Escritor del mes Cronopio

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La vieja ines

LA VIEJA INÉS

Por José Cardona López*

La idea de la rueda de prensa fue del abogado. Durante dos visitas suyas discutimos las razones para hacerla y los pormenores de cómo debía desarrollarse. Al principio yo no estaba de acuerdo en hacerla. Yo siempre he pensado que con mis apariciones en la radio y la televisión, al público, a la opinión pública, le he soltado mucho sobre mí. Por otra parte, y es lo más importante, el periodista debe buscar la noticia, ingeniárselas para lograr sus objetivos, no que la noticia sea una loma arrastrándose en cuatro patas hacia la grabadora, el móvil, la cámara. El esfuerzo justifica la obra, no hay camino recto, llegar a la cumbre muchas veces implica descender, me decía un hermano marista cuando le daba por hablar de los caminos de la vida, aunque él le tenía muchos reparos a los franciscanos y ninguno a los zapatos viejos y rotos.

Le alegué al abogado y argumenté mi posición sobre los periodistas y su oficio, pero al final cedí. Cedí porque comprendí lo que él quería. En la celda he desarrollado una alta capacidad de comprensión hacia las personas. Madurez suele llamársele a la capacidad de compresión que uno le depara a la humanidad. Otros llegan a llamarla sensatez y la ponen casi pegada a la sabiduría. Como se le llame no me preocupa, me tiene sin cuidado. Y no lo digo por soberbia, lo digo por si a alguien le da por leer estas páginas, quien a lo mejor va a comprenderme a secas.

Supe entender muy bien que el abogado quería la rueda de prensa porque él necesitaba promocionarse, hacerse conocer más, todavía no le bastaba lo que había hecho con el caso del señor que no pagó el plato de caldo. Es un tipo joven y me ha dicho que ni por nada del mundo va a terminar de Juez de reparto, codeándose con abogaduchos y nadando entre miles de cartapacios de expedientes, con los ojos rojos y siempre a punto de estornudar. Quiere ser famoso jurisprudente y yo represento la gran oportunidad de su vida para serlo. A lo mejor cree que le faltan cuatro segundos para ponerse los famosos quince minutos que se inventó Warlhol, cuando ya llevaba bien gastados catorce de los suyos. Accedí, pues, a la rueda de prensa. Para mí era una lástima no estar presente en ella, por mi condición de detenido no me permitirían asistir.

―¡Vean a éste! ―me dijo el muy metiche jefe de los guardianes, después de señalarme con el hocico encapullado, mirándome de arriba a abajo, escarbándose una oreja.

En últimas yo era quien iba a ser entrevistado por los periodistas, pero mi defensor haría de medium ante ellos. Esa palabra me gustó mucho cuando el abogado la usó en nuestra primera conversación. Lo vi a él como un enorme almohadón de ectoplasma llegando en el aire, con un paraguas abierto porque la noche estaba lluviosa.

El abogado y yo imaginamos múltiples preguntas, todas referidas al porqué de no matar a Viviana y Leonel. Así para mí sea claro que la justicia debe probar técnica y jurídicamente que no maté a la pareja, cosa que todo el mundo sabe ya y van a tener su buen duplicado cuando se reconstruyan los hechos, entendí que los periodistas anhelaban saber de mi caso en términos de por qué los dejé vivos. Y ahora se me parte en dos mi brega con la noche, pues viéndolo bien una cosa es por qué no los maté, otra por qué los dejé vivos. En fin. Será un asunto que a lo mejor saldrá en la audiencia.

