LA SOCIEDAD ANÓNIMA DE LOS GAMBERROS, OTRA VEZ EN LA CALLE:
Prólogo de Gamberros S. A., de Emilio Alberto Restrepo
Por Gilmer Mesa*
Hay una tendencia arraigada en el mundo intelectual y académico a pensar que la literatura debe ocuparse de temas insignes y superiores y tratarlos de acuerdo a su lustre, con un lenguaje adecuado y significativo, presentando una amplificación comprensiva de los mismos, que se le escapa al común de la gente. Por eso se creó un canon que dicta qué y cómo se debe leer y cómo, cuándo y de qué se debe escribir, lo que ha rebajado el interés de esa misma gente común y silvestre en la literatura como forma de conocimiento del mundo, de la realidad y quizás más importante, de nosotros mismos.
Por suerte para nosotros y para la literatura existen los rebeldes que se empecinan en mantener su quehacer por fuera de reglas y modas y crean una manera de abordaje que no solo reta la norma sino que la trasgrede y haciéndolo la reinventa; allí está como ejemplo la «literatura menor» de Kafka estudiada ampliamente por Deleuze y Guattari, ese universo inabarcable creado por el autor checo que supo como nadie bucear el interior de un nuevo Yo, haciendo que la literatura pasara de dar cuenta del mundo exterior y empezara la indagación profunda del mundo interior, muy de la mano de las teorías de Freud sobre el inconsciente. Toma el papel que hasta hacía poco estaba reservado a la magia y a la mitología, abriendo las puertas de lo que Foucault llamará «la cultura de sí mismo»: en adelante los grandes relatos heroicos serán reemplazados por las crónicas del sí mismo. De esta manera, dicha época autorizará y habilitará el auge de los relatos sobre la trivialidad de la vida cotidiana y permutará los grandes espacios protagónicos por pequeñas ciudades, barrios anodinos y casas anónimas que encarnen y expandan esos grandes temas que tanto han preocupado al canon de todas las épocas.
Con un lenguaje propio y una manera particular surgen nuevas voces narrativas que se encargarán de recuperar algo de subjetivación en el mejor sentido del término, alejándose de la desubjetivación imperante en el capitalismo des–humanizante y los ideales y fanatismos, volviendo a mostrar la fragilidad del individuo, sus torpezas, sus miedos, sus angustias, la mayoría de las cuales obedecen a esa misma deshumanización que impuso el entorno, retornando a lo que Jean Luc Godard decía con esta frase: «para hablar de los otros hay que tener la modestia y la honestidad de hablar de uno mismo».
La ficción de hoy «propone tramas a partir de traumas», como dice Sergio Blanco, y este libro se inscribe en esa línea narrativa: escarbando en lo popular logra componer un conjunto de relatos en donde lo ordinario, lo insustancial, lo amoral y lo límite adquieren dimensiones literarias y estéticas que logran conmovernos y querer conocer el desarrollo de las historias de personajes marginales y poco sofisticados a quienes el autor conoce en su calado. Lo mismo que su lenguaje y sus maneras de relacionarse, todos bordeando la ilegalidad y al filo del peligro, pero todos encantadores y de alguna forma esperanzados, con la esperanza invencible del que está acostumbrado a perder.
Y esta es la primera de las muchas virtudes que cabe resaltar en esta colección de textos, que todos invitan a la ilusión de mejoría tan propia de los fracasados contumaces, de los relapsos, de las caídas, de los olvidados de siempre, en una palabra: de los marginales. Y siguiendo a Wittgenstein que anunciaba que «la verdad está en los márgenes», nos lleva a su segundo acierto: la exploración profunda de una nueva verdad, la aportada por el filón despreciado históricamente de lo marginal, de lo que se mueve sin permiso de nadie ni de nada, creándose a sí mismo contraviniendo las categorías impuestas por la tradición y en el cual el autor se mueve con soltura, conoce y describe la fauna variopinta que habitan los barrios populares, su hábitat que es la calle, sus esquemas, sus dinámicas y sus jerarquías.
