Escritor del Mes Cronopio

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La emanacion de las aguas

LA EMANACIÓN DE LAS AGUAS SUBTERRÁNEAS COMO METÁFORA DE LA CREACIÓN LITERARIA

Por Luis Fernando Macías Zuluaga*

  1. LA CREACIÓN

Imaginemos el cauce de un arroyo cualquiera. Supongamos que, entre las piedras, emprendemos el camino a la montaña en sentido contrario al curso de las aguas, en busca de su nacimiento.

Arriba, en el páramo, proveniente del subsuelo, filtrándose a través del húmedo musgo, emergen las aguas puras en el manantial y comienzan su descenso por la piel de la tierra. A su paso rumbo a la mar, anhelan irrigar las raíces vivas de árboles, arbustos y yerbajos, elevándose por los conductos de su savia hacia el amparo de la luz, en la ceremonia de la celebración de la vida en la que el reino vegetal se nutre del reino mineral. ¿No es este ritual de los elementales el oficio divino por excelencia?
Imaginemos que, al mismo tiempo que realizamos este viaje en el plano físico, emprendemos también otro viaje en el plano mental, adentro de nosotros, hacia la profundidad de lo inconsciente, en busca de ese otro hontanar en donde brota lo que somos en el cauce del lenguaje.

Desde lo profundo de lo inconsciente, en imágenes de sueños, recuerdos o fantasías, emerge aquello que somos. No hay nada tan parecido al ser como un manantial, ese flujo constante en devenir. «El lenguaje es la casa del ser», decía Heidegger, «en su vivienda mora el hombre». Tal vez por eso logramos entender que somos justo aquello que podemos expresar con nuestras palabras como noción del mundo. La impronta de eso que somos se desliza en las imágenes que concebimos para cifrarse en símbolos.

Cabe recordar que la voluntad de ser es ese fluir constante, esa llama que en su fuego es y se consume… una deidad vaporosa sopla sobre nuestra humanidad el aliento vital que en nosotros se manifiesta, se hace patencia incesante.

Asumamos que este es el escenario de la creación literaria. Cuando alguien concibe una fábula, acuden al venero de su imaginación sus deseos, sus anhelos y la memoria de sus dolores y goces, los complejos que quieren desenmarañarse para restituir el flujo, el destello libre de la llama. Eso a lo que llamamos existencia individual no es más que un algo que quiere manifestarse y nosotros somos su manifiesto, cada uno es la realización de un cúmulo de arquetipos que se hacen patentes en la configuración de lo que somos. Somos lo cifrado en los pliegues de la fábula, un sentido que quiere revelarse, que procura revelarse; pero que paradójicamente se oculta al mismo tiempo en la incertidumbre de la interpretación del símbolo. Por milagro de los arquetipos que la constituyen, la fábula no solo expresa al individuo que la concibió, sino también a quien la lee. En gracia de la identificación, el texto literario se constituye espejo de la verdad del ser y su escala de valores es universal. Tanto al escribir como al leer acudimos al encuentro de lo que somos, del sí mismo, cuya naturaleza exige y obliga realizarse en el contenido propio y justo de lo que es.

Dicho de otro modo, la fábula cifra lo universal en lo individual, puesto que el ser es una impronta que se repite en cada uno hasta el hallazgo del sí mismo, es decir, de la totalidad de cada uno, que es también el todo, cuya suma se puede llamar la Unidad, y que en las antiguas doctrinas se concibe como origen de todo.

En el escenario de nuestra fantasía nos encontramos en los umbrales de la emanación: frente al manantial en el plano físico, de cara a la profundidad de la tierra desde donde procede el agua mineral; y frente a la obscuridad del inconsciente en el plano mental, de cara al umbral por donde emergen las imágenes. Se advierte ya el latido de un tercer plano. A este plano lo llamamos espiritual, pero para nosotros es lo desconocido, el misterio insondable, el lugar a donde no podemos llegar con certezas y nos aproximamos a él sirviéndonos de conjeturas, mitos y doctrinas. Para explicarnos el fenómeno de la creación literaria, acudamos en busca de la doctrina esencial de la cábala: el árbol de la vida. En el capítulo inicial del Génesis se describe el mito de la creación del mundo, al parecer en todas las culturas de la historia humana. La doctrina del árbol de la vida alude sin embargo a un principio más recóndito, puesto que se puede intuir como el paso de la nada al ser, la emanación de los sefirot, la cual se enuncia como el surgimiento desde el Infinito. La cábala se sirve del término Ein Sof, sin fin, que representa para ellos la trascendencia radical de Dios. El primer sefirot (también se lee sefirah) participa de la parte negativa del Ein Sof. Es llamado Ayin, esto es, Nada, Dios antes de ser, todavía el no ser, lo indiferenciado.