Ensayamos las preguntas. A veces yo hacía de periodista, una pierna cruzada, miraba fijamente al abogado, apretaba los labios y me los golpeteaba con el lapicero. Los ensayos me demostraron dos cosas: yo podría llegar a ser periodista si algún día lo necesitara y estaba en manos de un brillante y recursivo profesional del derecho. Además de recursivo, astuto y con una memoria prodigiosa. A menudo citaba racimos de artículos, parágrafos, decretos, leyes, códigos, sentencias y uno que otro firulete en latín. Ojalá triunfe con mi caso, lo digo por eso del hoy por vos. Él se merece un buen futuro como abogado. Sentirme objeto y sujeto en el porvenir de una persona me da como algo de emoción. Si mi caso es mi grano de arena para ayudar a construir el futuro de este abogado, pues ahí lo tiene y que lo sostenga bien en las manos y lo cuide. Ya sabemos cómo le va a un grano de arena entre los dedos.

Dejamos veintiuna preguntas, ocho que daban lugar a respuestas tipo «venga y le digo», cuatro del «para hacérsela corta», tres del «así se la pongo» y las restantes del «no más fíjese y verá». Veintiuna preguntas, las que consideramos permitirían acercarse al quid del asunto, como decía el abogado, pero sólo acercarse. Desde luego, y el mismo abogado me ayudó a recordarlo, las respuestas serían muy cuidadosas, ni más allá ni más acá de lo que en esencia deberían ser. Era como estrenar mocasines de cristal en una cuerda floja bien engrasada. Claro que estoy exagerando un poco, pero es que quiero destacar el mucho cuidado que debía tener el abogado en sus respuestas. Habría otras oportunidades para contarle al mundo lo primordial de mi caso. No podría yo, mal lo haría, desnudarme entre los vellones de la candidez frente a un grupo de periodistas. A lo mejor en las audiencias de mi juicio va a sobrar el tiempo para hacerlo. Además yo mismo no podría destruir el suspenso en mi historia. Si algo anima un caso judicial es el suspenso que sugiere y conlleva, no lo que está en juicio. Mi caso estaría condenado a perder interés para la sociedad si yo mismo cohonestara con la desaparición del suspenso. Por lo menos mientras esté en mis manos el no permitirlo, no lo haré.

*

Libro La vieja Ines

Para prevenir posibles olvidos en los momentos de la rueda de prensa, redactamos varias páginas a doble espacio, letra Times New Roman 12, márgenes de dos centímetros y medio. Claro que el abogado no necesitaba del, como llaman, dossier. Su memoria es asombrosa. ¿Ya lo dije? Creo que sí.

―Es mejor llevarlas porque nunca se sabe ―arguyó e hizo tres clicks en su computadora portátil para archivarlas.

La rueda de prensa se hizo en la oficina del abogado. Queda en el centro, cerca de una calle de notarías y oficinas de abogados. Para ser exactos, la de él queda frente a la carretilla de un señor que vende chontaduros, mangos y rebanadas de coco y piña. La oficina es amplia y unas veinte personas caben bien holgadas en la sala de espera, hasta pueden estirar las piernas y sin que los zapatos se lleguen a rozar entre sí. Ya sabemos la mala suerte que trae el contacto entre suelas de zapatos en una sala de espera. En este caso no hay escapatoria al «Se besan suelas ajenas, vienen montones de penas». Claro que esa tarde los periodistas como que no pudieron sentarse, eran muchos. El abogado comenzó la sesión hablando de quien era yo, donde nací, oficio, profesión, aficiones. El comienzo fue un poco al estilo de los mensajes que llegan a portales por el estilo de quien busca corazón lo encuentra punto com. En lo fundamental, me dijo él, las preguntas correspondieron a las que nos imaginamos, salvo una que otra variante. Hubo fotos. En ellas el abogado aparece con pelo en la frente, ojos abiertos hasta las rodillas. Y manotea, golpea en la mesa. Le pregunté que por qué esa actitud en las fotos.

―Siempre que tenga oportunidad de ensayar la gestualidad apropiada para la vehemencia que pondré en su defensa, lo haré. Estoy convencido que una imagen vale más que mil.

No faltaron quienes quisieran saber desde mis gimoteos en la vida láctea. En esas preguntas el abogado se descolgó en forma muy astuta e inteligente, hasta con citas de griegos famosos. Muchos no entendían las respuestas, al menos eso es lo que él se cree. Y claro, las del rigor erudito: mi caso comparado con uno que otro de la literatura.

