LA ORUGA Y LA MARIPOSA
Por Tony Báez Milán*
Tenía más frente que cabeza y más cabeza que cuerpo, y no se le veía la desproporción porque estaba, muy entrada la mañana de un sábado cualquiera pero también extraordinario, un día eterno del estío como ningún otro, todavía enroscado cual caracol en la sábana de su pequeña cama.
Desde el centro del verano se expandía el calor, haciendo que el sudor le chorreara por la enorme frente, por el pecho. Una mosca majadera le rozó la nariz. Cocinándose en los caldos de su propio sudor, en los minutos que lo llevaban de un dormir profundo a la luz de la mañana, ya no recordaría los sueños que había tenido durante la noche, unos sueños oscuros y fantásticos, que le serían incomprensibles durante largos años, años que le parecerían un santiamén algún día. Aquellos sueños no le espantaron el sueño aunque se lo hubieran espantado a cualquier otro muchachito que no hubiera nacido para esto de soñar.
Al fin se desenroscó de la sábana que era como de tela y de arena. Enfocando los ojos al mundo real e irreal, sin recordar los pavorosos sueños de la madrugada, vio su silueta dibujada en el colchón, en la humedad del sudor. Bostezó sin escuchar el eco que retumbó por el cemento de la casa. Cayó parado de momento, descalzo en las cálidas losetas. Se volvió para recibir los rayos del sol que se colaban por las entreabiertas ventanas, y se frotó los ojos. Se fue en calzoncillos al baño; regresó relamiéndose la boca, borrando el sabor de la pasta; se vistió, pantalones cortos y camiseta y tenis, pero no se peinó; se preguntó por dónde andaría su familia; se comió cualquier cosa, lo bajó con agua de la pluma y salió.
Extendió los brazos y se estiró por largo rato. Exhaló hondo, abrió y cerró las manos, las miró, recordó que era trigueño, sonrió. Miró a todo su alrededor, un caserío de frente, una vega allí al lado, una plaza más allá de la vega, el cementerio hacia el lado opuesto, el monte detrás del cementerio. No se fijó en que las calles y las aceras estaban vacías excepto por él. La gente parecía estar apenas fuera de su vista, dentro de las casas o justo más allá de las esquinas. Los presentía, pero no se dejaban ver.
Miró hacia el cielo, azul y limpio, las nubes muy blancas, mas no se fijó en una que venía moviéndose del occidente hacia el oriente, un nubarrón preñado de algo que no era lluvia. No se dio cuenta de que, al comenzar a caminar, el nubarrón cambiaba de rumbo, bajaba de altitud, y lo seguía.
Pudo haberse ido a la plaza, a jugar baloncesto en el caserío, o para el monte, pero como ya no estaba en manos de las cosas de todos los días, sin saberlo y sin darse cuenta se fue para un sitio que no estaba en ningún mapa.
Una mariposa apareció en la lejanía. Al igual que la nube, que mantenía su distancia, lo seguía. No tardó en reposar sobre su hombro. Lo sorprendió, pero a la misma vez le pareció muy normal. Miró a la mariposa, una chulería de cuerpo amarillo y alas de cristal que recogían y refractaban la claridad del día. Entonces la escuchó, que le hablaba con una música que era como un silbido de niño o como la canción de un pitirre. Comenzó a decirle cosas incomprensibles aunque se las dijera en perfecto castellano. El orden en el que decía las cosas la mariposa, la ristra de aquellas palabras, le sería incomprensible a él por muchos años. Algún día lo recordaría y le sería la cosa más sensible del mundo.
