HISTORIA DE CÓMO ME HA AFECTADO EL CONFLICTO ARMADO
Mi nombre es Johan Sebastián Vásquez Díaz tengo 17 años, vivo en la ciudad de Florencia con mi madre y mis 2 hermanos, mi hermano mayor se llama Ronald trabaja en una empresa de infraestructura vial y tiene 28 años, mi otro hermano se llama Fabián Andrés, trabaja en un taller de mecánica y tiene 27 años, mi madre es ama de casa y tiene 43 años. Actualmente estoy estudiando derecho en la universidad de la Amazonia y he sido víctima del conflicto armado.
Cuando fuimos desplazados, vivía con mi abuela, mi madre y mis 2 hermanos en una finca ubicada en solita Caquetá, no recuerdo muy bien debido a que el hecho ocurrió en el año 2005 y yo apenas tenía la edad de 6 años y si no fuera por los relatos de mi abuela no hubiera sabido nada de lo que paso.
Eran las 11 de la mañana del 10 de octubre de 2005, mi madre y mi abuela estaban preparando el almuerzo, mis hermanos estaban haciendo labores de finca; Fabián ordeñando las vacas y Ronald cortando leña yo estaba jugando con unos carros que me había comprado mi mamá todo estaba tranquilo, cuando de repente varias personas llegaron la finca, eran unos 15 o más, mi abuela creyó que era el ejército pues estaban vestidos con camuflados militares, pero no fue así.
Cuando ellos llegaron, mi abuela les ofreció algo de tomar y uno de ellos se acercó a ella y le dijo «mi doña, necesito hablar con usted», mi abuela no sospechó nada, ella creyó que le iba a pedir algún favor o tal vez que le vendiera unas gallinas. Ella le contestó «claro, en que le puedo ayudar» y el respondió, «somos de las autodefensas de las FARC y necesitamos que desalojen la finca, no queremos hacerles daño, por favor, no haga las cosas más difíciles ni vaya a contarle nada a al ejército o a la policía lo que estamos haciendo es por el bien de todos, tienen 3 días para irse».
Mis hermanos no se habían percatado de que había llegado gente a la finca, pues ellos se encontraban en la parte de atrás, mi mamá los llamó y cuando vieron a las personas (guerrilla) se asustaron ellos si se percataron de que no era el ejército puesto que no era muy común ver a varias mujeres armadas en el ejército y con camuflados, mi abuela se puso a llorar y la guerrilla se fue de la finca, mi mamá estaba muy asustada cuando ella se dio cuenta que era la guerrilla pensó que nos iban a matar, se imaginó lo peor.
Al día siguiente mi abuela le dijo a mi mama y a mis 2 hermanos que alistaran todo, que nos íbamos de la finca, ella había llamado a mi tío Enrique que vivía acá en Florencia con su mujer y sus 2 hijos, le contó lo que había pasado, le dijo que si podíamos quedarnos en la casa de él y que por favor no contara nada al ejercito, que era más importante la vida. Ese mismo día en las horas de la tarde cogimos un mixto que venía para Florencia.
Al llegar acá mi tío nos recibió y le dijo a mi abuela que no se preocupara que en la casa de él podíamos vivir todos así sea apretados. Ya en el 2012 después de 7 años mi hermano Ronald y Fabián ya habían terminado el bachillerato y mi mamá había conseguido un buen trabajo y tenía unos ahorros y con ayuda de otros familiares pudimos comprar un lote y poco a poco fuimos construyendo una casa en la cual vivimos hoy en día.
Desde entonces hemos vivido acá en Florencia, gracias a Dios no pasó nada más grave, a mi abuela le dolió mucho haber dejado la finca debido a que llevaba muchos años viviendo allá, pero le da gracias a Dios por darnos otra oportunidad.