Lo creado como emanación de Dios, es decir, imagen y semejanza de Dios, el Adán primordial, brilla desde las profundidades del Ayin, la Nada, partiendo desde la cabeza del árbol, Keter, la «raíz de las raíces», hacia la base Malkuth, el reino o la presencia, que se comprende como la inmanencia de Dios y es el principio de lo masculino, cuya contraparte es Tif’eret, la belleza, principio de lo femenino, cuya unión define las bodas cósmicas… Este árbol de la vida que se erige como emanación de Dios desde la cabeza hacia la raíz representa el equilibrio, asumiendo un tronco en medio de sus columnas derecha e izquierda que distribuye sus diez sefirot por tríadas de cabeza, tronco y raíz, que es lo creado, es decir, el mundo, la vida.

En el universo de las correspondencias, lo individual, el Adán Primordial, representa el mundo como creación y ese paraíso de todo lo existente se puede entender así, como el paso de la nada al ser. Ayin, la Nada, es Dios en lo insondable y Adán, la emanación, es la proyección concreta, el jardín donde ocurre el mundo de la vida. Y así como la doctrina nos permite vislumbrar el génesis también podemos asumir la creación literaria como el paso de la Nada al Ser por medio del lenguaje, lo emanado son palabras y ellas comportan el sentido, el sí mismo.

  1. LA EXPRESIÓN POÉTICA

«La poesía no es menos misteriosa que los otros elementos del orbe.
Tal o cual verso afortunado no puede envanecernos,
porque es don del Azar o del Espíritu;
solo los errores son nuestros» [1].

Los manuales de enseñanza ocupan su energía tratando de agotar las técnicas de escritura. Vano esfuerzo. Los poemas no se hacen afuera, germinan, nacen. Desde el fondo del ser emerge una imagen, un sentimiento o una visión que son expresión del ser mismo. La enseñanza debe llevarnos a la disposición natural que haga posible esa emanación. Un poeta es una actitud ante el mundo, pero tiene que ser única, propia; quienes copian o remedan no son nada, aunque se engañen y engañen a otros. Ser algo solo es posible si se es único, hay que encontrarse a sí en el fondo de sí.

La emanacion de las aguas

Se oye decir: «El poeta nace, no se hace». A veces como pretexto para justificar la falta de determinación, pues se intuye que ser poeta implica pérdidas o grandes sacrificios; a veces lo que se quiere es justificar la pereza, creen algunos que son geniales y que no les hace falta trabajo para hacer de sí mismos los poetas que pueden llegar a ser.

En la sentencia pareciera que se niega la posibilidad del aprendizaje de la poesía; pero, aunque se tenga alma de poeta, aunque se haya nacido poeta, es posible seguir un proceso de formación que a uno le permita vivir la poesía más allá del estado originario, ejercer su cultivo. Es este un jardín que puede florecer, pero también marchitarse; la suya es flor del espíritu, elevación del alma.

No solo se vive como poeta, también se encarna la poesía.

El poema no es el único lugar donde ella anida, e incluso este, a veces, es huérfano de poesía. La verdadera estancia de la poesía es la palpitación del mundo y acaso también se manifiesta en el poema.

En el proceso de su gestación se capta una suerte de latido de todo lo existente, cuya audición engendra la poesía.

Los versos que se han escrito, en su mayoría no alcanzan la dignidad de la poesía.

La palabra poesía, sustantivo abstracto, designa un milagro de la percepción: como si estuviera en el alma de quien lo contempla y fuera solo una proyección. El milagro sucede ante los ojos de quien lo declara.