—Para empezar puedo decirles que los cómputos de las leyes, como también los de la democracia y sus ciclos, encuentran esencia fundamental en la página roja de los diarios, comisarías, juzgados, estrados judiciales, cárceles y penitenciarías. Todos estos espacios son los frigoríficos donde la literatura siempre ha encontrado abundante carne humana en canal para echarle a sus parrillas.

Me dijo que había tenido que remontarse a la arqueología del motivo del tribunal en la literatura del siglo veinte y se puso a mencionar algunos autores de Europa Central. Les dijo que en estos casos no hay peor ciego que el que no quiere leer, y que para saber si la vida y la historia repiten la literatura o viceversa, inclusive si la literatura repite la literatura, lo más conveniente era darse uno que otro retorno a algunas páginas de Borges. Ante esas palabras volvió a aparecer en mi memoria la imagen de mi jefe con sus curvas y la lucecita magenta. Y el abogado hable y hable.

Por ahí me enteré que a la salida de la rueda de prensa un periodista islandés se regó en elogios para el abogado y lo comparó con un vendedor de seguros de la segunda posguerra en el distrito Shimabara de Kioto. Esto se lo dijo el periodista a una muchacha que trabaja para la revista de una asociación juvenil de no sé qué barrio de Santiago de Chile.

La rueda de prensa me dejó satisfecho. La leí en todo los diarios. La presentación oficial y por escrito de mi caso en sociedad ha salido a la perfección. Si al principio me disgusté por la idea, ahora veo que pude haber sido muy torpe si no hubiera aceptado hacerla. El mundo siempre necesitará conocer algo de mi caso, narrado por mí, así sea utilizando un médium, un almohadón de ectoplasma.

Es claro que si las respuestas se leen con detenimiento y suspicacia, luego de apreciar la inteligencia e ilustración de mi abogado uno se da cuenta que resta mucho por saberse, que él casi no dijo nada. Las palabras del jurista fueron suficientes para ser abundantes y no decir nada en concreto sobre mi caso. Es todo un mago de la verba. Por ahí uno que otro dato, una inquietud a medio camino por allá, un cuarto de duda por acá y nada más. Yo me he reído mucho porque he recordado a los culebreros que amenazan y amenazan con hacer salir a Margarita, la culebra, y nada. Estas cosas no se las he dicho a mi abogado, de pronto se ofende, y nada más peligroso que pelearse con el abogado de uno.

Quien llegue a leer estas páginas que escribo sabrá entender que sólo queríamos presentar mi caso en sociedad. Y queda la intriga, la tensión por saberse sobre mí, sobre mi caso. Bueno, mi caso y yo ahora es lo mismo, que es otra forma de ser yo y mis pormenores al detal. Confío en que a medida que el proceso se desarrolle los lectores sean complacidos con buenas crónicas. Me atengo al buen criterio y profesionalismo de nuestros periodistas. En fin, si los lectores no tuvieron el placer de contemplar la foto ensangrentada de la pareja, que su expectativa tenga las compensaciones de buenas dosis periodísticas acerca de mi proceso.

la vieja

Con Viviana se han lucido los periodistas. La tienen acogotada de entrevistas, la siguen a todas partes. Pobre Viviana, comprendo sus quejas. Para esto de aguantar la prensa se debe tener nervios de ya sabemos qué, o tener un ego que se apoye en por lo menos diez circuitos nerviosos. Le han tomado tantas fotos que si se pusiera una en seguida de la otra todas formarían un video, un video bien largo. Viviana está muy fastidiada. El fastidio ya le hierve hasta la desesperación. Una vez me dijo que está a punto de volverse loca y que no me extrañe el día que en el periódico encuentre una foto donde ella esté colgando de una soga. Está tan desesperada con los periodistas que llegó a decirme que hubiera sido preferible que yo los hubiera matado a ella y a Leonel.