Johan Sebastián Vásquez Díaz
Universidad de la Amazonia
IMPOTENCIA Y LÁGRIMAS DEL CONFLICTO ARMADO EN SAN ANTONIO DE GETUCHÁ – MILÁN – CAQUETÁ
Como todos ustedes saben, que hablar de la niñez es algo maravilloso, cuando somos niños solo pensamos en ir a jugar, disfrutar la vida y no se piensa en nada mas. No hay preocupaciones. Pero, mi historia es muy diferente, porque la niñez no la pude disfrutar en plenitud, ya que desde muy pequeño me ha tocado vivir en el conflicto armado y por este motivo y circunstancias de la vida, me han llevado a madurar a una edad más temprana, sintiendo como una obligación, ya que si me hubiera quedado en la actitud de mi niñez, tal vez en este momento no estuviera vivo.
No tuve la fortuna de vivir en un ambiente de paz con tan sólo 2 años 6 meses de edad. Mis padres, en el año de 1996 fueron obligados por las FARC a participar de una marcha campesina en el municipio de la Montañita, específicamente en Santuario, donde con sus dos hijos pequeños, uno de tres años 6 meses y otro de dos años 6 meses, se tuvieron que instalar en unas carpas improvisadas, a la intemperie, en noches de lluvia y con la zozobra de no saber cuánto iba a durar esa odisea.
Pasaron 45 días, en medio de la inclemencia del tiempo, sorteando las dificultades que se vivían en ese tiempo. Luego, regresar nuevamente al pueblo, encontrarlo desolado, «abrir nuestra casa en ese momento fue muy triste», relata mi madre, «todo lleno de polvo, lo poco que habíamos dejado de comida, se había dañado», mi padre había perdido el trabajo, lo único era empezar de nuevo, ya que como siempre, mi padre había dicho y sigue diciendo «donde en el camino 9 puertas se te cierran, siempre habrá una que te está esperando para abrirse a todas las oportunidades de la vida» (Luis Fernando Zapata Vargas).
Ya superado este inconveniente, con el transcurrir de años de trabajo y sacrificio, mi padre pudo conseguir una finca pequeña, donde las FARC nos sometían cada año a que debíamos dar una contribución a la causa, la mal llamada «vacuna» y esta era una obligación, porque aquel que no diera tal contribución a «la causa», lo despojaban de su tierra, lo hacían irse de ella o en muchas ocasiones, las personas que se resistían eran asesinadas.
En medio de todo, había algo beneficioso, ya que, a cada propietario de finca, le correspondía uno o dos días de trabajo en el mes, en donde toda la comunidad trabajaba de manera obligatoria para generar más ingresos. Recuerdo como al cabo de un tiempo dice mi padre «corro con la suerte de establecerme de nuevo en San Antonio de Getuchá, en donde empiezo a trabajar en una fama – expendio de carne y por lo menos fueron seis meses de tranquilidad.
Pero, a raíz de los paramilitares, las FARC y la delincuencia común, vuelve otra vez la zozobra: En el año de 1999 al salir madrugado para ir a trabajar, acompañado por mis dos hijos, uno de cinco y el otro de seis años, encuentro en el camino, que son tres cuadras de mi trabajo a la casa, varios cadáveres y así en cada madrugada, de dos a cuatro cadáveres. Y saber que mis hijos tan pequeños ya tenían que presenciar toda la violencia que se vivía en el país».
También, siempre hemos estado cohibidos de hablar con cualquiera que perteneciera a esos grupos alzados en armas, como paramilitares o las FARC, porque si hablablas con los primeros la guerrilla te tildaba de que eras uno de ellos y te podían asesinar y viceversa. A inicios del año 2000 sólo quedaban las FARC. En este tiempo este grupo reclutó muchos menores de edad y como todo padre, preocupado por sus hijos, « tuve que esconderlos en muchas ocasiones, pero, ellos ya sabían que yo tenía dos hijos y me hacen un llamado a la espesas selvas del Caquetá, porque según ellos, debía colaborar con dos combatientes, para luchar por la libertad y la igualdad, a través de una ideología en donde se han sesgado y piensan que con las armas lo lograrán.
