Sociedad Cronopio

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LA ISLA EXILIADA

Por Diana Ortega Rodríguez*

Las plurales visiones de la isla, las ingenuas intenciones clasificatorias y la propia multiplicidad geográfica de la misma parecen hacer fracasar todo intento sólido de conceptualización. Lo importante radica en esa complejidad. La ínsula debiera ser definida, en efecto, como ese espacio misceláneo, con características geográficas particulares y cuyo modo de vida es irrepetible. Aun así nadie que se acerque con curiosidad al fenómeno queda exento del hechizo conceptual. Los mitos y las connotaciones encauzan una búsqueda que siempre tendrá, paralelamente a la necesidad compulsiva de auto–reconocimiento, una pequeña dosis de pasión científica (independientemente de que para muchos estudiosos, todavía, pasión y ciencia no deban estar complementándose).

Louis Brigand, Philippe Pelletier, Francois Perón, Ortega y Gasset, Antonio Pedreira, José Lezama Lima, Antonio Benítez Rojo, Fernando Aínsa, María Zambrano, Luis Álvarez Álvarez y Margarita Mateo Palmer son apenas unos pocos nombres de los tantos que han tratado de definir la isla como espacio físico, literario y psico-social. Todos han aportado un elemento nuevo, ningún criterio pude desecharse. Algunos desde fuera, otros desde dentro, algunos percibiendo y otros sintiéndola. Cada enfoque mutando en dependencia de las circunstancias históricas de aquel que la observa. Para muchos esa sensibilidad es imperceptible debido al nivel de conciencia cultural.

La vivencia de la insularidad es única en dependencia de las condiciones propias de la isla y del individuo que la habite. La experiencia cultural del isleño también va a variar en relación a las ya clásicas dicotomías que han intentado definir el sentimiento insular: dentro/fuera, isla/continente, aquí/allá o mar/tierra adentro. Las oposiciones categóricas (no obstante a su naturaleza reduccionista comprobada) si bien no explican la complejidad de la experiencia isleña, logran describir algunas de sus fundamentales problemáticas. Indagar en lo que connota cada uno de los pares opuestos para el sujeto insular, arroja concluyentes resultados psico–sociales de esta vivencia cultural.

Cada sujeto insular lleva la isla a cuestas, al rincón de mundo donde se dirigen, y cada sujeto continental ha pensado alguna vez la isla, como objeto de deseo, lugar edénico o evasión fantástica. En este sentido, tanto el emigrado que va como el que llega, conforman un proceso de universalización de la ínsula, de multiplicación; me refiero justamente a esa repetición que advierte Benítez Rojo, «los Pueblos del Mar —apunta refiriéndose a las islas—, se repiten incesantemente diferenciándose entre sí, viajando juntos hacia el infinito. Ciertas dinámicas de su cultura también se repiten y navegan por los mares del tiempo sin llegar a parte alguna. Si hubiera que enumerarlas en dos palabras, éstas serían: actuación y ritmo» [1]. La cultura, o mejor debería decirse «culturas», insular reside en todo el planeta, por importación o por pertenencia nativa. Esta experiencia toma visos peculiares en dependencia de las razones por las que sea abandonada la isla, por exploración, por asfixia, por circunstancias políticas.

El exilio, entendido como expatriación política, acto involuntario de aISLAmiento, recodifica la actitud del isleño frente a su naturaleza psíquico–geográfica. Esa tierra agónica, resbaladiza, depósito de males sociales, presionando antes como ahora la idiosincrasia [2] que Pedreira define como isla [que] va a presenciarse desde la distancia, generalmente por su resistencia contra esta misma realidad, observando cómo se acumulan estos padecimientos con la incapacidad de poder intervenir directamente, hecho que propicia, a su vez, una pasividad igualmente involuntaria.

 

Antonio Pedreira caracteriza el sentimiento insular como «estancación, parálisis, dificultad, consunción: he aquí las consecuencias de nuestro trágico aislamiento (…) Aislamiento y pequeñez geográfica nos han condenado a vivir en sumisión perpetua, teniendo como única defensa no la agresión, sino la paciencia con que se ha caracterizado nuestras muchas e inútiles protestas cívicas» [3]. Estas razones si bien justifican buena parte de la experiencia de las islas del Caribe marcadas por el coloniaje, la esclavitud, y por tanto por la violencia y la explotación continúan representando la vivencia particular de Antonio Pedreira de Puerto Rico.

Este aislamiento psicológico viene significando una especie de exilio interior que propicia un estado de paciencia con respecto al entorno, debido a esa sumisión histórica que ha impreso el destino trágico de estas islas; pero algunas con una fuerte tradición de lucha, como es el caso de la isla de Cuba (a diferencia de las colonias inglesas, por ejemplo), no han dado lugar a esta pasividad, el aislamiento y el exilio han sido externos y por fuerza política, aunque no se puede negar completamente cierta tolerancia y reclusión causados por el propio fracaso o el angustioso sentimiento de dominación.

