LA HIPÓTESIS DE LA REINA ROJA: DE LA REALIDAD INTENSA Y DIFUSA
Por Rainiero Patiño M.*
La hipótesis de la reina roja (Collage Editores, 84 páginas) es el segundo libro de Fabián Buelvas**, que plantea en doce cuentos universos tan llamativos y diversos como íntimos. Con un lenguaje sencillo, este joven escritor logra construir historias que resultan bien plantadas desde la primera línea, pero que tienen en sus finales una capacidad de maravillar o de generar inquietud existencial, dependiendo desde dónde se le mire.
La casa como espacio literario, tormentosas relaciones familiares, la lucha interna de un autodenominado poeta maldito, las preguntas cotidianas (¿reales?) de una joven solitaria, las rutinas que enferman, las melancólicas voces que se resisten a ser arrasadas por la modernidad, jóvenes abrumados por seguir las vidas de los otros y las fatalidades diarias, son los caminos propuestos en esta pequeña aldea de cortos pasajes.
Nacido en Corozal (Sucre) en 1985, pero autodefinido como barranquillero, Fabián Buelvas hace, sin pretensiones, un acercamiento de lupa a los detalles y momentos de su cotidianidad, para después proyectarlos en emociones que se convierten en preguntas para el lector, no como quien presenta un examen sino como el que quiere resolver un acertijo espiritual.
De profesión sicólogo, para él la buena literatura —la que sea— es una reflexión sobre el espíritu humano. «Y eso puede tener elementos extraliterarios, como la psicología, la sociología, incluso las matemáticas. Pero lo importante siempre es la literatura, que es biográfica también y en la que el escritor deja lo que le inquieta. En mi caso, la psicología me ha servido para darme luces sobre cómo elaborar personajes o tratar ciertas tensiones».
Hablamos con él sobre estos cuentos, sobre su apuesta por experimentar desde los narradores, de esa intención de hacer ver al lector las historias desde perspectivas diferentes, de su juego a sorprender, a burlar la realidad.
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RAINIERO PATIÑO: Empecemos con algo llamativo: Por momentos uno puede imaginar que el narrador en Quieren demoler la casa podría ser un gato…
FABIÁN BUELVAS: Sí, sí lo es.
R.P.: Tenía dudas, pero eso creía.
F.B.: Sí, eso es una cosa que me interesa mucho. La perspectiva de los animales, sin antropomorfizarlos, como hacía Saroyan o Reinaldo Arenas, o eso intento. Tengo varios. Ahí voy.
R.P.: En este caso es algo sutil.
F.B.: Es la idea. Supongo que por eso es que parece misterioso, pero es más mi afán de obligar al lector a pensar desde la perspectiva de algo que no es humano.
R.P.: Siempre asalta la pregunta de si no hace falta ser más explícitos.
F.B.: Bueno, yo no creo que haya que ser más explícito. Por ejemplo, cuando escribes un cuento (incluso una crónica) sobre, no sé, un bombero, dices qué hace el bombero, pero no específicas que es un ser humano. Lo mismo pasa con los animales. Eso sí, vas dejando pistas.
R.P.: Fabián en Espacios, ¿lo «sucedido» es la muerte del hijo de la pareja?
F.B.: No me preocupan las causalidades, las razones previas, e incluso me esfuerzo a veces para que no estén, para que así haya interpretaciones sobre lo que parece ser y no sobre lo que es. No hay [causalidad]es, digamos. El cuento trata sobre un hombre y una mujer (no se dice que son pareja, solo que son como hermanos) que perdieron a alguien pequeño. Así lo ideé. Pero como la gente que lo ha leído ha visto en los personajes a una pareja que pierde a su hijo, supongo que sí, Espacios se trata de la muerte del hijo de la pareja, y los efectos de esa situación.
R.P.: La pregunta, sin querer meternos en el «sombrero del mago», por supuesto, es solo la inquietud de un lector que pretende una respuesta a su capricho de adivinador y no es que haga falta para poder intentar vivir la dramática situación, que en el fondo es la lucha del amor por no quebrar sus últimos vínculos, sin importar si se trata de una relación filial, de pareja o de cualquier otro tipo.
F.B.: Sí, tienes razón. Yo creo que, al final, lo que cuenta es la verdad del lector y que el caprichoso es más bien el que escribe. Porque sí, creo que lo central es la atmósfera conflictiva de un amor que se está acabando y cogió por sorpresa a uno de ellos.
R.P.: Y «las habitaciones cerradas» son siempre una forma de burlar el tiempo. También intriga mucho «la casa» en estos cuentos.