La poesía se ofrece como una elevación del espíritu ante una imagen verbal que expresa un hecho, en cuya presencia se ha de reconocer lo bello.

El lenguaje común adopta la expresión «una poesía» para referirse al cúmulo de versos que constituyen un poema. Este modo de decirlo es posible en la medida en que podemos nombrar la especie por el género o el efecto por la causa. En sentido estricto el poema es el sustantivo concreto, es decir, la masa de palabras que constituyen los versos en la totalidad de estos, y la poesía es aquello que se manifiesta en el poema: rayo de sentido que atraviesa la oscuridad del misterio, iluminación fugaz que permite la visión de un algo que responde una pregunta, la que concierne al sentido.

La poesía se acuna en los hechos, en los objetos, en las ideas, en las imágenes, en las sensaciones, en los sentimientos… cuando estos alcanzan la dignidad de la revelación o la plasticidad sublime de la pureza. Está en un más allá de todo, que nos pone en el camino de lo desconocido, en la senda de lo verdadero, en cuya dirección se abre una puerta en el umbral interior, por donde se transita de la mente al espíritu, de lo conocido a lo desconocido, de lo que es el mero mundo en que vivimos a lo que podríamos llamar la región de lo sacro.

Como ella es el latido del mundo, sin la poesía no hay mundo posible.

La razón de ser, la dirección del sendero son el reino de la poesía.

Ella es la búsqueda y el hallazgo del sentido. Sobre lo que nuestra noción de la poesía alcanza en el orden del sentido, descansa nuestra existencia individual. Somos lo que nuestro poema personal declara, aunque no lo hayamos descubierto, aunque no lo percibamos, aunque no lo hayamos oído nunca.

2.1. LA IMAGEN POÉTICA

En los manuales y en las enciclopedias se nos define la imagen poética como la expresión que pone en palabras la síntesis de un estallido de significados de los sentidos y nos ofrece, por un instante, la experiencia de lo bello, el milagro fugaz de la contemplación que eleva el espíritu por el sendero del éxtasis hacia la experiencia sublime.

Para que exista un poema, es suficiente con la presencia de una imagen. El haiku es prueba de ello; sus mayores logros alcanzan la dimensión del instante detenido, cuya presencia se confunde con la eternidad. Sin que exprese ninguna sensación o sentimiento, los produce ambos, llevándonos a un estado de placidez que, aunque ocurre en el mundo físico, nos arroja a la experiencia espiritual, esto es, al encuentro con el misterio.

La imagen poética se define de acuerdo con el sentido que la ocasiona. Leemos en Paul Valery:

«una llamada de cuerno en un bosque hace aguzar el oído, y virtualmente orienta todos nuestros músculos que se sienten coordinados hacia un punto del espacio y de la profundidad del follaje» [2].

Si nos fijamos en el sonido del cuerno, diremos que se trata de una imagen auditiva; pero si más bien notamos que en nuestra mente se produce la imagen de un bosque tupido en cuyo fondo ocurre aquel llamado, entonces diremos que se trata de una imagen visual. En:

«Han pasado cientos de años, pero aquellos acontecimientos se conservan en la atmósfera de los pasillos y las habitaciones de la hacienda: algo que no es el oído los oye, algo que no es el ojo ve las escenas fragmentarias y algo también percibe la mezcla de tormento y placer de aquellas almas» [3].

Aquí a la percepción auditiva y visual se les suma la intuitiva, mezcla de memoria, raciocinio e imaginación, ¿la llamaríamos imagen sensible, visión sentimental? Y para completar la evocación de los sentidos, veamos un último ejemplo en el que aparecen el tacto y el olfato:

«Él, en cambio, vela el último leño que hace de la estancia una burbuja cálida y esparce el olor a sándalo que se mezcla con los humores de los cuerpos…»

2.2. ¿OYES EL SONIDO DEL ARROYO?

