Literatura Cronopio

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LA IMAGEN LITERARIA: IDEOLOGÍA Y CREACIÓN ARTÍSTICA

Por Rakel Barrios*

Al hablar de literatura, se hacen evidentes una serie de incógnitas: ¿Qué es literatura, o qué no es literatura? y ¿Cuál es su naturaleza? Estudiosos y conocedores del tema se han dado a la difícil tarea de completar estos abismos de conocimientos en el campo de las ciencias sociales. Tal es el caso de René Wellek y Austin Warren, unas de las voces más destacadas del pasado siglo en materia de teoría literaria, en cuyo texto con igual título (1969:24) puntualizan sobre la literatura de una manera muy clara y accesible para su comprensión y análisis:

Uno de los modos de definir la «literatura» es decir que es todo lo que está en letra de molde. Nada se opondrá entonces a que estudiemos temas como «La profesión de médico en el siglo XIV», «Los movimientos planetarios en la baja Edad Media» o «Las artes mágicas en la Inglaterra de antaño». Como decía Edwin Greenlaw: «Nada que se relacione con la historia de la civilización cae fuera de nuestro campo; no tenemos que «limitarnos a las bellas letras o a las noticias impresas o manuscritas en nuestros esfuerzos por comprender una época y o una civilización», y «hemos de considerar nuestra labor a luz de su posible contribución a la historia de la cultura.

Más adelante comentan:

Otra manera de definir la literatura es circunscribirla a «las grandes obras», obras que, sea cual fuere su asunto, son «notables por su forma o expresión literaria». En este caso el criterio es el valor estético, solo o unido a altura intelectual general. Dentro de la poesía lírica, del drama y de la novela, las grandes obras se erigen con criterio estético; otros libros se estiman particularmente por su fama o por su altura intelectual, aunada a un valor estético de clase más limitada: estilo, composición y fuerza general de representación son las características que generalmente suelen tenerse en cuenta. Ello constituye un modo corriente de distinguir o de hablar de literatura.

Sin embargo muchos ignoran esto y como bien refieren los autores: «Cuando más adecuado parece el término “literatura” es cuando se circunscribe al arte de la literatura, es decir, a la literatura imaginativa, a la literatura de fantasía». Esto trae consigo limitantes que encierran en términos cerrados, tan amplia significación. Por eso se considera a la poesía, la novela, el cuento, como «letras», «bellas letras» o «literatura imaginativa». Esto limita las tradiciones de literatura oral que también tienen su apremio y deben incluirse como parte del concepto elaborado, aunque es trasmitida y divulgada mediante el habla no por ello pierde su valor primordial.

Por tanto, literatura como la consecución de una serie de actos volitivos comprende una relación de funciones cognitivas, espontáneas, y reflexivas hacia la representación de ideas, imágenes y símbolos que exteriorizan la sensibilidad perceptiva e intelectual de un autor. Uno de los preceptos fundamentales de la creación literaria radica en el vínculo que la literatura tiene con el lenguaje y la memoria. Memoria, lenguaje y representación son elementos esenciales en el proceso de la creación estético–literaria.

Entonces, se acepta como literatura al arte de la palabra, aquella creación lingüística y artística, y el resultado final es una obra de arte u obra literaria. Cuando se habla de esta última, hay que considerarla como un acto lingüístico, un acto de expresión, de significación y de comunicación humana.

Es aquí, precisamente, donde está su función gnoseológica, aquellos elementos o componentes de la realidad, que el autor, comprende, se apropia, reproduce y finalmente, pone a merced del lector mediante su discurso literario. Muchas veces estos elementos aparecen de forma explícita en el texto, lo que le proporciona un sentido didáctico.

La obra es una vía de comunicación entre el autor y el lector, que posee un carácter de reflejo al expresar la manera mediante la cual, el autor se apropia de su realidad circundante, por tanto es también una forma de conciencia social.

En la obra literaria se recrea un momento histórico y social del desarrollo del hombre, enclavado en las peculiaridades de su tiempo, donde los personajes anuncian determinas ideologías, actitudes e inquietudes del autor, manifestando así su carácter clasista. Debido a eso, para su estudio es indispensable ir a la época histórica y así comprender mejor los posicionamientos del autor.

Es importante argumentar en este sentido que, como bien plantea Feng Yuan en su estudio titulado La construcción de la imagen de los héroes en el arte revolucionario (1949-1976) (2007:5), la ideología y la creación artística poseen una compleja relación, que eventualmente manifestará el elevado control del primero sobre las expresiones del segundo. Donde el artista va a reproducir una serie de códigos, imágenes y postulados e incluso cierto discurso en boca de los personajes, que se instalan inconscientemente en la mente del público, siempre respondiendo a las necesidades de la ideología que estipula como correcta, la clase dominante.

De igual manera prepara al receptor para sentir el gusto estético, puesto que el desarrollo del lenguaje literario basado en imágenes, rico en estímulos y mensajes cifrados, fantasía y humor, brinda la posibilidad de entender la realidad mediante otro ángulo o posicionamiento, antes no percibido. Llegado a este punto se hace imprescindible hablar de imagen.