F.B.: Los cuentos fueron escritos entre 2008 y 2013. Los más viejos, los que van hasta el 2011, ocurren en casas, en especial casas que oprimen o que determinan la forma en que los personajes se mueven. En ese entonces leía con entusiasmo un libro de Gastón Bachelard, La poética del espacio, y él dice ahí que la casa es nuestro rincón del mundo, un cosmos. Me limité a desarrollar personajes en casas para reflejar a partir de la manera en que ellos ven ese espacio, su verdadero estado de ánimo.
R.P.: Sí, está clara tu intención. Eso es llamativo, porque, además, hace sentir las historias muy próximas. También se puede notar una recurrencia con varios objetos, como el féretro y las estrellas, por ejemplo.
F.B.: Un féretro es un símbolo que nos recuerda la vida y sus transformaciones, mientras que las estrellas han sido asociadas al destino, a lo que los dioses nos tienen reservado, algo que suele ser inflexible. Así que más que los féretros o las estrellas, me interesa la manera en que lo que va a ocurrir, ocurre, bien sea por situaciones externas o decisiones internas, y cómo las personas resuelven esos avatares. El destino, junto a nuestra capacidad de decidir, es un asunto que me llama mucho la atención.
R.P.: ¿Así como Marcela decidiendo si volver o no a la playa (Del cuento Marcela mató un tigrillo)? ¿Esas pequeñas preguntas que nos construyen?
F.B.: Sí, esas preguntas —y sus respuestas— que nos llevan a alguna parte, a lugares que en apariencia no estamos pensando, pero que nos llaman.
R.P.: ¿Con seres que tampoco «pensamos» como Perros del Cabo y gatos vigilantes? Volvamos a este tema: ¿Tienes la intención de contar algunos procesos sociales desde el sentir de los animales y las cosas y darles voz?
F.B.: Los perros del Cabo, más que un cuento, es una crónica falsa sobre un viaje que hice al Cabo de la Vela, en 2013, y en el que me sorprendió lo natural que era para los habitantes la convivencia entre vivos y muertos, entre ellos y los demás animales. En Quieren demoler la casa sí quise que fuera más explícito el protagonismo del animal, sin especificar que se trataba de un gato. ¿Acaso nosotros nos presentamos como seres humanos? Es una obviedad y lo pasamos por alto, así que quise hacer lo mismo. Además, me parece que si el personaje es un animal que se sabe animal, crea una desigualdad en la que de nuevo los animales están abajo de la pirámide, casi siempre como espectadores. No es un asunto nuevo, tampoco: Reinaldo Arenas y William Saroyan, por ejemplo, recurren a esos personajes. Y ambos escritores, cosa curiosa, son una especie de marginados en sus países, algo que ocurre con los animales. Pero bueno, ya eso es otra discusión.
R.P.: Sí, con una buena lectura es fácil hallar indicios de que la historia tiene mucho de crónica, hechos significativos por experiencias, debido a la descripción de pequeños detalles. Y sobre la demolición, ese gato se ve como una voz romántica frente a la modernidad.
F.B.: A mí me gusta mucho la ciencia ficción. En ciencia ficción, los personajes no se asombran de lo que está pasando (a menos que sea un viaje en el tiempo o algo así), sino que asumen con naturalidad la realidad porque bueno, es su realidad a pesar de que para el lector pueda parecer increíble. Me gusta ese principio para lo que escribo. Y el gato sí, es eso: me parece que la destrucción de la arquitectura es el hecho más evidente de que el tiempo nos está pasando por encima, de que el pasado está siendo destruido y poco podemos hacer.
R.P.: Además, eso de llamarlos «los vigilantes» para el lector es muy significativo, va más allá de un simple guarda de seguridad, ¿no?
F.B.: Sí. Pensé en ponerle celador, al principio, pero es que eso es un oficio, y además humano. Un vigilante es quien observa con atención. Además, es lo único que pueden hacer, vigilar, nada de actuar mucho que digamos.
R.P.: ¿Ojos de video tape es un cuento más reciente?
F.B.: Ese es de 2008 o 2009. Ahora que lo mencionas, me haces pensar que es diferente al resto. Supongo que por eso, el cuento no se quedó ahí y luego, dos años después, lo usé como base para una novela. Los más recientes son La muerte de papá, Los perros del Cabo, El perro de la banda y Quieren demoler la casa, de 2013.
R.P.: Se podría pensar que era más reciente, porque también parece diferente a los otros, incluso en el tono del narrador.
F.B.: Sí, es raro, ahora que me haces pensar en eso. No pega con el resto.
R.P.: Es esa especie de juego de reality del narrador, aunque consciente, sabe que hay dos realidades pero no está dispuesto a perder ninguna.
F.B.: Sí, y es porque creo que los límites de lo que es real son actualmente difusos. Incluso le otorgamos status de realidad a cosas cuya existencia es aparente, pero que son cotidianas, como aplicaciones móviles o dinero electrónico. En algún momento de la historia, lo real y lo virtual serán convergentes y no sabremos de qué lado estamos.