Pero más importante es el discernimiento del ethos del «callejero» que me recuerda un poco a La fenomenología del relajo de Jorge Portilla, quien logró incrustarse en el ethos y el pensamiento íntimo del «relajo» mexicano y situar la filosofía en lo concreto restándole seriedad a los hechos fijados sin fragmentaciones ni matices en los que se nos enseña la realidad. En este libro desde otra orilla distinta en su aprehensión de los hechos como es la literatura y con un lenguaje literario, el autor consigue una inmersión similar en el carácter y comportamiento del medellinense barriobajero promedio; además, elabora algo acaso de mayor relevancia, mapear la anatomía íntima de distintas tipologías de pensamiento en personajes que comparten su condición marginal aunque se diferencian en sus modos y oficios, pero que juntos conforman un atlas preciso del marginamiento: el tío oportunista y timador, el primo abogado (profesión que conoce) embaucador y ventajoso, el «lavaperros» y la mujer de un «traqueto» relacionados en una clásica historia de amor prohibido con un final Shakesperiano y arrabalero, el típico «avispado» antioqueño que recorre la mitología ciudadana aquí encarnado en una de sus más célebres leyendas como el inventor apócrifo de la Coca Cola, paradójico heroico antihéroe que resultó ser una farsa, más robusto en ingenio que en genio, la enfermera trasformada en paciente viuda negra, la «cosquillera» que se vale del truco carcelario de esconder objetos en sus genitales para sus fines, el contador/lavador sordomudo ideal para su profesión, el epítome de la antileyenda que es Pachocomplejos, una suerte de Job bellaco del hampa y hasta un postmoderno conde Drácula citadino y desengañado y un fantasma justiciero y urbano enamorado del tranvía. Todos los anteriores componen la cáfila de canallas que abundan por las calles de los barrios populares cargando a cuestas una historia tan pesada y rotunda como su sed de sobresalir, todos gañanes megalómanos y melancólicos narradores del absurdo que cada que pueden sueltan una amplia retahíla de sus estrafalarias aventuras convertidas en material pulpo para el oído atento que sepa transformarlas en literatura. Con cada una de estas historias vamos descubriendo una suerte de nueva picaresca, la que relata la vida del pícaro posmoderno, una especie de Lázaro de Tormes pasado por ácido, el ácido vertiginoso de nuestra vida moderna, encumbrado en el olimpo de la mentira, pero no de la pérfida sino de la que sirve para engalanar sus gestas hasta hacerlas heroicas; por su narración cualquier suceso ínfimo en el que haya participado se trastoca en epopeya gracias al poder trasformador de su lengua de narrador feroz y feraz y que el autor haciendo acopio de todo su poder catalizador logra trasmitir en estas páginas, como el caso de B. J. ese camaleónico protagonista de mil episodios autopromocionado como leyenda de unas hazañas que solo ocurren en su cabeza, pero que sabe contar como nadie, con duende, encanto y ritmo, restándole importancia a la veracidad de sus cuentos.
Hacer un libro de relatos se me antoja similar a componer un Long Play de canciones, al menos a esos que se hacían en los 70 y 80 en los que cada pieza siendo autónoma y teniendo una vida y una visión propia y particular funcionan mejor dentro del conjunto rítmico que es todo el álbum; por eso cada canción aporta algo a la atmósfera armónica que define el sonido preciso de una banda o artista. Siguiendo esta lógica las casas disqueras relegaban algunas canciones que consideraban «menores» o mejor con menos posibilidades de ser tenidas en cuenta por las emisoras y los escuchas al Lado B del acetato, aunque paradójicamente a mí eran las que más me gustaban. En este repertorio de cuentos ocurre lo mismo, hacia el final del libro hay otra colección de relatos llamada «Queridos Muchachos» que tienen como protagonistas al barrio Belén y a una barra de jóvenes en la que destaca Jaime Arturo, listillo de barriada, bromista porfiado y cruel a quien nadie se le escapa como víctima operable de sus guasas, desde el notario borrachín y cascarrabias pasando por el taxista con un remoquete prohibido hasta que él mismo pasa a ser victimizado por sus compañeros en una broma atroz que cierra un círculo vicioso y demencial de las infamias de una época abstrusa en la cual hasta la risa devenía inexorablemente de la crueldad y los bordes del crimen, y que como ocurría con los LP de mi adolescencia es mi parte favorita del libro porque entre muchas otras cosas relata una ciudad sentimentalmente similar a la que guardo en mi memoria y que quiero a ultranza con todos sus grises que muchas veces tienden al fundido a negro, una ciudad que cualquier desprevenido podría leer como un poderoso espacio literario emergido de la mente algo perturbada de un sagaz escritor, pero que nosotros conocemos bien y hemos transitado todos los días y es tan real que nos desborda de suyo, fecunda en horrores, de un surrealismo tan distorsionado que agota el término, y en la cual la literatura con todo su poder y magia, que Emilio conoce bien, aparece apenas como un pálido reflejo de su portentosa y contradictoria realidad.
Gilmer Mesa
©Uniremington 2022
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El presente texto es el prólogo a la segunda edición del libro «Gamberros S. A.» reeditado por el Fondo Editorial Remington, que será publicado en 2023.
El libro Gamberros S. A. fue ganador de un estímulo en el municipio de Medellín, recoge una colección de historias de pillos, pícaros y malevos de los barrios de Medellín. La primera edición fue publicada por Hilo de Plata en el año 2016 y actualmente se encuentra en proceso de reedición por el Fondo Editorial Remington.
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* Gilmer Mesa estudió Filosofía y Letras en la Universidad Pontificia Bolivariana, maestría en Literatura y es profesor de Ciencias Políticas y Geopolítica de la misma institución, es escritor y ganador del premio Cámara de Comercio de Medellín 2016 con la novela La cuadra. En el 2021 publicó su segunda novela Las travesías y es el autor de este prólogo titulado La Sociedad Anónima de los Gamberros, otra vez en la calle, publicado en la edición 97 de Revista Cronopio.