Aunque el interés del vocablo tiene su origen en el campo del marketing, donde se manejan términos como «imagen de marca», o «imagen corporativa», para entender mejor la relación entre literatura y espiritualidad es necesario su análisis. Sin dejar de aclarar, que existe una seria diferenciación entre las diversas utilidades de la misma palabra.

Al respecto, Barthes en su artículo Retórica de la imagen (1967:3) aclara: «en publicidad la significación de la imagen es sin duda intencional […] la imagen publicitaria es franca, o, al menos, enfática».

Precisamente en el mundo de la propaganda y publicidad, el mensaje debe ser lo más claro y conciso posible, sin atajos ni dobles sentido, para evitar malas interpretaciones, que causarían pérdidas contables en las ganancias. Claro que llevado a los espacios artísticos y literarios ocurre todo lo contrario, puesto que la imagen que mantiene el autor de su creación se diferencia, de manera notable a la que tiene, el crítico, el curador, el receptor o tantos públicos como canales de distribución posea. Es decir, cada uno interpreta o asume una concepción de la obra, diferente, de acuerdo con su propia percepción e imagen.

La definición del arte como pensamiento en imágenes revela su principal peculiaridad hasta llegar a su propio fondo. Por otro lado el problema del lugar y el papel del arte en la vida de la sociedad guardan relación, en gran medida, con el estudio de la imagen artística y su naturaleza.

En este sentido es considerada por Avner Zis y León Timoféiev (citado en Pérez 2013:23) como «el cuadro concreto y a la vez generalizado de la vida, creado mediante una ficción que posee significado estético». En otras palabras, el cuadro —aunque un poco idealista— se acerca en gran medida de la realidad concreta, porque de ella viene, y es producto del conocimiento y experiencias del autor.

También «Proporciona a quien la recibe (un individuo), un medio para simplificar la realidad de los objetos, a través de conceptos como «bueno-malo» y «agradable–desagradable». (Trelles, 2005:34). Puede ser utilizado como un ente, que según la visión que exprese, va a delimitar y expresar, qué es lo correcto, incorrecto, agradable o desagradable para el autor, y esto va a influir de manera inconsciente en la mente del receptor.

Otra concepción plantea que una imagen «es el conjunto de significados por los que llegamos a conocer un objeto, y a través del cual las personas lo describen, recuerdan, y relacionan. Es el resultado de la interacción de creencias, ideas, sentimientos, e impresiones que sobre un objeto tiene una persona». (Dowling College, 1986).

La base filosófica de la teoría de la imagen artística radica en la teoría marxista–leninista del conocimiento y al investigar su esencia se toma como punto de partida la teoría del reflejo, «(…) que considera la conciencia humana en su conjunto como imagen de la realidad circundante, como un cuadro subjetivo del mundo objetivo, es decir, fundamenta las leyes específicas de la reproducción artística de la realidad.» (Pírez Noy, 2013:27).

Dicha teoría sirve de base en la comprensión y explicación de la relación denotativo/connotativo. Donde Margariño, explica que «equivale a lo denotativo todo cuanto se recoge en ella de la realidad, del mundo material que nos rodea, todo cuanto es reproducible de la realidad. Lo denotativo es condición sine qua non para que se produzca el acto de mostrar». (Citado en Frometa, 2006: 3). Esto facilita identificar aquellos elementos que se quieren subrayar mediante la imagen.

La determinación de los elementos denotativos es posible a través de la percepción, mecanismo psicológico que proporciona el reflejo del conjunto de cualidades y partes de los objetos y fenómenos de la realidad que actúan directamente sobre nuestros sentidos. Desde este ángulo, la percepción permite apropiarse de lo denotativo como todo aquello que es perfectamente perceptible en el continuo visual. La valía del reconocimiento de lo denotativo, por consiguiente, está en su identificación con lo objetivo que en la imagen se representa, lo que le concede un valor gnoseológico a la misma como fuente de conocimiento de la realidad objetiva para el hombre. (Ibíd.: 4).

Sobre el tema Margariño comenta que «lo connotativo engloba la actitud de los discentes ante los fenómenos que se representan en la imagen, sus vivencias, su mundo afectivo y de significaciones, sus maneras irrepetibles de verlos. Lo connotativo lleva implícito el acto de informar que se establece mediante la imagen». Lo que evidencia el importante papel de la conciencia humana como reflejo de la realidad objetiva, cuya base está en la relación del hombre con el mundo circundante que lo rodea.

Al respecto Barthes trabaja dichos elementos desde su propia visión, el denotativo lo percibe como los elementos que de manera perceptiva la imagen representa, o aquellos códigos o signos que representa de la realidad. Mientras que los connotativos serían para él, los elementos que intervienen en la lectura ideológica de la imagen.