R.P.: ¿Cómo llegaste a La hipótesis de la reina roja, por el cuento de Alicia en el espejo, por estudios de biología u otro motivo?
F.B.: En 2011, una amiga y uno amigo de ella me recomendaron La hipótesis de la Reina Roja, un libro de Leigh Van Valen sobre evolución. Mediante un pasaje de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, el autor explica, más o menos, que los animales se adaptan para mantener el actual estado de cosas, o sea que la presa se hace más rápida porque el cazador se hace más fuerte, y ninguno avanza lo suficiente como para escapar del depredador o comerse a todas las presas. Ya aplicada a la cultura, la idea de que hacemos que todo cambie para que nada cambie es antigua, y me resulta fascinante. De ahí saqué la idea para ese cuento.
R.P.: Ahora, hablando un poco de tus lecturas y la posible intertextualidad con estos cuentos, ¿podríamos decir que hay algo de ese planteamiento Zen de Cortázar o cuáles modelos voluntaria o involuntariamente crees que se reflejan en ellos?
F.B.: Con Cortázar me pasa que, para cuando escribí esos cuentos, había leído Las armas secretas (Las babas del diablo es un cuento magistral, precisamente por la manera en que entiende qué es la realidad), algunas cosas de Historias de cronopios y de famas, y poco más. Aun así, con frecuencia me hacían notar una influencia de Cortázar que yo —al menos— no creía tener. Rayuela se me hace una novela muy distante de mi tiempo, por ejemplo, y luego de tres intentos me convencí de que no puedo acabarla. Con el tiempo noté que la similitud era más por el lado del tratamiento de lo real, que en Cortázar se hace agua, como buen surrealista. Cuando escribí esos cuentos leía a Carver, Saroyan y Lautréamont, y quizá estén reflejados en el uso de personajes animales y una que otra escena sádica. Salvo con H.P. Lovecraft, Stanisław Lem y algunas novelas y cuentos concretos, no suelo volver a lo que leí.
R.P.: Bueno lo cortazariano se podría creer por la capacidad de algunos de tus personajes para «desapegarse», incluso en situaciones extremas, como En Construcción, y seguir en su historia con naturalidad, que puede ser ilógica mirándola desde un punto de vista de «normalidad social».
F.B.: Me parece que eso va más con la lectura que hago de la realidad, que con autores. Creo que hay, en estos tiempos que corren, un desconocimiento de los afectos, del alma humana, que nos llevan a movernos por inercia, de manera repetitiva y uniformada. No por nada el terror de la actualidad no es el vampiro sino el zombie.
R.P.: Fabián gracias por responder
F.B.: Encantado, cuando gustes. Curiosidad: ¿para dónde va esta entrevista?
R.P.: También quisiera saberlo.
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Así como aquel joven audaz del trapecio del cuento de William Saroyan, veloz y elegante, «se separó de su cuerpo y en un instante eterno fue pájaro, pez, ratón, reptil, hombre, y vio la ciudad ardiente, la tierra huyendo de sus pies, y, sabiendo lo que hacía, volvió el rostro hacia el cielo y fue algo sin sueño, sin vida, perfecto». De La hipótesis de la reina roja podemos decir que sus «jóvenes narradores» son gato, perro, féretro, estrellas, luna, madre, muerte sin identificar, casa derrumbada, entre otras cosas. Y que a cambio de cortos vuelos, estos realizan pequeñas inmersiones en las subterráneas aguas de su día a día, que sin saber lo que hacen, revuelven el estanque y nos pringan a todos la cara.
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* Rainiero Patiño M. Periodista y escritor nacido en Barranquilla. Licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad del Atlántico, con estudios de posgrado en Periodismo de la Universidad de Los Andes y en curso de una Maestría en Comunicación de la Universidad del Norte. Con 20 años de experiencia como reportero y editor de diferentes medios nacionales. Ha publicado textos de ficción y crónicas en diferentes revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Tallerista de escritura creativa. Reconocido por sus produciones sobre personajes, música y literatura del Caribe. Autor de los libros de poesía ‘Metástasis de la ausencia’ y ‘Manual de oficios para escritores arrepentidos’. Radicado actualmente en Bogotá.
* * Fabián David Buelvas González (Barranquilla, Colombia, 1985). Psicólogo. Sus escritos han aparecido en Revista Bacanal, Revista Cronopio, Labrapalabra, y las antologías Vista al cuento de 2008 y 2009 (Editorial Antillas). Su cuento «En construcción» pertenece al volumen Espacios (disponible en Bubok) y resultó finalista del concurso «Tu Cuento Cuenta de la Universidad del Norte» (2009, Barranquilla), y del III Concurso de Relatos Fórum Montefrío (2011, España).