LA POESÍA ECOLÓGICA DE JESÚS SEPÚLVEDA
Por Nicolás Vergara*
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Jesús Sepúlveda nació en Santiago de Chile el 8 de diciembre de 1967 y actualmente reside en Eugene (Oregón, Estados Unidos). Sepúlveda es el tercer hijo de una familia forjada principalmente en Chile. En 1973, cuando tenía 6 años, un golpe de Estado tuvo lugar en su país, que trajo consigo 17 años de dictadura y violencia política, en el estilo en que la violencia y la dictadura se desarrollaron en el mundo en la segunda mitad del siglo XX. La Dictadura marcó en muchos sentidos a la familia de Jesús: su padre, lutier de percusiones afro-latinoamericanas, tuvo que alejarse de los músicos vinculados a los nuevos movimientos de izquierda latinoamericana; su madre, funcionaria dedicada a la salud pública, fue obligada a dejar su trabajo, el que más tarde cambiaría por la administración de la pensión en la que se convirtió la casa familiar.
A los 19 años Jesús Sepúlveda se encuentra por completo dentro de la escena literaria chilena. Publica su primer libro de poemas; conoce, frecuenta y traba amistad con los viejos poetas y maestros de las generaciones anteriores de la poesía chilena (entre ellos, Carmen Berenguer, Gonzalo Millán y Nicanor Parra); sucesivamente, se pelea y reconcilia con sus generaciones más cercanas (en el estilo en que esto sucedía en el último cuarto del siglo XX), aunque esto es bastante obvio para la vida de un poeta latinoamericano. Por esa época, además, comienza una serie de viajes que lo llevarán a Argentina, a algunas ciudades del sur de Chile (Valdivia, Castro y Concepción) y a diferentes lugares de Santiago, hasta encontrar un nuevo centro de operaciones en los Estados Unidos, donde finalmente se radica. Allí vive hasta el día de hoy, en la costa noroeste, en una pequeña ciudad universitaria llamada Eugene, cuyo paisaje recuerda bastante al bosque laurifolio valdiviano de Chile, y cuya historia está indefectiblemente ligada a la poesía beatnik, la silvicultura extensiva y a ese movimiento que en los Estados Unidos se denomina contracultura.
Sepúlveda habla inglés, francés y portugués. Sus primeros libros desarrollan poemas con una estructura binaria y sin metáforas, en línea con el trabajo iniciado por los poetas Raúl Zurita y Juan Luis Martínez en los 80. Sus dos primeros libros (Lugar de origen, 1987; Reinos del príncipe caído, 1991), padecen de las influencias de la poesía escrita en Chile por esa época y se inscriben fácilmente dentro de la estela de sujetos marginales que aparecieron en la poesía chilena como vehículos de expresión durante la represión en dictadura. Dentro de la línea de los poetas que escribieron en la misma frecuencia que Sepúlveda (agrupados generacionalmente por Luis Cárcamo-Huechante [1]), sus libros se desmarcan sobre todo por esa especial lectura de la técnica desarrollada por Martínez y Zurita, aplicada a un sujeto exteriorista, con algo de beatnik y altamente consciente de las problemáticas que constituían el lugar común de lo que por ese entonces era Latinoamérica.
En su tercer y cuarto libro Sepúlveda profundiza en la técnica aprendida en sus libros anteriores, incorporando, esta vez, metáforas abstractas, donde predomina la supresión del «como» a favor de la superposición de imágenes (Hotel Marconi, 1998; Correo negro 2001). El poeta ha pasado una temporada en la lectura de poetas franceses que ha tenido un gran efecto en la discursividad de sus primeros poemas, dotándolos de mayor densidad expresiva. A pesar de que este registro aún está muy presente en sus trabajos más recientes, es curioso observar la distancia que la actual poesía de Sepúlveda toma respecto de la técnica de la superposición de imágenes –muy útil para escribir acerca de experiencias oníricas-, sobre todo debido a que en esta etapa sus sospechas metafísicas son acompañadas por el uso de drogas como formas de conocimiento [2]. A contrapartida de esto, los últimos poemas de Sepúlveda presentan desarrollos lineales y alegóricos. ¿Por qué hace eso? Tal vez como reacción a una cierta retórica de los sueños o de la epifanía; en cualquier caso, pareciera ser que los libros de Sepúlveda van comprendiendo cada vez de mejor manera que el lenguaje no es solo una herramienta de cognición, sino también de asimilación.
