo hizo. No lo culpo, está cansado. Son años en tu posición, en la arcada eterna entre el designio del deseo y el de la muerte. Eligiendo, manipulando las voluntades, terminando para siempre aquello que debería ser eterno.

La brújula, Edrien, fijate qué marca. No me mientas, Edrien. Lo puedo ver en vos. Ya te expliqué que ambos designios son irreversibles. Ahí figura uno, en la brújula. Siempre la aguja apunta hacia uno de los dos. No me quieras pasar por alto, inmundo. No a mí.

Así es, Edrien. De a poco. Abrí los ojos, despacio. Mirá lo que te marca la brújula del designio. Lo está marcando para vos, solo vos podés verlo Edrien. Vos sos el adecuado, el que debe ejecutar. No querrás hacer enojar al hombre de la fiesta que confió en vos.

Vamos, es fácil. A partir de ahora es coser y cantar, Edrien. Tocate, sentí el placer de la muerte entre tus manos huesudas, Edrien. Sentí el cuello delicado entre las yemas de los dedos de tu mano derecha. Mirá la brújula en la otra. ¿Ves cómo de a poco la aguja deja de temblar, Edrien? El designio se va acomodando. Pronto estaremos festejando, te lo prometo. Ahora exprimile la última molécula de aire. Dale que se nos hace tarde.

Llegamos. Lo sé Edrien, puedo ver tu decepción, ¿O es pavor? Hace tiempo ya que las emociones humanas me resultan imposibles de diferenciar. Pero sos tan transparente e idiota que lo noto, Edrien. Sé que te fallé. Te prometí una fiesta y lo único que ves es gente con rostros pálidos y tristes masturbándose solos. Llorando frente a las pantallas enormes, que proyectan las vidas que más envidian. Es lo único que puedo ofrecerles. Lo lamento Edrien, yo también me alimento de decepciones. Ponete cómodo. Bienvenido al infierno.

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*Francisco de Borja Caballero y Molina. Español viviendo en Argentina desde los cinco años. Es arquitecto, graduado en 2020, de la Universidad de Buenos Aires en Buenos Aires. Se desempeña en el ámbito de la construcción para estudios de arquitectura y participó de varios concursos de Arquitectura, ganando en 2020 el Concurso de LAB BID 2020 para el diseño de urbanismo de el Callejón del Meao en Barranquilla.

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