Hablé con el que se hacía llamar camarada y luego de charlar con él, le manifesté que dejara a is hijos por fuera de todo esto, que no quería que los reclutaran jamás. Mis motivos fueron claros, le dije que era una persona honorable en la región y nunca he dado de que hablar, siempre tratando de ayudar a la comunidad. Entonces, pensaba, si siempre haces la cosas bien, algún día llegará la recompensa.
Por esos días sucedió que la guerrilla hizo desalojar al pueblo por una semana. El objetivo era minar puntos estratégicos, porque habían escuchado rumores de que el ejército pronto llegaría. Pasada esta semana, nos tocó desplazarnos a una parcela del Colegio Angel Ricardo Acosta, donde por lo menos, habían unas 60 familias en improvisados cambuches, algunos en los andenes de la casa. Con mi familia, acomodamos las camas en un galpón y entre todos cocinábamos en una olla comunitaria, como la llaman, y de esta manera se prepararon los alimentos en un fogón, durante 8 días. Se echaba a la olla lo que hubiera.
Para las personas que estaban en la parcela, algunos no tuvieron ni donde dormir, ni que comer, pero aún así esta personas nos atendieron, ya que el pueblo de San Antonio de Getuchá era un pueblo con muchas bendiciones, porque, para aquellos que vivíamos allí, no nos hacía falta ni un techo, ni un bocado de comida.
Nosotros, los habitantes de San Antonio de Getuchá, regresamos al pueblo sin saber aún lo que las FARC había hecho mientras el pueblo estaba desolado, Cuenta mi padre: «ustedes mis hijos, se encontraban jugando fútbol con unos amigos del pueblo y es cuando el ejército ingresa en el pueblo, con el objetivo de asesinar a cada uno de los integrantes de las FARC.
Todos los civiles que estábamos en el fuego cruzado nos refugiamos para no ser alcanzados por los disparos. Terminó el operativo dejando 12 guerrilleros abatidos y los soldados se disponen a dejarlos en la cancha de mini fútbol, para dar una muestra de su poder y que la comunidad se diera cuenta de que no se deberían integrar a estos grupos, porque podrían correr con la misma suerte. El 90% de la comunidad observó como quedaron los integrantes de as FARC en el ataque. Algunos con su rostro destrozado, irreconocibles, otros sin piernas, sin brazos y desnudos.
Desde ese momento, para los habitantes de San Antonio, ya era algo muy normal tanta violencia y por tal motivo, para las personas una muerte más o una menos era el pan de cada día». Mi padre continúa su relato: «Transcurre el año y al finalizarlo, el ejército toma como punto de referencia una loma, para armar su campamento, en un lugar que es nuestro pueblo lo conocemos como «Los Corrales», y quedaba afuera del casco urbano.
Luego de una semana después de que el ejército se ubicara en «Los Corrales» y que la comunidad estaba en sus labores diarias, mis hijos se encontraban en un parque y salgo a buscarlos porque ya iban a ser las 6 de la tarde, cuando se escucha a lo lejos una detonación muy fuerte. Las personas de la comunidad, aturdidas por el sonido de ésta, corrían hacia todas partes y algunos tuvimos curiosidad al ver el humo en lugar de «Los Corrales». Muchos curiosos como yo, fuimos hacia allá y en el lugar encontramos a 15 soldados esparcidos por todo el potrero.
La escena que estaba frente a nuestros ojos fue muy impactante, al observar tantos cuerpos destrozados por la explosión y uno de ellos, que estaba agonizando, y estaba muy mal herdido, suplicaba que «no lo dejaran morir»; él no tenía una de sus piernas y en su pecho tenía una perforación muy grande. Nos sentíamos impotentes al ver tal atrocidad, a lo lejos se observaba: piernas, manos, cabezas y visceras por todas partes. Desde ese momento mi hijo me dice: «papá comprendo que mi niñez va a estar acompañada de muchas tragedias por el conflicto armado».
