Vida Cronopia

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LA MEDIDA DEL MIEDO

Por Catalina Franco Restrepo*

A veces, la forma más radical de perder el miedo es cuando el mayor de los miedos posibles, la peor de las pesadillas soñadas, se ha materializado y lo ha partido a uno en dos, ha desgarrado ese pedazo humanizado, precisamente por lo que se temía, impidiendo imaginar algo más allá. «Ante una realidad extraordinaria, la conciencia toma el lugar de la imaginación», dijo el poeta estadounidense Wallace Stevens.

Lo evidenciaba una mujer inmigrante de Sudán del Sur en la película Su casa (Netflix), que, después de caminar entre muertos amontonados en su país y de ver ahogar a su hija atravesando el Mediterráneo en busca de algún tipo de resto de vida en Europa, se encuentra en su nueva casa en el Reino Unido rodeada de fantasmas, de todos esos muertos que supuestamente había dejado atrás y que la miran desde las paredes con rostros desencajados (dijo Paul Auster en La invención de la soledad que la memoria es ese espacio en que una cosa ocurre por segunda vez), haciendo impensable cualquier posibilidad de vivir allí. Pero ella, tranquila, le explica a su esposo que qué va a tenerles miedo a los fantasmas si ya ha visto el horror del que es capaz el hombre.

Pensaba en esa mujer hace poco, en una carretera, cuando un señor de ropas sencillas caminaba despacio por la vía, sin orillarse casi y sin inmutarse cuando el carro casi lo rozaba a su paso. Es el cansancio extremo, pensé. El darlo todo permanentemente sin, a pesar de eso, tener mucho que perder, y el haber visto el suficiente sufrimiento como para dejar de temer lo que ya parece mínimo, incluida la vida. Tantas veces la cobardía es terreno de los cómodos.

Pues 2020 ha sido un año para valientes. Algunos de los miedos más comunes en el ser humano, como morir o ver morir a los que se ama, han acariciado a la mayoría de la gente. Aunque, los cómodos, como es costumbre, han estado protegidos por paredes más gruesas, sin tener que caminar por el medio de la vía con los carros rozándoles la piel. Se teme la pesadilla, pero desde más lejos.

La mujer inmigrante de la película que citaba al principio hace también una afirmación impactante por la profundidad y el dolor de su aparente sinsentido: «I survived by belonging nowhere» (sobreviví al no pertenecer a ninguna parte). La indiferencia de los más cómodos lleva muchas veces a borrar la identidad de quienes se despellejan en la calle intentando probar —y probarse— que tienen una vida. Lo dibujaba yo como símbolo en mi novela El valle de nadie, cuando a los habitantes de esa nación invisible se les empezaban a desaparecer partes de la cara y del cuerpo, haciendo que dejaran de reconocerse. La identidad se borra gradualmente cuando la vida y todos alrededor le gritan permanentemente a alguien que no existe.

Por eso el triunfo demócrata en Estados Unidos es esa esperanza que debía cerrar el tormentoso año 2020 para ayudar a esa parte de la humanidad preocupada por el ser humano, por la libertad y por el planeta a creer que hay un futuro posible. Que no se permitirá borrar la identidad de los más vulnerables ni la propia, sea uno quien sea; que la diversidad no es sino el enriquecimiento de esa humanidad; que la vida no existe si no es en un planeta sano y sostenible capaz de soportarla, protegerla, abastecerla sin ser devastada y embellecerla como parte de una relación de mutuo beneficio; que la libertad es para posibilitar la expresión desde la particularidad y sin excepciones, partiendo del respeto y no de la burla; y que solo con la cooperación internacional se puede avanzar como una misma humanidad y enfrentar los retos descomunales existentes para poder caminar con un rumbo distinto a la autodestrucción.

Hay que creer y a veces las ideas y las soluciones más valiosas surgen en medio del caos, por las rutas más inesperadas, cuando se nubla la vista. Como el creador del documental Fantastic Fungi, que cuenta que cuando era niño gagueaba y tenía problemas para comunicarse, por lo que no podía mirar a los demás a los ojos, entonces siempre los tenía clavados en el suelo, y por eso encontraba frecuentemente fósiles y hongos, lo que lo convirtió en un apasionado y experto en ese maravilloso mundo.

Cuatro años de Donald Trump y un 2020 de pandemia, miedo y encuentro cercano con los peores miedos en el encierro, en medio, también, de advertencias indescriptibles de lo que le espera al planeta si su protagonista racional e inteligente sigue como viene, constituyen un caos que ha obligado, como mínimo, a revisar un poco el estado de las cosas y a modificar algunos hábitos que traían adormilada a la humanidad. Como si se viniera mirando al suelo y se viera el precipicio.

Contaba hace poco Barack Obama en una entrevista que durante su mandato fue aprendiendo a aceptar que lograr una parte de lo que se proponía también valía: casi todo el tiempo estaba lejos de sacar adelante sus propuestas más audaces, pero cada vez se preguntaba si debía conformarse con la mitad de lo que quería o con nada, optando por seguir adelante cuando lo que pudiera lograr mejorara la situación presente. Asimismo, hablaba de cuando su esposa Michelle le preguntó angustiada por qué precisamente él sería el Presidente de Estados Unidos, a lo que él le respondió que lo único que tenía claro era que si él era elegido, el mundo empezaría a mirar distinto a ese país y los niños que no encajaran podrían expandir sus horizontes.

Así es que, aunque mucho de lo que me rodea me roba buena parte de mi optimismo, aunque mi mayor miedo sea tal vez ese horror del que es capaz el hombre del que hablaba la inmigrante de la película, quiero creer que el cierre algo esperanzador del año, junto con la evidencia en cuanto a la capacidad de cooperación local y global, son esa parte que se logra y mejora lo que había. Un solo paso en la dirección correcta que lleve a recuperar identidades, a perseguir una vida menos artificial y más lejana a la realización de los peores miedos, sin perder los más básicos, que humanizan la existencia.

Y que permita, también, expandir los horizontes de todos, que la inmigrante llena de fantasmas y el hombre que camina la calle como si fuera la casa, vuelvan a sentir un temor más humano al saber que su vida vale, que hay mucho que perder, que también para ellos existe un futuro.

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* Catalina Franco Restrepo es periodista, internacionalista y bloguera (tiene los blogs OjosdelAlma y Cartas a la humanidad, y un canal de viajes en YouTube), y es la autora de la novela distópica El valle de nadie (Amazon, 2018). Nació en Medellín, Colombia, en 1984 y ha vivido en Montreal, Atlanta y Madrid, en donde estudió un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense. Ha trabajado en medios como CNN y W Radio Colombia, y asesora a empresas en comunicaciones estratégicas, reputación y storytelling. Es una viajera y lectora apasionada que ha recorrido cerca de 50 países que se han convertido en su gran inspiración para contar historias. Es una soñadora, apasionada por la naturaleza y los animales, que le impiden perder la esperanza.

Twitter e Instagram: @catalinafrancor

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El valle de nadie en Amazon: https://www.amazon.com/valle-Spanish-Catalina-Franco-Restrepo-ebook/dp/B07GY158N7

 

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