―Eso de seguir viva cuando vivir es un acoso permanente es peor que estar muerta ―me dijo una tarde y se descargó a llorar sobre un hombro mío.

Yo le dije que pidiera protección, que hasta le podían dar guardaespaldas.

―Mi única protección sería la cárcel. ¡Te envidio, ve!―. Y siguió llorando, ahora con más fuerza.

Mientras trataba de calmarla, sobándole el pelo, pensé en que, viéndolo bien, sus lágrimas son muy pequeñas para esos ojos tan grandes que tiene. Pensé que la densidad del dolor a veces no está bien representada en los centímetros cúbicos de lágrimas que nuestro cuerpo le envía al mundo, por eso hay llantos que engañan, por eso las famosas lágrimas de cocodrilo, como si los pobres cocodrilos no tuvieran derecho a la sinceridad en sus llantos. Pensé en cuál pudiera ser la fórmula química del llanto sincero. Este es un buen tema para echarle cabeza, voy a tomar nota de él.

Cuando me dijo que ella y Leonel hasta habían pensado en salir del país dejé de pensar en llantos sinceros. ¿Cómo era eso de que estaban pensando en dejarme solo? Le dije que por lo menos esperaran a que el juicio terminara, que con toda la historia completa de este episodio de sus vidas hasta podían venderla en Hollywood o en alguna editorial. Les lloverán chorros de ofertas, agregué. Viviana me salió con el cuento de que ni todo el oro del mundo podría darle tranquilidad a una persona en quien la vida ya es una incomodidad.

―Con la plata que te den podés hacerte a la tranquilidad que necesitás. No sé. A lo mejor podés inventarte una fundación para los sobrevivientes de pasiones y problemas conyugales. Siempre estarán muy de moda las fundaciones.

―Pero los sobrevivientes de pasiones y problemas conyugales como nosotros son muy pocos ―me dijo retocándose el rímel de los ojos―. Y la gente que actúa como vos es muy escasa.

―Te ruego el favor de no hablar de mí ahora. Se trata de vos y Leonel. Además eso de que la gente como ustedes son pocos no importa. Lo que sí importa es tu tranquilidad y el deseo real de ayudar al prójimo mientras éste se encuentra en el atolladero. Y ahora yo soy ese prójimo―. El charquito de sus lágrimas en mi hombro se enfriaba poco a poco, y eso me gustó.

* * *

El presente texto hace parte de la novela «La vieja Inés», publicada por ediciones Eón, México, en 2022.

«En La vieja Inés (Todo sobre el caso Torres Villaquirán), un hombre es engañado por su pareja, a quien encuentra en un motel con su amante. En lugar de reaccionar violentamente, el ohmbre les lleva pizza a la habitación. A partir de ahí, su vida va a enredarse con el sistema judicial, pues según la ley, él debió ejercer su derecho a matar ciego de ira e intenso dolor. […] El juicio se presenta como un espectáculo en el que el acusado, abogado defensor, testigos, fiscal y otros protagonizan sus papeles de manera absurda e ilarante».

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* José Cardona López, Regents Professor de literatura hispanoamericana y creación literaria en Texas A&M International University. De ambas disciplinas también fue profesor en la escuela de español de Middlebury College (2003-2011). Ha publicado la novela Sueños para una siesta (1986) la nouvelle o novela corta Mercedes (e-book, 2014) y los libros de cuentos La puerta del espejo (1983), Siete y tres nueve (2003), Todo es adrede (1993, 2009) y Al otro lado del acaso (2012). Como investigador académico ha publicado el libro Teoría y práctica de la nouvelle (2003) y la plaquette en portugués Versos para um ser ideal: «muger fermosa» de Juan Ruiz e «receita de mulher» de Vinícius de Moraes (2014). Cuentos, microficciones, poemas, ensayos y artículos suyos han aparecido en libros y revistas impresas y electrónicas de Colombia y el exterior. El director de cine independiente Luis Gerardo Otero ha filmado tres cortometrajes y un mediometraje a partir de tres cuentos y una nouvelle suyos.

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