Hasta la publicación de Correo negro (Buenos Aires, Ediciones del Leopardo, 2001), los trabajos de Jesús Sepúlveda recogen y prueban diversas posibilidades expresivas. En 2003, no obstante, su producción poética cambia radicalmente con la publicación de Escrivania (México, Ediciones del Hechicero). Con Escrivania la poesía de Sepúlveda comienza una especial lectura del Romanticismo angloparlante, especialmente por el camino que se puede trazar desde Wordsworth y Coleridge, las lecturas que de ellos hacen Emerson, Thoreau y Whitman y, finalmente, en poéticas ecológicas contemporáneas, como la que representa el proyecto de Gary Snyder [3]. Sin embargo —y lo que nos interesa a los lectores de su poesía en español— desde la publicación de Escrivania la obra de Sepúlveda trabaja con esta tradición, insertándola dentro de las problemáticas políticas y ecológicas de la poesía latinoamericana.
El modo en que la poética ecológica de Sepúlveda explora los conflictos contemporáneos es de gran novedad en la poesía en español, sobre todo en lo que respecta al papel que en ella tiene la naturaleza, el mundo aborigen y el anarquismo en su versión primitivista. Estos temas son especialmente visibles en dos libros publicados por el autor a comienzos de 2000: Escrivania (poesía) y El jardín de las peculiaridades (ensayo).
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El jardín de las peculiaridades (Buenos Aires, Ediciones del Leopardo, 2002) es el título del libro de ensayos que Sepúlveda dedica a sus reflexiones sobre anarquismo, política y primitivismo. El libro está estructurado en un conjunto de números secuenciales, en los cuales podemos encontrar comentarios a la obra de Walter Benjamin, John Zerzan y Murray Bookchin; ideas y sugerencias para llevar a cabo el programa político del anarquismo verde primitivista; reflexiones sobre la relación entre arte y vida, economía y vida, religión y vida; así como una propuesta de lectura —en el código del manifiesto— del ensayo clásico de la ecología profunda de los Estados Unidos: The Practice of the Wild (Gary Snyder, 1966). A pesar de que la mayoría de las ideas de este libro están desarrolladas dentro de las retóricas del ensayo, su estructura, así como sus temas, invitan a un lectura donde premisas y conclusiones se ligan en el modo en que lo hacen las novelas, sobre todo las que indagan en las posibilidades de la combinatoria. El ensayo clásico es una forma incompatible con el proyecto poético de Sepúlveda, sobre todo por su voluntad de incorporar conocimientos y prácticas que no tienen asidero en el discurso político moderno, ya sea sociológico o económico.
En El jardín de las peculiaridades se plantea cómo la civilización moderna es la causante de la destrucción de la vida en el planeta. Su invitación es que a través de una variante del anarquismo —que pone el foco en una revalorización de las culturas aborígenes, el nomadismo y el vegetarianismo— se desarrolle un programa político basado en la idea de lo salvaje. Lo salvaje como un estado que posibilite una nueva relación con todo lo vivo, donde animales, plantas y seres humanos convivan, y cuya forma de organización política moderna sea la anarquista, en palabras de Sepúlveda: «La “salvajería” es liberarse de la pobreza del progreso, que no es sino una mezcla simbiótica de pobreso: la marca registrada del producto civilizador, cuyos matasellos y códigos de barra han sido estampados en la oficina de la estandarización. La “salvajería” es, entre otras cosas, la única riqueza posible, porque rebosa en paz, abunda en tiempo y le sobra vida y espontaneidad. La “salvajería” enriquece el espíritu» (El jardín de las peculiaridades, 2002).
El jardín de las peculiaridades fue escrito en la misma época que Escrivania. Si la invitación del Jardín de las peculiaridades es romper la distancia entre arte, política y vida —específicamente a través de esta práctica política denominada anarquismo verde primitivista—, Escrivania puede ser leído como la praxis de esta política y, en tanto poesía, el lugar para meditar sobre los planteamientos teóricos y prácticos que se encuentran en él: la práctica política del Jardín de las peculiaridades, como si se tratara de una poética, es convertirse en poeta; la poética de Escrivania, convertirse en un anarco verde primitivista.
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