«Que nadie confunda la poesía con los estados poéticos de la mente. Instantes de emoción poética —porque se los dan ya hechos la luz y el aire y, sobre todo, el claro de luna— hasta un pobre can suele tenerlos. Como verdadera creación, la poesía está fuera de su creador. Y viene a ser la otra creación, la que fue delegada en la persona de Adán, cuando puso nombres a las cosas. La poesía: ente posterior a la palabra. Una anécdota de Mallarmé y Degas viene a punto. Degas tenía su violín de Ingres; cuando dejaba el pincel, se empeñaba en hacer sonetos. De ellos acabó unos veinticinco, a fuerza de fatigas. “En todo un día no he podido dar término a este —se quejaba con Mallarmé—, y, sin embargo, ideas no me faltan”. “Pero, Degas —le contestaba el Maestro con dulzura—, ¡los versos no se hacen con ideas, sino con palabras!”» [4].

El poema, resultado del viaje interior, es el tesoro que traemos de vuelta al mundo y que se puede manifestar en palabras. Quiéralo o no, el poeta va, recoge y vuelve. Lo recogido, la dádiva que ofrece, es el poema.

La emanacion de las aguas

Si cruzas a través del umbral del cuerpo en el que vives hacia adentro, el viaje emprendido no tiene las características de un caminar por un sendero en el paisaje físico, pues el paisaje que allí nos rodea carece de las formas y no obedece a la sustancia material. Es un paisaje, sí, y tu camino recorre un inusitado territorio que no conoce las coordenadas de espacio y tiempo. El espacio allí es ilímite y el tiempo se desliza en el presente infinito: en un mismo instante puedes estar en el borde de la galaxia y en un rincón apartado de la historia. El paisaje que recorres hacia el interior no es objetivo, solo es la idea de paisaje, constituida por todo lo que eres y serás.

Con el simple acto de cerrar los ojos, puedes entrar y, en un instante, encontrarte en el remoto origen. Mira desde allí, desde donde todavía no eres, cómo se ocasiona una explosión de amor de dos seres cuya conjunción ocasiona es lo que tú has de ser.

En tu interior ve hasta el umbral del ser. Ubicado allí, encuentra un paraje, una puerta que te auspicie esta contemplación: del otro lado está la nada; de este, tú. Ese umbral permite el paso de la nada al ser. Si imaginas cruzarlo en sentido contrario, aunque no lo hagas todavía, se iluminará en tu conciencia la noción de lo que eres y, como si hubieras subido a la montaña, hallarás el manantial en donde brota el agua de la comprensión. El hilillo de savia que surge de ese venero se ajusta a las palabras para que ellas expresen lo que es, lo que eres, lo que somos.

No es posible la emanación directa, la visión cruda; por lo tanto, una metáfora es el vaso que comporta el sentido. Es por esto por lo que, al decir, también oculta. Y solo aquel que ha logrado despertar el oído del oído, puede penetrar en el significado.

El oído del oído está facultado para escuchar el latido del mundo, un arroyo siempre naciente comporta el fluir de lo que somos, es el hilillo de savia que emerge del cuenco de la nada y, al brotar, de energía se convierte en cosa.

Es el oído del oído el que escucha lo que el oído oye.

  1. LO CREADO

Si el resultado de nuestra fantasía se expresara en un poema, este podría ser el siguiente:

EL PAISAJE INTERIOR

En la espesura del vergel irrumpe un hontanar,
origen de tres aguas.

De lo desconocido emerge lo que eres:
sed de vivir, imagen del mundo, agua lustral…

Desde la profundidad espesa
viene un hilillo de savia hacia el venero:

La sustancia
en la forma de un verbo
se conjuga,
se vuelve tiempo, combustión efímera.

Y la llama ilumina cada una de las aguas:
la del sentir, la del saber, la de la comprensión…

Por un instante, que eres tú, el misterio adviene,
alcanza una noción de sí,
ofrece la dádiva de un destello en tránsito
al oído del arroyo.

Como quien va, recoge y vuelve,
ofrezco esta dádiva,
son palabras.

A través del umbral del cuerpo en el que vivo
hacia adentro,
el viaje no consiste en caminar por un sendero en el paisaje,
el paisaje allí carece de formas,
no obedece a la sustancia material.