La mariposa también le decía por dónde meterse, por dónde irse. Anduvo por las calles embreadas, unas calles que se hacían cada vez más largas, más limpias, sin los pungentes olores de los basureros, sin los desperdicios de tanto perro realengo. La mariposa le decía que doblara por una esquina y él lo hacía. Se fue por una cuesta y continuó bajando, como dándose cuenta de que iba más cuesta abajo de lo que iba cualquier colina de por allí, pero no podía estar seguro porque ya como que no estaba seguro de nada. No pensó en que debería darle temor, porque las calles aún le parecían familiares. Parecía todavía su propio pueblo, aunque estuviera tan solitario. La mariposa continuaba hablándole y él de vez en cuando reconocía alguna oración.
Le dijo algo que no era ningún acertijo:
«Dime con quién andas y te diré quién eres».
Él se detuvo un momento a mirarla. La mariposa lo veía con unos diminutos ojos que parecían de ser humano. Lo miraba y pestañeaba, esperando una respuesta. Él no le dio ninguna y continuaron.
De frente les apareció una ceiba, de tronco muy enorme, de ramas gruesas y abarcadoras, de hojas del tamaño de la cabeza de aquel muchachito, que conjuraban una sombra de la cual era difícil escapar. Él se quedó mirando al gran árbol, que parecía sabio. Vio que sus increíbles raíces habían crecido más allá del círculo de cemento donde habían querido contenerlo, que las raíces habían roto la plazoleta. La ceiba se arraigaba y sus raíces lo arrancarían todo.
Más allá de la ceiba no se veía nada. El trasfondo era un borrón, como si más allá las cosas no existieran. Él se frotó los ojos para asegurarse de ver lo que veía. La mariposa le dijo algo que no comprendió pero que al instante lo hizo caminar.
Pasó trabajo para circundar la ceiba, trepando por sus raíces, tratando de no herirlas, pues le tenía un cierto respeto a aquella planta que luchaba por su vida contra las incongruencias que la rodeaban. Peleaba por sobrevivir aunque fuera tan fuerte y enorme, pero era también frágil ―él lo sentía en los huesos, como si su propio esqueleto estuviera hecho de aquellas mismas raíces.
Se tardó mucho en darle la vuelta porque la ceiba y sus raíces abarcaban mucho. La mariposa se quedó posada sobre su hombro, y al terminar aquel gran círculo él ya no estaba donde había estado.
* * *
El presente texto hace parte de la novela «Ray Bradbury en el umbral de la eternidad», publicado por Editorial Samarcanda.
Ray Bradbury en el umbral de la eternidad es una fantasía acerca de un muchachito que se pierde por otro mundo y eventualmente se encuentra con el gran maestro literario. Es un libro de muchas ideas. Báez Milán conoció a Bradbury durante muchos años. Luego de fallecer su héroe y mentor, el autor puertorriqueño se vio impulsado a rendirle homenaje.
«Hubiera sido imposible no escribir este libro. Tenía que hacerlo. Se lo debía», dice Báez Milán. «Siempre fue muy bueno conmigo, muy generoso. Lo recuerdo con mucho amor y lo dejo dicho en cada página. Quiero que él viva para siempre».
Entre los demás libros de Báez Milán se encuentran Los mares antiguos, Cuentos medio macabros, El bueno y el malo, Noel y los Tres Santos Reyes Magos, y Dead, and must travel— acerca de un zombi boricua. Uno de los filmes que ha escrito y dirigido es el galardonado largometraje Ray Bradbury’s Chrysalis.
Más información en: www.tonybaezmilan.com
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* Tony Báez Milán Tony Báez Milán (Puerto Rico) ha publicado internacionalmente numerosos cuentos en español y en inglés. Es autor de los libros Cuentos de un continente invisible, Embrujo, Noel y los tres santos Reyes Magos, El bueno y el malo, Cuentos medio macabros, Dead and must travel, Cuentos como malditos, Los mares antiguos, y ray Bradbury en el umbral de la eternidad. Ha escrito y dirigido las películas A piece of wood, Ray Bradbury’s chrysalis, Edgar Allan Poe’s Requiem for the damned 8segmento The pit and the pendulum), y Myth prologue. Actualmente reside en Greensburg, Pensilvania, con su esposa e hijos.