Después de los sucesos ocurridos por el ejército, las FARC y los paramilitares, el ejército se establece definitivamente en el pueblo, una vez ha desterrado a las Farc de San Antonio, en el año 2.000. Posterior a esto, llega la policía y se hacen frecuentes los hostigamientos de las Frac al puesto de policía. En una ocasión explotaron una granada frente al puesto de policía, dejando como saldo, 4 policías y 2 civiles heridos y las motocicletas de la policía destruidas.
Pasado el tiempo hubo otro atentado, donde una mujer muy hermosa pasa por la garita de los policías y uno de los patrulleros empieza a echarle piropos y la llama. Entre charla y charla, el policía se descuida y ella saca un arma de su cintura, dispara dos veces a la cabeza del uniformado, roba su fusil y emprende la huida.
A los dos o tres meses vuelve a haber hostigamientos en el parque, justo en el momento en que muchas personas estaban jugando fútbol sala, voleibol, ajedrez, cartas…niños muy pequeños en los columpios y pasamanos; todas estas personas buscan refugiarse de los disparos. Eran 4 guerrilleros que hostigaron a 10 uniformados de la policía.
Los guerrilleros en ese momento disparan y salen corriendo para huir, pero la policía da de baja a uno de ellos, luego de correr por casi medio pueblo. Para la comunidad de nuestro pueblo esos inconvenientes y sucesos que por años han pasado, ya es algo muy natural y así se tomaba, ya que cada semana había por lo menos un enfrentamiento entre la guerrilla de las Farc con la policía o el ejército. Un día, recuerdo que la guerrilla hizo un hostigamiento a la base militar y el ejército desde la loma, por querer dar de baja a uno de los integrantes de las Farc que iban por el río en un yate, empezaron a disparar desde la base con una ametralladora punto 50 y en vez de asesinar a estos guerrileros, mataron a más de 60 vacas que estaban en una isla frente al pueblo y las casas que estaban a la orilla del río quedaron impactadas por proyectiles de armas del ejército.
De esta manera vamos llegando al año 2012, donde el 9 de Mayo, esta vez no fui afectado por el conflicto armado indirectamente, sino directamente cuando tenía 19 años: Mi padre es una persona que ha trabajado toda su vida en el expendio de carnes. Esa mañana como a las 9, me acerqué a la fama de la carnicería de mi papá, y el me dice que le cuide mientras va a sacar una vaca del bote que está en el río, pero yo le dije, que el se quedara y yo iría por la vaca. Ese trabajo, ayudando a mi padre lo he desempeñado por mucho tiempo y era algo normal, ya lo había hecho en muchas ocasiones y al momento de llegar al puerto cojo el lazo de tal forma que pudiera sacar la vaca, sin ningún inconveniente.
El lazo era bastante largo, por lo cual estaba muy retirado de donde estaba el bote. La policía baja al puerto como a los 10 o 15 minutos y se ubican de tal manera que yo quedo en medio de los uniformados. Y la guerrilla que estaba escondida en una casa aparece también y se ubica como a 18 metros desde donde estábamos con la policía. Los guerrilleros, con el fin de asesinar a los polic{ias, disparan indiscriminadamente, sin importar que hubiera civiles y éstos quedaron en medio del fuego cruzado.
Lastimosamente a mi me hirieron en el pecho. Cuando me dispararon yo sentí que algo me había pegado muy fuerte en mi pecho. Caí, y el impacto me tiró como a dos metros de distancia y escucho como las balas pasaban por encima de mí.
Me quedé acostado boca abajo y no sé cómo ni de dónde, saqué fuerzas para arrastrarme hasta una casa, como a unos seis metros. Sentí algo en mi espalda que me quemaba demasiado, un dolor tan fuerte que no podía respirar. En ese momento era consciente que me habían disparado y que había sido la guerrilla.