El camino recorre un inusitado territorio
que desconoce las coordenadas de espacio y tiempo,
espacio ilímite y presente infinito…

aunque estés en el borde de la galaxia
o en un rincón apartado de la historia.

Un sendero conduce hacia el interior,
pero no es objetivo,
solo es la idea de paisaje
constituida por todo lo que eres y serás.

Con el simple acto de cerrar los ojos,
en un instante,
puedes encontrarte en el remoto origen.

Desde allí, desde donde todavía no eres,
se observa una explosión de amor de dos seres
cuya conjunción ocasiona lo que tú has de ser.

Ubicado allí,
una puerta te permite esta contemplación:
del otro lado está la nada; de este, tú.

Ese umbral procura el paso de la nada al ser.

En sentido contrario,
se iluminará en tu conciencia la noción de lo que eres y,
como si hubieras subido a la montaña,
hallarás el manantial en donde brota el agua de la comprensión.

El hilillo de savia que surge de ese manantial se ajusta a las palabras
para que ellas expresen lo que es, lo que eres, lo que somos.
No es posible la emanación directa, la visión cruda;
por lo tanto, una metáfora es el vaso que comporta el sentido.
Es por esto por lo que, al decir, también oculta.
Y solo aquel que ha logrado despertar el oído del oído,
puede penetrar en el significado.

El oído del oído está facultado para escuchar el latido del mundo,
un arroyo siempre naciente procura el fluir de lo que somos,
el hilillo de savia que emerge del cuenco de la nada y,
al brotar,
de energía se convierte en cosa.

Es el oído del oído el que escucha lo que el oído oye.

NOTAS

[1] Borges, Jorge Luis. Obra poética. Buenos Aires: Emecé Editores, 2005. P. 294.
[2] Valery, Paul. Teoría poética y estética. Madrid: Visor, 1990 p. 77.
[3] Este enunciado y el que sigue pertenecen a mi poema «Una velada en San Miguel Regla».
[4] Alfonso Reyes.

___________

* Luis Fernando Macías Zuluaga (Medellín, Colombia, 1957). Es escritor, narrador, poeta y ensayista. Editor de la colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín. Fue director de la editorial y de la Revista Universidad de Antioquia. Profesor de la Universidad de Antioquia. Ha publicado las siguientes novelas: Amada está lavando (1979); Ganzúa (1989); Eugenia en la sombra (2003); Morir juntos (2019) y Las muertes de Jung (2019). Los siguientes libros de poemas: Una leve mirada sobre el valle (1994); La línea del tiempo (1997); Del barrio las vecinas (1987); Los cantos de Isabel (2000); Memoria del pez (La Habana, 2002; Bogotá 2017); Cantar del retorno (2003); El jardín del origen (2009) y El libro de las paradojas (2015); Todas las palabras reunidas consiguen el silencio (2017). Los siguientes libros infantiles: La flor de lilolá (1986); La rana sin dientes (1988); Casa de bifloras (1991) Alejandro y María (2000); Así lo escuché… (2015); Quien no la adivina bien tonto es (2004); Señor, señora, adivine ahora (2015); Valentina y el teléfono mostaza (2018); No es tan gallina porque adivina (2018); Adivine pues (2020) y Cuentos infantiles para libros álbum (2020). Los siguientes libros de ensayo: Diario de lectura I: Manuel Mejía Vallejo (1994); Diario de lectura II: El pensamiento estético en las obras de Fernando González (1997); Busca raíz (1999); Diario de lectura III: León de Greiff, quintaesencia de la poesía (2015); El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes (2003); El taller de creación literaria, métodos, ejercicios y lecturas (2007); El cuento es el rey de los maestros (2007). Los siguientes libros de cuentos: Los relatos de La Milagrosa (2000); Los guardianes inocentes (2003) y Los animales del cielo (2019). El hombre universal (2022). Ensayo: La expresión poética, ejercicios y reflexiones sobre el aprendizaje de la poesía (2022).

1 COMENTARIO

  1. Interesante paradoja la de la poesía: de un ser anodino brota una palabra perecedera que busca la permanencia en el oído de seres olvidadizos y efímeros. Enhorabuena por la búsqueda de este misterio.

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