Por otra parte, Antonio Benítez Rojo expresa: «Existe una tristeza secreta, que rara vez compartimos, producto de nuestro aislamiento microscópico. […] Es esta inconformidad de náufrago la que siempre nos ha empujado a abandonar las islas en busca de otras tierras más amplias, más pobladas, más ricas: capitales científicas y tecnológicas, donde se nos ocurre que pasan cosas de importancia mayúscula» [4]. Para este autor el aislamiento físico de la isla induce al viaje, su pequeñez geográfica fomenta la emigración en búsqueda de una estabilidad terrestre, continental; pero retomando la cuestión del exilio, la generalidad de los exiliados van a refugiarse a estas capitales donde terminan agobiados, exhaustos, endebles, con la única aspiración del retorno. Estas tierras tecnologizadas y sobrepobladas terminan resultando nauseabundas y alienables, va a ser justo esta experiencia la que va a provocar asfixia y aislamiento.

Para Benítez Rojo, a diferencia de Pedreira, la insularidad de los antillanos no los va a inclinar al aislamiento, sino al contrario al viaje, a la exploración. «Pero con el tiempo —afirma— nos desencantamos y viene la nostalgia del mar y de la brisa, de las modestas catedrales, de las fachadas barrocas y los cañones herrumbrosos, de las palmeras, el malecón y el carnaval. A veces morimos sin regresar y eso es triste» [5]. Es esa tristeza, añadida a la imposibilidad del regreso, la que va a marcar la existencia del exiliado, que va a velar desde la distancia por la situación de la isla, pendiente de algún cambio que favorezca el retorno, preocupado por la realidad social y política, añorando su participación en esta.

Alejo Carpentier en su ensayo «Los pueblos que habitan las tierras del Mar Caribe» afirma que va a existir en el isleño una constante penuria por las necesidades sociales de las islas, en este artículo expresa: «Los grandes nombres que acabo de citar, Bolívar, Louverture, Heredia, Máximo Gómez, José Martí, Fidel Castro, entre otros (cursivas del autor), viene a demostrar lo que podríamos llamar humanismo caribe. Mis grandes hombres nunca limitaron su acción, su ejemplo al ámbito propio, sino que se proyectaban hacia los pueblos vecinos […] No olviden ustedes que la trayectoria de José Martí, esa que lo lleva de Venezuela a Centroamérica, México a los Estados Unidos, desde luego Tampa y Cuba que quitando el tiempo que vivió en Nueva York y el viaje que realizó a Europa, su trayectoria política e histórica inmediata es la que va a culminar en nuestra guerra de independencia decisiva, se desarrolla en el ámbito de todo el Caribe» [6]. Este sentimiento, obra de los conflictos étnicos y políticos, las pugnas internas por males sociales, luchas por la soberanía y las libertades de la ínsula, va a alcanzar de una forma aún más dolorosa al exiliado que privado de su intervención directa en estos asuntos, intentará desde lejos estimular las contiendas en la medida en que se resigna al silencio involuntario del destierro, sufre la isla en la distancia.

La condición esencialmente femenina y por tanto seductora y suave [7] que sugiere la isla va matizarse en dependencia de la situación de esta que se invoque. Se personifica y se humaniza, es la isla madre al tiempo en que también es la guerrera al pie de lucha, y el exiliado experimenta esa especie de orfandad de quien es extirpado violentamente del vientre materno; siempre va a manifestar esa nostalgia, remordimiento y añoranza por su origen.

La isla-refugio es otra de las relaciones isla/exilio, esta vez el flujo es hacia adentro. No han sido pocos los que han encarnado a Ulises, Robinson Crusoe o Lemuel Gulliver para imaginar una isla después de un naufragio (entiéndase este término en todas sus posibles acepciones). La ínsula históricamente ha constituido un receptáculo de hombres en busca de algún tipo de salvación, sea político–económica o sencillamente espiritual. Durante la guerra civil española muchos como Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez, por mencionar sólo poetas reconocidos, encontraron en el Caribe asilo leal. Los límites físicos a la vez que funcionan como garrotes para los de dentro también figuran cobija para los de fuera.

Muchos regresan al continente natal con la vivencia insular adquirida. Esta no va a conformarse en las mismas dimensiones de un nativo, va a ser generalmente una vivencia fabulada, recreada edénicamente. Habría que prestarle más atención también al exilio hacia otras islas, fenómeno recurrente entre islas del Caribe; basta recordar la inmigración jamaicana o haitiana en Cuba y toda la riqueza cultural que ha dejado como legado.

Martí sufrió, a un nivel quizás no experimentado por nadie, la ausencia de la ínsula–madre. Todas las epístolas en New York están signadas por dicotomías que caracterizan su experiencia insular por oposición a la isla: calidez/frialdad, utilidad/inutilidad, voz/silencio, afabilidad/hostilidad, humanidad/inhumanidad, hogar/destierro, suavidad/dureza, actividad/pasividad. Quizás este juego de oposiciones se pueda extender a la vivencia de todo sujeto insular que se ha visto obligado políticamente a abandonar la isla en medio de un apogeo revolucionario. El dolor y el regreso son los dos tópicos rectores de muchos textos del exilio en general, individualizándolo desde la isla, los violentos contrastes con una zona continental los radicalizan agónicamente.