Desde el punto de vista gnoseológico, son imágenes las manifestaciones (cualesquiera que sean) de la vida psíquica: las sensaciones, las percepciones, las representaciones, etc. Y como las imágenes artísticas también son una forma determinada de representación de la realidad, la definición «cuadro subjetivo del mundo objetivo» conserva todo su valor para caracterizarla filosóficamente.

Dentro de los diversos recursos del arte, la metáfora que ocupa un lugar preferente, en muchas ocasiones es denominada también imagen. La diferencia está, en que aquella es un tipo de alegoría, tropo poético o una expresión figurada, pero no la imagen en sí.

En cuanto a la terminología, es importante distinguir los conceptos de «imagen» y «representación». La primera es un cuadro artístico de la realidad que vive en la psiquis del autor, y que es percibida por el lector o receptor, mientras que la segunda es la realización de la imagen con relación al material u obra de arte.

En la imagen se retiene y se cristaliza una parte del universo perceptivo. Su grado de iconicidad, y siguiendo los criterios de Joseph Catala (2004:6), «se refleja a partir de la objetividad y el realismo que se expresa en comparación con el objeto que representa».

La imagen artística puede ser realista tanto si se conserva su verosimilitud externa, como si se renuncia a ella. De todas formas el reflejo de la realidad permanece siempre, de manera distinguible en cada manifestación o género de arte.

Pero también tienen un carácter objetivo: los medios y modos de los que la humanidad se ha valido para producir e intercambiar imágenes. En las condiciones actuales, debido al desarrollo alcanzado por la ciencia y la tecnología, un número considerable de imágenes se crean mediante potentes graficadores y se intercambian mediante la red de redes (Internet). De manera que la realidad socio-histórica, con sus disímiles variables y los constantes cambios que sufren como parte indispensable del desarrollo determina en la imagen artística, su construcción, evolución, transformación y la manera de apropiación, expresa el autor en su obra. (Frometa, 2006:5). Cada obra artística encierra en su interior toda la esencia del conocimiento, experiencias y saberes aprehendidos a lo largo de la vida del autor.

En cuanto a la literatura se puede decir que desde el surgimiento del libro, la imagen ha mantenido con él una estrecha relación. En el llamado Siglo de las Luces (siglo XVIII), tuvieron especial relevancia los textos ilustrados, bien lo demuestran autores como La Fontaine o Ménestrier.

Donde se utilizan a los personajes para poner en su boca, acto o gesto la idea o intención que se quiere trasmitir, como bien dice Yuan: «los héroes característicos de la vida real tienen que ser trasladados a imágenes artísticas para expandir así su influencia. Transformar al héroe en la vida real en un héroe en la imaginación es la función principal del arte».

Esto demuestra que la obra literaria es capaz de crear cierta retroalimentación entre el creador y el receptor, donde se realzan las concepciones que cada cual tiene del mundo, además de «la subjetividad de uno y otro producto de la época, de la estructura de la sociedad, de una psicología y de una ideología determinadas» (Zis, 1987:93).

Contrario a la concepción que muchas veces se tiene de que el arte mayormente cumple su función de brindar placer estético mediante su disfrute e interpretación, también es utilizado como un instrumento para transmitir ciertos mensajes de tipo, político, social, ideológico, según el posicionamiento que defiende y la necesidad histórica por satisfacer.

Por eso llevaba razón Belinski (1987) cuando decía: «a quien no esté dotado de fantasía creadora capaz de convertir las ideas en imágenes, de pensar, de razonar y de sentir en imágenes, no le ayudarán a hacerse poeta ni la inteligencia, ni el sentimiento, ni la fuerza de las convicciones y creencias».

Aunque la mente creadora muchas veces posee —o piensa que tiene a su alcance— todos los requisitos para parir de sus entrañas una excelente obra, producto de sus vivencias, percepciones e imágenes de la realidad, el resultado es otro.

Porque precisamente el escritor que mediante su obra no siembre la duda y la inquietud en la mente del espectador, no instaure en su pensamiento nociones de imágenes traslúcidas y vívidas, otra manera de entender y percibir la cotidianidad hasta el momento desconocida, y que conecten su vida a la obra que disfrutan, no puede ni siquiera llamarse artista en tan amplio sentido de la palabra, porque no habrá cumplido su misión como tal.

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* Rakel Barrios es Licenciada en Estudios Socioculturales por la Universidad de Cienfuegos (Cuba). Tiene varias investigaciones tanto en literatura como en música, algunas de las cuales han sido reconocidas en eventos, entre las que se destacan Influencias en la literatura femenina cienfueguera actual de las escritoras pertenecientes a la década de los 90, Ensayo sobre el discurso femenino. El caso Cienfuegos, y la publicación Joel Zamora: exponente de la música y danza flamencas en Cienfuegos. Actualmente es profesora investigadora de la misma universidad donde estudió. Entre otros reconocimientos obtuvo el mérito a la investigación científica que otorga el rector de la Universidad de Cienfuegos.

 

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