En un momento, cuando iba entrando a la casa, sentí que no podía más, mi respiración era cada vez más deficiente, se tornaba cada vez más difícil respirar. A medida que pasaba el tiempo, sentía que me ahogaba y en ese momento pensé que me iba a morir. En esos momentos pensé en mi mamá, en mi papá, en tan solo dos o tres segundos mi mente recorrió todos los recuerdos hermosos de mi vida, recordé a mi hermosa familia. Sentí que no tenía aire, que me podía morir en cualquier momento. El morir es algo tan aterrador qu no podría describirlo con palabras, tam sólo se podría saber que se siente pasando por esto.
Después de haberme arrastrado, luchando por mi vida, los enfrentamientos seguían y eran tan fuertes que en donde caí por el impacto, en ese mismo lugar cae una granada y pensar que si en ese momento hubiera estado tirado todavía allí , hubiera muerto, ya que esa granada, como lo puede ver, cae como a seis metros de donde yo estaba y el impacto de ésta, hace que mis oidos retumbaran, que silbaran y aún tenía fuerzas para seguir arrastrándome. Por lo menos fueron tres metros más adentro de la casa, era una esquina donde había una panadería, me sentía muy mal, pero nunca perdí el conocimiento, porque mi conciencia siempre estuve allí. Recuerdo dos niños y una niña y dos mujeres adultas, eran personas muy conocidas en el pueblo, tenía mucho desespero, casi no podía hablar, las palabras que salían de mi boca eran entrecortadas por el poco aire que se aferraba a mi vida y le dije a una de las señoras que por favor pidiera ayuda, que le avisara a mi papá que yo estaba allí.
Esa señora no hablaba, no se movía, lloraba y temblaba porque aún seguían los disparos, Luego, al ver que la señora no era capaz de moverse, me dirigí a una niña que tenía por lo menos 10 años y le pedí que por favor me ayudara. La niña, no sé de dónde sacó fuerzas y valentía y de inmediato reaccionó y buscó con desespero un buzo dentro de la casa y la niña llega donde estaba tirado mi cuerpo, me levantó la camisa que tenía puesta e incrustó el buzo en mi espalda, en el hueco que dejó el proyectil. Sentí que de alguna manera podía respirar mejor.
En ese momento terminó el hostigamiento, me levantaron de allí dos coteros o braceros y me suben a una carreta o zorra donde ellos ponen su cargas, me llevaron boca abajo hasta el puesto de salud que no estaba muy lejos. Siempre estuve consciente en el momento en que me trasladaban al puesto de salud y observé mucha gente que decía mi nombre: ¿Porqué a él? ¡Dios Mío!, es Esneider.
La gente decía: ¡No puede ser!, «porque precisamente le toca el conflicto armado a quien no tiene nada que ver con ello». Al llegar al puesto de salud, recuerdo, que vi a tres policías en camilla. Uno de ellos era un teniente, el otro un patrullero y el auxiliar. Observo que el patrullero estaba agonizando y miro a mi lado que el teniente está herido en sus piernas y el auxiliar en un brazo.
Y cuando estaba en la sala de urgencias, por segunda vez mi respiración se agotaba, ya no era capaz de respirar bien. Sentí que no podía más, tenía mucho dolor, temblaba, sentía mucho frío, mucho dolor y sentía que mi vida se estaba terminando. En ese momento sentí que estaba tan cansado, tan débil, sólo sentía que era la hora de cerrar los ojos y descansar o dormir. En dos ocasiones más me sucedió y dos enfermeras me golpeaban, me abofetearon para no dejar que me durmiera. En una de esas, un enfermero muy experimentado del pueblo, vio que yo agonizaba, que estaba muriendo, por lo que tomó la decisión de suturar el hueco dejado por el proyectil en su salida de mi cuerpo.