El exilio exacerba toda cualidad o sentimiento insular, multiplica la condición isleña, es el momento en que el habitante de la isla se autorreafirma y se reconoce frente a Otro, generalmente hegemónico, de tierra adentro. La isla se presenta dolorosa y el isleño reclama su pertenencia a ese dolor. Todo creador reescribe su condición desde la distancia, observa agónico la posibilidad del regreso mental y físico, muchos lo materializan y convierten la cercanía a las costas en una especie de éxtasis, Heredia en su «Himno del desterrado» alude: «Reina el sol, y las olas serenas/ Corta en torno la prora triunfante, / Y hondo rastro de espuma brillante/ Va dejando la nave en el mar. / “¡Tierra!” claman: ansiosos miramos/ Al confín del sereno horizonte, / Y a lo lejos descúbrase un monte…/ Le conozco… ¡Ojos tristes llorad!» [8].

BIBLIOGRAFÍA

__: Archivo de los pueblos del mar, Ediciones callejón, San Juan, Puerto Rico, 2010.

__: La isla que se repite (Introducción). La Habana, 1931- Massachusetts, 2005. Material en formato digital, obtenido en la carpeta de la asignatura Literatura Caribeña, accesible en Dante/disciplinas/año/5to/asignaturas/Literatura Caribeña.

Aínsa, Fernando: Espacios del imaginario latinoamericano. Propuesta de geopoética, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2002.

Álvarez Álvarez, Luis y Mateo Palmer, Margarita: El Caribe en su discurso literario. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005.

Benítez Rojo, Antonio: «La isla que se repite: para una reinterpretación de la cultura caribeña». En Cuadernos Hispanoamericanos, marzo No 429, 1986.

Carpentier, Alejo: «Los pueblos que habitan las tierras del Mar Caribe». En revista Anales del Caribe, Centro de estudios del Caribe, Casa de las Américas, La Habana 1981.

Lezama Lima, José: «Coloquio con Juan Ramón Jiménez». EnAnalecta del Reloj, Orígenes, La Habana, 1953.

Pedreira, Antonio: Insularismos. Ensayos de interpretación puertorriqueña, Biblioteca de autores puertorriqueños, San Juan, Puerto Rico, Segunda Edición, 1942.

Santos Gallardo, Aliney: El tratamiento de la insularidad como motivo temático en una selección de poemas de Nancy Morejón. Tesis en opción al título de Master en cultura latinoamericana., 2011.

NOTAS

[1] Antonio Benítez Rojo: La isla que se repite (Introducción). La Habana, 1931- Massachusetts, 2005, p.16.

[2] Antonio Pedreira, en Insularismos. Ensayos de interpretación puertorriqueña. Biblioteca de autores puertorriqueños, San Juan, Puerto Rico, Segunda Edición, 1942, p. 45.

[3]# Idem, p. 23.

[4] Antonio Benítez Rojo, en Archivo de los pueblos del mar. Ediciones callejón, San Juan, Puerto Rico, 2010, p. 108-109.

[5] Antonio Benítez Rojo, en «La isla que se repite: para una reinterpretación de la cultura caribeña». En Cuadernos Hispanoamericanos, marzo No 429, 1986, p. 130.

[6] Alejo Carpentier, en «Los pueblos que habitan las tierras del Mar Caribe». En revista Anales del Caribe, Centro de estudios del Caribe, Casa de las Américas, La Habana1981, p. 201.

[7] Fernando Aínsa, en Espacios del imaginario latinoamericano. Propuesta de geopoética. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2002, p. 32.

[8] Obra Poética. Letras Cubana, La Habana, 2003, pp. 114-115.

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* Diana Ortega Rodríguez (Cienfuegos-Cuba, 1991). Licenciada en Letras por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas en 2014. En el presente es profesora instructora del Departamento de Estudios Socioculturales, en la Universidad de Cienfuegos. Ha obtenido lauros como el Premio Nacional Leer a Martí Edición XVII con el ensayo «La insularidad como vivencia cultural en una selección de cartas de José Martí en el exilio: La ínsula dolorosa», en 2014. En 2016 obtuvo un significativo mérito académico en el contexto cubano: Premio CITMA, en la categoría Premio Provincial a la Innovación, con la investigación «El sistema architextual: Una estrategia de análisis metaficcional en la obra Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández». Su artículo «La metaficción: Historia Problemáticas y tipologías» ha sido aceptado en la Revista Islas No 181 (ISSN: 0047-1542). Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, 2016. Publicó en coautoría con Arianna Rodríguez del Rey García: «Estudio de la interacción de gestualidad y entonación en el discurso académico oral del profesor universitario». III Coloquio Cubano de Estudios Semióticos (ISBN 978-959-18-11-34-9), La Habana, Noviembre de 2015. Actualmente cursa la Maestría «Estudios Interdisciplinarios de América Latina, el Caribe y Cuba», coordinada por la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de la Habana.

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