Por Catalina Rincón-Bisbey*
Cien años de soledad, la novela, es un ejemplo de la tensión de la intelectualidad del siglo XX latinoamericana que consistía en desafiar la modernidad occidental mientras legitimaba su propia identidad periférica ante Occidente. La novela lo hace a través del realismo mágico que oscila entre el localismo del caribe colombiano, los discursos filosóficos dominantes de la época (psicoanálisis, materialismo histórico) y el arte crítico de Occidente (las vanguardias). Esa búsqueda legitimatoria parece tener un final feliz en el mercado literario en tanto que posibilitó que Occidente valorara esa novela como un producto del Otro, pero también como parte de sí.
Cien años de soledad, la serie, parece navegar otra tensión legitimatoria: la de validarse como un producto cultural de alta calidad a pesar de la novela. En los muchos comentarios y reseñas que ya navegan online sobre la serie, algunos insatisfechos porque la serie se aleja demasiado del libro y muchísimos más maravillados con el resultado, yacen las preguntas de si se los debe comparar y si la serie le hace justicia al libro. Así como es imposible exigir que una serie sea una versión exacta de un libro, tampoco se puede esperar que no se les compare. Tampoco se les puede abordar como si fuesen productos culturales idénticos en cuanto a sus narrativas, méritos y formas de ser leídos. En el caso de Cien años de soledad esas preguntas se exacerban por el nivel de afecto que hay sobre el libro. Para los colombianos es La novela nacional, la que nos dio un Nobel de literatura, es nuestro referente identitario dentro y fuera del país, es la versión de Colombia que colectivamente aceptamos, la de la guerra constante, la del ingenio masculino y la del orden social y familiar femenino. Es la novela de la nostalgia del país que alguna vez fuimos antes de la historia del narcotráfico. Es la novela que la mayoría de los colombianos de las generaciones millennial y más viejas han leído, o dicen haber leído, por lo menos una vez. Es la serie que millones de colombianos han estado esperando con expectativa e incredulidad. ¿Cómo no compararlas?
La comparación abre la puerta para el desencanto, pero también para la observación de diferencias entre los dos productos; diferencias orgánicas a sus géneros. Cien años de soledad, la novela, deja mucho espacio para la imaginación y el análisis por la misma forma en la que está escrita. Cuenta más que muestra, y cuando muestra, no se excede en detalles meticulosos de los espacios, las acciones y el mundo interno de los personajes. Gabriel García Márquez fomenta la imaginación dando ideas y nociones de los espacios y de lo que pasa y cómo esto es percibido por los personajes con cierta objetividad periodística o a través de sus emociones crudas, aunque complejas, haciéndolos hablar solo lo necesario. Cien años de soledad, la serie, llena ese espacio con su propia versión de los espacios y de la forma de actuar y sentir de los personajes mostrando más que contando, aunque hace un esfuerzo por mantener la narración poética y apocalíptica del narrador de la novela, sobre todo en los tres primeros episodios. La serie está llena de paisajes naturales y humanos dramáticos, de escenas ilustrativas de los modos de vida al interior de la casa de los Buendía, de actuaciones teatrales excelentes y de muchos diálogos que oscilan entre lo que está en el libro y lo que crearon para la serie.
Cien años de soledad, la serie, es una lectura, de muchas posibles, de un grupo de personas que arriesgadamente se lanzó a hacer lo que se pensó por décadas como un imposible. El mismo Gabriel García Márquez se rehusó a hacer una versión cinematográfica de la novela con argumentos de peso. Pero ese imposible, contra todo pronóstico, resultó en una serie magistral que similar a Cien años de soledad, la novela, parece resolver la tensión de su legitimidad en el mercado. Es la serie más vista de Netflix en Colombia y encabeza los cinco primeros lugares de la mayoría de los países latinoamericanos de habla hispana. Ha sido la serie más publicitada en redes y la recepción popular ha sido abrumadoramente positiva. Y aunque su particularidad yace en el desafío de lo que se pensó imposible, no es la única serie que se ha hecho en este año inspirada en la literatura del realismo mágico. En octubre, Netflix sacó una adaptación cinematográfica de Pedro Páramo de Juan Rulfo, en Noviembre Max (HBO) sacó una serie basada en Como agua para chocolate de Laura Esquivel y Prime sacará otra serie basada en La casa de los espíritus de Isabel Allende. ¿Por qué este interés? ¿Qué nos sigue diciendo el realismo mágico de nuestra identidad? ¿Y del mercado? ¿Y de la relación entre el mercado de las series, en donde los productos Latinos y latinoamericanos son cada vez más presentes, y nuestra identidad?
Netflix, Dynamo Producciones. Productor: Rodrigo García. Distribuidora: Netflix
_________
* Catalina Rincón-Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es directora del departamento de lenguas y profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day. También enseña en Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periodico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Catedral Tomada.