El enfermero habla con el médico y le dice que el proyectil perforó el costado izquierdo del tórax y salió por la espalda, que el recorrido fue muy corto, pero hizo mucho daño. Con un solo disparo que recibí, mi vida está en peligro. El enfermero sutura y siento que, de alguna manera vuelvo a recuperar el aire y que la vida me vuelve al cuerpo. Afortunadamente corro con suerte, ya que llegó al pueblo un helicóptero a llevarse a los tres policías y me pudieron trasladar. En el sube mi padre junto a mí. El helicóptero alzó su vuelo, en el aire sentí que ya era la hora de irme de este mundo, cojo las manos de mi padre cerrando mis ojos y le digo «PAPÁ TE AMO, TE AMO».
En ese momento cierro mis ojos. Mi padre me dice que sintió mucha impotencia de como mi vida se estaba yendo lejos de él. El enfermero revisa mi herida en se momento y ve que está supurando demasiada sangre, cierra muy bien el hueco que tenía en mi espalda, después de esto me reanima y me pone oxígeno para así aguantar hasta el destino, que iba a ser Florencia, que es la capital del Departamento del Caquetá. Me llevaron a la Clínica Mediláser, donde las intervenciones para la cirugía fueron inmediatas, por el motivo que mi vida ya estaba colgando de un hilo. Termina la cirugía satisfactoriamente, el dictamen del médico fue «Paratomía», y dice que el disparo destrozó el vaso, rasguñó el pulmón, pasó por unas milésimas del corazón y a medio centímetro de la columna vertebral.
Esto fue un milagro, no era el día de morir y me aferro a la vida nuevamente. Estuve una semana en recuperación en donde la gente va a visitarme, pero no me acuerdo bien, porque prácticamente me mantenía durmiendo, por efectos de las intervenciones quirúrgicas y mantenía muy débil. Gracias al poyo de mi familia, todo este suceso se fue superando, algo que nunca podré olvidar porque es una de las cosas que marcó mi vida.
A la semana, me trasladan para San Antonio; llegando al puerto de mi pueblo y veo que más de 70 personas me esperan para recibirme, sentí felicidad y una mezcla de sentimientos al ver que todo un pueblo estaba pendiente de mí, recuerdo muy bien eso, porque fue muy emotivo.
Llego al pueblo y me instalo en mi casa a recuperarme, lo cual va ocurriendo de manera lenta. Mi madre me tenía que asear como a un niño pequeño, como si hubiera vuelto a nacer, porque ni yo mismo podría moverme para hacer mis necesidades. Gracias a Dios me fui recuperando muy lentamente.
Este conflicto me ha dejado unos problemas tan grandes, que donde escucho un disparo me da mucho miedo, siento revivir ese momento, me sudan las manos y me pongo pálido. Quedé con un problema respiratorio delicado. Pero tengo la vida, a Dios Gracias, pero no sé hasta donde podré ser capaz de perdonar a esas personas que cometieron tal atrocidad, me pongo en el lugar de las personas porque lo viví, pero la verdad, no estoy de acuerdo con cada uno de los asesinatos que ha habido en nuestro país, en un conflicto armado tan absurdo, entre los mismos hermanos. Yo sigo aún superando este inconveniente. El conflicto armado ha sido una de las peores cosas que le ha podido suceder a nuestro país, no sé ¿que dirán ustedes?
Juan Guillermo Zapata Molina
Universidad de la Amazonia
NOTAS:
[1] Acrónimo de paramilitar.
* * *
La columna Cicatrices de Guerra Cronopio recoge relatos de jóvenes sobrevivientes del conflicto armado colombiano, estudiantes de la Universidad de la Amazonia y de lideresas del movimiento de víctimas, construidos desde el Semillero Inti Wayra, la Oficina de Paz y la Cátedra de Sociología Jurídica de la misma universidad. Estos relatos aparecerán en el libro «Huellas de una historia, voces que no se olvidan».
rEFRESCAR NUESTRAS MEMORIAS ES LO MEJOR ..GRACIAS—